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PRESENTACIÓN DEL LIBRO "FRANCISCO DE ASÍS, PASO
A PASO"
DEL P. TOMÁS GÁLVEZ CAMPOS OFMCONV
1. La memoria de los santos: entre la banalidad
y la subversión
Presentar una
biografía de un santo podría parecer algo bueno
y piadoso, pero acaso banal o tal vez
subversivo. Puede surgirnos la pregunta de por
qué hacer memorial de una persona santa cuando
ya lo hacemos del Santo Dios, es decir, qué
tiene esa persona conmemorada que no tenga
Jesucristo, qué ha dicho esta persona que no
esté ya pronunciado en la palabra del Hijo de
Dios.
Sin
duda, nos podemos preguntar con todo derecho si
no es suficiente Cristo y el Evangelio, y por
qué tenemos que recurrir a un santo y a su
palabra, pero en primer lugar hay que decir que
no se trata de una sustitución ni de un
desplazamiento, sino más bien de una
verificación, en el sentido más hondo de la
palabra: verum facere. Podríamos caer
también nosotros en la sospecha o al menos en
la cautela ante los santos, como si ellos
representasen una peligrosa distracción e
incluso una imperdonable sustitución del y de
lo único importante: el Señor Jesús y su
Evangelio, el único mediador entre Dios y los
hombres (Cf. Jn 14,6; Heb 3-5).
Sin embargo, la
historia cristiana, como salvación narrada que
es, nos dice que los santos no son: ni atentado
contra lo único importante: Dios, ni
distracción de su palabra, ni sustitución de su
gracia. Esto queda sintetizado en el prefacio de
los santos en el Misal Romano: «Tú nos ofreces
el ejemplo de su vida, la ayuda de su
intercesión y la participación en su destino,
para que, animados por su presencia alentadora,
luchemos sin desfallecer en la carrera y
alcancemos, como ellos la corona de gloria que
no se marchita» (Prefacio
de los Santos, I. Misal Romano (BAC.
Madrid 2007) 978).
Es decir, un ejemplo, una intercesión y una
participación que nos recuerda la misma vocación
a la que estamos llamados y desde la misma
situación humana en la que cada uno en su
circunstancia peregrina hacia la gloria.
Dice Antonio Sicari en su bella
biografía de Isabel de la Trinidad, a propósito
de la “revelación” de Dios en sus santos: “no se
trata de una biografía en el sentido tradicional
del término. Es más bien el relato de una
teología vivida. Ciertamente Dios ha hablado
`una vez por todas' en su Verbo encarnado y
escrito, pero continua explicando su Palabra en
la existencia de todos aquellos que aceptan
asimilarla como pan de vida. Y la ciencia
teológica ya ahora debe aprender a tener en
cuenta esta especie de `prolongación' de la
revelación. Sucede, no obstante, que en las
secretas decisiones de su corazón, Él escoge a
veces a alguno de sus hijos, para una particular
misión al respecto” (A. Sicari,
Elisabetta della Trinità. Un'esistenza
teologica. Ed.OCD. Roma 1984, 7).
Efectivamente, Dios vuelve a hablar,
a revelársenos, a gritársenos y entregársenos...
en sus santos, como en una prolongación de Aquél
que prometió estar con nosotros hasta el final
de los tiempos (Mt 28,20).
Su Palabra siempre elocuente y su
Presencia jamás ausente, se nos da y acerca por
medio de los santos. Y así “como la Iglesia
posee una historia irrepetible de la salvación,
así también posee una historia única de la
santidad. En fases siempre nuevas los santos han
actualizado cuanto les había sido comunicado y
hecho partícipes en la comunión de vida y de
destino con Cristo. Cuales testigos eficaces del
Señor han hecho continuamente brillar el
cristianismo en las alternas vicisitudes de la
historia, y han realizado en formas nuevas y
concretas el ser cristiano. Por el contrario, la
'segunda existencia' que ellos viven a lo largo
de los siglos, trata de hacer que la Iglesia en
su conjunto o las particulares comunidades
religiosas, sigan su ejemplo atrayente y lo
hagan fecundo en la vida práctica” (K. Hausberger,
Gli scandali dei santi nella vita della
Chiesa, en W. Beinert
(ed), Il culto dei santi oggi. Paoline.
Cinisello Balsamo 1985, 144).
Desde el principio del cristianismo,
esta mirada al testigo, al mártir, al santo, era
algo importante. Por eso el libro de la
Didajé –primer catecismo o vademecum
cristiano–, al hablar de los deberes de los
fieles hacia la comunidad cristiana, exhorta:
“buscarás cada día los rostros de los santos
para descansar en sus palabras” (Didaché,
4,2).
