Crecimiento y evolución de la Orden
La Primera Orden Franciscana nació en
Rivotorto, cuando los hermanos
eran apenas una docena, y fue aprobada oralmente por el papa
Inocencio III en la primavera de 1209. Doce años después eran más
de 3.000 frailes, y unos 20.000 al terminar el siglo XIII. Desde entonces
el número de franciscanos ha oscilado siempre entre 30 y 60.000,
lo cual nos da una idea de la importancia que ha tenido la Orden
de los Menores a lo largo de los siglos. Ya
en los comienzos, el multiplicarse en la Orden del número de
sacerdotes y de maestros de teología y la llegada masiva de
jóvenes que debían ser formados para los distintos ministerios
pastorales obligó a la creación de regulares estudios
teológicos en todas las provincias. Ello
llevó consigo el progresivo traslado de residencia de los
frailes, de las afueras al interior de las ciudades, solicitados
por el mismo pueblo, que les construía casas e iglesias más
amplias. Este proceso empezó ya
con San Francisco, cuando autorizó a San Antonio de Padua a
abrir escuela en Bolonia; continuó con el nuevo ministro general
fray Juan Parenti (1227-1232); y se generalizó con fray Elías de
Asís (1232-1239).
Fray Elías y la clericalización de la Orden
Fr. Elías gozó de la confianza y la estima de San Francisco, que lo tuvo
como vicario durante cinco años, de Santa Clara, del papa
Gregorio IX y del mismísimo emperador Federico II, pero su
gobierno personalista y autoritario, su enfrentamiento con los
grandes maestros de la Orden, partidarios de la clericalización
de la Orden, y su apuesta por el emperador, excomulgado por el
papa, le hizo caer en desgracia. Su
deposición en 1239 y la sustitución por fray Alberto de Pisa
(1239-1240) marcó una nueva etapa, como demuestran las palabras
de éste, el mismo día de su elección: "Hoy, por primera
vez en la Orden, un Ministro general ha celebrado la
Eucaristía". En el Capítulo de 1239 se crearon las primeras
Constituciones, los Capítulos generales y provinciales se
hicieron más representativos y participativos y se favoreció la
aceptación y promoción de candidatos al sacerdocio, mientras que el
siguiente general, fray Haymón de Favershan (1240-1244), primer
maestro de teología de París ingresado en la Orden en 1224,
limitaba la entrada a los legos y los inhabilitaba para ejercer
cargos u oficios en la Orden. La mentalidad escolástica de la
época, el ejemplo de los Dominicos y las solicitudes del pueblo y
de la misma jerarquía eclesiástica también favorecieron este
proceso de clericalización.
Poco a poco, junto a los pequeños conventos y eremitorios o en sustitución de ellos, se empezaron a construir iglesias monumentales y grandes
conventos, capaces de albergar a comunidades numerosas dedicadas a
actividades pastorales y culturales, favorecidas por la jerarquía
eclesiástica y por los superiores de la Orden. Sería largo de
contar cuánto contribuyeron los franciscanos de los siglos
XIII-XIV a orientar a la Iglesia hacia una nueva espiritualidad, a
la evangelización de Europa, al cultivo de la teología,
de las ciencias y las artes, al acercamiento del occidente
cristiano a la culturas árabe y oriental o al diálogo con la
iglesia ortodoxa (hubo un serio intento de reunificación,
liderado por los frailes menores). De tal vitalidad de la
Orden dan buena fe los numerosos
santos y beatos
"minoritas" de este periodo.
Los frailes celantes
El evidente contraste entre lo antiguo y lo nuevo suscitó,
sin embargo, no poca desconfianza
y polémicas. Fuera de la Orden el clero secular y maestros
universitarios veían en ellos unos fuertes competidores; dentro
de ella, los que habían vivido los tiempos heroicos con el
Fundador, pensaban que se estaba traicionando el espíritu y la
sencillez de los orígenes. En 1230 Gregorio IX tuvo que salir al
paso acerca del modo de interpretar ciertos pasajes polémicos o
difíciles de la Regla, como el dilema uso del dinero-pobreza
absoluta y la obligatoriedad o no del Testamento de San Francisco.
