Fiesta: 8 de noviembre.
Beatificación: Juan Pablo II, Roma, 10 de octubre de
1993
Nacimiento: Venecia (Italia), 9 de enero de 1706
Defunción:
Ostra-Vétere (Ancona, Italia), 8 de noviembre de 1745
Orden: de Santa Clara - Clarisas.
Vida de la beata María Crucificada (Isabel María)
Satellico
Isabel María nació en Venecia el 9 de enero de 1706,
de Pedro Satéllico y Lucía Mander. Vivió con sus padres
en casa de un tío materno sacerdote, que se encargó de
su formación moral y cultural. Su débil contextura
física quedaba contrarrestada por una precoz
inteligencia. Pronto aprendió a leer, y demostró
enseguida una especial predisposición para la oración,
la música y el canto.
Desde niña quiso ser monja capuchina, y santa. Pero
el Señor tenía otros planes. Una joven de Venecia, que
enseñaba música y canto en el monasterio de clarisas de
Ostra-Vétere, en las Marcas, tuvo que abandonar por
motivos de salud, e Isabel, con apenas 14 años, aceptó
ocupar su lugar, al tiempo que continuaba su formación
como postulante. Cinco años tuvo que esperar, hasta
obtener la autorización del obispo de Senigallia para
empezar el noviciado. Era el 13 de mayo de 1725. Con el
nuevo nombre de María Crucificada, la novicia se aplicó
todo el año en el recogimiento y la oración, meditando y
deseando ser participe del misterio de la cruz.
El 19 de mayo de 1726 profesó en manos del Vicario
general de la diócesis de Senigallia. A partir de
entonces, todos sus esfuerzos se concentraron en la
realización de lo que siempre había deseado: ser cada
vez más semejante a Jesús Crucificado, con la práctica
de los consejos evangélicos de pobreza, castidad y
obediencia y la devoción filial a la Virgen Inmaculada,
en el espíritu de Clara de Asís. La Eucaristía era el
alimento diario de su esperanza y caridad, que se
manifestaba, como en Francisco y Clara, en un amor
fraterno y universal hacia todos los redimidos por la
cruz de Cristo.
Contemplación, austeridad y penitencia la hacían
cada vez más partícipe del misterio de la cruz, al
tiempo que salía victoriosa en todas sus tribulaciones.
Porque Dios la probó y purificó con frecuentes
aflicciones y tentaciones diabólicas, y con graves
enfermedades. Pero, con la ayuda de directores
espirituales santos y expertos -el conventual Ángelo
Sandreani y el P. Giovanni Battista Scaramelli, su
primer biógrafo- logró soportar y superar todas las
pruebas, hasta alcanzar una extraordinaria perfección,
manifestada en signos extraordinarios y auténticos
fenómenos místicos.
En 1742 fue elegida abadesa del monasterio. La
autoridad era para ella servicio y amor a la comunidad,
ejercido con bondad, firmeza y buen ejemplo.
Fue reelegida para el mismo cargo en 1745, pero
renunció por su mala salud. El obispo, sin embargo, a
obligó a ejercer de Vicaria. La muerte le llegó el 8 de
noviembre de 1745, a la edad 39 años. Su cuerpo fue
sepultado en la iglesia de Santa Lucía de Ostra Vétere.
La extraordinaria fama de su santidad quedó avalada
por numerosas gracias y favores atribuidos a su
intercesión, de modo que, a los siete años de su muerte,
el 18 de agosto de 1752, se abrió el primer proceso
ordinario para su beatificación, que quedó arrinconado
por circunstancias de la época. Recibió nuevos impulsos
en 1826, con León XII, y en 1914, con san Pío X.
El 14 de mayo de 1991 tuvo lugar la aprobación dle
milagro atribuido a su intercesión y, por último, fue
proclamada beata por Juan Pablo II, el 10 de octubre de
1993.
Su vida resplandecerá siempre como testimonio vivo
del poder de la Cruz, la única que redime, santifica y
salva, y la única que garantiza la paz y el amor entre
los hijos de Dios.
De la homilía de Juan Pablo II en la misa de
beatificación (10-X-1993)
La Iglesia te saluda, María Crocifissa, hija fiel de
Clara, humilde plantita de Francisco. Tú conformaste tu
vida a Aquel que por amor al hombre se dejó clavar en la
cruz. Tú plantaste tu existencia en la casa del Señor, a
fin de habitar para siempre en los atrios del amor, fiel
a la Santísima Trinidad (cf. Sal 23,6). En una
existencia breve buscaste constantemente el rostro del
Amado, en quien esperaste (cf. Is 25,9). Lo encontraste
en el rostro de los pobres que tocaban a la puerta de tu
caridad, lo viste en las hermanas confiadas a tus
cuidados y a tu autoridad, lo escuchaste entre las
paredes del convento de Ostra Vetere, que guardó tu
consagración. Pero mucho más intensamente lo sentiste
cerca en el encuentro diario del banquete eucarístico,
consciente de que quien come su carne y bebe su sangre
será verdadera morada del Altísimo y vivirá para
siempre.
Así, siguiendo la regla de oro de los consejos
evangélicos, te encontraste en adoración a los pies de
la cruz del Redentor, María Crocifissa, discípula de la
Virgen Inmaculada, hacia quien alimentabas una filial
devoción. Pobreza, castidad y obediencia, vividas con
sencillez y alegría franciscanas, fueron el instrumento
que te dio la seguridad de poder realizarlo todo en
Aquel que nos conforta (cf. Flp 4,13) y a quien ahora
contemplas en la gloria de tu Señor.
L'Osservatore Romano, edición en español, 15 de
octubre de 1993]
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