Fiesta: 8 de noviembre.
Reconocimiento del culto:
Juan Pablo II, 20 de marzo de 1993
Nacimiento: Escocia,
hacia 1265
Muerte: Colonia
(Alemania), 8 de noviembre de 1308
Orden: Hermanos
Menores (Minoritas).
Carta de los Ministros Generales de las cuatro
órdenes franciscanas, con motivo del reconocimiento del
culto del beato Juan Duns Scoto (6 de enero de 1993)
El 20 de marzo de 1993, el Santo Padre Juan Pablo II
presidirá en la Basílica de San Pedro en el Vaticano una
solemne celebración durante la cual le serán concedidos
los honores litúrgicos al Beato Juan Duns Escoto. Este
acontecimiento señala un momento de gracia singular para
toda la Orden Franciscana, que venera al Beato Juan Duns
Escoto como esclarecido ejemplo de santidad y profundo
maestro de doctrina.
La celebración es tanto más significativa, cuanto
que la Orden Franciscana, consciente de su vocación
apostólica, en virtud de la Regla y del mandato recibido
de la Iglesia, se encuentra empeñada en el mundo de hoy
en una nueva evangelización a las puertas del tercer
milenio. Duns Escoto estaba firmemente convencido de que
el hombre, creado por el amor infinito de Dios, como
«alabanza y gloria de Cristo» (Ef, 1,2), anhela
incesantemente llegar al conocimiento de la verdad
mediante la búsqueda apasionada de Dios, convencido de
que «con el paso de las generaciones humanas crece cada
vez más el anuncio de la verdad» (J. Duns Escoto,
Ordinatio, IV, d. 1, q. 3, n. 8; Ed. Vivès, XVI 136a).
Al daros esta gozosa noticia y presentaros la figura
del nuevo beato, no podemos menos de recordaros las
palabras con las que el Ministro general de los Frailes
Menores, Fr. Gonzalo de España, presentó en 1304 al
entonces laureando de la universidad de París, Juan Duns
Escoto: «De su vida laudable, de su excelente saber, de
su sutilísimo ingenio y de sus demás cualidades
insignes, estoy plenamente informado, en parte por larga
experiencia personal, y en parte por su fama, que se ha
esparcido por doquier» (Denifle-Chatelain, Chartularium
Universitatis Parisiensis, II, 117-118).
Su «saber», su «inteligencia» y su «vida digna de
elogio» han continuado ejerciendo su influencia, a lo
largo de los años y de los siglos, en la Orden, en la
Iglesia y en las culturas, que han puesto de relieve su
testimonio y sus escritos. Cuanto leemos en el Decreto
de Confirmación del culto, del 6 de julio de 1991, es el
reconocimiento de que su luz no era la de un relámpago,
sino la de una estrella que «brillará por siempre»:
«"Los sabios brillarán como el fulgor del firmamento, y
los que enseñaron a muchos la justicia, como las
estrellas, por toda la eternidad" (Dn 12, 3). El siervo
de Dios Juan Duns Escoto sobresale entre los grandes
Maestros de la doctrina escolástica por el papel
excepcional que representó en la filosofía y en la
teología. En efecto, él brilló especialmente como
defensor de la Inmaculada Concepción y eximio defensor
de la suprema autoridad del Romano Pontífice. Además,
con su doctrina y sus ejemplos de vida cristiana,
gastada enteramente en la prosecución de la gloria de
Dios, ha atraído a no pocos fieles, a lo largo de los
siglos, al seguimiento del divino Maestro y a caminar
más expeditamente por la vía de la perfección
cristiana».
En vida, pues, estuvo circundado por la fama de
virtud y santidad: fama que fue aumentando y
consolidándose después de su muerte, tanto en Colonia
como en otras ciudades. Aunque la fama de santidad se
haya difundido, enriquecida con testimonios de culto,
inmediatamente después de la muerte y no ha disminuido
desde entonces, sin embargo la Divina Providencia ha
dispuesto que sean nuestros tiempos los bienhadados
testigos de su glorificación, ya sea mediante el
reconocimiento del culto que recibe desde tiempo
inmemorial y de sus virtudes heroicas que refulgen en la
santa Iglesia, ya sea mediante la solemne concesión de
los honores litúrgicos de la Iglesia.
