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Fray Juan Pascual y la custodia de Descalzos de San JoséLa historia de la Reforma franciscana de los frailes Descalzos o del Capucho no terminó en 1517, con la incorporación a la Orden de los Hermanos Menores de la Observancia de las custodias guadalupanas de San Gabriel y la Piedad (ver tema anterior). Ese mismo año, antes que depender de ellos, el descalzo fray Juan Pascual, al igual que otros muchos, prefirió emigrar a los Hermanos Menores Conventuales, y obtuvo más tarde el permiso del Ministro general para recibir en su compañía a todos los conventuales que quisieran seguirlo en su mismo género de vida. El eremitorio fundado para este fin en Galicia no obtuvo el éxito esperado. Pero a partir de 1541, gracias a un breve pontificio que le permitía recibir a observantes y miembros de otras órdenes mitigadas en su agrupación de Conventuales reformados, las cosas se volvieron más favorables. En poco tiempo pudo contar con cuatro casas, habitadas en su mayoría por religiosos descalzos procedentes de la provincia de San Gabriel. En 1553 moría fray Juan Pascual, y los conventos de su reforma se convertían en 1559 en la Custodia de San José.San Pedro de Alcántara y la Provincia descalza o alcantarina de San JoséEntre los Descalzos que se pasaron a la nueva custodia se encontraba el austerísimo Pedro de Alcántara, ex-provincial de la custodia descalza de San Gabriel, a quien el Ministro general conventual nombraría más tarde Comisario general de los Conventuales reformados. En Portugal, mientras tanto, fray Martín de Benavides (+1546) iniciaba en 1539 su austerísima custodia de la Arrábida, encauzada también por Pedro de Alcántara de 1542 a 1544. Será el mismo San Pedro en los últimos años de su vida, en el Capítulo celebrado en el Palancar el 2 de febrero de 1561, quien eleve su custodia al rango de provincia dependiente del general conventual. Pero en 1563, poco después de la muerte de San Pedro, el papa Pío IV, por presiones de los observantes, obligará a los Descalzos o alcantarinos de Extremadura y Portugal a someterse a la autoridad de su ministro general, aún conservando sus propios estatutos y manera diferente de vestir.El decreto del papa San Pío V renovando la disposición de León X de 1517, por la que se suprimían las denominaciones y usos particulares dentro de la Orden de los Hermanos Menores de la Observancia, no sirvió de nada. La reforma de los Descalzos, conocida también ahora como de Alcantarinos, gracias al apoyo de nuevas concesiones pontificias se fue extendiendo y afianzando, y adquiriendo cada vez mayor personalidad, sobre todo desde que la provincia de San José se hizo cargo de la misión en Filipinas. En 1578, Gregorio XIII prohibía al ministro general intervenir en los asuntos internos de la provincia de San José, y autorizaba a los observantes a pasarse a los descalzos. Las provincias filiales, así como las de la Arrábida, la Piedad y San Gabriel, siguieron el ejemplo de la de San Jose.Animados por el ejemplo de los descalzos agustinos y carmelitas, lograron que se les permitiera tener un vicario general propio, así como el derecho a celebrar capítulos generales. El decreto pontificio, sin embargo, quedó sin efecto, por deseo expreso de la mayoría de los Descalzos, que se contentaron con tener un procurador general en Roma y otro en Madrid. En 1621 obtuvieron de Gregorio XV un vicario general casi independiente, con definitorio y con derecho a capítulo. Pero, tres años después, Urbano VIII anulaba las concesiones de su predecesor. Pero este mismo papa, en 1642, uniformaba todas las provincias descalzas dándoles unas constituciones propias que los eximían de las constituciones generales de toda la Orden, y de la autoridad del Comisario general ultramontano, quedando de ese modo sometidos únicamente al Ministro general.En la residencia común de San Isidro en Roma, cada provincia mantenía su propio procurador y, no obstante la primacía de la provincia de San José, jamás se logró la plena unificación de la exuberante reforma descalza o alcantarina, que se propagó por España, Portugal, Indias Occidentales y Orientales e Italia. Los frutos de santidad (ver Santos y beatos descalzos) y el impulso evangelizador de esta reforma demuestran hasta qué punto el eremitismo, tentación de todo reformador, puede ser venero de renovadas energías vitales y de acción desbordante.Fr. Tomás Gálvez - Fratefrancesco.org
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