La Paz y las Criaturas

Vida de san Francisco de Asís

   
   


La visita del obispo de Asís

(invierno, 1224-1225). Además de la malaria, Francisco contrajo en Egipto una grave infección ocular, una conjuntivitis granular tracomatosa, crónica y sumamente infecciosa que suele arraigar en individuos anémicos. La infección afecta al globo ocular, produciendo una telilla corneal con residuos opacos que dificultan la visión. A la vuelta del monte de la Verna el mal se había agravado y, para  evitarle las molestias que le producía la luz, en Santa María de la Porciúncula le prepararon una celdilla con esteras dentro de otra celda. El obispo Guido, apenas supo de su regreso y de su estado, bajó enseguida a visitarlo, mas apenas se asomó al interior de la celda le sacudió un temblor que lo dejó paralizado y sin habla. Sorprendido y asustado, salió de allí, disculpándose por lo inoportuno de su visita.


En San Damián, no se preocupa de sus males

(invierno, 1225). La Porciúncula es un lugar frío y húmedo en invierno, y el incesante ir y venir de frailes y de clérigos y seglares curiosos, deseosos de verlo, impedían el necesario sosiego de Francisco enfermo. Tal vez por eso lo trasladaron a San Damián, donde los hermanos que atendían a Clara y a sus compañeras tenían una pequeña habitación para ellos, a la derecha de la entrada de la iglesia. Allí le prepararon una celdilla de esteras en un rincón de la habitación, ya de por sí oscura, para evitarle el contacto directo con la luz. La infección ocular se añadía a sus enfermedades del estómago, el hígado y el bazo, causadas principalmente por la malnutrición y la malaria. Mas él, sin querer atender a los ruegos de sus compañeros y de otros, se negaba a ser atendido por los médicos. Era tanta la compasión que experimentaba meditando la humildad del Hijo de Dios y sus padecimientos por nosotros, sobre todo ahora que llevaba en sus carnes las marcas de la Pasión, que lo amargo se le volvía dulzura y no se preocupaba de sus propios males. A veces recitaba aquel versículo que dice: "Mi alma rehúsa el consuelo", para justificar su rechazo de las medicinas y de los alimentos convenientes para sus achaques, de modo que el mal avanzaba día a día.


Conozco a Cristo pobre y crucificado

(invierno-primavera, 1225). El dolor de los ojos era tal, que un día su vicario fray Elías le propuso: "¿Por qué no pides a tu compañero que te lea algún texto de la escritura que te sirva de consuelo?" Mas él replicó: "Es bueno buscar al Señor en las Escrituras, mas yo estoy tan lleno de ellas, y me consuela tanto meditar la humildad del Hijo de Dios en la tierra, que podría vivir hasta el fin del mundo sin necesidad de escuchar o meditar pasajes bíblicos. Conozco a Cristo pobre y crucificado, y eso me basta".


El cardenal Hugolino lo convence para que se deje curar

(invierno-primavera,1225). Fray Elías tenía al corriente de todo al cardenal Hugolino, de modo que éste le recomendó que lo llevase a un afamado oftalmólogo de Rieti, donde se encontraba él con la curia romana, y escribió a Francisco, tratando de convencerlo. "No obras bien -le decía-, pues tu salud y tu vida son muy útiles para ti y para los demás. Y si te compadeces de los hermanos enfermos... no deberías ser ahora cruel contigo mismo, pues tu enfermedad es grave y estás en una evidente necesidad. De modo que te ordeno que te dejes cuidar y ayudar". El santo se avino por fin a razones y aceptó someterse a una intervención quirúrgica, a condición de que el vicario estuviese presente. Mas el tiempo no era propicio, y hubo que esperar al  verano.


