Fiesta: 28 de noviembre.
Beatificación: Urbano
VIII, el 12 de agosto de 1624
Canonización: Benedicto
XIII, el 10 de diciembre de 1726
Nacimiento: Monteprandone
(Italia), en septiembre de 1393
Muerte: Nápoles (Italia),
el 28 de noviembre de 1476
Orden: Franciscanos
Menores de la Observancia
Co-patrón de Nápoles
Vida de san Jaime -Santiago- de la Marca (1393-1476)
En la Europa del siglo XV, en lo político, los
estados se hacían la guerra entre sí, mientras los
turcos avanzaban sobre sus territorios, tras haber
conquistado Constantinopla y Chipre. Y en lo religioso,
la Iglesia tenía que hacer frente a multitud de sectas y
herejías: fratiecelli, patarenos, albigenses, maniqueos,
iconoclastas... En esta difícil situación, los hijos de
san Francisco se distinguieron, una vez más, por su obra
en favor de la fe, de la paz y de los pobres. En Italia
destacaron, de manera especial, las cuatro columnas de
la observancia franciscana, a saber: san Bernardino de
Siena, san Juan de Capistrano, Alberto de Sarteano
y san Jaime de la Marca.
Santiago nació en Monteprandone (Marca de Ancona),
en septiembre de 1393. Sus padres, Antonio Gangale y
Antonia Rossi, lo bautizaron con el nombre de Domingo (Doménico).
A los siete años quedó huérfano, y tuvo que cuidar el
rebaño familiar, pero aquella vida no le satisfacía, de
modo que se escapó de casa y marchó a vivir a Offida, en
casa de un tío suyo sacerdote. Éste, viendo sus dotes y
voluntad de aprender, le enseñó a leer y a escribir, y
lo mandó a estudiar estudiar artes liberales a una
escuela de Áscoli Piceno. Logró doctorarse en Derecho
civil y eclesiástico en Perusa al tiempo que trabajaba
en la educación de los hijos de un profesor
universitario, con cuya ayuda consiguió el cargo de notario
público en el Ayuntamiento de Florencia. Luego trabajó como
comisario y juez en Bibbiena (Arezzo). Aquí pudo conocer
la gran corrupción existente en las más altas capas de
la sociedad, pero también a los franciscanos. Esto y sus
meditaciones acerca del misterio redentor de la cruz
manifestado a Francisco en el cercano monte de La Verna
lo animaron a dejar la abogacía y, tras un breve retiro
en la Cartuja de Florencia, decidió ingresar en la orden
de los hermanos menores de la observancia. Tenia 23 años cuando, como dirá luego en uno de
sus sermones, "entregó a Cristo su cuerpo en la castidad
y su alma en la obediencia, abandonando las cosas de
poca importancia y las terrenas, la familia y las
satisfacciones de la vida, buscando una sola cosa: a
Jesucristo bendito" (De excellentia et utilitate sacrae
religionis).
El 25 de julio de 1416, fiesta del apóstol Santiago, vestía el hábito gris
franciscano en el convento observante de Santa María de
los Ángeles en Asís, y cambiaba su nombre de Doménico
por el de Giacomo (Jaime, Jacobo o Santiago). El hábito
se lo había preparado con sus propias manos san
Bernardino de Siena, a quien debió de conocer durante su
permanencia en Toscana. Hizo el
noviciado en la ermita de las Cárceles. El 13
de junio de 1420, tras haber estudiado teología bajo el
magisterio de san Bernardino, era ordenado sacerdote en Fiésole. Ese mismo día pronunció su primer
sermón, que versó sobre san Antonio de Padua.
Descubiertas así sus grandes dotes oratorias, sus
superiores lo destinaron enseguida a la predicación.
Como ya ocurriera con san Bernardino de Siena, Jaime
llenaba de gente las plazas con sus predicaciones
populares, en lengua vulgar. Entre sus primeras
experiencias destacan la de Cuaresma en Áscoli, en 1421,
la de San Miniato de Florencia el 27 de diciembre de
1422, y la de Venecia en la fiesta de san Juan Bautista.
