Fiesta: 23 de octubre
Canonización:
Alejandro VIII, el 6 de octubre de 1690
Nacimiento: Capistrano (L'Áquila,
Italia), el 24 de junio de 1386
Muerte: Ilok (Croacia),
23 de octubre de 1456
Orden: Franciscanos
Menores de la Observancia
Vida de san Juan de Capistrano
Juan nació el 24 de octubre de 1386 en Capistrano,
provincia del Aquila, Abruzo, hijo de un varón alemán y
madre abruzesa. Estudiante en Perusa se laureó y llegó a
ser óptimo jurista, tanto que Ladislao de Durazzo lo
hizo gobernador de aquella ciudad. Caído prisionero de
los Malatesta, sufrió una crisis religiosa y en 1416
ingresó entre los Hermanos Menores. En la cárcel había
meditado sobre la vanidad del mundo, como ya lo había
hecho el joven Francisco. Ya no quiso volver a la vida
mundana y al salir de la cárcel ingresó en la Orden
Franciscana, donde San Bernardino de Siena propugnaba,
en el nombre de Jesús, la reforma para el retorno a la
primitiva observancia de la Regla.
Llegó a ser íntimo amigo del santo reformador, es
más, lo defendió abierta y vigorosamente cuando, a causa
de la devoción al nombre de Jesús, el santo sienés fue
acusado de herejía. También él tomó como emblema el
monograma del nombre de Jesús, como San Bernardino, y lo
llevó en sus duras batallas contra las herejías y los
infieles. El Papa lo nombró inquisidor de los fraticelos;
lo envió como legado suyo a Austria, Baviera y Polonia,
donde se extendía cada vez más la herejía de los husitas.
En Tierra Santa promovió la unión de los armenios con
Roma. Varias veces fue Vicario general de la
observancia; en 1430 propuso las constituciones
martinianas, llamadas así por el nombre del papa Martín
V, que son una vía intermedia entre el laxismo y el
rigorismo, esperando de este modo conservar la unidad de
la familia franciscana, pero inútilmente.
Dondequiera que había que animar, guiar y combatir,
San Juan de Capistrano alzaba su bandera con el radiante
estandarte del nombre de Jesús o una pesada cruz de
madera, y se lanzaba a la refriega con teutónica firmeza
e itálico ardor. Su actividad principal consistió en la
predicación y en el apostolado en defensa de la
cristiandad amenazada por los turcos y herejes. Viajó
incansablemente por toa Europa, tuvo contactos con
varias personalidades tanto en Italia como en el
exterior. En 1451 en Palestina visitó los lugares
santificados por la vida de Jesús, de los Apóstoles y de
María.
Tenía 70 años cuando en 1456 se encontró en la
batalla de Belgrado invadida por los turcos. Entrando
entre las tropas combatientes, donde era más incierta la
suerte de las armas, incitaba a los cristianos a tener
la fe en el nombre de Jesús. gritaba: "Sea avanzando que
retrocediendo, golpeando o siendo golpeados, invoquen el
nombre de Jesús. Sólo en él está la salvación y la
victoria". Durante 11 días con sus noches estuvo sin
abandonar el campo. Disciplinaba militarmente sus tropas
de terciarios y cruzados. Esta había de ser su última
batalla y su última fulgurante victoria. Tres meses
después, el 23 de octubre de 1456 moría en Vilak [Ilok,
Croacia], cerca de la moderna Stremoka Mitrovica, la
famosa Siormia romana, que en el siglo IV fue la sede de
diversos concilios. Entregó a sus fieles la cruz y el
emblema del nombre de Jesús que le había servido hasta
el extremo de sus fuerzas.
Carta del Ministro General OFM con motivo del 550º
aniversario de su muerte
San Juan de Capistrano. Un hombre de grandes
pasiones
Queridos Hermanos: ¡El Seños os dé la Paz!