Pues bien, los santos no aparecen en
la conciencia cristiana como super-héroes en un
particular museo. Si descansamos en las palabras
de los santos y cada día buscamos sus rostros,
es porque hay otra Voz que en ellos resuena, y
hay otro Semblante que en ellos se transparenta.
2. San Francisco de Asís: su caso
A
la luz del significado del santo en nuestra
tradición cristiana, podemos acceder a San
Francisco como un lugar donde Jesucristo
y su Evangelio son encontrables y audibles en la
biografía espiritual de quien tuvo una
devotio llena de amor apasionante y
apasionado hacia Jesús.
Pero de
San Francisco hemos de evitar precisamente los
reduccionismos de su rostro y de sus palabras,
para poder captar en lo que aconteció en su
vida: una forma mentis que generó una
forma vitæ. Agostino Gemelli, en su ya
clásica y voluminosa obra Il Francescanesimo,
indicaba sobre a propósito del recuerdo del
Poverello que se había recibido del siglo XIX:
«la admiración hacia el santo de Asís fue en
ciertos intelectuales de fina sensibilidad una
reacción a la aridez del positivismo; para
algunos estetas, hartos de bellezas de museo o
de salón, un nuevo gozo como si de pan casero se
tratase después de tantas golosinas; fue para
ciertos estudiosos de historia y de sociología,
y para algunos aficionados a la mística, un
campo prometedor de indagaciones; en resumen,
fue esteticismo. Para los otros, para los
creyentes que [...] se acercaban a san Francisco
religiosamente, sin esteticismos y sin
ideología, el franciscanismo fue y es, con las
debidas excepciones, más bien un consuelo, una
práctica de piedad, una mina de indulgencias, y
si se terciaba, una honorable bandera, más que
una forma mentis y una forma vitæ»
(A. Gemelli,
Il Francescanesimo. Porziuncola. Assisi
2001, XVII-XVIII).
Efectivamente, el acercamiento a un fundador que
genera una forma nueva de pensar y una forma
nueva de vivir, sólo se da cuando en este hombre
se acoge una palabra y una gracia que son más
grandes que él mismo, y por lo tanto no se
asiste sin más a la genialidad o a la
generosidad de un gran hombre y un gran
cristiano –que sin duda lo es–, sino al misterio
de la gracia de Dios que en la carne de ese
hombre se hace elocuencia y manifestación. Por
ello es importante explicar a San Francisco
desde lo que aconteció en su existencia, desde
lo que dio sentido a su vida, desde la
verificación en él de un singular aspecto del
evento cristiano, pudiendo con-vivir con él por
la gracia del don de su vida para nosotros: Dios
revelado en Jesucristo pobre y crucificado, Dios
revelado como Padre que a todos y a todo
fraterniza, Dios que bendice una vez más la
bienaventuranza de los mansos y de los que
construyen la paz.
En unos
de los documentos hagiográficos más populares
del trecento italiano, los célebres
Fioretti, se intercala un delicioso diálogo
entre dos hombres, maestro y discípulo, en el
que éste se pregunta la razón del atractivo de
aquél, cuando, presuntamente, no había motivos
destacables para tal admiración. Se trata de la
pregunta que Fr. Maseo de Marignano hará a San
Francisco de Asís, con una curiosidad rayana en
la extrañeza: «¿por qué a ti, por qué a ti, por
qué a ti? [...]. Me pregunto ¿por qué todo el
mundo va detrás de ti y no parece sino que
todos pugnan por verte, oírte y obedecerte? Tú
no eres hermoso de cuerpo, no sobresales por la
ciencia, no eres noble, y entonces, ¿por qué
todo el mundo va en pos de ti? [...]. ¿Quieres
saber por qué a mí viene todo el mundo? Esto me
viene de los ojos del Dios altísimo, que miran
en todas partes a buenos y malos, y esos ojos
santísimos no han visto, entre los pecadores,
ninguno más vil ni más inútil, ni más grande
pecador que yo. Y como no ha hallado sobre la
tierra otra criatura más vil para realizar la
obra maravillosa que se había propuesto, me ha
escogido a mí para confundir la nobleza, la
grandeza, y la fortaleza, y la belleza, y la
sabiduría del mundo, a fin de que quede patente
que de Él, y no de creatura alguna, proviene
toda virtud y todo bien, y nadie puede
gloriarse en presencia de Él, sino que quien se
gloría, ha de gloriarse en el Señor, a quien
pertenece todo honor y toda gloria por siempre»
(Florecillas 10).
