Fiesta: 26 de noviembre.
Beatificación: León XIII,
el 29 de enero de 1882
Canonización: Juan Pablo
II, el 19 de mayo de 2002
Nacimiento: Bisignano
(Calabria, Italia) el 26 de agosto de 1582
Muerte: Bisignano
(Calabria, Italia), el 26 de noviembre de 1637
Orden: Franciscanos
Menores de la Observancia - Reformados
Vida de San Humilde de Bisignano
Fuente: vatican.va
Humilde de Bisignano (1582-1637) pertenece al pueblo
de los “pequeños” que Dios ha elegido para confundir a
los “sabios” y a los “poderosos” de este mundo. En
efecto, el Padre reveló su misterio de condescendencia
al franciscano de Bisignano, porque éste se dejó asir
por el amor de Dios y tomó el suave yugo de la cruz, que
fue siempre una fuente de paz y de consuelo para él.
Hijo de Giovanni Pirozzo y de Ginevra Giardino,
nació el 26 de agosto de 1582 en Bisignano (Cosenza) y
recibió en el bautismo el nombre de Luca Antonio. Desde
su niñez causó admiración por su extraordinaria piedad:
participaba diariamente en la santa misa, comulgaba en
todas las fiestas y oraba meditando la pasión del Señor
incluso mientras estaba trabajando en el campo.
Ingresado en la Cofradía de la Inmaculada
Concepción, solía ser indicado a los miembros de la
misma como modelo de todas las virtudes. En los procesos
canónicos se recuerda que su respuesta a alguien que le
dio un solemne bofetón en la plaza pública, fue
simplemente presentar con humildad la otra mejilla.
Hacia los dieciocho años sintió la llamada de Dios a la
vida consagrada, pero, por diversas causas, tuvo que
retrasar nueve años la realización de su propósito,
retraso que no le impidió empeñarse en una vida más
austera y fervorosa.
A los veintisiete años ingresó en el noviciado de
los frailes menores de Mesoraca (Crotone), donde la
formación de los jóvenes estaba encomendada a dos santos
religiosos: el P. Antonio de Rossano, maestro de
novicios, y el P. Cósimo de Bisignano, guardián del
convento. Emitió la profesión religiosa el 4 de
septiembre de 1610, tras superar, por intercesión de la
Virgen, no pocas dificultades.
Ejerció con simplicidad y diligencia las tareas
típicas de los religiosos no sacerdotes, como ir a pedir
limosna, atender el servicio de la mesa de la comunidad,
cultivar el huerto y otros trabajos manuales que le
encomendaron los superiores.
Desde el noviciado se distinguió por su madurez
espiritual y por su fervor en la observancia de la
Regla. Se entregó con denuedo a la oración y Dios ocupó
siempre el centro de sus pensamientos. Fue obediente,
humilde y dócil, y compartió con alegría los diversos
momentos de la vida de comunidad. Después de la
profesión religiosa intensificó su empeño en el camino
de la santidad. Multiplicó las mortificaciones, los
ayunos y el celo en el servicio de Dios y de la
comunidad. Su caridad lo hizo amado de todos: de los
frailes, del pueblo y de los pobres, a quienes ayudaba
distribuyéndoles cuanto recibía de la Providencia. Los
dones carismáticos con que estuvo abundantemente dotado
los empleó para gloria de Dios, para construir el Reino
de Cristo en las almas y para consuelo de los
necesitados.
Desde la juventud tuvo el don de continuos éxtasis,
hasta el punto de ser llamado “el fraile extático”.
Estos éxtasis le ocasionaron una larga serie de pruebas
y de humillaciones, a las que le sometieron sus
superiores con el fin de tener la certeza de que
provenían realmente de Dios y no había en ellos engaño
diabólico. Tales pruebas, felizmente afrontadas y
superadas, acrecentaron la fama de su santidad entre los
hermanos de hábito y entre los extraños.
Estuvo adornado también con extraordinarios dones de
lectura de los corazones, de profecía, de milagros y,
sobre todo, de ciencia infusa. Aunque era analfabeto y
sin estudios, respondía a preguntas sobre la Sagrada
Escritura y sobre cualquier punto de la doctrina
católica con una precisión que asombraba a los teólogos.
Varias veces fue examinado por una asamblea de
sacerdotes seculares y regulares, presidida por el
Arzobispo de Reggio Calabria, que le presentaban dudas y
objeciones; por varios profesores de la ciudad de
Cosenza; por el inquisidor Mons. Campanile, en Nápoles,
en presencia del P. Benedetto Mandini, teatino; y por
otros. Pero fray Humilde respondía siempre con tanta
sabiduría que sorprendía a sus examinadores.
