La crisis - Gobernar con el ejemplo

Vida de san Francisco de Asís

   
   

 

El polémico capítulo "de los vicarios"

(17 de mayo, 1220). El martirio que Francisco no logró en Egipto lo encontrará al regresar a Italia. Antes de partir había dejado en su lugar a dos vicarios, fray Mateo de Narni y fray Gregorio de Nápoles, uno con la misión de visitar a los hermanos y lugares de la provincia umbro-toscana, y el otro encargado de recibir a los nuevos candidatos en la Porciúncula. Estos, sin embargo, se excedieron en sus atribuciones, convocando un capítulo con la sola participación de los ministros y de algunos frailes "más ancianos" o expertos, cuando la norma era la asistencia de todos los religiosos. Debió de ser este capítulo el que decidió la creación de la nueva provincia de Provenza, y el que autorizó a fray Felipe Longo a ponerse al frente de los monasterios de damianitas, aún sabiendo che Francisco no quería la intromisión de los frailes en los monasterios de monjas, salvo el de San Damián. Por otra parte, el ministro de Lombardía y Romaña, Pedro de Juan de Staccia había abierto una escuela en Bolonia, se dice que para rivalizar con los dominicos, que habían abierto una en 1219.Los vicarios se atrevieron también a introducir enmiendas en la regla, como la relativa al ayuno de los frailes. Para colmo, fray Juan de Compello había abandonando la orden para fundar otra, llegando incluso a solicitar al papa su aprobación, a pesar de la prohibición del Concilio Lateranense IV.


Regreso precipitado de Francisco a Italia

(agosto-septiembre, 1220). Tales novedades introducidas durante la ausencia de san Francisco fueron motivo de polémicas y disgustos, y muchos se resistieron a acatarlas, lo que les valió severos castigos, mientras otros desertaban, como fray Esteban, compañero del santo entre 1217 y 1219, el cual, indignado por lo que estaba sucediendo, se fue a Oriente, a contar lo sucedido a Francisco. Y aunque éste pareció tomárselo con ironía, lo cierto es que regresó a Italia un año antes de lo previsto, con el ministro de Oriente fray Elías, fray Pedro Cattanei,  fray Cesáreo de Spira y otros, dejando allá sólo a unos cuantos frailes, con fray Lucas de Puglia al frente de ellos. 


Los males incurables de Francisco y de la Orden

(agosto-septiembre, 1220). Francisco desembarcó en Venecia, en una de cuyas islas (San Francesco al deserto) se cuenta que compitió con una bandada de pájaros a la hora de recitar el oficio divino. Las charcas y el calor de Egipto comprometieron para siempre la salud del santo, que volvía afectado de malaria y de una infección ocular que lo dejará prácticamente ciego al final de su vida. Tan mal estaba, que tuvo que hacer el viaje a lomos de un borriquillo, acompañado por fray Leonardo de Asís, a quien dió una gran lección de humildad.

Bolonia era paso obligado y allí estaba el ministro Pedro Staccia, de quien cuenta Angel Clareno que Francisco fue a buscarlo y lo maldijo, por querer destruir la orden. Alguien podrá escandalizarse, pero la realidad es esa. Sus principales biógrafos dicen que "maldecía a quienes con su mal ejemplo eran motivo para que la gente hablase mal de la orden" y destruían lo que el Señor había edificado y no dejaba de edificar por medio de los santos hermanos. Por la misma razón maldijo también a fray Felipe Longo, diciendo: "Hasta ahora la llaga estaba en la carne y había esperanza de curación, pero ahora ha calado hasta los huesos y será prácticamente incurable".


Recurso al papa e introducción del noviciado

(Septiembre, 1220). Francisco no se dirigió a Asís, sino que se fue Viterbo, donde residía entonces el papa Honorio III con la curia, para solicitarle que permitiera al cardenal Hugolino ayudarle a resolver los problemas surgidos. El cardenal revocó enseguida las concesiones otorgadas a fray Felipe, y fray Juan de Compello y sus secuaces fueron expulsados de la curia sin contemplaciones. Como medida de prudencia, el papa concedió a Francisco la bula "Cum secundum" por la que se introducía en la orden lo que ya era habitual en otras congregaciones: un año de noviciado antes de la profesión, prohibiendo además el abandono de la orden o el cambio de obediencia.


