Fiesta: 4 de diciembre
Beatificación: Pío IV,
1867
Nacimiento: Utiel
(Valencia, España), agosto de 1578
Muerte: Yedo (actual
Tokio, Japón), el 4
de diciembre de 1623
Orden: Franciscanos
Menores de la Observancia - Descalzos o Alcantarinos
Llegada del cristianismo a Japón
Los primeros cristianos japoneses recibieron el
bautismo en 1548, en Goa, de manos del obispo Juan de
Albuquerque. Ellos fueron los que guiaron los pasos de
san Francisco Javier por el archipiélago nipón. Pero los
jesuitas fueron pronto expulsados del país.
En 1593 desembarcaban en Japón los franciscanos
descalzos Pedro Bautista Blázquez, Bartolomé Ruiz,
Francisco de San Miguel y Gonzalo García, que no
tardaron en recibir refuerzos desde Filipinas. En sólo
tres años lograron bautizar a unos 20.000 neófitos, pero
en 1596 estalló la persecución. Pedro Bautista y cinco
compañeros suyos, tres jesuitas nativos y 17 cristianos
seglares murieron crucificados en Nagasaki
En tres años llegaron a bautizar a unos 20.000
neófitos. En 1596 estalló la persecución contra los
cristianos, y el 5 de febrero del año siguiente morían
crucificados en Nagasaki san Pedro Bautista , cinco
compañeros suyos, tres jesuitas nativos y 17 cristianos
seglares. Su martirio supuso nuevas conversiones y mayor
expansión misionera, y fue en una de las nuevas oleadas
de misioneros cuando llegó al país el beato Francisco
Gálvez
Fray Francisco Gálvez de Utiel
Este franciscano, sacerdote y misionero, nació de
Francisco Gálvez y de Juana Iranzo, familia hidalga y
bien situada de Utiel (Valencia), , unos días antes del 15 de
agosto, fecha de su bautismo.
Se inició en las letras en la escuela de la
parroquia, pero pasó enseguida al Colegio Seminario del
Salvador, inaugurado el 6 de agosto de 1585, cuando
Francisco estaba a punto de cumplir los siete años. En
palabras del fundador, el sacerdote local Don Gonzalo
Muñoz Iranzo, la finalidad del colegio era "que aquí los
niños y niñas, desde chiquitos, aprendan la Doctrina
cristiana, y los mayores y estudiantes aprendan los
principios de Gramática y Latinidad, para que aquí
salgan buenos ministros para la Iglesia y vayan a otras
Universidades para aprender otras ciencias y facultades
y a Religiones y Monasterios para mejor servir a Dios,
que éste es el celo del Salvador del mundo, a quien se
debe todo y a quien se le dé la honra y gloria por
siempre jamás, amén".
Hacia los 14 años, ell joven Francisco saldrá de
aquí bien preparado para empezar su formación
universitaria en el Estudio General de Valencia. En su
certificado de estudios del 10 de abril de 1598 consta
que era ya subdiácono, que cursó Artes, Lógica y
Filosofía, bajo el magisterio del catedrático José Roque
Rocafull, doctor en Artes liberales, y, y que luego
completó los cuatro años de Teología. Cumplidos todos
los requisitos, recibió enseguida el diaconado,
seguramente de manos del santo arzobispo de Valencia
Juan de Ribera, quien lo destinó a una de las parroquias
de la ciudad.
Muy fuerte debió de sentir la llamada a la vida
religiosa, pues, sin esperar a la ordenación sacerdotal,
solicitó ser admitido en el convento valenciano de San
Juan de la Ribera, de los franciscanos descalzos o
alcantarinos. Esta rama de la observancia, una de las de
mayor austeridad, se caracterizaba por una vida de
pobreza, austeridad, mortificación y compromiso
evangelizador y con los pobres. Descalzos eran también,
aparte de san Pedro de Alcántara, san Pascual Báilón y
el beato Andrés Hibernón, contemporáneos suyos.
