Nada para el camino

Vida de san Francisco de Asís

   
   

 

En Gubbio y con los leprosos

(invierno, 1206). Casi desnudo y tiritando de frío, después de desprenderse de todos sus bienes Francisco tomó el camino de Gubbio, buscando estar a solas con el Señor. En el camino lo apalearon unos bandidos, ante los cuales se presentó como "el heraldo del gran Rey". Las aguas en crecida del Chiascio lo obligaron a permanecer en un monasterio, probablemente Santa María de Valfabbrica, donde no fue muy bien tratado por los monjes. En cuanto pudo continuó hasta Gubbio. Allí un comerciante de telas amigo suyo, Federico Spadalunga, le regaló una túnica. Luego permaneció algún tiempo en un lazareto, no se sabe si en Gubbio o en Asís, sirviendo a los leprosos.


Repara San Damián

(1206-1208). Recordando el mandato del Señor, Francisco regresó pronto a San Damián, para reparar la iglesia. El sacerdote, conociendo su delicada vida anterior, le preparaba bien de comer, más él se dijo a sí mismo que no era esa la vida de pobre que había escogido, así que se propuso ir de casa en casa, escudilla en mano, a mendigar su comida. El primer día casi vomitó, viendo aquellos comistrajos mezclados en el plato, pero de nuevo se hizo violencia, comió y le supo a gloria. Desde entonces pidió al sacerdote que no le preparase más de comer. También mendigaba piedras para la obra y aceite para la lámpara del crucifijo, a veces en francés y pasando mucha vergüenza. Su padre, al verlo, lo maldecía, mas él encontró el antídoto en Alberto, un anciano pobre de Asís, que lo bendecía a cambio de la mitad de sus limosnas. También el hermano se burlaba de él al verlo en oración y tiritando de frío, mas Francisco no se echaba atrás por ello.


"No llevéis nada para el camino"

(24 febr. 1208). Dos años tardó en reparar la iglesia con ayuda de algunos pobres, a quienes anunciaba que aquel lugar llegaría a ser un día un monasterio de mujeres santas. Francisco vestía de ermitaño, con túnica larga, sandalias, cinturón de cuero y bastón, usaba alforja y recibía dinero, hasta que un día, en misa, oyó el evangelio de la misión de los apóstoles (Mt 10), cuando Jesús los envía de dos en dos a evangelizar, a curar leprosos y a echar demonios, sin nada por el camino. Al oírlo, exclamó diciendo: "Eso es lo que buscaba, y lo que quiero practicar con todo mi corazón", y se desnudó de nuevo, abandonando el bastón, la alforja, el cinturón, las sandalias y el dinero, quedando sólo con los calzones, una túnica con capucho grande cosido a la espalda, y una cuerda a la cintura. En adelante no quiso tener nada más.


Primeros compañeros

(15-16 abril, 1208). A partir de entonces Francisco empezó a saludar con la paz, según el evangelio, y a invitar a todos a la conversión, bajo la mirada atenta de algunos jóvenes que lo observaban con interés. Un día, Bernardo de Quintavalle, rico como él, lo invitó a cenar y a dormir en su casa y le manifestó su deseo de seguirlo. Al día siguiente, muy temprano, fueron a buscar a Pedro Cattanei, canónigo de San Rufino, y se fueron con él a la iglesia de San Nicolás, atendida por los canónigos. Acabada la  misa, Francisco pidió a Pedro que les ayudara a encontrar en los Evangelios lo que tenían que hacer (los textos estaban en latín). Abrieron el evangeliario (que ahora se conserva en la Walters Art Gallery de Baltimore, USA) y dieron con estos pasajes: "Si quieres ser perfecto, vende todo lo que tienes y dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo" (Mt 19, 21), "no toméis nada para el camino" (Lc 9, 3) y "Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga" (Lc 9, 23), después de lo cual exclamó el santo: "hermanos, esta es nuestra regla y vida, y la de todos los que quieran unirse a nosotros. Id, pues, y cumplir lo que habéis oído". Ambos vendieron cuanto tenían, según sus posibilidades, y lo distribuyeron todo entre los hospitales, monasterios, leprosería y pobres de Asís, con ayuda de Francisco. Tanto desprendimiento dio qué pensar a otro canónigo, muy avaro, de nombre Silvestre, que acabará por unirse al grupo después de la aprobación de la Regla. Bernardo, Pedro y Francisco se instalaron desde el primer momento en un tugurio o choza abandonada en la llanura, junto a un riachuelo llamado Rivotorto.


Con fray Gil, primera incursión apostólica

(23 abril y ss., 1208). A los siete días, un joven de condición humilde, después de oír misa en San Jorge (era la fiesta de este santo, se fue con ellos a Rivotorto, y Francisco lo recibió muy contento, invitándolo a alegrarse por haber sido "elegido por Dios como caballero y servidor suyo amado en la perfecta observancia del Evangelio". Pocos días después, ambos se fueron de gira "apostólica" por la Marca de Ancona, dejando a todo el mundo perplejo por la manera extraña de vestir y de saludar y por su aspecto desaliñado. Dos niños los tomaron por el "coco", unos campesinos los confundieron con hechiceros que embrujaban al ganado, las muchachas corrían asustadas y la mayoría los tomaba por locos, más Francisco animaba a fray Gil, anunciándole que la orden llegaría a ser como el pescador que saca la red llena de peces y selecciona a los más grandes. En Gualdo Tadino fueron tan mal recibidos, que Francisco no dudó en sacudirse el polvo de los pies, como dice el Evangelio. 


