ASPECTOS PRINCIPALES DE LA
APROBACIÓN
DEL INSTITUTO RELIGIOSO “IESU
COMMUNIO”
(Nota informativa de la
comunidad de Hermanas de
Lerma-La Aguilera, 22.12.10)
En la audiencia concedida el
pasado 4 de diciembre al
Cardenal Franc Rodé, Su Santidad
el Papa Benedicto XV I, tras oír
el parecer favorable del
Dicasterio, dio su beneplácito a
la resolución propuesta por el
Prefecto de la Congregación para
los Institutos de Vida
Consagrada. En consecuencia,
dicha Congregación emite el
Decreto fechado el 8 de
diciembre de 2010, Solemnidad de
la Inmaculada Concepción de la
Virgen María, que contiene las
siguientes disposiciones
principales:
1. El monasterio autónomo de la
Ascensión de Nuestro Señor
Jesucristo, de Lerma, se
transforma en un nuevo instituto
religioso de derecho pontificio,
denominado “Iesu communio”.
2. En el mismo acto se aprueban
y confirman las Constituciones
del nuevo instituto ad
experimentum por cinco años,
conforme a la praxis habitual.
Durante este tiempo debe
experimentarse si las normas e
instrumentos previstos en la
redacción aprobada resultan
suficientes para ordenar la vida
y misión del instituto o es
preciso revi sarlas o
completarlas en algún aspecto
antes de su aprobación
definitiva.
En ejecución de dicha decisión:
—Se declara extinguido a todos
los efectos canónicos el
monasterio autónomo y, conforme
a lo previsto para ese caso por
las Constituciones Generales de
la Orden de las Hermanas Pobres
de Santa Clara, la Santa Sede
dispone que su patrimonio,
activo y pasivo, pase al nuevo
instituto religioso.
—Por gracia de la Sede
Apostólica, las hermanas que han
hecho su profesión solemne o
temporal en el monasterio
extinguido, conservan en el
nuevo instituto la condición
respectiva de profesas solemnes
o temporales, con los derechos y
deberes establecidos por el
derecho universal y las
Constituciones del instituto
religioso “Iesu communio”. Se
procede análogamente, respecto a
las hermanas que aún no habían
profesado en la fecha del
Decreto, con los tiempos de
postulantado y noviciado
transcurridos.
—A las hermanas que por
ancianidad, salud u otros
motivos fundados así lo pidan,
se les concede por indulto
especial de la Santa Sede la
facultad de continuar como
monjas clarisas, sin la
obligación de pasar al nuevo
instituto o a otro monasterio; y
de permanecer unidas a la
comunidad con derecho de voz
activa en el Capítulo y con los
deberes adecuados a su edad y
salud.
—La Madre Verónica María Berzosa
es reconocida como Fundadora y
confirmada como Superiora
general del nuevo instituto. Se
confirma asimismo en sus cargos
a la Vicaria y a las demás
hermanas que forman el Consejo.
—Finalmente, se encomienda al
Arzobispo de Burgos el especial
cuidado y vigilancia de la vida
del nuevo instituto, sin
perjuicio de la autonomía de
vida y gobierno propia de un
instituto religioso, por un
periodo de cinco años, durante
los cuales se le pide que
informe anualmente a la
Congregación de su desarrollo.
El Decreto concluye expresando
el deseo de que, “fieles a la
vocación recibida y dóciles a la
acción del Espíritu, los
miembros del instituto ‘Iesu
communio’ sean, en la Iglesia y
para el mundo, signo vivo del
amor de Dios, manifestado en
Jesucristo, crucificado y
resucitado”.
Un único proyecto: secundar el
querer de Dios
Suplicando la luz del Espíritu
Santo, queremos releer con
vosotros, en este momento de
nuestro peregrinar, lo que el
Señor ha venido haciendo en esta
comunidad, como don de Dios que
se nos está concediendo vivir.
Hoy resuenan en nosotras, con
especial fuerza, las palabras de
Jesús: “La mujer, cuando va a
dar a luz, está triste, porque
le ha llegado su hora; pero
cuando ha dado a luz al niño, ya
no se acuerda del aprieto por el
gozo de que ha nacido un hombre
en el m undo. Vuestra alegría
nadie os la podrá quitar” (Jn
16, 21). Nos sentimos pobres
criaturas con el único deseo de
vivir el don de Dios.