Efectivamente, Francisco no tuvo mejor
respuesta que dar más que decir lo único y lo
mejor que supo decir en su vida: que él era un
pobre, un pequeño, un pecador [...], pero Dios
es gracia, es don, es todo bien, sumo bien,
único bien (Cf. Test 1-3; TestSie
1-5; UltVol 1-3; ExhLeo 1-7). Esta
es la pregunta que un biógrafo serio sobre San
Francisco debe plantearse en el fondo: al hacer
memoria de nuestro santo: ¿por qué a él? Sin que
pueda latir jamás la sospecha de que Jesucristo
y su Evangelio nos resultasen insuficientes.
3. Lectura de San Francisco de Asís según el
Padre Tomas Gálvez Campos
Algo
así, como si de una proclamación evangélica se
tratase, podríamos también decir una palabra
final sobre la biografía que este hijo de San
Francisco, el P. Tomás Gálvez Campos, ha escrito
sobre su padre y fundador. Porque toda lectura
tiene inevitablemente el sello preciso y
precioso del "según" del escribano. Y así como
para el Señor tenemos los cuatro escribanos
evangelistas con sus cuatro relatos canónicos
sobre la memoria Jesu, sobre el recuerdo
de Jesús, así también con una biografía de un
santo.
El
problema con san Francisco no es la falta de
fuentes y documentación, sino precisamente la
sobreabundancia. Han sido muchos los escribanos
hagiógrafos que nos han querido ya desde el
primer momento, contarnos su visión del
Poverello. Al final, encontramos que también
Dios mismo lo intentó con soltura y finura,
escribiendo la verdadera biografía de este
cristiano singular en los renglones de la vida
misma. Sólo la biografía del Señor tiene todos
los registros, todos los matices, hizo crónica
justa de las luces y las sombras de este
peregrino del querer de Dios que fue Francisco.
Todos
los demás, incluyendo la biografía del P. Tomás
Gálvez, han sido aproximaciones de diverso
calado, con distinto método, acentuando
luminosamente algún perfil o eclipsando no
siempre con inocencia algún otro rasgo del Santo
de Asís.
Digamos
en primer lugar que a través de las más de 700
páginas de este libro, "Francisco de Asís, paso
a paso", no se ha pretendido escribir una
biografía científica con todo el rigor
hermenéutico que hoy se le exige a la moderna
ciencia hagiográfica, pero tampoco estamos ante
una larga improvisación de datos inconexos
zurcidos tan sólo con el hilo del fervor. Hay
una amplia vía intermedia entre la lectura
científica y la meramente piadosa, que es una
historia de santidad manteniendo ambos factores:
que sea un relato histórico (y no fantasioso) y
que tenga el objetivo de narrar la santidad (no
los heroísmos o las vulgaridades). Esta historia
de una santidad es la que he podido gustar en el
hojeo de esta hermosa biografía sobre san
Francisco.
Ya el gran teólogo Hans Urs von
Balthasar hablaba del método teológico desde una
clave que incluye la santidad, es decir la
historia de encuentro, de la cual nace una
existencia teológica y teologal. Como dice
un autor italiano «el santo no es profesión de
minorías ni una pieza de museo. La santidad es
la sustancia de la vida cristiana. Pero a pesar
de la parcialidad de ciertas imágenes queda la
huella de una idea fundamentalmente exacta, a
saber, la idea de que el santo no es un
superhombre, de que el santo es un hombre
real, porque sigue a Dios y, en
consecuencia, al ideal por el que fue creado su
corazón y del que está hecho su destino» (L.
Giussani, «Presentación», en
C.
Martindale, Los santos. Encuentro.
Madrid 1988, 5). En este sentido, la teología
que dimana de una existencia teologal, de
una historia de santidad, es la que ha
acuñado nuestro Von Balthasar con el feliz
término de «teología arrodillada»: este insigne
teólogo habla de estos dos tipos de teología:
«En tanto fue una teología de santos, la
teología fue una teología orante, arrodillada:
por ello fueron tan inmensos su provecho para la
oración, su fecundidad para la oración, su poder
engendrador de oración. Hubo algún momento en
que se pasó de la teología arrodillada a la
teología sentada. Con ello se introdujo en la
teología la división que al comienzo de este
trabajo describimos. La "teología científica” se
vuelve extraña a la oración y, por consiguiente,
desconoce el tono con el que se debe hablar
sobre lo santo. Entretanto, la teología
“edificante”, al ir progresivamente perdiendo
contenido, sucumbe no raras veces a un unción
falsa» (H.
U. von Balthasar, Ensayos teológicos.
I. Verbum Caro. Cristiandad-Encuentro.
Madrid 2001, 222).
