Fiesta: 30 de diciembre
Aprobación del culto: Pío IX, el 17 de septiembre de
1847
Nacimiento: Palestrina (Roma, Italia), en 1254
Muerte:
Castel San Pietro (Roma, Italia), el 30 de diciembre de
1284,
Orden: Franciscanas Clarisas.
Vida de la beata Margarita Colonna, OSC (1254-1284)
Margarita nació en 1255, en Palestrina, hija de
Odón, de los Príncipes Colonna, y de Mabilia o Magdalena
Orsini, que tenían otros dos hijos: Juan y Giacomo
(Santiago). Corría en ella, por tanto, la sangre de dos
de las más poderosas familias romanas, protagonistas de
excepción de la historia de la ciudad de Roma, con fases
de paz y fases de enconados enfrentamientos. Palestrina
era la plaza fuerte de la familia. Las grandes familias
romanas estaban estrechamente unidas al papado y a la
curia, y los Colonna. En 1212 había sido legado
pontificio para la V Cruzada Juan Colonna, cardenal de
Santa Práxedes. Fue él quien trajo a Roma desde Oriente
la columna a la que, según la tradición, estuvo
atado Jesús durante la flagelación, y que aún se
conserva en la iglesia de la que él fue titular.
Los años en los que vivió Margarita fueron
tumultuosos y complicados para la Iglesia. La sede papal
quedó vacante durante 20 años, el periodo más largo de
la historia. Los pontificados de los papas que salían
del cónclave eran demasiado breves, y eso perjudicaba su
autoridad y prestigio, tan necesarios para mantener el
equilibrio entre las pretensiones de Francia y del
Imperio germano sobre el territorio italiano.
Desde la más tierna infancia había sido educada por
su madre en las virtudes cristianas por su madre, que
había conocido a san Francisco en la casa de su hermano
Mateo, tío de Margarita. Pero ella y sus hermanos
quedaron pronto huérfanos, primero de padre, y luego de
madre. Quedó bajo la tutela de su hermano Juan, dos
veces senador de Roma, quien le preparó un matrimonio
prestigioso y conveniente para las alianzas nobiliarias,
mas ella sólo deseaba ser esposa virginal de Jesucristo.
El 6 de marzo de 1273, apoyada por su otro hermano,
el cardenal Giacomo Colonna, se retiró con otras dos
jóvenes piadosas en la iglesia de Santa María de la
Costa, en el Monte Prenestino, hoy llamado Castel San
Pietro, encima de Palestrina, donde fundaron una
comunidad religiosa, sin aprobación canónica. Vistió el
sayo de las damianitas, bajo el cual llevaba un cilicio
ceñido a sus carnes. Entre ayunos y penitencias pedía al
Señor le concediese su mayor deseo: ser clarisa. Así
vivió unos años, siendo un escándalo para su familia.
En 1278, siendo su hermano Juan senador de Roma, su
otro hermano, Giacomo, fue nombrado cardenal por expreso
deseo del papa Nicolás III (Giangaetano Orsini, también
pariente de Margarita). La elección no se obedeció
solamente al hecho de pertenecer a una familia
importante. El joven Giacomo era un verdadero creyente y
amaba a Cristo, de modo que tomó consigo a su hermana y
la llevó a Roma, para orar juntos ante los sepulcros de
san Pedro y san Pablo. Fue el comienzo de una nueva
etapa en la vida de Margarita, pues su ejemplo despertó
el interés de otras mujeres, interesadas en dedicar
enteramente su vida, como ella, al servicio de Cristo.
Hacía sólo 20 años que había muerto santa Clara, y
su ideal de vida y el de Francisco atraía a multitud de
personas de toda condición social. A petición de
Margarita, el ministro general de los frailes menores
fray Jerónimo Masci, futuro papa Nicolás IV, le permitió
entrar en el monasterio de santa Clara de Asís, pero los
planes del Señor eran otros, y una enfermedad se lo
impidió. Pensó entonces en retirarse con sus compañeras
en el convento de la Méntola sobre el monte Guadagnolo,
entre Palestrina y Tívoli), donde se veneraba una imagen
de la Virgen a la que le tenía mucha devoción, pero era
un feudo del conde de Poli, que no veía con buenos ojos
a una Colonna en su territorio. Fue por eso que, al poco
tiempo, se trasladó a Roma, y pasó largo tiempo como
huésped de una noble muy piadosa y generosa, llamada
Altrudis, apodada “de los pobres” por aquellos a quienes
ella había dado sus bienes. Hasta que, en 1278, con
ayuda de su hermano cardenal, regresó al monte
Prenestrino, junto a su ciudad natal, para fundar
monasterio donde se viviera pobremente y se alabara al
Señor día y noche.
Ella misma se ocupó de la formación de sus
compañeras; pero su caridad se extendía más allá, hasta
los enfermos y pobres de la comarca. Cada año, para la
fiesta de San Juan Bautista, del que era muy devota,
organizaba para ellos una comida. Cuenta la tradición
que, en cierta ocasión, se presentaron Jesús y el
Bautista a su mesa, pero desaparecieron cuando los
reconoció Margarita. Toda su rica dote fue a parar a
manos de los pobres y enfermos. Una vez agotado su rico
patrimonio personal, no permitió que sus hermanos le
ayudasen, sino que prefirió vivir como franciscana, y no
le importó recurrir a la “Mesa del Señor”, pidiendo
limosna de puerta en puerta, para continuar su obra en
favor de los pobres.