El Beato Juan Duns Escoto nació en Escocia hacia el
año 1265. Su familia era devota de los hijos de San
Francisco de Asís, los cuales, imitando a los primeros
predicadores del Evangelio, llegaron a Escocia desde los
comienzos de la Orden. Hacia el año 1280 fue admitido en
la Orden de los Frailes Menores por su tío paterno,
Elías Duns, vicario de la recién creada Vicaría de
Escocia. En la Orden Franciscana perfeccionó su
formación y la vida espiritual, amplió la propia
cultura, dotado como estaba de una viva y aguda
inteligencia. Ordenado sacerdote el 17 de marzo de 1291,
fue enviado a París para completar los estudios. Por sus
eximias virtudes sacerdotales le fue encomendado el
ministerio de las confesiones, tarea que entonces gozaba
de gran prestigio. Obtenidos los grados académicos en la
universidad de París, dio comienzo a su docencia
universitaria, que tuvo por escenario las ciudades de
Cambridge, Oxford, París y Colonia. Obsecuente con el
querer de San Francisco, que en su Regla (2 R 12) había
prescrito a sus frailes que obedecieran plenamente al
Vicario de Cristo y a la Iglesia, rehusó la invitación
cismática de Felipe IV, rey de Francia, contrario al
papa Bonifacio VIII. Por este motivo fue expulsado de
París. Al año siguiente, sin embargo, pudo volver a esta
ciudad y reemprender la enseñanza tanto de filosofía
como de teología. Después fue enviado a Colonia, donde
le sorprendió de improviso la muerte el 8 de noviembre
de 1308, cuando estaba dedicado a la vida regular y a la
predicación de la fe católica. Resplandeció hasta el
final de sus días como un fiel servidor de aquella
verdad que había sido su alimento espiritual cotidiano.
La había asimilado con la mente, en la meditación, y la
había difundido eficazmente con su palabra y sus
escritos, revelándose un consumado maestro de
inteligencia tan ardiente como sorprendente.
Juan Duns Escoto, convencido de que «el primer acto
libre que se encuentra en el conjunto del ser es un acto
de amor» (E. Gilson, Jean Duns Scot. Introduction à ses
positions fondamentales, Études de Philosophie Médiévale,
42, París 1952, 577), mostró una destacada aptitud y una
predilección extraordinaria por la vocación y la
singular forma de vida sencilla y transparente del
seráfico Padre San Francisco: a ésta dirigía sus
intenciones e ideales congénitos, que lo llevaron a
centrar en Jesucristo todos sus pensamientos y sus
afectos, y a desarrollar un profundo y sincero amor a la
Iglesia, que perpetúa su presencia y nos hace participar
en su salvación. Utilizando sabiamente las cualidades
recibidas como don de Dios desde su nacimiento, fijó los
ojos de su mente y los latidos de su corazón en la
profundidad de las verdades divinas, redundando de plena
alegría, propia de quien ha encontrado un tesoro. En
efecto, subió cada vez más alto en la contemplación y en
el amor de Dios. Con la humildad propia del hombre
sabio, no se apoyaba en sus propias fuerzas, sino que
confiaba en la gracia divina que pedía a Dios con
ferviente oración.
La teología alimentaba su vida espiritual y, a su
vez, la vida espiritual consolidaba su teología. Así,
iluminado por la fe, sostenido por la esperanza e
inflamado por la caridad, vivió en íntima unión con
Dios, «Verdad de verdades»: «Oh Señor, Creador del mundo
-pedía Duns Escoto en el exordio del De primo Principio,
una de las obras de metafísica mejor articuladas de la
cristiandad-, concédeme creer, comprender y glorificar
tu majestad y eleva mi espíritu a la contemplación de
Ti». Con su «ardiente ingenio contemplativo» se dirigía
a Aquel que es «Verdad infinita y bondad infinita»,
«Primer eficiente», «el Primero, que es fin de todas las
cosas», «el Primero en sentido absoluto, por eminencia»,
«el Océano de toda perfección» y «el Amor por esencia» (cf.
Alma Parens, A.A.S., 1966, p. 612). De Dios, el Ser
primero y total, infinito y libre, lo amaba todo y
deseaba conocerlo todo. De ahí su perspicaz especulación
puesta al servicio de una atenta escucha de la
revelación que Dios hace de sí mismo en el Verbo eterno:
para conocer a Dios, al hombre, el cosmos y el sentido
primero y último de la historia.