Hay un interés casi escrupuloso por
contar la historia de San Francisco en esta
biografía atendiendo a la secuencia temporal en
constante evolución. No es un tratado sobre san
Francisco en donde temáticamente se aíslan los
diversos elementos de una espiritualidad tan
rica como la del Poverello, sino un relato que
se describe con libertad pero sin sobresaltos
dando paso a lo que de hecho aconteció y según
iba aconteciendo. Es un elemento importante y
oportuno, porque en toda existencia sabemos y
debemos distinguir si se trata de la precocidad
inmadura de los primeros pasos, o de la
aquilatada madurez de una experiencia curtida.
Esta evolución humana y creyente de San
Francisco acompaña el relato del P. Tomás
Gálvez, y resulta no sólo atractiva sino también
útil para el lector, porque se insinúa sin
insinuar que todos tenemos un proceso, nuestro
particular "itinerarium cordis in Deum".
Tiene la virtud esta obra de contar
este proceso humano y cristiano, incluyendo los
distintos interlocutores que providencialmente
lo acompañaron: desde los elementos
socioculturales y geográficos de la época de San
Francisco, hasta los factores de índole
eclesial, económica y política que enmarcan una
vida hecha de búsquedas y de opciones. Sin
abrumar, esta biografía está salpicada de una
serie de datos suficientes con los que se
contextualiza, casi se domicilia, la libertad
del Poverello en búsqueda de la gracia del
Señor. Quedan bien sugeridos los factores más
coyunturales de la época en cuestión, como la
sociedad de Asís y sus encuentros y
desencuentros con aquella Umbría italiana, la
gloria y el declive del mundo clerical con sus
hazañas y sus corruptelas, la fragmentación
cristiana y su diálogo imposible con el
emergente e implacable mundo musulmán. Pero
también los factores personales de la gente que
fue determinante en la andanza religiosa de
Francisco: los padres, Clara de Asís, los
primeros compañeros frailes, algunos obispos y
la persona del señor Papa. Y por supuesto, los
factores íntimos más envolventes y decisivos
como es la acción de Dios a través de su gracia,
la intercesión de María y de los santos, y la
compañía de la Iglesia a la que el Poverello
tanto amó y en cuyo seno quiso vivir.
Si como
decía nuestro filósofo Ortega somos nosotros y
nuestras circunstancias lo que propiamente nos
define con integridad, no podríamos hablar de
San Francisco colocándole en una isla humana,
cultural o religiosa en la que jamás vivió ni se
desvivió.
Finalmente, y volviendo a la primera
consideración sobre esta biografía, toda la
narración se hace en diálogo con las fuentes
medievales así como con los autores posteriores
y contemporáneos que permiten documentar el hilo
conductor de la obra. Hay una pequeña nota
bibliográfica al final de sus páginas, y una
discreta referencia a pie de página a lo largo
del libro. Pero el P. Tomás no ha querido hacer
alarde de una exhaustiva bibliografía
abrumándonos con una enormidad de citas sin fin.
Ha preferido dejar constancia humilde de su
seriedad en el diálogo con todos estos autores y
pasar al relato de San Francisco en cuestión.
Se lee con gusto y la narración te
engancha desde el primer momento. Este tipo de
recursos no sólo se deben a la facilidad en el
arte de la pluma, sino también a que lo que se
está relatando tiene que ver de algún modo con
el relator, es decir, no hay asepsia indiferente
ni neutra en una biografía sobre San Francisco
escrita por un franciscano, no la puede haber. Y
en esta se nota: las derivas y los excursos, no
son extravagancias sino digresiones de quien
quiere entender lo que cuenta, quiere entenderse
junto a lo que cuenta, y quiere dar a entender
algo más grande a través de lo que cuenta.
El punto final de esta obra la puso
el P. Tomás en la tierra, tras años de vivencia
de Francisco y en la tierra de Francisco. Pero
la mejor presentación de este libro la habrá
gozado ya él en ese cielo de la espera tras la
hermana muerte que tan improvisadamente
aconteció al P. Tomás, en donde piadosamente
creemos que habrá entendido como nunca y para
siempre la biografía que Dios mismo escribió
sobre el mismo San Francisco.
Mi enhorabuena a la Provincia Ntra.
Sra. de Montserrat de los Franciscanos
Conventuales por esta publicación y al Grupo
editorial San Pablo por hacerla posible.
+ Fr.
Jesús Sanz Montes, ofm
Obispo
de Huesca y de Jaca
Presidente de la Comisión Episcopal para la Vida
Consagrada
Madrid,
5 mayo 2009
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