Pobres como Cristo y su Madre "pobrecilla"

(mayo-junio, 1208). Ya e regreso en Asís se unieron al grupo otros tres: Sabatino, Juan de Capella y Morico "el Chico". Francisco los quería fundados en la pobreza, viviendo como pobres y peregrinos en este mundo; y en la humildad, sirviendo a todos, sobre todo a los marginados, los pobres y débiles, los enfermos y leprosos y los mendigos. Al principio, él mismo pedía limosna por todos, hasta que, viendo que era superior a sus fuerzas, les explicó que no tenían que avergonzarse de mendigar, pues esa era la herencia legada por Cristo a cuantos quieren ser pobres como él y su madre "pobrecilla". Pero los parientes y paisanos casi no les daban nada, ya que les parecía una estupidez darlo todo para luego vivir a costa de otros. Al obispo Guido I también le parecía demasiado áspera y rigurosa aquella forma de vida y el propósito de no tener nada en este mundo, pero Francisco replicaba que las propiedades hay que defenderlas con las armas, y de ahí nacen disputas y pleitos. La realidad de algunos monasterios de la región era , efectivamente, esa.


Rezar Padrenuestros y adorar la cruz

(mayo-junio, 1208). La oración del grupo de Rivotorto era más mental que oral, pues no tenían libros para el rezo del oficio. Francisco les propuso que rezaran tres Padrenuestros por cada hora canónica y oír misa cada mañana, y los exhortaba a "leer" el libro de la cruz de Cristo, para lo cual plantó una cruz de madera en medio del tugurio . Además les enseñó a repetir siempre esta oración, cada vez que encontrasen una: "Te adoramos, Señor Jesucristo, aquí y en todas tus iglesias que hay en el mundo entero, y te bendecimos, pues por tu santa cruz redimiste el mundo". Por último, les enseñaba a respetar a los sacerdotes y demás ministros católicos, a quienes él mismo, según su testamento, honraba como a sus señores, tratando de mirar en ellos no sus pecados, sino al Hijo de Dios.


De dos en dos por el mundo

(verano, 1208). Por este tiempo se agregó al grupo el octavo miembro, fray Felipe Longo de Andria (castillo cercano al lago Trasimeno). Francisco, mientras tanto, se dedicaba a llorar su vida pasada, hasta que, en cierta ocasión, la gracia del Señor le concedió ver el futuro de la orden. Entonces, un día se retiró con sus siete compañeros en el bosque de la Porciúncula (solían hacerlo los días festivos, a raíz, según parece, del relato de un campesino que contó al santo haber oído allí de noche cantos de ángeles), y les habló asi: "El Señor no nos ha llamado sólo para nuestro bien. Tenemos que dispersarnos para socorrer al mundo en peligro con la palabra de Dios y nuestro buen ejemplo". Ellos se excusaron alegando su ignorancia, más él los animaba diciéndoles que el Espíritu del Señor hablaría por ellos, y que soportaran todo con paciencia y humildad. Y, para quitarles el miedo, les anunció que el Señor haría pronto de ellos una gran multitud y que muchos nobles e intelectuales se unirían a ellos para predicar a reyes, príncipes, naciones y pueblos numerosos, y los extendería por todo el mundo. Después de haberlos animado con estos y otros consejos de inspiración evangélica, los fue enviando de dos en dos hacia los cuatro puntos cardinales, no sin antes haberlos abrazado uno por uno, diciéndoles: "Confía en el Señor, que él te ayudará".


Grandes penalidades

(1208-1209). Los hermanos se esforzaron por cumplir todo lo mandado: se postraban ante el signo de la cruz, saludaban con la paz, exhortaban a todos a temer y amar al Creador y a cumplir sus mandamientos. Unos los escuchaban con agrado, otros los acosaban con preguntas que no siempre sabían responder, muchos los trataron con desprecio y como a delincuentes. Tuvieron que padecer frío, hambre, sed y muchas tribulaciones, mas ellos no se entristecían ni se quejaban por nada, nada reclamaban, rezaban por todos, se manifestaban un profundo amor mutuo y no aceptaban dinero, en vista de lo cual algunos recapacitaban y les pedían perdón por haberlos maltratado.

Fray Gil y fray Bernardo peregrinaron a Santiago de Compostela. Ese mismo verano estaban en España, obligados a dormir, a veces, al aire libre, en alguna era, y a comer habas o lo que encontraban. Fray Gil anduvo 20 días sin capucho, porque no tenía otra cosa que darle a un pobre. En el invierno siguiente estaban ya de regreso en Italia. En Florencia a duras penas lograron dormir en el porche de una casa, junto a un horno, sin una manta siquiera con qué taparse. Por la mañana temprano se fueron a rezar a la iglesia cercana, y allí conocieron a Guido Volto dell'Orco, que se interesó por ellos y les ofreció su casa y todo cuanto necesitaran. De lo sucedido a los otros hermanos y a Francisco durante esta misión no hay noticias, aunque podemos suponer que su suerte no fue distinta a la de Gil y Bernardo. Francisco recorrió, al parecer, en esta ocasión el valle de Rieti. En Poggio Bustone, donde se cuentan algunas leyendas sin fundamento, recuerdan su paso y su original saludo: "¡Buenos días, buena gente!


(Fratefrancesco.org - Fr. Tomás Gálvez)

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