Los comienzos
Ha sido un largo camino el que
nos ha traído hasta el día de
hoy. Quien sólo haya conocido
las últimas noticias podría
tener la impresión de que
nuestra vida ha cambiado de la
noche a la mañana, pero no es
ése el caso. Dios ha ido
sembrando y trabajando este
designio suyo día a día, durante
bastantes años, en medio, sin
duda, de nuestra fragilidad.
En la comunidad de Lerma, por
pura gracia, que no es posible
reducir a explicaciones humanas,
comenzó a darse un crecimiento
de vocaciones, que nos llenaba
de asombro también a nosotras
mismas. Dentro de una comunidad
de Damas Pobres de Santa Clara,
de modo sereno y paulatino, algo
estaba naciendo. Bebíamos de San
Francisco y de Santa Clar a,
pero también de los Padres de la
Iglesia, de los santos, de los
maestros y teólogos de la
Iglesia y, por supuesto, del
Magisterio, muy especialmente el
de los Papas Juan Pablo II y
Benedicto XVI, a quienes amamos
entrañablemente. Muchas de
nosotras hemos sentido la
llamada a la consagración en las
Jornadas Mundiales de la
Juventud.
Nuestra situación actual no es
resultado de la negación de un
carisma radiante como el de San
Francisco y Santa Clara, en cuyo
seno se han generado y seguirán
generándose grandes santos. Si,
aparte de la Madre del Señor,
tuviésemos que afirmar una mujer
apasionadamente enamorada de
Jesucristo, tenemos grabado en
lo más hondo la figura de Santa
Clara: hija, mujer, esposa y
madre según el corazón de
Cristo. Sus cartas han sellado
en nosotras la certeza de que la
consagración es un camino de
plenitud, de bienaventuranza,
vivido en “un amor incomparable”
(Sta. Clara, Carta III). Esta
inquebrantable certeza, con la
gracia de Dios, ha sostenido
nuestra perseverancia en la vida
consagrada. El franciscanismo ha
sido la cuna en la que Dios ha
querido que surja una nueva
forma de vida.
No se trata de una negación,
sino de la afirmación y acogida,
en obediencia, de un designio de
Dios sobre la vida de esta
comunidad, que se perfilaba como
una vida contemplativa que se
hace presencia y testimonio.
Siempre han resonado en nosotras
las palabras que Juan Pablo II
dirigió en Ávila a las
religiosas contemplativas:
“Consientan vuestros monasterios
en abrirse a los que tienen sed.
Vuestros monasterios son lugares
sagrados y podrán ser también
centros de acogida cristiana
para aquellas personas, sobre
todo jóvenes, que van buscando
una vida sencilla y transparente
en contraste de la que les
ofrece la sociedad de consumo”.
A lo largo del camino, se han
alzado voces, no siempre
afectuosas ni respetuosas, pero
muchas veces también sencillas y
desconcertadas, que no
comprendían lo que estaba
sucediendo. Hemos sentido
siempre un vivo dolor al oír que
hacíamos mal y hasta traición a
la Orden por secundar la llamada
a una vida que no observaba
estrictamente la Regla de las
Clarisas. Incluso algunas voces
que decían que no éramos
verdaderas Clarisas, eran las
mismas que nos pedían a la vez
que enviásemos hermanas a sus
conventos. Nunca nos ha dejado
indiferentes la reiterada
petición de que las hermanas de
una comunidad, que iba
haciéndose tan numerosa, fuesen
repartidas por los diversos
monasterios de Clarisas. Pero no
era posible, en conciencia y
ante Dios, acceder a esas
demandas, porque las vocaciones
que iban surgiendo se sentían
llamadas a abrazar precisamente
esta forma de vida que acaba de
ser aprobada.
Cuando nuestras hermanas de los
monasterios de Briviesca y
Nofuentes, necesitadas de ayuda
por su avanzada edad, nos
pidieron con toda sencillez que
las acogiéramos entre nosotras,
les explicamos lo que estaba
aconteciendo en nuestra
comunidad; ellas lo aceptaron y
su llegada ha sido una bendición
para nuestra casa.
