Fragmentos de
su obra "Francisco de Asís, paso a paso"
- Fe de san Francisco en las iglesias
- Amor a los sacerdotes, incluso a los públicamente
pecadores
- “Vivir y hablar como católicos”
- La Iglesia, garante del carisma franciscano
- La centralidad e importancia de la Eucaristía
- Evangelizar desde el amor a la Iglesia
- Tres ejes de la vida franciscana
- Ser Evangelio viviente
Fe de san
Francisco en las iglesias
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La fe de Francisco en las
iglesias, como resulta de su
Testamento, abarcaba
también la doctrina católica, a
los sacerdotes y su autoridad: “El
Señor me
dio y me sigue dando una fe tan
grande en los sacerdotes que
viven según las
normas de la santa Iglesia
romana por la ordenación
recibida que, si me
viese perseguido, quiero
recurrir a ellos…
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Y a estos sacerdotes y a todos los
demás quiero honrar como a mis
señores. Y no quiero buscar pecados
en ellos, pues en ellos veo al Hijo
de Dios y son mis señores”. Por eso,
igual que enseñaba a sus compañeros
a alabar a Dios por toda criatura,
les exhortaba también a honrar a los
sacerdotes con un respeto especial,
y a creer firmemente y confesar con
sencillez las verdades de la fe
católica, tal como la enseña la
Iglesia de Roma.(p. 100, del libro
de fr. Tomás).
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Amor a los
sacerdotes, incluso a los
públicamente pecadores
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Recordaba Francisco en su
Testamento que “el Señor me
dio, y me sigue dando, una fe
tan grande en los sacerdotes que
viven según la norma de la santa
Iglesia romana, por su
ordenación, que, si me viese
perseguido, quiero recurrir a
ellos. Y si tuviese tanta
sabiduría como la de Salomón y
me encontrase con algunos
pobrecillos sacerdotes de este
siglo, en las parroquias en que
habitan, no quiero predicar al
margen de su voluntad. Y a estos
y a todos los demás sacerdotes
quiero temer, amar y honrar,
como a mis señores. Y no quiero
mirar pecado en ellos, porque en
ellos veo al Hijo de Dios, y son
mis señores. Y lo hago por esto:
porque en este siglo nada veo
corporalmente del mismo altísimo
Hijo de Dios, sino su santísimo
cuerpo y santísima sangre, que
ellos reciben y sólo ellos
administran a otros”.
Conformes a dicho razonamiento,
tanto él como sus compañeros se
confesaban con frecuencia con un
cura que tenía fama de vida
escandalosa, sin querer
dar crédito a lo que les
contaban de él, ni dejar por
ello de confesarse con él,
tratándolo con el debido
respeto. (p. 152, del libro de
fr. Tomás)
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“Vivir y
hablar como católicos”
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Francisco no se cansaba de exhortar a
sus hermanos a vivir fielmente el
Evangelio y la Regla que prometieron. De
modo especial, al contrario que los
herejes de su tiempo, pedía respeto a
los ministerios y normas de la Iglesia,
la asistencia a misa y la contemplación
del cuerpo de Cristo, así como un trato
exquisito con los sacerdotes, ministros
de la eucaristía. Les decía que,
dondequiera que encontrasen a un
sacerdote, le hicieran reverencia y
besaran con atención y reverencia sus
manos. Y no sólo las manos: hasta los
cascos de sus cabalgaduras debían besar,
“por reverencia a sus poderes”. A
quienes esto hicieran, los alababa de
este modo: “¡Dichoso el siervo que
mantiene la fe en los clérigos que viven
con autenticidad según la forma de la
Iglesia de Roma! ¡Ay de los que la
desprecian! Pues, aunque sean pecadores,
nadie debe juzgarlos, ya que el Señor
mismo se reserva para él solo el
hacerlo. Y, cuanto mayor es el
ministerio que tienen del santísimo
cuerpo y sangre de nuestro Señor
Jesucristo, que ellos reciben y sólo
ellos administran a los demás, tanto más
pecado tienen los que pecan contra
ellos, que quienes lo hacen contra la
gente de este mundo”.Por otra parte, si
los hermanos se profesan católicos,
deben ser coherentes, y así lo prescribe
el capítulo 19 de la primera Regla: “Todos
los hermanos sean católicos y vivan y
hablen como tales; pero si alguno se
aparta de la fe y forma de vida católica
de palabra o de obra, y no se enmienda,
sea expulsado absolutamente de nuestra
fraternidad. Y a los clérigos y
religiosos tengámoslos a todos por
señores en lo que toca a la salvación de
nuestra alma, si no se desvían del
espíritu de nuestra orden. Y veneremos
en el Señor su ordenación, oficio y
ministerio”. (pp.312-313, del libro
de fr. Tomás)
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La Iglesia,
garante del carisma franciscano
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El
Señor me ha dado y me
dará muchos hijos, que
no podré defender con
mis solas fuerzas. Así
que tengo que
encomendarlos a la santa
Iglesia, para que ella
los proteja bajo sus
alas y los gobierne. De
ese modo, los maliciosos
serán golpeados por la
vara de su poder y los
hijos de Dios gozarán en
todas partes de plena
libertad, para mayor
provecho de su salvación
eterna. En eso
reconocerán los hijos
los tiernos cuidados de
la madre y seguirán sus
huellas venerables con
especial devoción. Su
protección defenderá a
la Orden de los ataques
de los malintencionados,
y el diablo no entrará
impunemente en la viña
del Señor. Incluso la
Iglesia, que es santa,
imitará la gloria de
nuestra pobreza y no
permitirá que la
soberbia eclipse los
grandes méritos de la
humildad. Ella
conservará intactos en
nosotros los vínculos de
la caridad y la paz,
castigando con rigor y
severidad a los
causantes de
discordia. En su
presencia florecerá
siempre la observancia
de la pureza evangélica
y no permitirá, ni por
un instante, que se
disipe el buen olor de
esta forma de vida. |
Esos fueron
los motivos por los que
Francisco, tras entrevistarse
con Hugolino en Florencia, se
propuso solicitar a Honorio III
que el cardenal fuese algo así
como el papa de los Menores, al
que ellos pudieran recurrir
cuando fuera necesario. (pp.