Trato con mujeres

(septiembre, 1220. extenuado por la enfermedad y el exceso de ayuno, desanimado y preocupado, Francisco pasó por Bevagna, de regreso a Asís, donde le salió al encuentro la madre de un religioso, acompañada de otra hija también consagrada, probablemente como penitente. Pero el santo no miró a la joven en nungún momento, pues decía al compañero: "¿Quién no tiene reparos en mirar a una esposa de Cristo?". Seguramente pensaba en fray Felipe y en otros religiosos amigos de conversar con vírgenes consagradas. El era del parecer que hay que ser muy prudentes, pues es difícil, decía, caminar entre brasas y no quemarse los pies (Prov. 6, 28). Por eso se esforzaba en predicar con el ejemplo, evitando seguir la conversación de mujeres demasiado habladoras, o hablándoles en voz alta y clara, de manera que todos lo oyesen. Al final de su vida confesará que, si las mirase a la cara, sólo reconocería a su madre y a "madonna" Clara, a quien llamaba "cristiana" para evitar llamarla por su nombre. La Regla de 1221 será muy explícita al respecto: los hermanos deben evitar la familiaridad con mujeres, el aconsejarse  o caminar a solas con ellas o comer juntos en la misma mesa, y aquellos que mantengan relaciones sexuales con ellas deben ser expulsados de la orden.


Delega el gobierno en manos de Pedro Cattanei

(sep.-oct., 1220). El regreso de Francisco alegró a muchos, pues se rumoreaba que había muerto, y sirvió para tranquilizar los ánimos. Su llegada a Asís coincidía prácticamente con la celebración anual del capítulo provincial o de San Miguel, en torno al 29 de septiembre, con la asistencia de todos los religiosos de las regiones Umbría y Toscana. Decisión de este capítulo fue, probablemente, el encargo a fray Cesáreo de Spira, experto en Sagrada Escritura, de adornar la regla con textos bíblicos. Pero la decisión más grave fue la renuncia de Francisco en favor de fray Pedro Cattanei, no como ministro general, pues para ello se requería el permiso del papa, sino como vicario suyo. Ante la conmoción y el llanto de todos, le prometió de rodillas obediencia y reverencia, diciendo: "Señor, te encomiendo la familia que hasta ahora me habías confiado. La dejo en tus manos, pues mis enfermedades no me permiten ocuparme de ella; y en las de los ministros; que ellos respondan ante ti, Señor, el último día, si por negligencia o mal ejemplo, o por alguna áspera corrección, se perdiera algún hermano". 

Desde entonces se esforzará en ser un hermano más, sometido al vicario y a los ministros de las provincias donde resida o por donde tuviera que pasar. Es más, pidió al vicario que delegara su autoridad en alguno de sus compañeros, para poderlo obedecer como si de él se tratase. Los biógrafos dicen que era reacio a recurrir a la fuerza de la autoridad, salvo en contadas ocasiones. Esto y la enfermedad fueron la causa de que renunciara al gobierno de la orden, empeñándose desde entonces en mostrar a todos con el ejemplo, más que con la autoridad de las palabras, lo que debían hacer o evitar.


Se acusa públicamente, para dar ejemplo

(oct.-nov.,1220).  Habiéndose agravado en su enfermedad, el obispo Guido II le había insistido para que se alojara en su casa, y allí permaneció durante la cuaresma del adviento o de San Martín (1 nov. - 24 dic.). Al final. de la misma predicó a los asisanos en la plaza y les rogó que esperasen un poco, mientras subía a la catedral de San Rufino. Una vez allí, bajó a la cripta, se quitó el hábito y pidió a Pedro Cattanei que lo condujera así, con la cuerda al cuello, hasta la picota de la plaza donde solían exponer a los delincuentes a las burlas de todos. Y allí confesó su culpa, diciendo: "Vosotros y los que me siguen me consideráis un santo, pero yo confieso ante Dios y ante vosotros que he comido carne y caldo de pollo esta cuaresma". Muchos lloraban de compasión, pues era invierno y hacía frío. Tal vez fue entonces, o en otra ocasión semejante, cuando, caminando por las calles de Asís, seguido de mucha gente, regaló su manto a una pobre anciana, pero enseguida confesó haber tenido sentimientos de vanidad.


La casa del Comune o Municipio

(1221, enero). La casita de barro y madera construida por los hermanos al principio en la Porciúncula se había quedado estrecha, pues debían alojar también a los frailes y postulantes que a diario acudían al lugar. Por eso, en ausencia de Francisco, tal vez a petición de los vicarios, las autoridades de Asís decidieron edificarles una casa grande, con muros de piedra y mortero. Cuando él regresó y se percató de las obras, llamó al vicario para manifestarle su desaprobación, pues decía que el lugar debía ser modelo y espejo para toda la orden, y que prefería que los hermanos sufrieran incomodidades antes que dar mal ejemplo y animar a otros a hacer lo mismo.


