Extracto del artículo de Alfonso Pompei, OfmConv.
: Giovanni Duns Scoto e l'Immacolata Concepzione
Revista: Commentarium OFMConv, Roma, 102 (2005),
130-150
Traducción: Fr. Tomás Gálvez
El Beato Juan Duns Escoto, Doctor Sutil y Mariano,
sigue siendo en la historia de la mariología el gran
teólogo medieval que, oponiéndose a la opinión
normalmente mantenida por sus contemporáneos, fue el
primero en demostrar no sólo la posibilidad teológica de
la "Concepción inmaculada de María, sino que, además,
aportó razones válidas de conveniencia para defender en
María la efectiva y total exención de pecado original
querida por Dios en previsión de los méritos redentores
de su hijo Jesús. Por tanto, históricamente hablando,
fue decisivo el influjo de Escoto a favor de la
progresiva concreción y difusión de esta doctrina en la
Iglesia y para el triunfo dogmático de este privilegio
mariano en 1854, por obra de Pío IX. Hoy todos admiten
la actualidad de sus argumentos teológicos a favor del
dogma de la Inmaculada Concepción.
Para los teólogos de la escuela franciscana, la
Encarnación del Verbo es la "obra máxima, la obra
maestra absoluta de la Santísima Trinidad" (summum opus
Trinitatis). Dios la quiso por sí misma, por su
intrínseca bondad suma; es decir, la quiso de manera
absoluta, sin estar condicionada al probable pecado de
Adán. En ese sentido -sostienen los seguidores de
Escoto- Aunque Adán no hubiese pecado, el Verbo Divino
se habría encarnado. La Santísima Trinidad,
efectivamente, al decretar la difusión de su Amor fuera
de sí mediante la creación, ha querido, ante todo, la
Encarnación del Hijo, y todo el resto de la creación lo
ha querido porque ha querido la Encarnación. Y -añaden
los franciscanos- con el mismo e idéntico decreto con el
que ha querido incondicionalmente la Encarnación del
Hijo, ha querido también a Aquella que debía ser la
Madre del Verbo Encarnado. Dicho con otras palabras:
Dios ha querido a la criatura sumamente amada por él,
María, antes y más que a cualquier otro ser creado; la
ha querido en el instante mismo en que ha querido la
Encarnación del Verbo; la ha querido porque ha querido
al Verbo Encarnado y, por tanto, la ha querido también
independientemente del probable pecado de Adán.
Pero ahora, después del pecado original y la
consiguiente decadencia moral que arrastra como una
avalancha a todo el género humano a través de los
siglos, el Verbo Encarnado es también, de hecho, el
Redentor de todos los hijos de Adán. Pero María
-sostiene Escoto-, aún siendo hija de Adán y Eva
pecadores, no obstante, habiendo sido elegida y querida
por Dios como Madre del Verbo Encarnado, no fue redimida
simplemente como los demás seres humanos, sino que, por
voluntad divina, fue redimida perfectísimamente. De
hecho, fue sumamente conveniente que, en cuanto Madre de
Dios, desde el primer instante de su existencia en el
seno materno fuese llenada de gracia santificante, es
decir, fuese preservada totalmente del pecado original,
en previsión de los méritos redentores del Hijo. Ahora
bien, como veremos, para Escoto es sumamente conveniente
que esta perfectísima redención de María en virtud de
los méritos del Hijo redentor, consista en su Concepción
Inmaculada, o sea, en su total preservación de la
contradicción del pecado original desde el primer
instante de existencia de su alma bendita.
Como se verá, pues, la divina maternidad de María no
es sólo la clave del misterio de Cristo y su corolario,
sino que es también la matriz de toda la existencia
santísima de María desde su concepción hasta su gloriosa
asunción al cielo. De hecho, esta maternidad divina,
definida dogmáticamente por el Concilio de Nicea (en el
325 d.C.), implica todos los demás gloriosos títulos
marianos que, a partir de tal maternidad divina, han
sido concretados y desarrollados por la tradición
post-nicena a través de los siglos. Como es sabido, de
esta maternidad divina deriva también la presencia en
Francisco y en sus hijos (teólogos y no teólogos) de
ciertos títulos reservados a María y especialmente
amados por la espiritualidad franciscana: señora y
reina, abogada y madre espiritual de los creyentes,
mediadora de las gracias merecidas para nosotros por
Cristo y por su compañera en la redención, y, por tanto,
"Virgen hecha Iglesia". Estas mismas consideraciones
teológicas explican también la profunda contemplación y
reflexión teológica del Doctor Seráfico san
Buenaventura, a propósito de la excelsa santidad y
pureza de María que, con las debidas diferencias, él
pone en un cierto paralelismo con la santidad misma de
Cristo. Escoto, a su vez, como ahora veremos, tomará
impulso precisamente de esta consideración de la
santidad y pureza de la Madre de Dios y de los hombres
para formular sus argumentos teológicos a favor de su
Inmaculada Concepción. A decir suyo, en efecto, este
privilegio singular reservado a María se explica
fundamentalmente como privilegiada y perfectísima
redención de la Madre por parte del Hijo Redentor.
¿En qué sentido, pues, podemos afirmar que Escoto
fue el primero en elaborar una doctrina favorable a la
Inmaculada Concepción que, obviamente, no sin
dificultades iniciales (de las que hablaremos en estas
páginas), fue acogida cada vez más explícitamente por la
Iglesia en base a sus argumentos? Tratándose de una
cuestión histórico-teológica, la respuesta tendrá que
tener en cuenta, en primer lugar, de las resistencias
que se oponían a este privilegio mariano, en especial
por parte de los teólogos de los siglos IX-XII, cuyas
resistencias fueron también adoptadas, comúnmente, por
los escolásticos del siglo XIII (hasta los tiempos de
Escoto)...
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