Fiesta: 2 de diciembre
Beatificación: Juan Pablo II, 23 de mayo de 1982
Nacimiento: Barcelona (España), en 1592
Muerte:
Murcia (España), 2 de diciembre de 1665
Orden: Franciscanas Clarisas Capuchinas
Vida de la beata María Ángela Astorch
Fuente: Rufino María Grandes, OFMCap., en Nuevo Año
Cristiano, Edibesa, Madrid 2001, 2 de diciembre.
María Ángela Astorch es una beata reciente, puesta
en los altares por Juan Pablo II en 1983, después de más
de 300 años de la muerte de esta mujer, eximia testigo
de la tradición mística española. Ha sido hasta hoy una
desconocida. Si en 1773 el jesuita Luis Ignacio Zevallos
escribía una obra de 580 páginas (in folio) sobre "Vida
y virtudes, favores del cielo, milagros y prodigios de
la Venerable Madre Sor María Ángela Astorch, fundadora
en la ciudad de Murcia de su ilustre convento de
capuchinas de la Exaltación del Santísimo Sacramento", y
para esta obra se servía de los escritos de la
venerable, de hecho no ha existido hasta el momento
(1985) un libro que recopilase propiamente las páginas
que salieron de sus manos, debidamente ordenadas. Su
relación autobiográfica y sus minuciosas cuentas de
conciencia a los confesores nos dan la pista para
seguirle en su vida y trazar los rasgos de su
espiritualidad.
UNA VIDA EN TRES ETAPAS: BARCELONA, ZARAGOZA, MURCIA
Nació en Barcelona y fue bautizada, en la parroquia
de Nuestra Señora del Pino, en 1592, cuarto vástago de
un matrimonio acomodado de la Ciudad Condal, Cristóbal
y Catalina. De aquel matrimonio vinieron al mundo cuatro
hijos: la mayor, Isabel, capuchina en su día, a quien
María Ángela profesó verdadera devoción y a quien,
muerta, la veneraba como santa; dos varones, Juan José,
que vivió sólo ocho años, y Cristóbal, que fue
religioso servita. Sin cumplir un año queda huérfana de
madre, y a los cinco muere también el padre. María
Ángela en Sarriá es confiada a los cuidados del ama,
bajo la vigilancia de sus tutores.
Toda la infancia de esta criatura, por parte de
padres y ama, estuvo arropada de amor y ternura, en un
clima profundamente religioso. A los 7 años ocurre algo
extraordinario, que ella ha de referir puntualmente
cuando escriba, para un confesor, el "Discurso de su
vida". Es dada como muerta y acuden para el entierro
su hermana Isabel, ya monja, acompañada de la madre
Serafina, venerable iniciadora de las capuchinas en
Barcelona. La oración de la santa madre obra el portento
de que la pequeña María Ángela vuelva a la vida.
Fue una niña que llegó precozmente a mayor, hasta el
punto de que pudo escribir: "Mi niñez no fue sino hasta
los siete años y, de éstos en adelante, fui ya mujer de
juicio y no poco advertida, y así, sufrida, compuesta,
callada y verdadera". "Llegada a los once años
cumplidos y entrada en los doce cosa de trece días, en
el año de 1603, en 16 días del mes de septiembre, entré
religiosa capuchina con mi gusto y de mi propia
voluntad."
La recibía la madre Serafina Prat. Esta catalana, hoy
en vías de beatificación, fue quien implantó las
capuchinas en España, en Barcelona, cuyo monasterio
sería venero de varias fundaciones.
Los primeros tiempos de su vida c1austral fueron una
delicia espiritual. Luego, por espacio de varios años,
tuvo una contrariedad increíble por causa de su celosa
maestra -"rígida en extremo, así para sí misma como para
las demás"-, era una incompatibilidad tal que hacía
tambalear la vocación de la joven, hasta el punto de
plantearse muy en serio el paso a otro instituto
contemplativo donde hallara el sosiego que su corazón
deseaba, hipótesis que, felizmente para las capuchinas,
no se realizó. Nota curiosa y comprensible: nuestra
biografiada reconoce que tenía una airosa gracia
natural en cuanto decía y hacía. "Todas estas cosas
daban notable gusto a mi santa madre fundadora Ángela
Serafina, y a esta mi madre maestra disgusto notable".
Orienta a esta joven ardiente y ávida un hombre de Dios,
el capellán de la comunidad, Juan García, santo varón
que había perseguido y practicado la vida eremítica, y
unía en sí un alto testimonio de santidad con una fama
sabiduría de las cosas del espíritu.
Sor María Ángela profesa en 1609, a los 17 años. Tres
años después la vemos como consejera de la comunidad. Y
pronto, en 1614, tiene que arrancarse de Barcelona, para
iniciar la fundación de Zaragoza. María Ángela no ha
cumplido 22 años y va como maestra de novicias al
monasterio que se va a iniciar. Salir de su Cataluña y
de su comunidad era el desgarrón de su alma. Resumiendo
oficios y servicios: "oficio de maestra de novicias, que
lo tuve nueve años seguidos, y después cuatro de vicaria
y maestra de las recién profesas. y después entré en la
cruz de la abadesa". La primera vez que le se confió el
cargo de abadesa tenía treinta y tres años.
Los tres decenios de Zaragoza (1614-1645) fueron
fecundísimos para ella y la comunidad y las fundaciones
que se originaron de este convento en aquella época que
realmente fue época de oro para las capuchinas cerradas
y otras monjas contemplativas. En Zaragoza entró en
contacto con un sacerdote eminente, don Alejo Boxadós,
bajo cuyo consejo puso por escrito, en forma de cuentas
de conciencia, todas las maravillas que Dios obraba en
su alma al contacto con la Biblia Y la sagrada liturgia.