Se castiga comiendo con un leproso

(enero-febrero, 1221). Uno de aquellos días se acercó a la Porciúncula fray Santiago el Simple con un leproso purulento. Francisco lo reprendió, por no considerarlo prudente, debido al horror que la gente sentía por ellos; mas luego pensó que había avergonzado al enfermo con sus palabras, y pidió al vicario que le impusiera como penitencia comer con él, en su mismo plato. Siempre hacía lo mismo, también cuando creía haber ofendido a un hermano. En cambio ocultaba sus progresos espirituales, para no envanecerse ante los demás. Y cuando alguien le reprochaba la aspereza de su vida respondía que había sido puesto en la orden como modelo, como un águila que enseña a volar a sus polluelos. De ahí que siguiera mortificándose hasta el final, aunque ya no lo necesitara.


Los detractores en la orden

(enero-febrero, 1221). Hay que repetir que el verdadero san Francisco tiene poco que ver con la imagen del santo dulce, bonachón y tolerante que nos hemos hecho de él. El era un hombre disciplinado, responsable, exigente y austero consigo mismo y severo con los demás, lo cual no está reñido con la caridad y la humildad. He aquí otro ejemplo: un día oyó a un fraile que difamaba a otro. Entonces se volvió al vicario, que estaba a su lado, y le dijo, visiblemente enojado: " Los detractores, si no se les hace frente, amenazan con dividir la orden; y el suave olor de muchos se volverá apestoso si no se les tapa la boca a tiempo. Anda, examina el caso con atención y, si el acusado es inocente, haz saber a todos con una severa reprensión quién es el difamador. Y si no puedes castigarlo por ti mismo, ponlo en manos del púgil florentino. Quiero que tú y los demás ministros tengáis cuidado con este mal apestoso, para que no se extienda más". El púgil florentino era fray Juan de Lodi, de complexión fuerte, a quien Francisco debió de recurrir en más de una ocasión para corregir a los recalcitrantes. Lo mismo haría después fray Elías, para su desgracia. Decía Francisco que los difamadores merecen ser despojados del hábito y no son dignos de levantar los ojos a Dios, si antes no devuelven la buena fama robada al hermano.


Los bienes de los novicios y la posesión de libros

(enero-febrero, 1221). El gran número de hermanos que acudían a la Porciúncula planteaba problemas no solo de alojamiento, sino también de alimentación y vestido. Por eso, Pietro Cattanei, viendo que no bastaban las limosnas, propuso a Francisco la posibilidad de quedarse con parte de los bienes que los novicios estaban obligados a repartir entre los pobres. Más él le respondió que era preferible despojar el altar de la Virgen, antes que obrar contra la regla. Lo obstante, la Regla, que  estaba siendo sometida a revisión por esos días, admitirá la posibilidad de recibir bienes de los novicios, pero no dinero. 

Por este mismo tiempo una pobre anciana, madre de dos frailes, fue a pedir ayuda a la Porciúncula y el santo, no teniendo otra cosa que ofrecerle, le regaló el primer Nuevo Testamento que tuvo la orden.

Otro día vino un ministro a consultarle sobre el pasaje evangélico de la Regla que dice: "No llevéis nada para el camino". Su respuesta fue rotunda: "Mi pensamiento es que los hermanos no deberían tener más que el hábito, la cuerda y los calzones, y el calzado si es necesario". "¿Y qué puedo hacer yo -replicó el ministro-, que tengo libros por valor de más de cincuenta libras?" "Hermano -concluyó el santo- yo no puedo ni debo obrar contra mi conciencia ni contra el Evangelio prometido. Vosotros queréis que la gente os tenga por observantes del Evangelio, pero en el fondo queréis tener la bolsa llena". Respuestas semejantes dará a un novicio que quería tener un salterio y a fray Ricerio de la Marca.

Francisco no permitía la posesión de libros en privado. Los quería en común y sólo los estrictamente necesarios, como las demás cosas. Se cuenta que por aquellos años, durante los capítulos, los hermanos dejaban sus breviarios en un estante, y luego cada cual cogía, muy contento, el primero que encontraba, aunque fuese más viejo que el suyo.


Muerte del vicario Pedro Cattanei. Lo sustituye fray Elías

(10 de marzo, 1221). Fray Pedro Cattanei murió apenas cinco meses después de ser nombrado vicario, y fue sepultado junto a la iglesia de la Porciúncula. Su muerte fue muy sentida en la comarca y la gente acudía en masa a su tumba, pues su intercesión obraba prodigios. Hasta que Francisco se percató, y le rogó, por obediencia, que dejara de hacerlo, para recuperar la paz del lugar, ya que estaban desbordados por los seglares. En su lugar fue elegido nuevo vicario fray Elías Bombarone de Asís, hombre de gran personalidad y carácter, muy controvertido, sobre todo en los últimos años de su vida, cuando, por motivos políticos, cayó en desgracia. Pero de él todos hacían elogios, y el hecho de que Francisco, hombre perspicaz y buen conocedor de las interioridades de cada hermano, lo nombrara ministro de la provincia de Oriente y luego vicario suyo, es una buena prueba de sus capacidades.


(Fratefrancesco.org - Fr. Tomás Gálvez)

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