Gravemente atribulado

(Primavera-verano, 1225). Varios meses permaneció San Francisco en San Damián, totalmente a oscuras, sin poder soportar la luz, con grandes dolores oculares que no le dejaban dormir ni descansar. Por si fuera poco, los ratones correteaban a su alrededor y le pasaban por encima, estorbándole la oración y el descanso, e incluso la comida, haciendo sospechar a sus compañeros que se trataba de algo diabólico. Resulta prodigioso que un hombre como él pudiera soportar tantos dolores, más él los llamaba hermanos, asegurando que en sobrellevarlos hay gran recompensa. Eso fue, sobre todo, después que una noche, compadecido de si mismo, pidió ayuda al Señor para poder soportarlo todo con paciencia. Y el Señor le dijo: "Si alguien te ofreciera por ellos un tesoro tan grande que, en comparación, tuvieses en nada que la tierra se volviera oro, las piedras en gemas y toda el agua en bálsamo..., ¿no te alegrarías por ello?". "Cierto -respondió él-. Sería un tesoro grande, inefable, muy precioso, apetecible y deseable". "Pues bien, regocíjate y alégrate en medio de tus males, pues te vas a sentir en paz, como si ya estuvieras en mi reino".


El Cántico del hermano Sol

(Primavera-verano, 1225). A la mañana siguiente, Francisco dijo a sus compañeros: "Si el emperador diese todo su imperio a un servidor suyo, no tendría éste que alegrarse inmensamente? Pues así debo yo rebosar de gozo en mis enfermedades y tribulaciones, porque el Señor me ha concedido esa gracia y bendición, asegurándome a mí, pobre e indigno siervo suyo, la participación en su reino. Por eso quiero componer, para gloria suya, consuelo nuestro y edificación del prójimo, una nueva alabanza al Señor por sus criaturas. Ellas satisfacen diariamente nuestras necesidades y sin ellas no viviríamos. Sin embargo, la humanidad ofende por ellas al Creador,  somos ingratos a tantos dones y no lo alabamos como se merece". Entonces se sentó, se concentró un momento y empezó a dictar el Cántico del hermano Sol, inspirado en el Cántico de los tres jóvenes (Daniel 3, 52-90), que en medio de las llamas invitaban a toda la creación a bendecir al Señor. Y también compuso la melodía, y la enseñó a sus compañeros para que la cantaran. Incluso quería que fuesen a buscar a fray Pacífico, que había sido compositor y maestro de cantores, para que fuese por el mundo con otros hermanos buenos y espirituales cantando y predicando al pueblo, diciendo: "Somos juglares de Dios y la única paga que pedimos es que viváis en verdadera penitencia". Y añadía: "¿Qué son los hermanos menores, sino juglares que deben mover los corazones, para llevarlos a las alegrías del espíritu?"

Estas alabanzas las llamó "Cántico del hermano sol" por ser la más bella criatura y la más semejante a Dios. Y decía que todos deberían alabar al Señor, al amanecer, por el hermano sol, y al anochecer, por el hermano fuego, pues "todos somos ciegos a quienes Dios ha dado la luz por medio de estas dos criaturas".

Desde entonces, cuando arreciaban los dolores, entonaba el Cántico y hacía que lo siguieran sus compañeros, de modo que, abismándose en la contemplación, se olvidase de sus males. Y así lo hizo hasta la muerte.


Amor de Francisco por todas las criaturas

Francisco nada tenía, pero en Dios creía tenerlo todo. Por su origen común llamaba "hermanas" a todas las criaturas, incluso las más pequeñas, pero se inclinaba más por aquellas que mejor reflejaban los destellos de Dios o la compasiva mansedumbre de Cristo, o alguna característica de la Orden, y aparecían como tales en las Escrituras. Y, por un misterioso influjo, ellas se plegaban a sus deseos y respondían con afecto a su amor por ellas. Era como si ya hubiese recuperado el estado de inocencia original. En casi todas las criaturas encontraba algún motivo de profunda alegría. Además del sol y el fuego, amaba el agua, símbolo de penitencia y contrición, que lava la culpa en el baño bautismo; por eso se lavaba las manos donde el agua caída no pudiera ser pisada. Caminaba sobre las piedras con temor y respeto, en recuerdo de Cristo, la "piedra angular". También amaba a los gusanos, pues había leído que se dice del Salvador: "Soy un gusano, no un hombre"; y los apartaba del camino, para que nadie los pisara. A las abejas, en invierno, les hacía servir vino o miel, para que no murieran de frío. Las hormigas le gustaban menos, por su afán de acumular; prefería a los pájaros, que no guardan para el día siguiente, pero reconocía que ellas nos enseñan a no estar ociosos. Si un hermano iba a cortar leña al bosque, le recomendaba no cortar todo el árbol, para que siguiera viviendo.

