Beata Ángela de Foligno, OFS

"Maestra de teólogos" (h. 1248-1309)

   
   


Fiesta: 4 de enero.

Reconocimiento del culto litúrgico: Clemente XI, el 30 de abril de 1701

Nacimiento: Foligno (Italia), hacia el 1248

Muerte: Foligno (Italia), 4 de enero de 1309

Orden: Orden Franciscana Seglar (o de la Penitencia)

 

BEATA ÁNGELA DE FOLIGNO

La época que le tocó vivir a la Beata Ángela presenta rasgos singulares, ricos en contrastes, como sucede con toda época de transición. Los acontecimientos de aquella época conducen el Medioevo a su ocaso, y ya nos dejan vislumbrar las luces del Renacimiento, con distintos cánones y nuevas ideas, que Dante presiente y saluda en su Vita nuova. El geocentrismo, el antropocentrismo y el individualismo de la nueva era que nace, suplantan al teocentrismo y universalismo de la Edad Medía que fenece. Los nacionalismos nacientes terminan de deshacer la vieja túnica del Imperio. Petrarca, tenido por muchos como el primer hombre moderno, canta las bellezas de su patria italiana y se inspira en la naturaleza y en el paisaje.

Ángela vivió, pues, en esta época fronteriza y dramática. Y no es difícil descubrir en su vida las huellas del ambiente en que se movió. La historia de esta mujer seglar, madre, viuda y sin estudios (declarada luego "Maestras de teólogos") se reduce a pocas noticias, no todas seguras. Sabemos que nació en Foligno, cerca de Asís, hacia el año 1248, veintidós años después de la muerte de San Francisco. Las tierras y casas que su familia poseía dentro y fuera de la ciudad le permitieron vivir su juventud en un ambiente rico y holgado, rodeada del afecto de una madre, que la adoraba. De su padre nada se sabe, por lo que algunos suponen que quedó huérfana desde muy pequeña.

Lella (Lel-la), como la llamaban los suyos, era una chica guapa, inteligente, voluntariosa y rica: un cóctel explosivo para una mujer medieval. Ella misma lo explica: "Sabed que durante toda mi vida busqué como pude que me adoraran y honraran". Esa sed de adulación y de incesante búsqueda de las cosas vanas de la vida la alejó enseguida de la práctica religiosa, y es posible que también de la fe. Ni siquiera su temprano matrimonio con un señorito local, ni los hijos que tuvo enseguida pudieron apartarla de aquella manera de ser y de vivir.

Ángela logró hallar una respuesta positiva al fracaso de su vida, en medio de algunos acontecimientos extraordinarios que sacudieron en aquellos años a Foligno, ciudad fiel al emperador: dos terribles terremotos (1279 y 1282), unas inundaciones desastrosas y la derrota sufrida frente a las tropas de Asís y Perusa, leales al Papa.  Tanto desastre afectó profundamente a ella como a sus paisanos, algunos de los cuales se sintieron empujados a cambiar su vida licenciosa por otra más comedida. Mucho influyó en Ángela el ejemplo realmente extraordinario de Pietro Crisci, más conocido como Petruccio, que vendió todo su incalculable patrimonio y lo repartió entre los pobres, para llevar una vida severa de ascesis y de oración. Ella al principio se burlaba de él, pero quedó pronto impresionada por su serenidad espiritual, y sintió el impulso de imitarlo.

Corría el año 1285 cuando experimentó un profundo cambio que la llevará poco a poco a la más alta perfección espiritual. Las cosas estaban cambiando para Ángela, que tenía entonces 35 años. Es la hora de confusión y de los sentimientos contradictorios. La ciudad pertenece ahora a la Iglesia. Empezó a frecuentar la iglesia y a tomar la comunión, aunque con cierta ligereza y sin un verdadero arrepentimiento. En poco tiempo pierde a su madre, al marido y a los hijos. Esto la deja desconcertada. Atormentada por los errores de su vida pasada, un día pidió a San Francisco que la librara de aquella tortura. Poco después, en la iglesia de San Feliciano, la predicación de un franciscano la conmovió hasta el extremo de pedir por primera vez perdón de sus pecados en el sacramento de la Reconciliación. Aquello le hizo recuperar la paz. El predicador era fray Arnaldo, de la comunidad del Sacro Convento de Asís. Era pariente suyo y simpatizante, según parece, de la corriente franciscana de los "espirituales", en la que militaron religiosos tan conocidos como Pedro Juan Olivi, Angel Clareno, Hubertino de Casale y Juan de Parma, ministro general de la Orden. Será él quien la acompañe en su camino de perfección como director espiritual y confesor, y el que pondrá por escrito todas las experiencias místicas que ella misma le iría dictando [puedes descargar aquí el Libro de la Beata Ángela de Foligno].

