Tratado de la oración y meditación
Cuán desvariados son los que, por gozar
de este soplo de vida tan breve, se exponen a perder el
descanso de aquella que para siempre ha de durar.
¡Cuán mutable es la fortuna: siempre
rueda de un lugar para otro!
El verdadero amor no se busca a sí,
sino al que ama.
En la perfección no hay más claro
indicio de estar lejos, que creerse cerca; porque en
este camino los que van descubriendo más tierra se dan
más prisa por ver lo mucho que les falta.
Hazte como niño pequeño, porque a los
tales enseña Dios sus secretos.
Ninguno es mejor testigo de las cosas
de Dios que el que las sabe por experiencia.
Reposa un poco en la consideración de
tu nada y pon esto sólo a tu cuenta y todo lo demás a la
de Dios, para que clara y palpablemente veas quién eres
tú y quién es Él.
Alza los ojos al cielo y contempla en
él la muchedumbre de estrellas... Pues si en este valle
de lágrimas y lugar de destierro creó Dios cosas tan
admirables y de tanta hermosura, ¿qué habrá creado en
aquel lugar que es aposento de su gloria, trono de su
grandeza, palacio de su majestad, casa de sus elegidos?
La bondad y majestad de Dios son
infinitas, y sus beneficios y misericordias para con el
hombre sobrepasan las arenas del mar.
La fe es la primera raíz, la esperanza
es el báculo, y la caridad el fin del camino de toda
perfección cristiana.
Mucho hace a los ojos de Dios quien hace todo lo que
puede, aunque pueda poco. Mucho da quien desea dar
mucho, quien da todo lo que tiene, quien no deja nada
para sí.
En todos los trabajos y tentaciones de
esta vida hemos de recurrir siempre a la oración, como a
una sagrada áncora, por cuya virtud, si no nos vemos
libres de la carga de la tribulación, se nos darán las
fuerzas para llevarla, que es ganancia mayor.
Seis son las cosas que pueden
intervenir en el ejercicio de la oración: Antes de
entrar en la oración es necesario aparejar el corazón
para este santo ejercicio, que es como quien templa la
vihuela para tañer; después se sigue la lectura, y luego
la meditación; y después de ésta puede seguir la acción
de gracias por los beneficios recibidos; y luego el
ofrecimiento de toda nuestra vida; la última parte es la
petición.
La oración de la que no se salga con
nuevas fuerzas y aliento para las cosas de Dios y su
servicio, muy imperfecta es y de muy bajo valor.
Ésta es la más alta y provechosa manera
que hay de meditar la pasión de Cristo, que es por vía
de imitación, para que por la imitación vengamos a la
transformación y así podamos decir con el apóstol: «vivo
yo, mas no soy yo, es Cristo que vive en mí».
Si quieres sufrir con paciencia las
adversidades y miserias de esta vida, seas hombre de
oración.
Si quieres alcanzar virtud y fortaleza
para vencer las tentaciones del enemigo, seas hombre de
oración.
Si quieres mortificar tu propia
voluntad con todas sus aficiones y apetitos, seas hombre
de oración.
Si quieres conocer las astucias de
Satanás y defenderte de sus engaños, seas hombre de
oración.
Si quieres vivir alegremente y caminar
con suavidad por el camino de la penitencia y del
trabajo, seas hombre de oración.
Si quieres ojear de tu alma los moscas
importunas de los vanos pensamientos y cuidados, seas
hombre de oración.
Si quieres sustentar tu alma con la
grosura de la devoción y traerla siempre llena de buenos
pensamientos y deseos, seas hombre de oración.
Que trabaje el hombre por eliminar en
este santo ejercicio la demasiada especulación del
entendimiento. Que procure de tratar este negocio más
con afectos y sentimientos de la voluntad que con
discursos y especulaciones del entendimiento. Porque,
sin duda, no aciertan este camino los que de tal manera
se ponen en la oración a meditar los Misterios Divinos,
como si los estudiasen para predicar. Esto es más
derramar el espíritu que recogerlo, y andar más fuera de
sí que dentro de sí. De donde nace que: Acabada su
oración, se quedan secos y sin jugo de devoción, y tan
fáciles y ligeros para cualquier liviandad como lo
estaban antes. Porque en hecho de verdad, los tales no
han orado, sino parlado y estudiado, que es un negocio
bien diferente de la oración. Deberían los tales
considerar que en este ejercicio más nos llegamos a
escuchar que a parlar. Para acertar en este negocio:
Lléguese el hombre con corazón de una viejecita
ignorante y humilde, y más con voluntad dispuesta y
aparejada para sentir y aficionarse a las cosas de Dios
que con entendimiento despabilado y atento para
escudriñarlas, porque esto es propio de los que estudian
para saber, y no de los que oran y piensan en Dios para
llorar.
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