Muchas veces..., cuando Él se entrega a
mí en la santa Comunión..., desaparece totalmente el
mundo y queda solamente el cielo y la tierra, con un
aspecto completamente diferente. Y la Divinidad... se
inclina hacia las criaturas.
Cuando me asalta una preocupación por
la vida temporal, yo le opongo, como respuesta, que Dios
es Padre y que tengo que permanecer con toda confianza
bajo su protección.
Deseaba hablar con él y rezarle. Mas
él, en su infinita santidad y bondad, me mandó callar, y
mirarlo con amor, como haría un niño con su madre. ¡Oh,
qué grande es el Señor Jesús!
Se me aparece lleno de majestad y de
gloria, pero, al mismo tiempo, resplandeciente de
sencillez y de amor paternal. Y cuanto más grande es su
majestad, tanto más grandes son su sencillez y su amor.
A veces sucede que Dios está presente,
pero no debajo de un velo u otra cosa sensible. Yo
siento en lo hondo del alma la presencia de Dios que me
muestra lo imperfecto que es el mundo, y que yo tengo
que buscarlo sólo a él, para amarlo tanto.
Entre todas las gracias, esta me parece
la más grande, cuando el alma lucha valerosamente. Y
pienso que todas las gracias tienden a fortalecer y
preparar el alma para la cruz.
Después de esta prueba me he sentido
fortalecida de manera extraordinaria con la santa
Comunión, fortalecida para la lucha e instruida para ser
humilde, ejemplar y comprensiva para con los demás.
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