Fiesta: 5 de noviembre.
Beatificación: Juan Pablo II, Sevilla, 5 de
noviembre de 1982
Canonización:
Juan Pablo II, Madrid, 4 de mayo de 2003
Lugar de Nacimiento: Sevilla (España)
Orden: Franciscana Seglar. Fundó la "Compañía de la
Cruz"
Fuente: L'Osservatore Romano, edición en español, 2 de
mayo de 2003.
Santa Ángela de la Cruz (1846-1932)
Ángela nació en Sevilla el año 1846, de familia
numerosa y pobre, trabajadora y piadosa. Desde muy joven
trabajó en un taller de zapatería, a la vez que se
entregaba al servicio de los más pobres y marginados.
Bajo la guía de un experto confesor, el P. Torres,
intentó hacerse religiosa, hasta que comprendió que el
Señor la llamaba a fundar una congregación, la Compañía
de Hermanas de la Cruz, que, viviendo en gran
austeridad, atendían a enfermos y menesterosos. A pesar
de no tener estudios, dejó escritos de gran profundidad.
Su vida y espiritualidad tienen rasgos franciscanos muy
marcados. Murió el 2 de marzo de 1932 en Sevilla. Juan
Pablo II la beatificó el 5 de noviembre de 1982 y la
canonizó en 2003.
Nació en las afueras de Sevilla el día 30 de enero
de 1846. Fue bautizada el 2 de febrero siguiente en la
parroquia de Santa Lucía. Su padre, Francisco, era
cocinero del convento de los Trinitarios, y su madre,
Josefa, costurera allí mismo. Tuvieron catorce hijos, de
los que solamente seis llegaron con vida a la mayoría de
edad. Como tantas niñas pobres sevillanas de su tiempo,
fue poco al colegio, aprendiendo a escribir, sin dominar
la ortografía, algunas nociones de aritmética y
catecismo. Su pobreza no le impedía, desde niña y
adolescente, compartir con los más pobres los bienes que
tenían en la familia, pues les llevaba mantas de su casa
cuando no tenían ellos para todos.
En el hogar aprendió a rezar el rosario y las
oraciones del mes de mayo dedicado a la Virgen María.
Con su padre acudía al rosario de la aurora y su madre
se prestaba a ser madrina de los niños del barrio que lo
necesitaban. Hizo la primera comunión en 1854 y recibió
la confirmación en 1855. A los doce años tuvo que
ponerse a trabajar para ayudar a su familia como
aprendiz en la zapatería Maldonado, donde también se
rezaba diariamente el rosario, y tuvo sus primeras
experiencias místicas. Ella misma se puso a enseñar el
oficio a otras niñas, como oficiala de primera, en una
institución llamada «Las Arrepentidas», en aquella
Sevilla que entonces tenía rango de Corte por la
presencia en el palacio de San Telmo de los duques de
Montpensier.
El canónigo que confesaba a Angelita, el padre
Torres, le ayudó a encontrar lo que Dios le pedía: ser
monja. En 1865, acompañada de su hermana Joaquina, llamó
a las puertas del Carmelo que había fundado en Sevilla
santa Teresa de Jesús, pero, a pesar de su gran
capacidad para la vida contemplativa, no fue admitida
porque no tenía suficiente salud para la vida tan
austera del Carmelo. En 1868 entró como postulante en
las Hijas de la Caridad del hospital central de Sevilla,
pero por su salud quebrantada fue trasladada a Cuenca,
por si le sentaba mejor aquel clima. En 1870 tuvo que
dejar definitivamente a las Hijas de la Caridad, a pesar
de su entrega y fidelidad generosa.
Resignada a vivir como «monja sin convento», volvió
a su trabajo y se sometió en obediencia a su director
espiritual, escribiendo todos los pensamientos y deseos
de su alma, hasta que en 1875 vio durante la oración el
monte Calvario con una cruz frente a la de Cristo
crucificado: «Al ver a mi Señor crucificado deseaba con
todas las veras de mi corazón imitarle; conocía con
bastante claridad que en aquella otra cruz que estaba
frente a la de mi Señor debía crucificarme, con toda la
igualdad que es posible a una criatura...». En una
ocasión, después de escuchar las quejas de los pobres
que sufren, escribe al padre: «Si, para aconsejar a los
pobres que sufran sin quejarse los trabajos de la
pobreza, es preciso llevarla, vivirla, sentirse pobre...
¡qué hermoso sería un instituto que por amor a Dios
abrazara la mayor pobreza!», recibiendo así la
inspiración de fundar una «Compañía».
En sus Papeles íntimos, páginas asombrosas para una
mujer iletrada, con faltas ortográficas pero con una
identidad cristiana y eclesial admirable, redactó su
proyecto de Compañía, con una dimensión caritativa y
social a favor de los pobres y con un impacto enorme en
la Iglesia y en la sociedad de Sevilla, por su
identificación con los menesterosos: «Hacerse pobre con
los pobres». No quería hacer la caridad «desde arriba»
sino ayudar a los pobres «desde dentro». Escribía y lo
vivía: «La primera pobre, yo...».
