Fiesta: 2 de de diciembre
Beatificación: Juan Pablo
II, 9 de junio de 1991, en Varsovia (Polonia)
Nacimiento: Wysoczka, Buk
(Polonia), el 8 de enero de 1694
Muerte: Lagiewniki
(Polonia), el 2 de diciembre de 1741
Orden: Franciscanos
Menores Conventuales
Vida del Beato Rafael Chylinski
Fuente: Carta del Ministro
General OFMConv., P. Lanfranco M. Serrini, a toda la
Orden, comunicando la beatificación del siervo de Dios
Rafael Chylinski. Roma, 22 de enero de 1991.
Traducción al español de
Fratefrancesco.org
El Venerable P. Rafael Chylinski nació el 8 de enero de
1694 en Wysoczka, ciudad de Buk, en el palatinado de
Posnania, en la "Gran Polonia", y fue bautizado con el
nombre de Melchor.
Sus padres, Arnulfo Juan y Mariana Kiepski,
descendientes de nobles antepasados, cristianos de fe
sincera y vida coherente, pusieron bases sólidas en la
formación religiosa del hijo. El pequeño Melchor
manifestaba buenos sentimientos, inclinación a la
oración, amabilidad hacia el prójimo. Estas dotes debían
ser muy marcadas, pues en familia lo llamaban el
"monjecito". Después de la escuela local pasó al Colegio
de Padres de la Compañía de Jesús, en Poznan
(1707-1710), siguiendo con fruto todo el curso de
enseñanza media.
En 1710, con 17 años, ya estaba en condiciones de
reflexionar bien acerca de las triste situación en
que se encontraba Polonia, gobernada desde 1697 por el
rey Augusto II, que era también Palatino de Sajonia.
Éste se había aliado con Rusia y Alemania en la tercera
guerra nórdica, que trataba de conquistar Suecia. Fue
una derrota para la coalición, y el rey sueco Carlos XII
llegó, victorioso, hasta Varsovia, deponiendo al rey
Augusto, al que aún le permaneció fiel una parte de la
nobleza, y haciendo elegir al rey Estanislao Sleczyski.
En 1706 Augusto renunciaba a la corona, pero estaba
listo para recuperarla tres años después, cuando una
nueva coalición de rusos y daneses derrotó
definitivamente a Carlos XII.
Fueron años peligrosos, en los que a las despiadados
saqueos de las distintas tropas rusas, danesas y sajonas
se sumó la peste, que segó sin piedad muchas vidas.
Entre los muertos estaba también el padre de Melchor.
Alistarse en el ejército en aquellas circunstancias
significaba elegir entre dos bandos de la nobleza.
Es probable que la familia, como la nobleza y el pueblo
de Posnania, siguiera al Arzobispo de Poznan, que
consideraba legítimo al rey Estanislao. Y es también
posible, por eso, que, cuando Melchor decidió alistarse
en 1712, formara parte de este bando.
A lo largo de tres años, con su regimiento de
caballería pesada, siguió un itinerario que, paso a
paso, lo llevó hasta Cracovia, ganándose el rango de
oficial por su grado superior de formación y por su
comportamiento recto y disciplinado.
La vocación franciscana
En 1715, tras la renuncia del rey Estanislao,
Melchor, cumplidos ya los 21 años, dio por concluido su
servicio a la Patria, al tiempo que sentía cada vez más
fuerte y apremiante la llamada del Señor a la vida
religiosa. Sin dudarlo resistió a los deseos de los
familiares, que deseaban para él un feliz matrimonio, y
marchó a Cracovia, donde pidió ser admitido en el
convento que los Frailes Menores Conventuales tenían en
dicha ciudad. Aquí tuvo que superar otras presiones por
parte de sus colegas militares, que trataban de
convencerlo para que regresara al ejército. Empezó el
noviciado en Cracovia, pero poco después, al declararse
la epidemia de peste, fue trasladado con los otros
novicios a Piotrków, donde, con el nombre de Rafael,
hizo su primera profesión el 26 de abril de 1716.
Su deseo era de seguir como "hermano religioso",
pero los superiores lo juzgaron idóneo para el
sacerdocio, y lo enviaron a hacer el curso de teología
moral en los colegios de Kalisz y Oborniki. A finales de
1717, según la usanza de la época, fue ordenado
sacerdote en Poznan.