Discernimiento y aprobación
Dios, poco a poco, ha ido
desvelando su designio sobre
nuestra comunidad. Pero este
peregrinar, movido únicamente
por el deseo de secundar
dócilmente su querer, podía ser
una mera ilusión sin el
discernimiento y la aprobación
de la Iglesia. Llevamos grabadas
a fuego las palabras de Santa
Clara: “Vivid siempre fieles y
sujetas a los pies de la Madre
Iglesia”.
El rápido y continuo crecimiento
de la comunidad hizo que el
espacio vital de nuestro
monasterio de Lerma resultara
gravemente insuficiente. Por
otro lado, crecía también el
número de peregrinos que se
acercaban a nuestros locutorios
con un único deseo en el
corazón: “Queremos ver a Jesús”
(Jn 12, 21); y por tanto,
necesitábamos con urgencia
espacios adecuados. Tras llamar
a muchas puertas, sólo apareció
un lugar con posibilidades
realistas: el convento de San
Pedro Regalado de La Aguilera
(Burgos), además muy cercano a
Lerma. En un primer momento, los
hermanos franciscanos, con la
firma de dos contratos
complementarios, nos cedieron su
uso por treinta años a cambio de
una contraprestación económica
que debería pagarse cuando se
pudiera vender el convento de
Briviesca. El convento de La
Aguilera, aunque ofrecía el
necesario espacio, llevaba mucho
tiempo casi deshabitado y se
hallaba en un estado de grave
deterioro, que hizo necesario
emprender una obra de
saneamiento muy importante. Un
bienhechor quiso hacerse cargo
de la reconstrucción.
Pero la comunidad seguía
creciendo y nos veíamos en la
necesidad de realizar
ampliaciones que no era prudente
acometer con la incertidumbre de
si sería posible seguir usando
el lugar cuando transcurriera el
tiempo de la cesión. Creímos
oportuno, por eso, pedir a la
Provincia franciscana que nos
vendiera el convento de La
Aguilera. La Provincia nos
comunicó su aceptación y las
condiciones poco después; y con
la ayuda de bienhechores —muchos
de ellos, como la viuda del
Evangelio, incluso “nos daban de
lo que tenían para vivir”— se
formalizó la compra, y poco a
poco lo vamos pagando.
Cuando una parte de la comunidad
iba a pasar a La Aguilera,
solicitamos autorización a la
Congregación para los Institutos
de Vida Consagrada para poder
ser una única Comunidad en dos
sedes diferentes y con un único
gobierno y una única casa de
formación. El Cardenal Rodé,
Prefecto de la Congregación,
respondió: “Este Dicasterio para
los Institutos de Vida
Consagrada ha decidido acoger su
instancia, en espera de que la
Comunidad llegue serenamente a
una mayor claridad respecto a lo
que se sienten llamadas a
realizar. Tal concesión es
válida por tres años, con el
ruego de enviar anualmente una
relación a este Dicasterio”.
Nuestro Arzobispo, padre y
pastor de la Diócesis, D.
Francisco Gil Hellín, nos
aconsejó que pusiésemos por
escrito la realidad que se
estaba viviendo en nuestra
comunidad. Durante casi un año
de oración, discernimiento y
trabajo, fuimos redactando el
texto de unas Constituciones. No
era cuestión de idear conforme a
un modelo unos Estatutos con más
o menos acierto práctico, ni de
elaborar un calculado proyecto
de futuro. Se trataba de
procurar plasmar por escrito los
aspectos esenciale s de la vida
que ya venía viviendo la
comunidad desde hacía más de
diecisiete años.