Lo requerían desde muchas ciudades de Úmbria y de las
Marcas. Sus temas tocaban las verdades fundamentales de
la fe cristiana: Dios, Jesucristo, los misterios de su
pasión, muerte y resurrección, los sacramentos, la
oración, la gracia, la palabra de Dios, vida eterna,
paraíso, infierno, pecado, vicios capitales, el
homicidio, la blasfemia, el perdón, la reconciliación y
la paz. Los ideales de justicia y equidad y la defensa
de los pobres que practicó cuando era juez, se
reflejaban ahora en sus predicaciones. De manera
especial combatió con energía las creencias erróneas de
los grupos sectarios, en especial de los "fraticelli",
que atentaron varias veces contra su vida.
Su palabra y el testimonio de su vida era tan
fuertes que penetraban en los corazones de los oyentes y los convertía al Señor.
Él mismo confesaba: «He visto durante el sermón algunos soldados
sexagenarios llorar mucho por sus pecados y la pasión de
Cristo, y me confesaron que durante su vida jamás habían
derramado una lágrima» (Serm. dom. 46 De magnifica
virtute Verbi Dei). La seriedad y fama del predicador no tardó en
llegar a oídos del papa Eugenio IV, quien en 1431 lo
envió
como Nuncio para combatir las herejías al otro lado del
Adriático, y para algunas misiones diplomáticas en
Europa centro-oriental. Su primera actuación fue en Dubrownik (Croacia), y del éxito de su predicación dan
fe las cartas del 30 de enero de 1443, que las
autoridades locales enviaron al papa, agradeciéndole el
envío de san Jaime, y rogándole que lo nombrara también
inquisidor contra las herejías.
Durante el invierno de 1432 recorrió muchas ciudades
de la península balcánica en Dalmacia, Croacia, Bosnia y
Eslovenia, en los confines con Austria. El 1 de abril,
el ministro general de la orden lo nombraba comisario,
visitador y vicario de Bosnia, con plenos poderes
para intervenir en la vida y disciplina de los frailes
que habían perdido el verdadero significado de su
vocación. Además de predicador y reformador, san Jaime
ejerció también de mediador entre el rey de Bosnia
Esteban Turko, y un pariente suyo, Radivoj, que se había
proclamado rey legítimo de Bosnia con el apoyo de los
turcos, en su afán por extenderse hacia el centro de
Europa. Situación difícil, en la que el santo tuvo que
desplegar toda su diplomacia, para no molestar a ninguno
de los soberanos.
En 1433, por designación papal, Jaime regresó a
Italia como predicador oficial del Capítulo general de
los hermanos menores, reunido en Bolonia. Al año
siguiente regresó a Bosnia, donde en algunas zonas había
que predicar el Evangelio partiendo desde cero, pues
había lugares donde se rendía culto a personas e incluso
a animales. Será por este tiempo cuando compondrá su
obra: "Tratado contra los herejes de Bosnia".
En 1436 ejerció varios encargos diplomáticos, y
ejerció como inquisidor en Hungría, Austria y Praga,
donde pronunció el discurso oficial en la coronación del
emperador Segismundo. En Austria, a petición de Segismundo, procuró la paz entre Hungría y
Bohemia, sin necesidad de intervención militar, mediante
acuerdos que favorecían a ambas partes. El 27 de agosto,
el emperador, acompañado por san Jaime, entraba
triunfalmente en Praga.
En 1439 regresa a Italia, y se dedica a recorrer las
principales ciudades del centro y norte de la península,
llamando a la paz y a las buenas costumbres. El
interés por oírle era tal, que muchos acudían con varias
horas de antelación a coger sitio. En su predicación
invitaba a todos a invocar el poderoso nombre de Jesús
en los momentos de necesidad o peligro, y contaba los
favores obtenidos por su invocación. Hasta 94 de estos
testimonios nos ha dejado escritos el santo en uno de
los cuatro códices autógraos que se conservan en el
museo ciudadano de Monteprandone, algunos de los cuales
fueron ilustrados por el pintor Tegli en las lunetas del
pórtico del convento franciscano de dicha población.