Es fácil comprender la estima que le rodeaba por
doquier. El P. Benigno de Génova, Ministro general de la
Orden, lo llevó como acompañante en su visita canónica a
los frailes menores de Calabria y de Sicilia. Gozó de la
confianza de los sumos pontífices Gregorio XV y Urbano
VIII, que lo llamaron a Roma y, tras un riguroso examen,
se sirvieron de su oración y de su consejo. Permaneció
bastantes años en Roma, donde vivió casi siempre en el
convento de San Francisco a Ripa y, algunos meses, en el
de San Isidoro. También vivió algún tiempo en el
convento de la Santa Cruz, en Nápoles, donde se prodigó
difundiendo el culto al Beato Juan Duns Escoto, venerado
especialmente en la diócesis de Nola.
Alrededor de 1628 pidió poder “ir a padecer” en
tierra de misiones. Habiendo recibido de los superiores
una respuesta negativa, siguió sirviendo al Reino de
Dios entre su gente, atendiendo a los más necesitados, a
los marginados y a los olvidados (cf. VC 75).
Su vida fue una “oración incesante por todo el
género humano”. Sus oraciones eran simples, pero
brotaban del corazón. A la pregunta del P. Dionisio de
Canosa, su confesor durante muchos años y su primer
biógrafo, sobre qué era lo que pedía al Señor durante
tantas horas de oración, respondió: “Lo único que hago
es decir a Dios: “!Señor, perdóname mis pecados y haz
que te ame como estoy obligado a amarte; y perdona los
pecados a todo el género humano, y haz que todos te amen
como están obligados a amarte!””.
Siempre dispuesto a obedecer con prontitud, valeroso
en la pobreza, acogedor en la vivencia alegre de la
castidad, fray Humilde recorrió un camino de luz que lo
llevó a la contemplación de la Luz divina el día 26 de
noviembre de 1637, en Bisignano, es decir, en el lugar
“donde había recibido el espíritu de la gracia” (LM 14,
3a) y desde donde “ilumina el mundo con multitud de
milagros” (1 Cel 118a).
Fue beatificado por León XIII el 29 de enero de
1882.
El Beato Humilde, el hombre que depende totalmente
de Dios
El misterio de la vida del Beato Humilde es
ciertamente el misterio de un Dios que hace cosas
grandes en la criatura que cree en él y se confía por
entero a su amor, consagrando todo, presente y futuro,
en sus manos y dedicándose enteramente a su servicio
(cf. VC 17).
Pero su vida, en la que resplandece el fulgor de la
santidad de Dios, es también un misterio de
disponibilidad de esta criatura que, en su profunda y
convencida humildad, repite con frecuencia: “Todas las
criaturas alaban y bendicen a Dios; yo soy el único que
lo ofende”.
Humilde de Bisignano, invitado por Cristo a dejar
todo y a arriesgar todo por el Reino de Dios, sintió la
fascinación del Evangelio de las bienaventuranzas y
aceptó ponerse al servicio del plan de Dios sobre él,
consagrándose a vivir como Francisco de Asís “en
obediencia, sin nada propio y en castidad” (S. Francisco
de Asís, Regla bulada 1, 1).
En efecto, a imitación de María, que cumplió
plenamente la voluntad del Padre, los pobres están
libres de tantos lazos que atan a las cosas que pasan y
de tantas ambiciones que sólo producen desilusiones
amargas, y tienen el espíritu pronto y disponible. El
alma verdaderamente pobre no se preocupa ni se agita ni
se disipa enredada en muchas cosas, sino mira hacia
arriba y se deja fascinar por Dios y por el Evangelio de
su Hijo.
Es la sorprendente sabiduría que se nos revela, 365
años después de su tránsito, en el testimonio de fe del
Beato Humilde de Bisignano.
Hoy día nuestra mirada contempla asombrada al gran
hijo de Calabria, tierra donde la santidad ha florecido
de tantas formas a lo largo de los siglos marcando su
gloriosa historia. Con él cantamos la misericordia
infinita de un Dios que es “fuente de alegría para
cuantos caminan en su alabanza”. !Siguiendo su ejemplo
acojamos la llamada a la conversión y a la santidad que
nos llega a través de su testimonio de fidelidad gozosa
al Evangelio! (vatican.va).
De la homilía de Juan Pablo II, en la ceremonia de
canonización
"¡Paz a vosotros!" (Jn 20, 19.21), dijo Jesús,
apareciendo a los Apóstoles en el Cenáculo. La paz es el
primer don del Resucitado a los Apóstoles. De la paz de
Cristo, principio inspirador también de la paz social,
se hizo constante portador Humilde de Bisignano, digno
hijo de la noble tierra de Calabria. Con Ignacio de
Santhiá ha compartido el mismo compromiso de santidad
tras la huella espiritual de san Francisco de Asís,
ofreciendo a su vez un testimonio singular de caridad
hacia los hermanos.
En nuestra sociedad, en la que muy a menudo parecen
perderse las huellas de Dios, fray Humilde representa
una alegre y animosa invitación a la mansedumbre, a la
bondad, a la sencillez y a una sana separación de
los bienes efímeros del mundo.
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