En el Convento San Francisco de Capistrano, en los
Abruzos, el 28 de noviembre, se realizó una jornada
especial para celebrar el 550.º aniversario de la muerte
de San Juan de Capistrano, acontecida en Ilok el 23 de
octubre de 1456, con una celebración eucarística y dos
Exposiciones sobre: «Juan de Capistrano un hombre
decidido para una reforma necesaria» (Remo Guidi) y
«Juan de Capistrano y los Papas de su Tiempo a partir de
los documentos conservados en la biblioteca del convento
de Capistrano» (Marco Bartoli). Como fuera anunciado en
el comunicado del Definitorio general del 24 de julio
del 2006, allí participaron los integrantes del
Definitorio General, los Ministros Provinciales de
Italia y los Hermanos de las Entidades que tuvieron
alguna relación directa con las actividades de este
Santo. Anteriormente en Budapest (Hungría), los días 7 y
8 de septiembre del 2006, y en Graz (Austria), el 20 de
octubre del 2006, se realizaron Congresos
Internacionales y un Simposio en honor de San Juan.
Los eventos de Budapest y de Graz, la participación a la
celebración en honor de Juan de Capistrano en su ciudad
natal, me motivaron a escribiros, queridos hermanos,
esta Carta, para invitaros a celebrar con entusiasmo
este aniversario, de acuerdo a la modalidad que
consideréis más adecuada, desde la conciencia que un
conocimiento más profundo y personal de este ilustre
hijo de San Francisco, nos conducirá a descubrir sus
valores, a apreciar sus enseñanzas, a «releer» su
testimonio, siéndonos de gran ayuda, motivación, luz y
fuerza para «favorecer la refundación de la Orden, en
vistas a nuevos inicios, y a una nueva vida».
Narrarnos una gran página de nuestra historia, escrita
por el Señor a través de la vida y la actividad de un
hermano nuestro, ¿no es acaso una oportunidad para
animarnos a escribir una nueva página de la historia?
Esta vez escrita por nosotros, movidos del mismo
Espíritu que animó a Francisco, San Juan de Capistrano,
y nos llama hoy a nosotros para ponernos al servicio del
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo y de nuestros
hermanos.
Sí, esta ha sido la experiencia que hemos vivido en Asís
durante el Capítulo general extraordinario, en
preparación a la celebración del VIII Centenario de la
fundación de nuestra Orden. Es desde dicha experiencia
que intento detenerme para considerar la figura de San
Juan de Capistrano. No tengo la intención ni la
posibilidad de profundizar en su tan compleja,
problemática y al mismo tiempo fascinante personalidad.
No me propongo describir su intensa y variada actividad
digna de ser admirada, porque para ello contamos con una
muy abundante literatura. Solo deseo destacar o recordar
como vivió San Juan la «regla y la vida» que había
profesado, y como siendo fiel a tal propósito, con la
vida y la palabra, logró incidir profundamente en los
acontecimientos más relevantes de la historia de la
Iglesia y de Europa en aquel tiempo.
Se trata de hacer memoria de San Juan de Capistrano, no
para encantarnos ante una joya de nuestra familia, sino
para individuar en su experiencia evengélico-franciscana
sugerencias, indicaciones y desafíos, para cualificar
evangélicamente nuestra vida y misión, para representar
con frescura el rostro fascinante de Francisco y Clara a
la Iglesia y al mundo de hoy.
De «mayor» a «menor»
Juan de Capistrano fue penitente y austero, gran
reformador, consejero agudo, sabio legislador, fecundo
escritor, incansable predicador del Evangelio, defensor
de la Sede Apostólica y del Papado, hombre de oración y
de acción, apóstol de Europa, convencido propugnador de
los derechos de los más débiles, formador de
conciencias, incansable apóstol de paz; fue aclamado
como «stella Bohemorum», «lux Germanie», «clara fax
Hungarie» y «decus Polonorum».
Pero ¿cuál es la clave de lectura de su «éxito», o para
interpretar su biografía, su lenguaje y su actividad?