En la historia de la reflexión cristiana se impuso
como el Teólogo del Verbo encarnado, crucificado y
eucarístico: «Digo, pues, como opinión mía -escribía a
propósito de la presencia universal del Cuerpo
eucarístico de Cristo en cualquier parte del espacio y
del tiempo cósmico-, que ya antes de la Encarnación y
antes de que "Abrahán existiese", en el origen del
mundo, Cristo pudo haber tenido una verdadera existencia
temporal en forma sacramental... Y si esto es así, se
sigue de ahí que la Eucaristía pudo haber existido antes
de la concepción y de la formación del Cuerpo de Cristo
en la purísima sangre de la Bienaventurada Virgen» (Reportatio
parisiensis, IV, d. 10, q. 4, n. 6.7; Ed. Vivès XVII,
232a. 233a).
El Beato Juan Duns Escoto, desarrollando la doctrina
de la Predestinación absoluta y del Primado universal de
Jesucristo, despliega su visión teológica, anticipando
en cierto modo la teología de la Iglesia de nuestros
tiempos: «El Verbo de Dios, por quien todo fue hecho, se
encarnó a fin de salvar, siendo Él hombre perfecto, a
todos los hombres, y para hacer que todas las cosas
tuviesen a Él por cabeza. El Señor es el término de la
historia humana, el punto hacia el cual convergen los
deseos de la historia y de la civilización, el centro
del género humano, el gozo de todos los corazones y la
plena satisfacción de todos sus deseos. Él es aquel a
quien el Padre resucitó de entre los muertos, ensalzó e
hizo sentar a su derecha, constituyéndolo juez de los
vivos y de los muertos. Vivificados y congregados en su
Espíritu, peregrinamos hacia la consumación de la
historia humana, que corresponde plenamente a su
designio de amor: "Recapitular en Cristo todas las cosas
del cielo y de la tierra" (Ef 1,10)» (Concilio Vaticano
II, Constitución «Gaudium et Spes», n. 45). De la
autorrevelación de Dios en el Verbo, la revelación del
misterio del hombre: «En realidad, el misterio del
hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo
encarnado... Cristo, el nuevo Adán, en la misma
revelación del misterio del Padre y de su amor,
manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le
descubre la sublimidad de su vocación... En Él, la
naturaleza humana asumida, no absorbida, ha sido elevada
también en nosotros a dignidad sin igual. El Hijo de
Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con
todo hombre» (Gaudium et Spes, n. 22).
La verdad filosófica, en fin, que él persiguió en la
sólida y rigurosa confrontación con la opinión de los
antiguos y de sus contemporáneos constituye incluso hoy,
por reconocimiento universal, una mies abundante de
intuiciones, soluciones y propuestas de pensamiento,
cuya riqueza y fecundidad no han sido descubiertas aún
por entero. Sin embargo, nos es clara la lección de su
método: sus recorridos especulativos los ha puesto al
servicio de la inteligencia de la fe, de la verdad
teológica de que se alimenta el hombre mientras está «in
via». «No existe una síntesis metafísica de Duns Escoto
-anotaba E. Gilson (Jean Duns Scot, 339)-; o, si existe
alguna, no constituye la visión global del mundo que le
fue propia. La única síntesis que Duns Escoto concibió
es una síntesis teológica, en cuyo centro se sitúa la
afirmación de San Juan: "Dios es Amor" (1 Jn 4,16)».
El papa Pablo VI, en la Carta Apostólica Alma Parens,
dirigida a los obispos de Inglaterra, de Gales y de
Escocia, el 14 de julio de 1966, con motivo del VII
Centenario del nacimiento de Juan Duns Escoto, trazaba
un perfil lúcido del pensador franciscano al que
proponía como Maestro del pensamiento cristiano: «Junto
a la majestuosa catedral de Sto. Tomás de Aquino está,
entre otras, aquella digna de honor -aunque diferente
por su mole y estructura- que elevó al cielo sobre bases
firmes y con atrevidos pináculos la ardiente
especulación de Juan Duns Escoto. El espíritu y el ideal
de San Francisco de Asís subyacen y arden en la obra de
Juan Duns Escoto, en la que éste hace aletear el
espíritu seráfico del Patriarca de Asís, subordinando el
saber al vivir. Afirmando la preeminencia de la caridad
sobre cualquier ciencia, el primado universal de Cristo,
obra maestra de Dios, glorificador de la Santísima
Trinidad y Redentor del género humano, Rey en el orden
natural y sobrenatural, a cuyo lado refulge con original
belleza la Virgen Inmaculada, Reina del universo, hace
que las ideas soberanas de la Revelación evangélica
ocupen el vértice supremo, particularmente lo que San
Juan Evangelista y San Pedro Apóstol vieron descollar en
grado eminente en el plan divino de la salvación».