Practicó de manera heroica todas las virtudes,
edificando al pueblo con la oración asidua y el ejemplo
de una caridad heroica. Con ocasión de una epidemia,
Margarita se hizo “toda para todos” asistiendo
maternalmente a los hermanos enfermos y corrió también
en ayuda de los franciscanos de Zagarolo. Otra vez
acogió en casa a un leproso de Poli, comiendo y bebiendo
en el mismo plato y, en un ímpetu de amor, besó aquellas
repugnantes llagas. Sería demasiado prolijo recordar
todas las manifestaciones de la intensa vida mística de
Margarita: la observancia escrupulosa de la regla de
Santa Clara, el amor a la pobreza, la continua unión con
Dios, los éxtasis, las efusiones de lágrimas, las
frecuentes visiones celestiales, el matrimonio místico
con el Señor, quien se le apareció colocándole un anillo
en el dedo y una corona de lirios sobre la cabeza y le
imprimió la llaga del corazón.
Durante siete años sobrellevó pacientemente una
herida ulcerosa en el costado, como si llevara una llaga
de la pasión de Jesucristo. Aún no había cumplido los 30
años cuando murió al alba del 30 de diciembre de 1284, a
causa de la úlcera y de unas fiebres altísimas. Su
muerte fue en todo digna de una perfecta hija de San
Francisco, el cual por amor de dama pobreza quiso morir
desnudo sobre la desnuda tierra. La noche de Navidad se
le había aparecido la Virgen con el Niño en brazos, y la
dejó en un estado de profunda exaltación. Después que
hubo recibido el viático y la unción de los enfermos,
pidió a su hermano el cardenal Giacomo, que la colocaran
en tierra, deseando morir pobre como Jesús y el Seráfico
Padre San Francisco. Fue complacida, pero sólo por un
breve espacio de tiempo, porque estaba demasiado
extenuada. Por último pidió que le dieran el crucifijo:
habiéndolo besado con intenso afecto, lo mostró a sus
hermanas, exhortándolas a amarlo con todas sus fuerzas.
Se adormeció un poco y luego volviendo en sí exclamó con
vigor: “He ahí a la santísima Trinidad que viene,
adoradla!”. Luego, cruzados los brazos sobre el pecho, y
fijando los ojos en el cielo, expiró serenamente.
Los funerales se desarrollaron el mismo día, en la
iglesia de San Pietro sul Monte Prenestino con gran
concurso de pueblo y de todos los franciscanos de la
zona. El sepulcro de Margarita se convirtió enseguida en
meta de peregrinos, que recibían gracias por su
intercesión. Cuando el papa Honorio IV autorizó en 1285
el traslado de su comunidad de clarisas al monasterio de
San Silvestre in Cápite de Roma, éstas se llevaron
consigo el cuerpo de la beata, que permaneció allí hasta
el año 1871. Hoy sus reliquias se veneran en la iglesia
de Castel San Pietro, donde la semilla sembrada por
Margarita hace más de siete siglos sigue aún viva,
gracias a las clarisas del monasterio de Santa María de
los Ángeles.
Sus primeros biógrafos fueron su hermano Juan y la
primera abadesa de San Silvestre. Pío IX aprobó su culto
el 17 de septiembre de 1847. Pocos años antes el papa
Gregorio XVI había dispuesto que los Colonna y los
Orsini eran las únicas familias con el privilegio
exclusivo de Príncipes asistentes de la sede pontificia.
Margarita representa para el mundo una delicadísima
figura de mujer en quien las dotes naturales de
inteligencia, fascinación y sensibilidad, unidas al
realismo y a la dignidad de su hogar, se insertan en el
robusto árbol de la espiritualidad franciscana. Su vida
brilla como un arco iris de paz en la historia
tormentosa de su tiempo.
ORACIÓN
Oh Dios, que has hecho
admirable
en el desprecio de los
bienes terrenos
a la Beata virgen
Margarita,
ardiente de amor por ti:
concédenos, por su
intercesión,
permanecer siempre unidos
solamente a ti
mientras cargamos con
nuestra cruz.
Derrama sobre nosotros,
Señor,
el espíritu de santidad
que concediste a la Beata
Margarita Colonna,
para que podamos conocer el amor de Cristo,
que supera todo
conocimiento,
y gozar de la plenitud de
la vida divina.
Por Cristo nuestro Señor.
Amén.
BIBLIOGRAFÍA
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biografico degli italiani. 027 Collenuccio-Confortini. -
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- La b. Margherita Colonna (Clarissa, Palestrina
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- La beata Margherita Colonna nel VII centenario
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- La b. Margherita Colonna. Illustrata dal p. Carlo
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- La principessa santa: Margherita Colonna / Maria
Castiglione Humani ; Frate Francesco 013 (1936) 353-358.
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