De esta carta se conserva la copia que envió a fray
Gregorio de Nápoles, ministro de Francia. A pesar de su
extensión y de estar cargada de alegorías y citas
bíblicas, al gusto de la época, su lectura transmite aún
hoy toda emoción y los sentimientos que la inspiraron en
su momento, aparte de ser un documento excepcional y de
primera mano en lo concerniente a la muerte del Santo y
a las cinco llagas que adornaron su cuerpo durante dos
años.
Al querido hermano en Cristo fray Gregorio, ministro
de los hermanos que están en Francia, y a todos los
hermanos suyos y nuestros, un saludo de fray Elías
pecador.
Antes de empezar a hablar, un gemido, y con razón:"mi
gemido es como aguas desbordantes, porque nos ha llegado
lo que temíamos, a mi y a vosotros; y lo que me aterraba
me ha sobrevenido, a mi y a vosotros. Porque se ha
alejado de nosotros el consolador; el que nos llevaba en
brazos como corderos se ha marchado a una región lejana.
El amado de Dios y de los hombres, el que enseñó a Jacob
el camino de la vida y de la disciplina y entregó a
Israel un testamento de paz, ha sido recibido en las
mansiones luminosísimas.
Mucho habrá que alegrarse por él y dolerse por
nosotros, que sin él, estamos rodeados de tinieblas y
nos cubren las sombras de la muerte. El daño es para
todos, pero para mí es un peligro particular, pues me ha
dejado en medio de esas tinieblas, rodeado de múltiples
ocupaciones y oprimido por males sin cuento. Por tanto
os ruego que lloréis conmigo, hermanos, porque yo mucho
lloro y sufro por vosotros, ya que somos huérfanos sin
padre y privados de la luz de nuestros ojos.
La presencia del hermano y padre nuestro Francisco era,
en verdad, luz verdadera, no sólo para los que estábamos
cerca, sino también para los que estaban alejados de
nosotros por profesión y vida. Era, en efecto, una luz
procedente de la verdadera luz , que iluminaba a los que
yacían en sombras de muerte, para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz. Como auténtica luz luz
meridiana eso es lo que hizo. El sol que nace de lo alto
iluminaba su corazón y encendía su voluntad con el fuego
del amor, predicando el reino de Dios y convirtiendo los
corazones de los padres a los hijos, y el de los
imprudentes a la prudencia de los justos, y en todo el
mundo preparó para Dios un pueblo nuevo.
Su nombre se ha divulgado hasta en las islas lejanas y
toda la tierra se maravilla por sus obras admirables.
Por eso, hijos y hermanos, no queráis entristeceros en
exceso, porque Dios, padre de huérfanos, os consolará
con su santa consolación. Y si lloráis, hermanos, llorad
por vosotros mismos, no por él. Pues nosotros, en medio
de la vida, vivimos en la muerte, mientras él ha pasado
de la muerte a la vida. Y alegraos, porque antes de
separarse de nosotros, como otro Jacob, ha bendecido a
todos sus hijos y ha perdonado todas las culpas que
cualquiera de nosotros hubiese cometido o pensado contra
él.
Y ahora os anuncio un gran gozo y un nuevo milagro. El
mundo no ha conocido un signo tal, a no ser en el Hijo
de Dios, que es Cristo el Señor.
No mucho antes de su muerte, el hermano y padre nuestro
apareció crucificado, llevando en su cuerpo cinco llagas
que son, ciertamente, los estigmas de Cristo. Sus manos
y sus pies estaban como atravesadas por clavos de una a
otra parte, cubriendo las heridas y del color negro de
los clavos. Su costado aparecía traspasado por una lanza
y a menudo sangraba.
Mientras su alma vivía en el cuerpo no había belleza en
él, sino un rostro despreciable, y ninguno de sus
miembros quedó sin sufrimientos. Sus miembros estaban
rígidos por la contracción de los nervios, como sucede
con los difuntos, pero después de su muerte su aspecto
se volvió hermosísimo, resplandeciente de un candor
admirable, agradable a la vista. Y sus miembros, que
antes estaban rígidos, se volvieron blandos como los de
un niño tierno, pudiéndose doblar a un lado u otro,
según su posición.
Por tanto, hermanos, bendecid al Dios del cielo y
proclamadlo ante todos, porque ha sido misericordioso
con nosotros, y recordad a nuestro padre y hermano
Francisco, para alabanza y gloria suya, porque lo ha
engrandecido entre los hombres y lo ha glorificado
delante de los ángeles. Rezad por él, como antes nos
pidió, e invocadlo para que Dios nos haga participes con
él de su santa gracia. Amén.
Nuestro padre y hermano nuestro Francisco marchó con
Cristo el domingo cuatro de octubre, en la primera hora
de la noche anterior (n. del t.: la noche del sábado de
1226).
Vosotros, pues, queridos hermanos a los que lleguen
estas letras, privados de del consuelo de tal padre,
demos rienda suelta a las lágrimas, siguiendo los pasos
del pueblo israelita, cuando lloraba por sus célebres
guías Moisés y Aarón. Pues, si es acto de piedad
alegrarse con Francisco, también lo es llorar por
Francisco. Es piadoso alegrarse con Francisco, pues él
no ha muerto, sino que ha marchado a los mercados del
cielo, llevando consigo la bolsa del dinero, y regresará
por la luna llena. Es piadoso llorar por Francisco,
porque quien entraba y salía como Aarón, trayéndonos de
su tesoro de lo viejo y de lo nuevo y consolándonos en
toda tribulación nuestra, ha sido arrebatado de entre
nosotros y ahora somos huérfanos de padre.
Mas, porque está escrito: "En ti se confía el pobre, tú
eres protector de huérfanos". Por eso, queridos hermanos
todos, orad insistentemente para que, aunque el pequeño
cántaro de barro se haya roto en el valle de los hijos
de Adán, el Señor, que es el gran alfarero, se digne
moldear otro digno de honor, que esté sobre la multitud
de nuestra gente y, cual verdadero Macabeo, nos preceda
en la batalla.
Y, puesto que no es superfluo rezar por los difuntos,
orad al Señor por su alma. Cada sacerdote diga tres
Misas, cada clérigo el salterio, los legos cinco
Padrenuestros, los clérigos celebren la vigilia
solemnemente, en común. Amén.
Fray Elías pecador.
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