Breve Pontificio Franciscanum Vitae Propositum
Para perpetua recordación del hecho
El ideal de vida franciscano sigue impulsando sin
cesar, en nuestro tiempo no menos que en los pasados, a
muchos hombres y mujeres que anhelan la perfección
evangélica y desean la implantación del Reino de Dios.
Tomando como modelo a san Francisco de Asís, los
miembros de la Tercera Orden Regular se esfuerzan por
seguir a Jesucristo mismo, viviendo en fraternidad,
comprometiéndose con voto público a la observancia de
los consejos evangélicos de obediencia, pobreza y
castidad y entregándose a las diversas formas de la
actividad apostólica. Para realizar con mayor perfección
ese ideal de vida, cultivan asiduamente la oración,
ejercitan recíprocamente la caridad fraterna y practican
la verdadera penitencia y la abnegación cristiana.
Siendo así que cada uno de los aspectos y de los
conceptos de este ideal de vida franciscano se
encuentran abundantemente expresados en la Regla y Vida
de los Hermanos y de las Hermanas de la Tercera Orden
Regular de san Francisco y están totalmente conformes
con la verdadera institución franciscana, tal como se
hallan en ella descritos, Nos, en virtud de la plenitud
de nuestra potestad apostólica, establecemos,
determinamos y decretamos que esta Regla tenga validez y
autoridad propia, como expresión genuina de la vida
franciscana, para los Hermanos y las Hermanas, en todas
partes, teniendo en cuenta cuanto decretaron sobre este
asunto, en su tiempo, nuestros predeceso¬res León X y
Pío XI, mediante las Constituciones Apostólicas In ter
caetera y Rerum condicio. Sabemos muy bien con qué
diligencia y cuidado se ha llevado a cabo la renovación
y adaptación de esta Regla y Vida y de qué manera se ha
llegado felizmente a la meta de un consenso, después de
muchas discusiones e investigaciones, propuestas y
redacciones. Por lo mismo, confiamos que ha llegado el
momento de ver logrados los abundantes frutos de
renovación que se esperan de ahora en adelante.
Así pues, mandamos que esta manifestación de nuestra
voluntad tenga vigencia y posea eficacia tanto ahora
como en el futuro, sin que ningún modo obste nada que
sea contrario.
Dado en Roma, junto a San Pedro, bajo el anillo del
Pescador, el día 8 de Diciembre de 1982, quinto año de
nuestro Pontificado.
PALABRAS DE SAN FRANCISCO A SUS SEGUIDORES
Todos los que aman al Señor con todo el corazón, con
toda el alma y la mente, con todas las fuerzas, aman a
sus prójimos como a sí mismos, aborrecen a sus cuerpos
con los vicios y pecados, reciben el cuerpo y la sangre
de nuestro Señor Jesucristo y hacen frutos dignos de
penitencia: ¡oh, cuán dichosos y benditos son aquellos y
aquellas que tales cosas ponen en práctica y perseveran
en ellas!, porque reposará sobre ellos el Espíritu del
Señor y pondrá junto a ellos su habitación y morada; son
hijos del Padre celestial, cuyas obras realizan, y son
esposos, hermanos y madres de nuestro Señor Jesucristo.
Somos sus esposos cuando el alma fiel se une a nuestro
Señor Jesucristo, por obra del Espíritu Santo. Somos sus
hermanos cuando hacemos la voluntad del Padre que está
en los cielos. Somos sus madres cuando lo llevamos en el
corazón y en nuestro cuerpo mediante el amor divino y
una conciencia pura y sincera; lo damos a luz a través
de las obras santas, que deben brillar para ejemplo de
los demás.