En sus predicaciones exhortaba a no blasfemar,
diciendo: La lengua es un miembro tan magnífico y útil ,
y un don de Dios tan excelente, con el que puedes
manifestar tus necesidades a toda criatura, con el que
debes alabar siempre a Dios, y no blasfemarlo". Y luego
se extendía en contar numerosos ejemplos de desgracias
acaecidas a los blasfemos. Después de sus predicaciones,
muchos municipios incluyeron en su legislación medidas
disciplinares contra la blasfemia. También denunciaba el
vicio del juego, que podía llevar a la mentira, el robo
e incluso al homicidio.
En tiempos del
Concilio de Basilea promovió la unión de los hussitas
moderados con la Iglesia, y con los Griegos en el
Concilio de Ferrara - Florencia. Como franciscano, militó en el movimiento de
la reforma observante, que crecía con una fuerza
increíble, desatando muchas envidias. Lo que tuvo que
sufrir por ello quedó escrito en la carta que san Jaime
escribió a san Juan de Capistrano (ver Archivum Franciscanum Historicum",
I (1908), 94 – 97). Él, sin embargo, en 1455 fue
nombrado por Calixto III mediador entre conventuales y
observantes, defendiendo la unidad de la orden
franciscana con sus para la concordia publicados el .
Por desgracia, su proyecto de 12 artículos de concordia
y unión publicados en bula papal el 2 de febrero
de 1456 no satisfizo a ninguna de las dos partes.
San Jaime de la Marca fue también un pacificador,
entre personas y entre poblaciones. Gracias a él, las
ciudades de Áscoli y Fermo firmaron en 1446 una paz
definitiva, tras siglos de rivalidades. Igualmente, en
1463 medió entre los municipios de Monteprandone y San
Benedetto, por problemas de confines. El mismo año
resolvió otro contencioso semejante entre Montreprandone
y Acquaviva. Pero el encargo más original fue el que
recibió de la ciudad del Fermo el 22 de mayo de 1446, de
promover una confederación de ciudades marquesanas para
asegurarse la libertad frente a intromisiones
extranjeras.
Su espíritu conciliador le llevaba a perdonar a sus
acusadores y a quienes atentaron en numerosas ocasiones
contra su vida, tanto en Italia como en otras naciones.
"En el mundo -decía- no hay nada
más grande que perdonar una ofensa y amar al enemigo. No
es digno de honor someter muchas ciudades o regiones,
cosa que saben hacer hombres armados que tienen muchos
vicios; del mismo modo, tampoco se rinde honor al hombre
pendenciero, iracundo y violento, sino a la persona
pacífica y mansa. El perdón es un gesto de honrada
venganza, realizada por Cristo y sus santos. Por tanto,
tú no eres el primero ni el último en obrar así. Créeme,
y no pienses que yo no ofendo a nadie; pero, con gran
esfuerzo, trato de hacer el bien a todos, a pesar de que
muchos a menudo me calumnian y me persiguen. Entonces,
revestido con todas las armas de los ornamentos
litúrgicos, voy al campo de batalla y, mientras elevo el
Cuerpo de Cristo, digo: Padre clementísimo, perdona a
mis perseguidores en el cielo, como yo los perdono aquí
en la tierra» (Serm. dom. De pace et remissione
iniuriarum).
El 22 de agosto de 1449, el papa Nicolás V lo
autorizaba a fundar un convento franciscano en su pueblo
natal, Monteprandone, dedicado a la Bienaventurada
Virgen María de las Gracias. En su iglesia aún se
conserva y venera una imagen de la Virgen en terracota,
regalo del cardenal Francisco de la Rovere al santo. Su
devoción a la Madre de Dios le llevaba a invocarla con
frecuencia, ofreciéndole el rosario diario y visitando
sus santuarios, sobre todo el de Loreto. En la
biblioteca de dicho convento, con amenaza de excomunión
de Pío II para quien se atreviera a llevarselos, llegó a
reunir hasta 180 códices, entre los que se encuentran
clásicos latinos y griegos, un extracto del Corán y
algunas de sus obras autógrafas, escritas para utilidad
propia y para uso de los frailes predicadores, sobre
Escritura, moral, derecho, sermonarios, y apología,
fruto de su multiforme actividad.