A los frailes hortelanos de la Porciúncula les pedía dejar inculto parte del terreno, para que brotaran hierbas silvestres y las hermanas flores; y pidió que tuvieran junto al huerto un hermoso jardín de plantas aromáticas, para que invitaran a quienes las vieran a alabar al Señor. La hermosura de las flores y el olor de sus perfumes le hacía volar la mente a Cristo, la "flor radiante" brotada de la raíz de Jesé para vivificar con su fragancia a miles de muertos. Predicaba a los prados floridos como si tuvieran uso de razón, y a las piedras, los bosques, las mieses y las viñas, al agua de las fuentes y a los huertos frondosos, a la belleza de los campos, a la tierra, al aire, al fuego, al viento, invitando a todos, con ingenua pureza, al amor de Dios y a ser fieles al Creador, como quien ha ha alcanzado la libertad de los hijos de Dios; y a veces se le iba el día en ello.

Francisco fue declarado por Pablo VI Patrón de los ecologistas, pero no fue un ecologista en el sentido moderno. En su tiempo, el medio ambiente no estaba en peligro, como hoy, pero sí la fe en Dios Creador. Mientras la herejía cátara de su tiempo, infiltrada de maniqueísmo dualista, predicaba que todas las cosas creadas son obra del demonio, el Santo de Asís, fiel a la fe católica y a la revelación de la Escritura, proclamaba públicamente que todas las cosas son obra de Dios, que todas son buenas y que, en cierto modo, llevan de él "significación". Tanto es así, que el mismo Hijo de Dios no tuvo reparos en asumir nuestra carne mortal, naciendo de María.


Hermano, sobre todo, de la humanidad

Si Francisco se sentía hermano de las criaturas, mucho más se sentía de aquellos que son imagen y semejanza del Creador y han sido redimidos por su Hijo. Y no se sentía amigo de Cristo si no se comprometía en favor de los hombres y mujeres salvados por él. Ponía la salvación de las almas por encima de todo, pues el Hijo de Dios dio su vida por todos en la cruz. Y todo su esfuerzo en la oración, sus correrías apostólicas y su interés por el buen ejemplo no tenía otra finalidad que esta.


Dichosos los que perdonan por amor de Dios

(Primavera-verano, 1225). Mientras Francisco yacía grave en San Damián, sucedió que el obispo Guido II excomulgó al Podestá de Asís y éste, mediante público pregón, prohibió comprar, vencer o hacer tratos con el prelado, lo que contribuyó a aumentar el rencor mutuo. "¡Qué vergüenza para nosotros -exclamó el santo al saberlo-, que nadie se preocupe por restablecer la paz y la concordia entre ambos!" Entonces se le ocurrió añadir una nueva estrofa al Cántico recién compuesto, convocó al pueblo, al podestá y al obispo a ir el obispado, y encargó a dos hermanos que les cantaran el Cántico, para que el Señor les ablandara los corazones.

Cuando el podestá oyó cantar: "Alabado seas, mi Señor, por aquellos que perdonan por tu amor, y soportan enfermedad y tribulación...", rompió a llorar y públicamente perdonó y pidió perdón al obispo, "a quien debería reconocer como a mi señor", y se arrojó a sus pies, prometiendo reparar el daño y las ofensas. El obispo, a su vez, reconoció su mal carácter y su falta de humildad, mientras ambos se fundían en un abrazo. Aquella reconciliación les pareció a todos un verdadero milagro.

Las causas de la discordia no eran puramente personales. El Podestá, en rebeldía contra el Papa, había reanudado la alianza con los nobles perusinos y ya empezaba a tomar medidas para un conflicto armado que se veía venir. Por eso recayó sobre él la excomunión del obispo. La intervención de Francisco, por tanto, evitó una nueva guerra contra la ciudad vecina.

Este es sólo un botón de muestra de la labor pacificadora que Francisco y sus hermanos realizaron en aquella Italia revuelta y enfrentada en dos facciones, la de los güelfos contra los gibelinos, y es por eso por lo que todos lo consideran "el Santo de la Paz".


(Fratefrancesco.org - Fr. Tomás Gálvez)

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