Una vez acabada la redacción, se
convocó un Capítulo, bajo la
presidencia del Sr. Arzobispo,
para que la comunidad se
pronunciara sobre la oportunidad
de poner en manos de la Santa
Sede nuestra forma de vida, tal
como quedaba expresada en el
Proyecto de Constituciones. Se
dio lectura del documento a toda
la comunidad, con las oportunas
explicaciones y dando respuesta
a las preguntas que se iban
planteando. Teniendo en cuenta
la trascendencia del momento, se
pidió en primer lugar que se
pronunciaran en votación
secreta, antes de abandonar la
sala capitular, las hermanas que
no forman parte del Capítulo, es
decir, profesas temporales,
novicias y postulantes. Aunque
esa votación no tenía valor
jurídico, parecía necesario que
se expresaran en conciencia
sobre el paso que la comunidad
estaba decidiend o. A
continuación tuvo lugar la
votación del Capítulo
propiamente dicha y se
escrutaron por separado los
resultados de las dos
votaciones. Ambas asintieron por
unanimidad a que los documentos
que reflejaban nuestra forma de
vivir fueran presentados ante la
Congregación para los Institutos
de Vida Consagrada.
El pasado 4 de diciembre,
nuestro Sr. Arzobispo nos
comunicó con gozo que el Santo
Padre Benedicto XVI, oído el
parecer favorable de la
Congregación, había manifestado
su beneplácito para que las
Constituciones fueran aprobadas
y nuestra comunidad fuera
transformada en un nuevo
instituto religioso de derecho
pontificio con el nombre de
“Iesu communio”. El
correspondiente Decreto de la
Congregación está firmado el día
de la Solemnidad de la
Inmaculada Concepción de la
Virgen María.
Las hermanas nos llenamos de
alegría, porque la Madre Iglesia
había discernido y aprobado
nuestra forma de vivir, y
confirmaba su nacimiento, con el
deseo de que sea acogido y
cuidado por la comunidad
eclesial sin sombras ni
sospechas.
“Iesu communio”
Quienes nos habéis conocido y
habéis leído el libro Ven y
verás, tendréis muy vivas estas
experiencias expresadas por las
hermanas, una tras otra:
“Queremos hacer presente a
Jesús, la victoria del
Resucitado, lo que Él ha hecho y
está haciendo día tras día con
nosotras; nos experimentamos
gozosamente como piedrecillas de
un mosaico que no se entienden
separadamente sino llamadas a
hacer presente en comunión una
única Vida: Jesús”. La propia
misión es ser “comunión de
Jesús”, “Iesu communio”,
comunión que brota del don de
Jesucristo y se hace testimonio
de la unidad en la carida d y
manifestación de que el Espíritu
convoca a los dispares y a los
dispersos para que sean un solo
corazón y una sola alma.
Como religiosas contemplativas,
las hermanas nos sentimos
llamadas a ser por entero de
Jesucristo, a estar con Él y
permanecer en vela para orar sin
interrupción por los hijos que
nos han sido confiados: “Que
ninguno se pierda” (Jn 6, 39).
Ser posada del Buen Samaritano,
una casa abierta, donde los
peregrinos sedientos y heridos
puedan encontrarse con
Jesucristo Redentor y
experimentar que han sido
acogidos en la oración y
presentados al Padre, esperados
como hijos por la Madre Iglesia;
lugar de encuentro para avivar
en comunión nuestra fe hasta
hacer arder el deseo de santidad
como plenitud de vida.
A quienes nos habéis acompañado
en el camino y a toda la Iglesia
os pedimos vuestra oración para
vivir la misión que, por
voluntad de Dios, la Iglesia nos
ha confiado. Hoy más que nunca
somos conscientes de nuestra
fragilidad, pero avanzamos
fiadas en la promesa de que el
Espíritu Santo llevará a feliz
término lo que ha comenzado en
nosotras, porque para Dios nada
hay imposible.
Somos hijas de la Iglesia;
creemos y esperamos en la
comunión de los santos; en ella
queremos vivir, madurar y
abrazar el don del seguimiento a
Cristo hasta el fin, porque ¿a
quién vamos a seguir? Sólo
Jesucristo tiene promesa de vida
eterna, sólo Él nos explica la
vida. Según la palabra y
experiencia de nuestro Santo
Padre Benedicto XVI: “Quien deja
entrar a Cristo en la propia
vida no pierde nada, nada,
absolutamente nada de lo que
hace la vida libre, bella y
grande”.
Gracias, Jesucristo; gracias,
Madre Iglesia.
Hermanas Iesu communio
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