En 1291, atraída profundamente por el ideal franciscano y guiada por fray Arnaldo y por los hermanos del convento de San Francisco, entró a formar parte de la Orden Tercera. Su vida fue, desde entonces, un crecimiento constante en la contemplación de las cosas divinas. Murió en las últimas horas del 4 de enero de 1309 rodeada de numerosos hijos espirituales, para los que, años antes, había organizado un "Cenáculo" de vida espiritual y de acción social.

Su cuerpo se venera en la iglesia de San Francisco, de los Franciscanos Conventuales de Foligno.

El título de Beata se lo atribuyó la gente desde un principio, sin que se siguiera el reglamentario proceso canónico. El papa Clemente XI confirmó el culto el 30 de abril de 1701, aunque algunos papas en sus escritos la han llamado Santa (Pablo III, por ejemplo, en 1547, al conceder algunos privilegios a los afiliados a la Orden Franciscana Seglar; y Pío XI en 1947, en carta dirigida a A. M. J. Ferré).

 

La espiritualidad de la Beata Ángela

Es de admirar cómo la gracia divina haya podido obrar tantas maravillas en una persona como ella, en tan poco tiempo. Su trato íntimo con la divinidad, sus éxtasis escalofriantes, los secretos celestiales que en ellos se le confiaban, son más para ser admirados que descritos. L. Leclève no duda en afirmar que Ángela de Foligno, por el crecido número de sus visiones, solamente admite parangón con Teresa de Ávila; y a ambas las llama reinas de la teología mística. Nuestro pobre lenguaje humano es incapaz de expresar los misteriosos coloquios divinos de Ángela. Ella misma sufría y se quejaba porque le parecía que lo escrito por fray Arnaldo no eran más que burlas y blasfemias. Para ella, los dos caminos ascético y místico no transcurren paralelos, sino que son dos partes, una inicial y otra terminal, de una misma vida espiritual. Y aunque no todos están llamados a alcanzar las altas cimas de la contemplación mística, todos deben librar esa batalla y carrera espiritual que empieza con la práctica del ascetismo, y que tiene como meta la familiaridad y unión mística con Dios.

En el primer capítulo de su libro, Ángela describe las 18 etapas de su conversión. A ella se le atribuyen también unas exhortaciones, algunas cartas y un testamento espiritual, que le han hecho merecer, por parte de algunos, el título de "magistra theologorum". En sus escritos, el vino viejo de la espiritualidad medieval se trasvasa a los odres nuevos del Renacimiento. En línea con el pensamiento franciscano centrado en la encarnación y humanidad del Hijo de Dios como ejemplo a seguir, está gran mística de la Orden Franciscana Seglar es la gran mística de la humanidad de Cristo. Imitar a Cristo-hombre mediante las virtudes es el objetivo de la ascética, y la unión con Dios a través de Cristo es la consumación y el culmen de la mística.

Ahora bien, si el cristocentrismo franciscano gira en torno al misterio de la encarnación, el de la Beata Ángela de Foligno se centra totalmente en el misterio de la pasión y muerte de Cristo, como la mayor prueba de amor que Dios haya podido dar a la humanidad. Cristo es, para ella, el Libro de la Vida que todos tienen que leer si quieren encontrar a Dios. Tanto es así, que no podía ver un cuadro o una estampa de la pasión sin caer enferma, con fiebre. "En esta contemplación de la cruz -explicaba ella- ardía en tal fuego de amor y de compasión que, estando junto a la cruz, tomé el propósito de despojarme de todas las cosa, y me consagré enteramente a Cristo."

En sintonía con la espiritualidad de los frailes "espirituales" de su tiempo, enseñaba que la estricta pobreza tenia que ser la contraseña y el distintivo de los verdaderos discípulos de Cristo.

Adelantándose en varios siglos a Santa Margarita de Alaquoque, la beata Ángela, junto a la cruz, se convierte en la gran confidente del Corazón de Jesús: "Un día en que yo contemplaba un crucifijo, fui de repente penetrada de un amor tan ardiente hacia el Sagrado Corazón de Jesús, que lo sentía en todos mis miembros. Produjo en mí ese sentimiento delicioso el ver que el Salvador abrazaba mi alma con sus dos brazos desclavados de la cruz. Parecióme también en la dulzura indecible de aquel abrazo divino que mi alma entraba en el Corazón de Jesús." A veces el Sagrado Corazón la invitaba a acercar los labios a su costado para beber de la sangre que manaba de él.

También la devoción eucarística, tan actual, tiene a uno de sus  grandes precursores en la Beata Ángela. Fueron muchas las visiones, con que el Señor la recreó en el momento de la consagración, o durante la adoración de la sagrada hostia. Siete consideraciones dedica a la ponderación de los beneficios que en este sacramento se encierran; y exhorta a cada cristiano a prepararse para la comunión planteándose a quién se acerca, quién es el que se acerca, y en qué condiciones y por qué motivos se acerca.

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