A Oriente por la ruta occidental
El beato Francisco Gálvez profesó la regla
franciscana el 6 de mayo de 1600 y se ordenó sacerdote a
finales del mismo año, o a comienzos de 1601. Poco
después, el 28 de junio, a petición propia, partía como
misionero hacia al Extremo Oriente desde el puerto de
Sanlúcar de Barrameda. Lo sabemos porque el 1 de marzo
de 1601, el rey Felipe II, por real cédula que se
conserva en el sevillano Archivo de Indias, autorizaba a
fray Juan Pobre, procurador de la Provincia franciscana
de Filipinas, viajar a dichas islas con 40 misioneros, a
expensas reales.
El viaje se hacía entonces por la ruta occidental.
Tras dos meses de travesía, la misión dirigida por Juan
Pobre desembarcaba en San Juan de Ulúa, el puerto de
Veracruz, en Méjico. De aquí se dirigieron a pie hasta
la capital azteca. Ocho años permaneció el beato
Francisco en tierras mejicanas, sin que podamos precisar
dónde residió ni en qué se ocupó todo ese tiempo. Lo que
si sabemos es que sólo en 1609 pudo embarcarse en
Acapulco, donde la congregación tenía una hospedería
para los frailes de paso, rumbo a Manila. Tanto el
archipiélago filipino como el japonés formaban parte de
la floreciente provincia franciscana de San Gregorio
Magno, cuyo primer procurador había sido san Pedro
Bautista, uno de los protomártires de Japón
recientemente crucificados en Nagasaki. A raíz del martirio la Provincia
había experimentado un
fuerte crecimiento, pasando de 41 conventos, 125
religiosos y 60.892 cristianos a finales del siglo XVI,
a 57 conventos y 114.000 cristianos en 1622.
El beato Francisco Gálvez fue destinado al convento
filipino de Dilao, un barrio del extrarradio de Manila,
donde había una colonia de japoneses cristianos.
Trabajando pastoralmente con ellos fue como fray
Francisco pudo aprender la lengua nipona. Hizo tantos
progresos que sus superiores lo nombraron ministro de
los japoneses de Balete, jurisdicción de Dilao.
Evangelizador en Japón
En 1612, bien preparado por el contacto diario con
los nipones, el beato Francisco hizo su primer viaje a
Japón. Durante dos años pudo desarrollar una breve pero
intensa labor misionera: anuncio del Evangelio en
japonés con soltura, traducción de libros religiosos
(Vidas de Santos, un Catecismo, varios opúsculos
devocionales) que facilitaron su tarea, y atención a los
leprosos de Asakusa hasta contagiarse con la enfermedad.
El 27 de octubre de 1614, por decreto imperial, el
beato Galvez y los demás misioneros tuvieron que
abandonar el territorio y regresar a Manila, pues Japón
no se abrió a los europeos hasta el siglo XIX, y las
persecuciones contra los cristianos no terminaron hasta
el año 1873. Pero fray Francisco se las ingenió para
regresar, porque allá había dejado a un pequeño grupo de
cristianos que él mismo bautizó, y necesitaban de su
presencia, apoyo, consejos y consuelos. En 1616, con la
armada del Gobernador de Filipinas, llegó hasta
Singapur, desde donde pudo llegar a Malaca, colonia
portuguesa donde los franciscanos, seis años antes,
habían obtenido del rey de Camboya permiso para
evangelizar en su territorio. Sólo encontró una galeota
que viajaba a Japón, pero no admitía pasajeros, y menos
misioneros, pues aún estaba reciente el decreto de
expulsión. Entonces recurrió a una estratagema: se tiznó
de negro y se contrató como galeón o remero, a cambio de
una pequeña ración diaria de arroz. Pero todo lo soportó
con paciencia, incluso el año y medio que tuvo que
esperar en Macao, antes de tocar suelo japonés.
Cumplido su propósito, aún pudo moverse con cierta
libertad, gracias a la tolerancia de las autoridades
locales. Incluso ejerció de mediador diplomático,
entregando al príncipe de Voxu, Masamuné, por encargo
del beato Luis de Sotelo, martirizado poco después en
Omura, unas cartas y presentes que traía de parte del
rey de España y del Papa. Fray Francisco fue bien
recibido y agasajado, con orden de atenderle en todo lo
necesario, y con la asignación de un lugar tranquilo
donde poder dedicarse sin molestias a la evangelización.