Intransigente desde el púlpito en lo moral , san
Jaime manifestó su predilección y una sensibilidad
especial hacia las necesidades concretas de todos. En lo
religioso y social fundó basílicas, conventos,
bibliotecas, hospitales, pozos y cisternas públicas, dio
Estatutos civiles a once ciudades y fundó muchas
cofradías. En cuanto a los más pobres y necesitados, por
ellos combatió la injusta usura practicada por muchas
familias hebreas y por algunos cristianos. Y trató de
paliar el problema no sólo pidiendo limosnas para las familias
estranguladas por los créditos, sino también promoviendo los "Montes de Piedad", que
concedían préstamos sin intereses, o a muy bajo interés.
El de Áscoli se fundó en 1458, y el de Perusa en 1462.
San Jaime defendió también a los niños y muchachos
contra los injustos e inmorales abusos que muchos
adultos cometían contra ellos. Y promovió
asociaciones públicas "para enseñar e instruir a los
mismos muchachos en las costumbres buenas y honestas, a
fin de que puedan dirigirse a sí mismos por el buen
camino. A los padres los exhortaba a "dar amor a los
hijos, ante todo enseñándoles a conocer a Dios;
ayudándoles a aprender la oración del padrenuestro y las
verdades de la fe; exhortándolos a confesarse, a
comulgar, a celebrar las fiestas y a participar en la
misa; educándolos en las buenas costumbres y
enseñándoles a hablar y actuar honradamente, tanto en su
casa como fuera de ella» (Serm.
dom. 12 De reverentia et honore parentum).
Igualmente, combatió la lacra de la prostitución, tratando de redimir a las
mujeres que ejercían dicha profesión. El 22 de julio de
1460, fiesta de Santa María Magdalena, logró reunir y
predicar a un grupo numeroso de prostitutas, que se
convirtieron. Ese mismo día consiguió recoger 3000
ducados de limosnas, que empleó en adquirir las dotes
necesarias para que pudieran contraer matrimonio.
Abandonada la predicación por lo avanzado de su edad
y por su salud precaria, su intención era retirarse en
el convento por él fundado en su pueblo natal. Sin
embargo, una carta del papa Sixto IV le rogaba que se
trasladase a Nápoles, donde lo reclamaba con insistencia
el rey Fernando de Aragón. Al papa le interesaba que
Jaime accediera, pues sus relaciones con el rey no eran
buenas, y esa podía ser una buena ocasión para
restablecer las relaciones diplomáticas.
Jaime obedeció enseguida y en la primavera de 1473
llegaba a Nápoles. Un hijo del rey, Alfonso, duque de
Calabria, lo había conocido en Civitella del Tronto y se
lo había recomendado a su padre, que estaba enfermo. El
rey se curó por intercesión del santo, que pudo predicar
no sólo en Nápoles, sino también en las ciudades de los
alrededores. La fama de sus prodigios suscitó tal
devoción, que el pueblo, el clero y el rey no
permitieron que Jaime de la Marca permaneciera tres años
en la ciudad, hasta el momento de su muerte, ocurrida a las siete de la mañana
del jueves 28 de noviembre de 1476. Fue beatificado el
12 de agosto de 1624, por Urbano VIII, y canonizado el
10 de diciembre de 1726, por Benedicto XIII. Su cuerpo
está sepultado en la iglesia observante de Santa María
la Nueva.
En lo iconográfico se le representa, por lo general,
con un cáliz en su mano derecha, del que sale una
serpiente. Podría ser una alusión a los esfuerzos e
algunos herejes por envenenarlo, o, con menos
probabilidad, por su controversia acerca de la
Preciosísima Sangre.
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