El Venerable Rafael Chylinski comenzaba así su misión
sacerdotal, mientras en Polonia se abría una época de
relativa paz y tranquilidad, que permitía una mejora de
la situación económica y de la promoción cultural, junto
con una consoladora renovación de la vida cristiana. En
este ambiente se celebró el 8 de septiembre de 1717 la
coronación solemne de la imagen de Nuestra Señora de
Jasna Góra.
A partir de entonces, el ardor y el celo que el
neo-sacerdote Chylinski dedicaba al cumplimiento del
ministerio sagrado se complementaba con la generosa
correspondencia a la gracia de la vocación religiosa,
para formar su personalidad como hombre de Dios y digno
sacerdote. Un camino gradual e intenso que maduró y se
manifestó en las distintas poblaciones a donde fue
destinado por la obediencia. Primero en Radziejów
(1717-1719), y luego Pudry, Bagrów, Kalisz, Varsovia,
Gniezno, Pszczew, Poznan, Warka y, finalmente,
Lagiewniki, junto a Lódz, desde 1728 hasta 1741, excepto
el periodo de octubre de 1736 a mayo de 1738, que lo
pasó en Cracovia, asistiendo a los enfermos y moribundos
durante otra epidemia de peste que azotó a la ciudad.
Su compromiso ministerial se manifestaba siempre y
en todas partes en su celo incansable por la formación
espiritual de los creyentes, a través de una celebración
ejemplar del culto divino, en la predicación catequética
y moral en un estilo sencillo y popular, en la
disponibilidad generosa para la administración del
sacramento de la penitencia, y en las obras de caridad.
Fieles de todos los estratos sociales acudían a él,
atraídos por su vida interior y su caridad inagotable.
Su fisonomía espiritual
Era evidente en él la realidad de los consejos
evangélicos, a los que se había consagrado. Su espíritu
de obediencia lo empujaba a cumplir con amor la voluntad
de Dios, reconocida con sencillez en todas sus
manifestaciones, especialmente en la Regla de la Orden,
de acuerdo con las Constituciones y con lo que los
superiores le proponían. Rafael estaba siempre
dispuesto, espiritual y generosamente, a la rápida
ejecución de sus disposiciones, y también de sus deseos.
La profesión de la castidad consagrada, preferida
por él, por amor a la vocación, a las propuestas de un
matrimonio prometedor, se mantuvo siempre vigilante y
activa en su corazón, llevándolo a pregustar la
bienaventuranza de los puros de corazón, la dulzura de
la amistad íntima con el Señor, y a alimentar
sentimientos de fraternidad espiritual para con todos.
La pobreza la amaba como un precioso tesoro, y la
observaba con rigor, contento de poder decir con verdad
y coherencia: "No tenemos nada propio". Retenía consigo
sólo lo estrictamente necesario para vivir, privándose
muchas veces incluso de lo necesario, para socorrer a
los necesitados. Lo que recibía como regalo lo entregaba
enseguida a los superiores, para las necesidades de la
iglesia, de la comunidad o de los pobres. Esto hizo de
él, a los ojos de sus hermanos y de los fieles, "una
verdadera imagen de san Francisco".
La vida espiritual del P. Rafael se centraba en el
hecho dominante de su continua unión con Dios, buscada y
profundizada con intenso amor. Testigo exterior de su
actitud de constante y piadosa meditación era una frase
que repetía con frecuencia: "Mi alma ama al Señor", y
otra frase con la que incitaba a los que se le
acercaban: "Amemos a Dios, alabémoslo siempre, no lo
ofendamos jamás". Para no ofenderlo mantenía una fuerte
carga ascética y penitencial; para alabarlo participaba
con fidelidad a la oración comunitaria, y cultivaba con
perseverancia la oración individual, contento también de
poder ayudar en las celebraciones litúrgicas,
acompañando los cantos religiosos con la cítara, el laúd
y la bandurria.
Fue característica también su devoción mariana.
Cada día recitaba el Oficio votivo de la Asunción en
honor de la Virgen, y celebraba con fervor las distintas
festividades marianas.
Su amor a Dios lo llevaba a un amor muy vivo por el
prójimo: hacia los hermanos, ofreciendo afecto,
servicio, comprensión, afabilidad, y promoviendo el buen
testimonio de la comunión fraterna; fuera de la
comunidad, en una dimensión eclesial, con auténtico
carisma, asistiendo a los pobres y enfermos.
Los pobres eran para él un apremio continuo.