El papa negaba todo valor jurídico al Testamento y para la
administración de bienes "en uso" de la Orden
instituyó los nuncios apostólicos, sustituidos luego por
"procuradores" designados por los mismos frailes, y por
"síndicos" más tarde. Éstos administraban en favor de
la Orden unos bienes cuya propiedad correspondía a la Santa Sede
o a otras instituciones, como los municipios. Fray
Elías y el sucesor de fray Haymón, Crescencio de Jesi (1244-47),
tuvieron que hacer frente a algunas turbulencias provocadas por
los "celantes" de la Regla, que encontraron cierto apoyo
en el siguiente general, fray Juan Buralli de Parma (1247-1257).
Mas éste, docto y estimado por muchos, quedó comprometido
por su abierta adhesión a las teorías joaquinitas, admitidas por
los celantes, y tuvo que presentar su dimisión.
San Buenaventura
También San Buenaventura
(1257-1274) tuvo que capear, con fuerza y
sabiduría, los ataques de los maestros y prelados seculares por
un lado, que veían a los frailes como arrogantes competidores;
las exageraciones de los rigoristas o espirituales por otro y,
finalmente, el temible peligro del lastre de los menos rigurosos.
San Buenaventura, en su calidad de ministro general y maestro de
teología santo, trató de conciliar el ideal del Fundador con la
evolución natural de la Orden y su beneficiosa actividad
apostólica, dando preferencia a la vida comunitaria en grandes
conventos (durante su mandato se ampliaron las casas de Asís y de
París), por considerarlos más adecuados para la formación y la
disciplina, para el ejercicio del culto sagrado y la predicación
y para la atención pastoral del pueblo, dentro de la ciudad. Sus
Constituciones de Narbona fueron una reforma y adaptación de las
de 1239; con sus escritos mostró a los frailes las
características esenciales de la vocación franciscana; inculcó
el uso moderado y pobre de las cosas; defendió el ideal de la
vida evangélica y mendicante frente a los ataques de los
teólogos de París, y la apertura de los religiosos a la
actividad científica y apostólica; no dudó en solicitar a la
Santa Sede los favores y privilegios necesarios para la Orden;
reprimió el joaquinismo y rechazó las pretensiones de los
Celantes de devolver a la Orden al estilo de vida primitivo.
Los frailes "espirituales" o "fraticelli" y la
cuestión de la pobreza
Los espirituales hicieron acto
de presencia en la Orden a partir de 1274, cuando se rumoreaba que
el Concilio de Lyón pretendía eliminar la pobreza absoluta de
los Menores. Estos sucesores de los celantes se fueron agrupando
en torno a algunos líderes, como fray Liberado de Macerata y fray
Ángel Clareno en las Marcas, fray Ubertino de Casale en Toscana y
fray Pedro de Juan Olivi en Provenza y Languedoc. Éste último,
el más seguido y el más moderado de todos, proponía una
reforma dentro de la Orden, en obediencia a los superiores. Los
italianos, más turbulentos y radicales, llegaron a poner en tela
de juicio la legitimidad de la forma de vida de toda la comunidad
franciscana y las declaraciones pontificias, mientras proclamaban
la intangibilidad de la Regla (síntesis del Evangelio dictada por
Cristo). Tales teorías las fomentaron divulgando supuestas
profecías de San Francisco sobre la decadencia y restauración de
la Orden, y las doctrinas joaquinitas sobre el inminente
advenimiento de una nueva Iglesia reformada "pobre y
espiritual". Reprimidos por el primer papa franciscano
Nicolás IV (1288-92) y apoyados después por el general Raimundo
Godefroy (1289-95) y el papa Celestino V (1294), fundaron la
congregación de los
"Pobres ermitaños del papa Celestino". Bonifacio VIII
los suprimió en 1295, mas ellos siguieron actuando dentro y fuera
de la Orden. El Concilio de Vienne trató de conciliarlos con el
resto de la comunidad, pero Clemente V, en 1312, aunque exhortaba
a todos a la observancia fiel de la Regla y a la obediencia,
unión y comprensión fraternas, confirmó el estilo de vida y
apostolado de la Comunidad conventual de la Orden. Los desacuerdos
y contrastes continuaron durante el pontificado de Juan XXII
(1316-34), el cuál los escuchó, pero les negó la
separación que pedían, haciéndoles ver que la caridad y la
obediencia valen más que la pobreza. Pero la radicalidad de los
espirituales era algo más que una reivindicación práctica de
vida. Sus ideas sobre la pobreza absoluta de Cristo y los
apóstoles socavaba el ideal de vida franciscana y ponía en
discusión la legitimidad de la vida espiritual, de la propiedad y
del poder temporal de la Iglesia. Como consecuencia de ello, la
Orden entró en conflicto con el papa, que revocó a los síndicos y
la propiedad apostólica sobre los bienes de la Orden, excepto las
iglesias y conventos, y declaró herética la sentencia
franciscana sobre la cuestión. El conflicto tuvo resonancias
políticas. El general franciscano Miguel Fuschi de Cesena
(1316-1328) huyó de Aviñón y se puso bajo la protección del
emperador Luis de Baviera, mientras éste coronaba en Roma al
antipapa franciscano fray Pedro Rainallucci de Corvaro con el
nombre de Nicolás V (1328-30).