Juez famoso y hombre «político» muy reconocido, Juan
vivió la dureza de la cárcel, que fuera para él causa de
una profunda crisis religiosa. Después de una tenaz
lucha interior y una obstinada resistencia a la voz de
San Francisco, que lo invitaba a entrar en la Orden,
decidió abandonar el mundo y seguir solo al Señor, como
lo confió después a un amigo. El 4 de octubre de 1415
inició el noviciado en Monte Ripido, durante el cual
avanzó de manera impetuosa por el camino de la
minoridad, según el ejemplo del Poverello de Asís,
imagen elocuente de la kénosis de Cristo (cf. 2CtaF 4
s.). ¿Y qué sucede -se pregunta San Francisco- en el que
se expropió de todo para «ofrecerse desnudo en los
brazos del Crucificado»? Responde el mismo Francisco:
«Sin duda, se lanzaría, como un león desatado de
cadenas, con fuerzas para todo, y el gusto feliz
experimentado al principio se incrementaría en continuos
progresos. En fin, éste sí que se entregaría seguro al
ministerio de la palabra, porque esparciría lo que le
bulle dentro» (2C 194). De inmediato, el león liberado y
que tiene fuerzas para todo, puso su fervor al servicio
de la Orden y de la Iglesia.
Es interesante pensar en el itinerario de conversión de
Juan de Capistrano en el VIII Centenario del encuentro
de Francisco de Asís con el Crucifijo de San Damián.
Dicho encuentro dio inicio a la todavía fascinante
aventura humana y cristiana del Poverello; articuló las
reflexiones y la actividad de la Orden durante el 2006;
fue un punto de referencia esencial para el Capítulo
general extraordinario, concluido recientemente, para
entender que cosa quiere el Señor hoy de quien optó por
seguir el Evangelio, de acuerdo con el proyecto de vida,
vivido y propuesto por San Francisco.
La Regla al servicio de la Iglesia
Apenas ordenado sacerdote, Juan de Capistrano asumió
este compromiso: «Aunque no tengo la última
responsabilidad, estoy decidido a invertir todas mis
fuerzas, hasta el último momento de mi vida, en defensa
del rebaño de Cristo».
Esta pasión por «el rebaño de Cristo» lo condujo a tener
una devoción sin límites hacia quien poseía la última
responsabilidad del rebaño, el Papa, al servicio del
cual entregó toda su vida y sus energías, como se
evidencia en su carta-confesión a San Bernardino: «Soy
un viejo, débil, enfermizo... No puedo más... Pero si el
Papa los dispusiera de otra forma, lo acepto, aunque
deba arrastrarme medio muerto, o bien debiera atravesar
barreras de espinas, fuego y agua». Esta incondicionada
confianza en el ministerio petrino, la poseía también
para vivir como Hermano Menor. En las Constituciones
Martinianae, San Juan de Capistrano recomendaba a los
Hermanos la obediencia a la Iglesia , de acuerdo con la
voluntad de Francisco, manifestada en la Regla, como
tuvo modo de recordarle en una polémica a un hermano:
«parece que tu no deseas hacer servir la Regla a la
Iglesia, sino la Iglesia a la Regla. Nuestro Seráfico
Padre San Francisco, precisamente en su Regla afirma lo
contrario. No es la Iglesia la que deriva de nuestra
Regla, sino la Regla de la Iglesia».
Regresando a los lugares de nuestra memoria y de
nuestros orígenes para celebrar el Capítulo general
extraordinario, nosotros Hermanos Menores, hemos querido
renovar el compromiso de observar «siempre sometidos y
sujetos a los pies de la misma santa Iglesia, firmes en
la fe católica ... el santo Evangelio de nuestro Señor
Jesucristo» (2R 12, 4; cf. Test 34; El Señor nos habla
en el Camino [Shc], 8, 14). Si es verdad que «Francisco
es una llave para entender a Pedro y la Iglesia», como
dijo Benedicto XVI al Obispo de Asís, y a mí mismo, en
la Audiencia que me concediera el 26 de enero del 2006,
es también verdad que la experiencia evangélica de
Francisco es comprensible a partir de la recepción de su
proyecto de vida por parte de la Iglesia, en cuanto don
del Espíritu a la Iglesia y para la Iglesia.