Estando con ellos establecía enseguida una relación de
comunión fraterna que lo llevaba espontáneamente a
consolar, exhortar, socorrer. En el convento de
Lagiewniki tenía el encargo de repartir alimentos,
víveres y ropa a los pobres que acudían. Un encargo que
él cumplía con dedicación admirable, sin olvidar nunca
una asistencia espiritual que lo llevaba a partir, junto
con el pan material, el de la fe y la esperanza
cristiana.
En este campo de la caridad tocó las altas cimas de
la caridad cristiana, no perdonando renuncias, fatigas y
mortificaciones, con la finalidad de asistir también a
los enfermos con heroicos sacrificios. Consideraba un
deber obligatorio de su caridad sacerdotal prestarse
generosamente a la práctica de las oraciones "rituales"
aprobadas por la Iglesia, para invocar la protección
divina sobre los enfermos. Fue así como el convento de
Lagiewniki se convirtió en el lugar privilegiado en el
que confluían enfermos en el cuerpo y en el espíritu. Y
florecían de ese modo gracias especiales, premio a la fe
que él sabía comunicar a los fieles que acudían.
El apostolado de los apestados
Esta sensibilidad especial hacia los sufrimientos
e los enfermos hizo que los superiores pensaran en él en
1736, para un servicio de gran caridad en Cracovia,
sacudida por una terrible epidemia de peste, agravada
por una violenta inundación.
Durante dos años ofreció su servicio casi
ininterrumpido en un hospital, en contacto con un millar
de enfermos apiñados sobre paja húmeda, en espacios
estrechísimos, aterrorizados por una suerte sin
esperanza, con un hedor insoportable, presagios y
testigos de una muerte convertida para todos en
experiencia diaria.
Desde la mañana hasta la tarde, el P. Rafael se
entretenía con los infelices pacientes y con los
moribundos: les ayudaba, los exhortaba, les infundía
confianza, los abría a la confianza en Dios, los
confesaba y los preparaba para el encuentro con Dios.
Cuando se daba cuenta de que estaba rodeado de
cadáveres, rompía a llorar y a sollozar, levantando las
manos al cielo en actitud de súplica, para implorar a
Dios la liberación de tanta calamidad.
La epidemia cesó en 1738, y el apóstol del hospital
de Cracovia regresó enseguida al convento de Lagiewniski,
donde fue recibido con sentimientos de respeto por los
compañeros y por "sus" pobres, y donde reemprendió
enseguida, y con gran sencillez, su acostumbrado
servicio de asistencia. Esta "sencillez" de un deber que
se sigue cumpliendo es lo que demuestra la carga de
total y completa entrega que el P. Rafael había hecho a
Dios de su propia vida.
El Señor le dio el gozo de poder atender, junto con
los pobres, a su madre, que se había mudado a
Lagiewniski para vivir "con devoción" cerca del hijo.
"¡Qué hermoso es morir mañana, sábado"!
Pero sus fuerzas físicas, debilitadas por la
penitencia y por su indefensa actividad al servicio de
la caridad, ya se iban agotando. En septiembre de 1741
tuvo que suspender toda actividad. Atado al lecho, con
inquebrantable serenidad, repetía a quiénes se le
acercaban: "Hay que morir". Y se preparaba con una
admirable conformidad a la voluntad de Dios, soportando,
meditando, animando a cuantos lo rodeaban.
El 1 de diciembre, viernes, dijo: "¡Qué hermoso
sería morir el día de la pasión y muerte del Señor...,
pero también será hermoso morir mañana, día dedicado a
la Bienaventurada Virgen María!" Así fue: era el 2 de
diciembre de 1741.
Los funerales fueron apoteósicos, en el llanto
general, pero también en el gozo de haber conocido a un
religioso de tanta santidad. La iglesia franciscana de
Lagiewniki se convirtió en centro de peregrinación para
toda Polonia.
Hacia la glorificación
La veneración hizo que se abriera 20 años después
el Proceso Ordinario Informativo en la archidiócesis de
Gniezno, que duró 2 años (1761-1763). La causa fue
introducida en Roma, en la Congregación de Ritos, con
decreto del 29 de agosto de 1772. El itinerario fue
rápido: decreto "super non cultu" (11 de diciembre de
1773); proceso "super virtutibus" (1773-1777); proceso "super
fama" (1774); decreto sobre la validez de los procesos
(31 de mayo de 1786).