Gracias a este especial privilegio del príncipe Masamuné,
el Beato Gálvez pudo desarrollar una intensa y fructuosa
actividad misionera en los territorios de Voxy y Mongami,
multiplicando las conversiones.
Martirizado en Yedo (Tokio)
Aún no se habían agotado las anteriores órdenes de
expulsión, cuando, en agosto de 1623, el Emperador
nombró nuevo "shogum" o jefe de gobierno a Iemitsu. Y
éste, al ver que no se cumplían con demasiado rigor,
ordenó eliminar a los cristianos, prometiendo honores y
dinero a quiénes los denunciaran. Enseguida alguien (un
cristiano renegado, o un bonzo que se hizo pasar por
tal) delató ante el gobernador a los cristianos y
misioneros de Yedo, la actual Tokio, entre ellos al
jesuita siciliano Jerónimo de los Ángeles. Fray
Francisco Gálvez fue apresado en Kamakura, antes de
poder huir con el japonés converso Hilario Mongazaimón,
síndico de la orden franciscana. Con él apresaron
también a fray Juan Cambo, que había sido portero en el
antiguo convento de Nagasaki, a fray Padre Doxico, a
Hilario y a su esposa Marina, con confiscación de todos
sus bienes.
Los llevaron a Yedo, y fueron presentados ante el
Consejo del Emperador. Acusado de engañar a los
conversos japoneses arriesgando sus vidas, el beato
Francisco respondió en voz alta y en elegante japonés:
"Yo no he engañado a nadie, ni predico falsa doctrina,
ni he sido causa de muerte; antes bien, por amor de
Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Salvador del
mundo, y por amor de sus escogidos los cristianos, les
he predicado la verdad y verdadera salvación, sin la
cual nadie se puede salvar, ni vuestras mercedes se
salvarán, si no creen lo que yo predico. No he sido
causa de la muerte de los cristianos, sino vuestras
Mercedes lo son, que se la dan injustamente".
No le dejaron seguir hablando. En prisión se
encontró con fray Jerónimo de los Ángeles, apresado
pocos días antes que él. Se alegraron de verse, se
confesaron mutuamente, se prepararon para morir y
animaron a los demás cristianos detenidos con ellos.
Cuando llegó Iemitsu a Yedo, condenó a muerte a los 51
detenidos, ordenando que los pasearan por las calles de
la Corte antes de ser quedamos vivos en la hoguera. En
el cortejo iban tres grupos: el primero estaba
encabezado por el P. Jerónimo de los Ángeles, a caballo,
y el hermano laico Simón Yempo y 17 condenados más a
pie. El segundo lo presidía fray Francisco Gálvez a
caballo, con otros 16 condenados tras él. A la cabeza
del tercer grupo iba Faramondo, caballero pariente y
primo del Emperador, noble y rico, que se bautizó en
Osaka en 1600 y había sido torturado en una anterior
persecución.
El martirio se consumó el 4 de diciembre de 1623:
dos jesuitas, el beato Francisco Gálvez y 47 "cordígeros"
o franciscanos seglares, fueron quedamos vivos en una
gran plaza de las afueras de Yedo, a la vista de muchos
nobles y señores que habían sido invitados a los
festejos de la investidura del shogun, y de un gran
gentío, también cristianos, que acudieron de todas
partes. Aunque pusieron guardia para los cristianos no
retiraran sus restos y cenizas, pero éstos supieron
esperar hasta la cuarta noche, cuando ya nadie vigilaba.
En poco tiempo, los cristianos de Japón quedaron sin
sacerdotes y reducidos al silencio y la clandestinidad,
hasta que fueron descubiertos de nuevo en 1865, año en
que se volvió a permitir la entrada de misioneros
católicos en el país.
El 7 de julio de 1867, Pío XI lo beatificaba con los
otros 204 mártires ejecutados en Japón entre los años
1617 y 1632. Franciscanos eran 11 descalzos o
alcantarinos, 6 observantes, y 29 seglares. Los
franciscanos y la diócesis de Valencia celebran su
fiesta el 4 de diciembre.
Regresarr
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