La vida al servicio «del rebaño de Cristo»
«Yo duermo dos horas y a veces una sola -dirá en una
homilía en Viena. Ahora quisiera más bien dormir que
predicar, pero no me pertenezco más a mí mismo, sino a
vosotros». No perteneciendo más a sí mismo, sino al
«rebaño de Cristo», Juan dirigió todo su fervor hacia el
anuncio del Evangelio, no solo en Italia, sino también
más allá de los Alpes, tocando Kärnten (Austria),
Hungría, Transilvania, Polonia, Thüringen, Moravia, y
Bohemia. El fervor de San Juan era calurosamente
correspondido, ya que los oyentes de sus predicas eran
tantos, que lo obligaban a hablar en las plazas y los
campos. La gente no solo quería verlo, sino también
tocarlo, tomar trozos de sus vestidos, y dirigirle
suplicas para ser sanados, ¡aunque llevase las reliquias
de San Bernardino, recientemente canonizado!
De esta forma, la predicación itinerante, característica
de los franciscanos del siglo XIII y que entró en crisis
en los inicios de 1400, fue retomada por Bernardino de
Siena, y llevada adelanta por Juan de Capistrano,
dándole una gran impronta personal: no es solo el
momento del anuncio del Evangelio, sino también de las
confesiones, de la formación de las conciencias, de la
visita a los enfermos. Sobre todo, es la ocasión de
conciliar las discordias, y restablecer la paz: el «tractare
pacem», «pacem reformare», «bonam pacem conficere»,
constituye el corazón de la predicación de San Juan.
Brevemente, en la actividad apostólica de San Juan
podemos ver concretado lo que el Señor pedía a sus
discípulos al enviarlos a anunciar el reino de Dios (cf.
Lc 9, 1 s.; 10, 1 s.).
Se trata del celo por la salvación, de los hermanos del
Poverello de Asís, que: «No se creía amigo de Cristo si
no amaba las almas que él había amado» (2C 172). Y con
el mismo «estilo»: obtenida la aprobación por parte del
Papa, «comenzó el bienaventurado Francisco a predicar
más y mejor en sus correrías por ciudades y poblados» (TC
54). Esta pasión por la salus animarum debe habitar
nuestros corazones y nuestra actividad, desde el momento
en que nuestra razón de ser en la Iglesia y el mundo, es
vivir y proclamar la Buena Noticia a toda ser humano,
sobre todo en los lugares de fronteras, prefiriendo la
itinerancia evangélica según la sensibilidad de
Francisco y el testimonio de San Juan. «Vosotros que
sois "los frailes del pueblo" -nos exhortó Juan Pablo II
en 1982- id al corazón de las masas... Id al encuentro
de los hombres y mujeres de nuestro tiempo».
El vínculo entre nuestra identidad y nuestro actuar
-somos una Fraternidad-en-misión-, continuamente
recordado por los recientes documentos de la Orden,
exige también que nuestro celo por la salus animarum se
concretice de manera franciscana, vivir y anunciar el
Evangelio, como sintéticamente se nos dice en el
Documento del Capítulo: ser y presentarnos como
«hermanos menores de todo hombre y mujer, de acuerdo con
el estilo con el que Francisco envía a sus hermanos por
el mundo: "no promuevan disputas ni controversias, sino
que estén sometidos a toda humana criatura por Dios".
Esta relación en minoridad con toda humana criatura
tiene implicaciones para nuestra misión: entre los
laicos, en relación con la mujer, en nuestra manera de
vivir en la Iglesia, en el necesario diálogo
interreligioso, en nuestra relación con la creación, en
fin, en toda nuestra misión como menores entre los
menores de la tierra» (Shc 30; cf. también 26-38-58).