Luego vino una larga pausa, provocada por las
cuestiones históricas que siguieron al triple reparto de
Polonia, que quedó sujeta a la dominación extranjera
hasta el 1918. Sólo en 1940 fue posible elaborar y
presentar a la Congregación Vaticana una nueva "Positio
super virtutibus" que fue aprobada definitivamente el 2
de marzo de 1949. El decreto sobre la heroicidad de las
virtudes lo aprobó Pío XII el 13 de mayo de 1949.
En tiempo más propicios, como los actuales, ha sido
posible examinar de nuevo positivamente un milagro
ocurrido en 1746, ya atestado y documentado en el
Proceso Apostólico, y llegar precisamente hoy, 22 de
enero de 1991, a la aprobación del miso, abriendo el
camino a la Beatificación, fijada, como ya se ha dicho,
para el próximo 9 de junio de 1991, en Polonia.
Roma, 22 de enero de 1991. P. Lanfranco M. Serrini,
Ministro general OFMConv.
De la homilía de Juan Pablo II en la misa de
beatificación
Fuente: L'Osservatore Romano,
edición semanal en español, 19 de julio de 1991
Durante esta santa misa ha sido proclamado beato un
franciscano conventual, el padre Rafael Chylinski. Era
hombre de mucha oración y, a la vez, de gran corazón
para con los pobres. Cuando en 1736 se difundió la
epidemia en Cracovia, se entregó completamente a los
enfermos y realizó todo tipo de servicios sin
preocuparse por su propia seguridad. Con celo servía a
los pobres, a los enfermos y a los contagiados por la
epidemia, a todos los que llegaban a su convento en
Lagiewniki, actualmente barriada de la ciudad de Lódz.
Muchas veces, no teniendo nada que darles, les ofrecía
su propia porción de pan y su manto. Poco después de su
muerte comenzó el proceso de beatificación, que se
interrumpió a causa de la repartición de Polonia. El
hecho de que durante un período tan largo no muriera el
recuerdo de su santidad, es el testimonio de que Dios
esperaba expresamente que su siervo fuera proclamado
beato en la Polonia libre. Que el beato Rafael nos
recuerde que cada uno de nosotros, aunque sea pecador,
ha sido llamado al amor y a la santidad.
He reflexionado mucho leyendo su biografía. Su vida
está ligada a la época de los sajones; sabemos que eran
tiempos tristes, no sólo a causa de la historia política
de la I República, sino también de la moralidad social.
No quiero recordar aquí los refranes, que aún hoy se
pueden oír, acerca de esos tiempos. Fueron tiempos
tristes, de desconfianza ilimitada de las personas, de
total despreocupación y de consumismo extendido a un
estamento social. Y en este escenario aparece un hombre
salido precisamente de ese estamento. Es verdad que no
es un gran magnate, pues no pertenece a la alta nobleza;
pero posee todos los derechos sociales y políticos. Por
lo que hizo y por la vocación que eligió, este hombre
llegó a ser, y quizá lo es aún, protesta y expiación.
Más que protesta, expiación por todo lo que llevaba a
Polonia a la ruina. A veces, mientras medito sobre la
vida de este beato, me viene a la mente Tadeusz Rejtan.
Es verdad que el padre Rafael murió antes de la primera
repartición de Polonia, en 1741. Tadeusz Rejtan, como es
sabido, llevó a cabo su obra tras la repartición,
durante una sesión de la Dieta que la aprobó.
Precisamente en esa época Rejtan bloqueó con su propio
cuerpo la puerta para no dejar pasar a los
parlamentarios polacos del siglo XVIII y los instó: «¡No
se puede! ¡Si queréis salir de aquí con esta decisión,
con esta ley, debéis pasar sobre mi cadáver!». El padre
Rafael no fue nunca diputado ni parlamentario. Escogió
la vocación de hijo pobre de san Francisco. Pero su
testimonio es muy parecido. Su vida escondida en Cristo
era una protesta contra la conciencia, la actitud y el
comportamiento autodestructivos de la nobleza de esa
época sajona, cuyo fin conocemos. Pero ¿por qué la
Providencia nos lo recuerda hoy? ¿Por qué ha madurado
este proceso sólo ahora, a través de todos los signos de
la tierra y del cielo, y podemos proclamar beato al
padre Rafael? Tratad de responder a esta pregunta.
Tratemos de responder a esta pregunta. La Iglesia no
tiene recetas preparadas. El Papa no quiere sugeriros
ninguna interpretación; pero reflexionemos todos juntos,
los 35 millones de polacos, acerca de la elocuencia de
esta beatificación precisamente en el año del Señor de
1991.
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