Entre el vigor y la decadencia
Los "fraticelli",
como eran llamados los miembros de estos grupos disidentes aún
continuaron su vida independiente, alternando represiones y
procesos inquisitoriales en el sur de Francia, en Cataluña y,
sobre todo, en Italia. Como reacción tal vez, y presionada por la
curia romana y por el nuevo ministro general fray Gerardo Oddoni
(1329-1342), la Orden vió mitigada cada vez más la práctica de
la pobreza, mientras se renovaban las Constituciones y se
compilaban los Estatutos Benedictinos aprobados por Benedicto XII
(1336), con prescripciones minuciosas al estilo monástico. Signo
de esta evolución era el hábito, el cual, aún conservando el
color gris original, se fue haciendo cada vez más largo y
holgado.
Los religiosos eran 35.000 en aquel momento, repartidos en 34
provincias, 211 custodias, 5 vicarías misioneras (desde Rusia
hasta el extremo Oriente) y 1422 conventos. Su actividad abarcaba
todos los campos de apostolado: servicio en grandes iglesias,
predicación, estudio, actividad misionera y servicio a la Iglesia
en multitud de cargos eclesiásticos, como inquisidores, obispos,
cardenales y nuncios apostólicos, sin que por ello quedara exenta
de la decadencia común que afectaba a los demás religiosos e
instituciones eclesiales, y a la misma sociedad a lo largo de todo
el siglo XIV. Las causas de la decadencia son de sobra conocidas:
la Peste Negra en toda Europa (1348-1362), la Guerra de los Cien
Años en Francia (1339-1453) y el Cisma papal que dividió a la
Iglesia y a la Orden en dos o tres obediencias (1378-1417).
No obstante, entre los Menores no faltó la voluntad reformadora de
algunos papas, de ministros generales como fray Marcos de Viterbo
(1359-66) y Antonio Vinitti de Pereto (1405-1408), del beato
Enrique Alfieri de Asti (1378-1405) y de otros. Fruto de tales
esfuerzos fue la aparición de nuevos fermentos de vida eremítica
y de restauración religiosa, según el modelo del ideal
primitivo. La reforma más importante fue la
Regular Observancia de
fray Paoluccio Trinci de Foligno, iniciada en el eremitorio de Brogliano en
1378. Favorecido por los pontífices y por los ministros
generales, su movimiento se desarrolló extraordinariamente, hasta
convertirse en una gran fuerza de renovación en el seno de la
Orden, dejando a salvo la unidad. Por desgracia, la reforma de
Trinci sería más tarde motivo de nuevas divisiones, que convirtieron a la Orden en una amalgama de familias y corrientes
internas, a veces enfrentadas entre sí. Los efectos de tales
divisiones aún duran hoy, pues son tres las Ordenes franciscanas
que existen en la actualidad, como tres ramas de un único tronco
primitivo: los
Hermanos Menores Conventuales, de los que se
separaron las distintas reformas, los
Hermanos Menores
(resultantes de la unión de la Observancia con otras reformas en
1517 y a finales del siglo XIX) y los
Hermanos Menores Capuchinos (desgajados de la rama
Observante en el siglo XVI).
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