Los estudios al servicio de la renovación
El fervor que encendía a Juan de Capistrano, lo dirigió
también en favor de la Orden, llevando adelante
tenazmente y con coraje una incisiva acción de
renovación, junto a San Bernardino, Santiago de las
Marcas y los Beatos Alberto de Sarteano y Marco Fantuzzi
de Bolonia. La reforma de la Orden aconteció a través de
la promoción de la fidelidad a la Regla de San
Francisco, como lo demuestran las Constituciones
Eugenianae, escritas en el Monte Alverna durante el
1443, y el Comentario a la Regla de San Francisco;
también con la actualización del ideal de Francisco,
para responder a los numerosos y difíciles desafíos, que
le presentaban lentamente, los acontecimientos
eclesiales, políticos y sociales.
Esto último significó en su vida un fuerte estímulo,
pero junto a su compromiso por llevar adelante la
renovación de la Orden, formaba también parte la
convicción de que los estudios, como «búsqueda de la
sabiduría», fuese un formidable instrumento del Hermano
Menor, no solo para dar dignidad y eficacia al
ministerio, sino también como puente para encontrar la
cultura de la época. Tal convicción la manifestó
explícitamente en la Carta a la Orden, el 4 de febrero
de 1444, acerca de la «necesidad de promover los
estudios entre los Hermanos Menores». En su apasionada
apología en favor de los estudios, San Juan de
Capistrano, en el intento de romper la resistencia de
los Hermanos en relación con los estudios, usa
expresiones muy fuertes: «Ninguno es mensajero de Dios
si no anuncia la verdad; y no puede anunciar la verdad
quién no la conoce; y no puede conocerla si no la
aprendió». Los Hermanos, exhorta el Santo: «deben
encontrar el tiempo para dedicarse a las letras y a las
ciencias... para no tentar a Dios con vanas
presunciones...». Declara sin reticencia: «Oh
ignorancia, madre insensata y ciega de todos los
errores...». Distinguiendo entre «ciencia» y «abuso de
la ciencia», Juan de Capistrano afirma que la verdadera
ciencia conduce a la sabiduría, «que viene de lo alto y
es... madre de todo bien y maestra de toda verdad».
En vista de la «re-fundación» de nuestra Orden, objetivo
de nuestro itinerario de preparación a la celebración de
la gracia de los orígenes, las expresiones citadas por
San Juan de Capistrano son de una actualidad
sorprendente. ¿No dice lo mismo, aunque con otras
palabras, el n.º 12 del Documento final del Capítulo
general extraordinario? También en nuestro tiempo,
tenemos necesidad de recuperar nuestras grandes
tradiciones filosóficas, teológicas, místicas y
artísticas de nuestro patrimonio franciscano, «como
sostén de nuestra misión de predicar el Evangelio, de
palabra, y de obra, en medio de la cultura
contemporánea» (Shc 13; cf. 12, 56; El Sabor de la
palabra, Roma 2005).
Conclusión
El Capítulo general extraordinario concluyó en Asís el 1
de Octubre del 2006, pero no en las Fraternidades
provinciales y locales, ni en la vida de cada uno de los
Hermanos. Permanece abierto, gracias al Documento El
Señor nos habla en el Camino, que continúa preguntando:
«Señor, ¿qué quieres que hagamos?», ofreciéndonos
motivaciones e indicaciones para emprender nuevos
caminos y para permanecer fieles a la gracia de los
orígenes.
Pero entre los orígenes y nosotros no hay un vacío:
existen nombres, rostros, experiencias, testimonios que
transmiten la fidelidad a los compromisos asumidos el
día de la profesión de muchos de nuestros Hermanos y
Hermanas que nos precedieron.
Entre estos rostros está Juan de Capistrano, que en el
550.º aniversario de su muerte, nos ofrece su santidad,
su fidelidad a los orígenes y a su tiempo, su amor por
el estudio, su compromiso por la paz, y su predicación
itinerante como estímulo para nosotros que hoy, con
lucidez y audacia, queremos servir al Evangelio, según
la forma vitae de Francisco de Asís, ¡para que sea para
nosotros y para todos, todavía Evangelio!
Roma, 8 noviembre 2006, memoria del beato Juan Duns Escoto
FR. JOSÉ RODRÍGUEZ CARBALLO, OFM,
Ministro general
Prot. 097384
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