330-331, del libro de fr. Tomás)
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La centralidad
e importancia de la Eucaristía
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La Carta a
todos los clérigos se centra
exclusivamente en un tema que
apasionaba a Francisco: el culto
a la Eucaristía. En ella repite
y desarrolla lo que ya sabemos
por otros escritos suyos y a
través de los biógrafos. El
texto empieza llamando la
atención al gran descuido e
ignorancia de algunos clérigos
respecto al sacramento, y
también a las palabras escritas
que lo realizan, porque "no
puede existir el cuerpo si
previamente no ha sido
consagrado por la Palabra, por
la cual hemos sido creados y
redimidos de la muerte a la
vida”. Y les hace ver lo
indignos que son los cálices,
corporales y otros ornamentos
usados en la Misa, y lo
indecorosos que son los lugares
donde reservan el santísimo
sacramento, que es muchas veces
trasladado, administrado y
recibido sin respeto. Y añade:
"¿No os mueve todo esto a
compasión, cuando el mismo
piadoso Señor se pone en
nuestras manos, y lo tocamos y
recibimos cada día en nuestra
boca? ¿Es que ignoramos que un
día iremos a parar a sus manos?"
Sigue una invitación a
rectificar y enmendarse,
colocando el cuerpo de Cristo en
lugar precioso, y guardado en un
lugar digno las palabras
escritas del Señor, según sus
mandamientos y según las
constituciones de la Iglesia.(p.
424, del libro de fr. Tomás)
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Evangelizar
desde el amor a la Iglesia
Francisco
venía, pues, a sumarse a ese
noble esfuerzo evangelizador,
dejando confusos a los herejes,
que apenas se atrevían a poner
objeción a sus palabras. En sus
predicaciones nunca dejaba de
insistir en la necesidad de
conservar íntegra e inviolable,
por encima de todas las cosas,
la fe de la Iglesia de Roma,
porque sólo en ella se encuentra
la salvación. Y la misma
catolicidad y ortodoxia que
exigía en la Regla a sus
hermanos, la recomendaba
vivamente a los demás, pidiendo
un supremo respeto a los
pastores de la Iglesia. (pp.
466-467, del libro de fr. Tomás) |
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Tres ejes de
la vida franciscana
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–Escribe –le
dijo– que bendigo a todos mis
hermanos, a los que están en la
Orden y a los que vendrán a ella
hasta el fin del mundo. Puesto
que la debilidad y los dolores
de mi enfermedad me impiden
hablar, voy a dejar expresada mi
última voluntad en tres frases:
que, en señal de recuerdo de mi
bendición y testamento, los
hermanos se amen y se respeten
siempre unos a otros; que amen y
respeten siempre a nuestra
señora, la santa pobreza; y que
se muestren siempre sumisos a
los obispos y a todos los
clérigos de la Santa Madre
Iglesia. (p. 643, del libro de
fr. Tomás)
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Ser Evangelio
viviente
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Luego mandó
llamar a todos los hermanos que
estaban en la Porciúncula, los
alentó con palabras de consuelo,
los exhortó con amor de padre al
amor de Dios, y se prolongó
hablándoles ampliamente de la
paciencia, la pobreza y la
fidelidad a la Iglesia de Roma,
insistiendo en que pusieran el
Evangelio por encima de
cualquier otra norma. Luego los
fue bendiciendo a todos, uno por
uno, como el Señor le
inspiraba.(pp.674-675, del libro
de fr. Tomás) |
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