El día 2 de agosto de 1875 el padre Torres celebraba
la Eucaristía en la iglesia del convento jerónimo de
Santa Paula, a la que asistían, con Ángela, que era
terciaria franciscana, otras tres mujeres, Juana, Josefa
y otra Juana, dispuestas a desentrañar el misterio de la
cruz en la oración y en el servicio a los pobres.
Acabada la misa, se trasladaron a vivir a un cuarto
alquilado en la calle de San Luis, n. 13, en el que
había una mesa, unas sillas y unas esteras de junco que
servían de colchón y de almohada, un crucifijo y un
cuadro de la Virgen de los Dolores. Estaban naciendo las
Hermanas de la Cruz.
La fundadora imprimió a su Compañía un ambiente de
limpieza, de saludable alegría y de contenida belleza,
de tal forma que sus conventos tendrían esplendor a base
de cal, estropajo, dos esterillas y cinco macetas. Su
estilo sería el de mujeres sencillas, verdaderamente
populares, apartadas de la grandiosidad, impregnando de
tal forma el aire de dulzura, que la gente agradecía
aquel nuevo modo de querer a Dios y a los pobres.
Luego pasaron a la calle Hombre de Piedra, junto a
la parroquia de San Lorenzo, donde ejercía el ministerio
Marcelo Spínola, quien llegaría a ser el arzobispo
llamado «mendigo», recientemente beatificado. Empezaron
a recoger niñas huérfanas de los enfermos a quienes
atendían, por eso pasaron a otra casa más grande en la
calle Lerena, donde ya pudieron contar con la presencia
de la Eucaristía. Atendían a las personas que estaban
solas y enfermas en sus casas. Con una mano pedían
limosna y con la otra la repartían.
En 1879 el arzobispo fray Joaquín Lluch aprobó las
primeras Constituciones de la Compañía de las Hermanas
de la Cruz, en una síntesis de oración y austeridad,
contemplación y alegría en el servicio a los pobres. Las
Hermanas de la Cruz fueron extendiéndose por Andalucía y
Extremadura, La Mancha, Castilla, Galicia, Valladolid,
Valencia y Madrid, las Islas Canarias, Italia y América.
En Sevilla se trasladarían a lo que después sería la
casa madre en la calle de Los Alcázares.
En 1894 sor Ángela, «madre Angelita» o simplemente
«madre» como se le llamaba ya en Sevilla, viajó a Roma
para asistir a la beatificación del maestro Juan de
Ávila y fray Diego de Cádiz, pudiendo entrevistarse con
el Papa León XIII, quien más tarde concedió el decreto
inicial para la aprobación de la Compañía, que firmaría
en 1904 san Pío X.
En 1907 sor Ángela asumió el gobierno y la
responsabilidad de su instituto religioso como primera
madre general, reelegida cuatro veces. Aunque tenía fama
de «milagrera», destacaba por su naturalidad y
sencillez.
En 1928, a pesar de la exposición iberoamericana, en
Sevilla continuaba habiendo pobres y necesidades; por
eso las Hermanas de la Cruz rondaban por los barrios más
pobres, santificándose especialmente con la virtud de la
mortificación, al servicio de Dios en los pobres,
haciéndose pobres como ellos.
Sor Ángela aceptó la decisión del arzobispo y, al no
continuar siendo madre general, se puso a disposición de
la nueva, aconsejando a sus hermanas y a cuantas
personas acudían a pedirle ayuda, atraídas por sus
virtudes.
Las Hermanas de la Cruz, de entonces y de ahora,
siguen a rajatabla las normas de mortificación
establecidas por sor Ángela: comen de «vigilia», duermen
sobre una tarima de madera las noches que no les toca
velar, duermen poquísimo, pues quieren estar «instaladas
en la cruz», «enfrente y muy cerca de la cruz de Jesús»,
renunciando a los bienes de este mundo y acudiendo sin
tardanza donde los pobres las necesiten.
El 7 de julio de 1931 la madre Ángela tuvo una
trombosis cerebral que, nueve meses después, la llevaría
a la muerte. Estuvo paralizada de medio cuerpo, pero
continuó resplandeciendo en su virtud de la humildad,
tratando de agradar y nunca molestar.
Después de una larga agonía y de haber recibido los
últimos sacramentos, murió en Sevilla, en su tarima de
dormir, el 2 de marzo de 1932. Sevilla entera pasó
durante tres días enteros por la capilla ardiente hasta
que, por privilegio especial, fue sepultada en la cripta
de la casa madre.
Fue beatificada en Sevilla por el Papa Juan Pablo II
el 5 de noviembre de 1982, y canonizada por el mismo en
Madrid el 4 de mayo de 2003. Su cuerpo incorrupto reposa
en su capilla de la casa madre y su memoria litúrgica se
viene celebrando el día 5 de noviembre.
L'Osservatore Romano, edición en español, 2 de mayo
de 2003.
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