Fiesta: 6 de noviembre.
Beatificación: Card. Saraiva Martins por Benedicto XVI.
Roma, 28 de octubre de 2007.
Muerte: 23-24 de junio de 1936
Congregación:
Terciarias Franciscanas de la Misericordia
Mártires del Coll, de Barcelona (1936)
Siete son los mártires asesinados en la barriada del Coll,
de Barcelona: cuatro
Misioneros de los Sagrados Corazones (el P. Simón, el P.
Miquel y los hermanos Francisco y Pablo), dos
Franciscanas Hijas de la Misericordia (Sor Catalina y
Sor Miquela), y la señora Prudencia. Cuatro hombres y
tres mujeres. Dos sacerdotes, dos hermanos coadjutores,
dos religiosas y una viuda seglar. Vocaciones cristianas
diferentes, pero una misma consagración total. Gente
anónima de entre la multitud que sigue al Cordero de
Dios, traspasado, pero no vencido. No amaron tanto la
vida que temieran la muerte.
Catalina Caldés Socias
Era el 9 de julio de 1899 cuando nación en Sa Pobla
(Mallorca) la segunda hija del matrimonio Miquel Caldés
y Catalina Socias. Se le impuso el nombre de Catalina y,
andando el tiempo, tendría otros dos hermanos. El mismo
día del nacimiento fue bautizada en la parroquia de S.
Antoni. Familia profundamente cristiana en los
criterios, lo cual derivaba también en numerosos actos
de piedad y de culto.
Catalina estudió cabe las Hnas. Franciscanas que
hacía poco más de medio siglo habían nacido en la
población de Pina (Mallorca). Luego siguió frecuentando
la casa de las monjas y formó parte de varios grupos
eclesiales. A medida que transcurrían los años iba
solidificando su propósito de unirse a las Hnas.
Franciscanas. No obstante algunas circunstancias
familiares trataran de retenerla, ya no volvió atrás.
El 13 de octubre del mismo año visitó el
característico hábito azul. Un año y un día después
emitió la profesión de los consejos evangélicos. Su
primer destino, la población de Lloseta (Mallorca),
donde enseñó las primas letras a los párvulos y ayudó en
las tareas domésticas. Tuvo otros destinos en Mallorca y
uno en Ciutadella (Menorca).
En junio de 1936 Catalina llevaba seis años formando
parte de la comunidad de religiosas franciscanas
localizada en C/ Santuari, 18, en el barrio del Coll de
Barcelona. La comunidad centraba sus tareas en la
guardería infantil y en el cuidado de los enfermos con
total desinterés. Subsistía gracias a los donativos. Sor
Catalina dejó muy buenos recuerdos donde quiera que
pasó. Hizo siempre el bien en la penumbra.
Miquela Rullán Ribot
El 24 de noviembre de
1903 nació en la villa de Petra (Mallorca) y recibió el
bautismo al día siguiente. Miquela frecuentó el
parvulario que las Hnas. franciscanas habían establecido
en el lugar. Sus padres lamentarían, al cabo de los
años, dos vidas segadas de sus hijos: Miquela y un
hermano suyo médico que ejercía en Guadalajara. También
fue ejecutado en la guerra.
La niña era de inteligencia normal y más bien
tímida. Tuvo que emigrar a Valencia con sus padres por
unos años y luego regresó a Mallorca, a Palma,
concretamente. De nuevo frecuentó a las franciscanas. No
se contentó con los actos de piedad personal, sino que
colaboró en la catequesis. Junto con sus amigas de
inclinaciones afines confeccionaba prendas y juguetes
para donar a los más necesitados.
No le importaron los comentarios que desató su
decisión de entrar en la vida religiosa con las
franciscanas. Tampoco cambió de opinión cuando algunos
le aconsejaban que entrara en otras congregaciones de
mayor abolengo. Precisamente por su humildad y
simplicidad escogía a las franciscanas, explicaba a
quien le planteaba alternativas. El 14 de abril de 1928
ingresaba como postulante en Pina.
En Pina emitió la primera profesión el 16 de octubre
de 1929. El mismo día y el mismo mes, pero seis años más
tarde (en 1935) profesó de modo definitivo. Poco después
fue destinada al Coll, en Barcelona. Allá residía una
comunidad franciscana humilde y austera, en una barriada
periférica de la gran ciudad. No era ajena a la
turbulenta situación social y religiosa de la ciudad
catalana. Expresó el presentimiento de su pronta muerte,
tanto al despedirse de Palma como al llegar a Barcelona.
A lo largo de su vida insistió Miquela en
identificar su voluntad con la de Dios. Discernía cuál
sería y consultaba con el director espiritual acerca de
la misma. En ello consistía su máxima aspiración.
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