El papa Pablo VI invitaba a «honrar la memoria del
Doctor Sutil y Mariano por su vida, tanto especulativa
como moral y práctica», augurando «un renovado interés
por la historia de la teología, especialmente la
escolástica, con la ferviente aspiración de una
investigación serena y sistemática realizada a norma de
arte». «Estamos íntimamente persuadidos -añadía- de que
especialmente del tesoro intelectual de Juan Duns Escoto
se podrán sacar armas refulgentes para combatir y alejar
la nube negra del ateísmo que ofusca nuestra época».
Además, el mismo Pablo VI ponía en evidencia otro
aspecto del pensamiento de Escoto que nos complace
resaltar y proponerlo aquí a vuestra consideración: el
Beato Juan Duns Escoto sigue siendo para nosotros
maestro de «un diálogo serio, que tenga como base el
Evangelio y las antiguas tradiciones comunes, y que
pueda conducir a aquella unidad en la verdad por la que
ha orado Cristo. Bien puede dar él al diálogo... aquel
espíritu seráfico que atribuye la hegemonía a la
caridad. Él indaga y examina los desarrollos del
conocimiento con cuidadoso método crítico, con la mirada
fija en los principios generadores, y con sereno juicio
propone sus deducciones, movido, como dijo de él Juan de
Gerson, no por la contenciosa singularidad de vencer,
sino por la humildad de encontrar un acuerdo».
Por tanto, la riqueza y fecundidad del pensamiento
de Escoto dependen del hecho de que él se mostró
respetuoso para con la libertad de los interlocutores.
Pensar era para él como un dialogar, donde no se mira
tanto a la afirmación del propio punto de vista, cuanto
a hacer aflorar y aceptar la verdad doquiera ésta se
encuentre. «Para entablar estos serenos coloquios entre
las Confesiones cristianas -declaraba Pablo VI-, la
doctrina de Escoto podrá ofrecer un entramado áureo con
su ingenio ágil y fecundo no menos que con su sabiduría
práctica». Y daba la razón: «Fue, en efecto, un teólogo
que construye porque ama, y ama con un amor concreto que
es praxis, como lo define él mismo: "Se ha demostrado
que el amor es verdaderamente praxis" » (Ordinatio, prol.,
n. 303; Ed. Vat. I, 200).
Para nosotros, franciscanos, el Beato Juan Duns
Escoto sigue siendo un testigo y un profeta. Que su
espíritu y su obra de hijo del Pobrecillo de Asís
revivan en nuestro tiempo: en el diálogo entre creyentes
y no creyentes, en el diálogo entre católicos y no
católicos, en el diálogo entre evangelización y
culturas. En la centralidad de Cristo la centralidad del
hombre, en la centralidad del hombre la centralidad de
la libertad «ut voluntas», «ut praxis»: para que de la
contemplación de la caridad de Dios se llegue a la
evangelización testimonial de la caridad. Que el
testimonio del Beato Juan Duns Escoto sea para nosotros
un modelo vívido de vida evangélica y que de su
pensamiento podamos sacar inspiración para nuestra
profecía, en nuestro convulsionado tiempo que reclama
testigos y profetas.
Con motivo de las fiestas natalicias nos es grato
volver nuestra atención a aquella imagen iconográfica
que representa al Beato Juan Duns Escoto disponiéndose a
escribir su especulación sobre el Verbo encarnado,
prefiriendo abundar en la alabanza a decir poco de él:
contempla y recibe inspiración del Verbo encarnado que
se le aparece en la forma de un Niño que lo acaricia
suavemente, mientras la Virgen invoca sobre él, cantor
de la Inmaculada Concepción, los ríos de la sabiduría
divina (cf. B. Gutwein, en M. Panger, Theologia iuxta
Duns Scoti, Augusta 1732). Os expresamos nuestro más
ardiente deseo de que tal actitud pueda ser también la
nuestra: acoger al Verbo encarnado en el pensamiento, en
los sentimientos, en la alabanza y en la vida.
Roma, 6 de enero de 1993, Solemnidad de la Epifanía
del Señor.
Fr. Hermann Schalück, Ministro general OFM
Fr. Lanfranco Serrini, Ministro general OFMConv
Fr. Flavio R. Carraro, Ministro general OFMCap
Fr. José Angulo Quilis, Ministro general TOR
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