En 1645 las capuchinas fundan en Murcia el
monasterio de la Exaltación del Santísimo Sacramento, y
aquí la madre María Ángela, fundadora, transcurrirá los
veinte últimos años de su vida hasta la muerte, en 1665.
Allí deja este mundo a los 73 años
y allí en el monasterio de capuchinas reposa su cuerpo.
Había sido una contemplativa, con un corazón materno
abierto al mundo, a las dolencias de su patria,
Cataluña, en tiempos de la guerra, a la santa Iglesia,
nuestra Madre -¡hija de la Iglesia!, cómo lo gustaba-, a
los fieles cristianos, a todos. ¡Lástima, y muy grande,
que no haya escrito, al estilo de Teresa de Jesús, un tratado, a su estilo, explicándonos con
orden las cosas de Dios!
ESPIRITUALIDAD: LA MÍSTICA DEL BREVIARIO
Esta mujer que de adolescente se encierra en un
monasterio -cosa no absolutamente insólita en aquellos
tiempos, en contra de la pedagogía normal de hoy- es una
mujer de un potencial humano riquísimo. Mujer de
grandes ansias de soledad, pero con singular cordialidad
y extraordinarias dotes de comunicación.
He aquí para un psicólogo y para un espiritual lo
que dice sobre su furia por estudiar latín: "Entré en la
religión y fue tan grande la inclinación que tuve a leer
y estudiar, que todo el día me era tiempo breve. Esta
ocupación era para mí de tanto gusto, que parecía
locura, porque llegué a tal extremo y ansia de tener
libros de latín, que no dejaba diurnal ni breviario a
las religiosas, y mi gloria, en todo su lleno, era verme
rodeada de libros de latín, que de otros, aunque los
leía, no se me daba nada. Por esta causa me sucedían
muchos disgustos (...) y a lo mejor que me sucedían y
estaba cubierta de lágrimas, cogía un libro de los
dichos y me lo ponía a la boca y, con los dientes,
apretaba las cubiertas y decía con una pasión terrible:
¡No fueras de cera siquiera para comerte! Y con esto
satisfacía algo de mi pasión".
Claro que esa furia apasionada no era por el latín,
sino por lo que detrás se escondía: la Sagrada
Escritura, el breviario y hasta las "Vitae Patrum" (las
Vidas de los Padres), que esta pobre capuchina podía
leer y traducir a sus hermanas. La espiritualidad
mística de esta contemplativa, que en diversas
ocasiones llama "mi camino interior», está vinculada a
la Escritura, a los versículos del Salterio, al Cantar
de los Cantares y a otros pasajes de la Palabra de
Dios, que de pronto se iluminan con un fulgor espiritual
que le transportan a las esferas interiores de Cristo y
de la Trinidad. Nada extraño que en su beatificación se
le haya presentado como "la mística del breviario".
Estamos en la época del barroco, en la que la
espiritualidad de "ejercicios" y penitencias que ponen
espanto. María Ángela fue deudora a este estilo, pero
este contacto fragante con la Palabra de Dios le ha dado
una originalidad nueva y salvadora.
Ha leído a Santa Teresa, recoge con frecuencia la
terminología de oración de quietud, de recogimiento, y
es plenamente consciente de la clasificación de las
visiones y hablas interiores (San Juan de la Cruz), pero esta esposa de un "Esposo de sangre"
(en alusión a Ex 4, 25) tiene su camino propio de esposa
para las maravillas que Dios va obrando en ella. Es
admirable encontrar esta lozanía bíblica en el tiempo en
que nos encontramos. María Ángela es límpida como el
agua para dar cuenta a sus directores.
Tanteando por las claves espirituales de una mujer,
que merece un estudio muy en profundidad, apenas
apuntado aquí, quizás no vayamos descaminados al tratar
de definir, en la liturgia de las horas de la familia
franciscana, el camino de María Ángela Astorch.
Ángela, madre y hermana,
que con paso peregrino
has alcanzado el Amor,
enséñanos tu camino.
Mi camino es la Palabra,
orada al divino Oficio;
Cristo, mi sabiduría,
la Escritura, el paraíso.
Una fuente de dulzura
fluye del Verbo divino,
y riega el claustro callado,
donde florecen los lirios.
Mi camino ensangrentado
el Señor lo ha recorrido,
y está en la columna atado
por nuestro amor malherido.
Un matrimonio de sangre
con
mi Señor he sentido:
mi corazón es el suyo,
su corazón es el mío.
Mi camino, mis hermanas
con que Dios me ha bendecido.
El
Señor sacramentado
está en mis hermanas vivo. Camino de caridad
en lo más hondo aprendido: amar y saberse amada
es la senda que he seguido.
RUFlNO MARíA GRÁNDEZ, O.F.M.Cap.
__________________
Bibliografia: L. IRIARTE, O.F.M.Cap.: Beata María Ángela Astorch,
Clarisa Capuchina (1592-1665): La mística del breviario.
Valencia, Editorial Asís, 1982; Es la biografía
preparada para la beatificación (1983); El mismo autor:
Beata María Ángela Astorch (1592-1625), Mi camino
interior: Relatos autobiográficos; Cuentas de espíritu;
Opúsculos espirituales, Cartas. Madrid, 1985.
ORACIÓN. Oh Dios, rico para con todos los que te
invocan, que adornaste a la beata María Ángela, virgen,
con el don de penetrar de modo inefable en el tesoro de
tus riquezas mediante la diaria liturgia de alabanza;
concédenos, por su intercesión, dirigir a ti de tal
manera nuestras acciones, que seamos alabanza de tu
gloria en Jesús, tu Hijo.
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