¡Oh, qué glorioso, santo y grande tener un padre en los
cielos! ¡Qué santo, consolador, hermoso y admirable
tener tal esposo! ¡Cuán santo y cuán amado, agradable,
humilde, pacífico, dulce, amable y deseable sobre todas
las cosas, tener tal hermano y tal hijo: nuestro Señor
Jesucristo, que ofreció la vida por sus ovejas y oró al
Padre diciendo: Padre santo, cuida en tu nombre a los
que me has dado; tuyos eran y tú me los has dado. Las
palabras que tú me diste se las he dado a ellos, y ellos
las han aceptado y han reconocido verdaderamente que
vengo de ti, y han creído que tú me has enviado. Por
ellos ruego; no ruego por el mundo. Bendícelos y
santifícalos, en ellos yo he sido glorificado. No ruego
sólo por éstos, sino también por aquellos que, por medio
de su palabra, creerán en mí, para que sean santificados
en la unidad como nosotros. Y quiero, Padre, que donde
yo esté estén también conmigo, para que contemplen mi
gloria en tu reino. Amén.
¡EN EL NOMBRE DEL SEÑOR! COMIENZA LA REGLA Y VIDA DE LOS
HERMANOS Y HERMANAS DE LA TERCERA ORDEN REGULAR DE SAN
FRANCISCO
1. La forma de vida de los hermanos y hermanas de la
Tercera Orden Regular de San Francisco es ésta: observar
el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo, viviendo
en obediencia, pobreza y castidad.
Los seguidores de Jesucristo, a ejemplo de san
Francisco, están obligados a hacer más y mayores cosas,
observando los preceptos y consejos de nuestro Señor
Jesucristo, negándose a sí mismos, como cada uno
prometió al Señor.
2. Los hermanos y hermanas de la Orden, unidos a cuantos
en la santa Iglesia católica y apostólica quieren servir
al Señor Dios, perseveren en la verdadera fe y en la
penitencia.
Esta conversión evangélica la quieren vivir en espíritu
de oración, pobreza y humildad.
Absténganse de todo mal y perseveren en el bien hasta el
final, porque el mismo Hijo de Dios vendrá en la gloria
y dirá a todos aquellos que lo conocieron, adoraron y
sirvieron en penitencia: Venid, benditos de mi Padre,
recibid la herencia del reino preparado para vosotros
desde la creación del mundo.
3. Los hermanos y hermanas prometen obediencia y
reverencia al Papa y a la Iglesia católica.
Obedezcan, con el mismo espíritu, a los que han sido
puestos al servicio de la fraternidad.
Dondequiera estuvieren, y en cualquier lugar que se
encuentren, se traten espiritual y cariñosamente y se
honren mutuamente.
Promuevan unidad y comunión con todos los miembros de la
familia franciscana.
2 CÓMO INICIAR ESTA VIDA
4. Aquellos que, por inspiración del Señor, vienen a
nosotros con la voluntad de abrazar esta vida, sean
acogidos con benignidad.
Oportunamente serán presentados a los ministros que
tienen la facultad de admitir en la fraternidad.
5. Los ministros deben asegurarse de qaue los candidatos
profesan la fe católica y los sacramentos de la Iglesia.
Si son idóneos seán admitidos a la vida de la
fraternidad.
Se les exponga diligentemente todo lo referente a esta
vida evangélica, de modo especial se les propongan las
siguientes palabras del Señor: Si quieres ser perfecto,
anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres y
tendrás un tesoro en el cielo, luego ven y sígueme. Y
también: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a
sí mismo, tome su cruz y sígame.
6. Así, conducidos por el Señor, comiencen la vida de
penitencia, sabiendo que todos debemos convertirnos sin
cesar.
Como signo de conversión y consagración a la vida
evangélica, usen vestidos humildes y vivan en
fraternidad con sencillez.
7. Terminado el tiempo de la prueba, sean recibidos a la
obediencia, prometiendo observar siempre esta vida y
regla.
Y dejando de lado todas las preocupaciones y cuidados,
se preparen lo mejor que sepan para servir, amar, honrar
y adorar al Señor Dios con corazón limpio y mente pura.
8. Se hagan a sí mismos habitación y morada permanente
para Aquel que es el Señor Dios omnipotente, Padre, Hijo
y Espíritu Santo, de forma que puedan crecer en el amor
universal con el corazón indiviso, convirtiéndose
continuamente a Dios y al prójimo.
3 EL ESPÍRITU DE ORACIÓN
9. Dondequiera, en todo tiempo y lugar, los hermanos
crean con verdad y humildemente. Tengan en el corazón,
amen, honren, adoren, sirvan, alaben, bendigan y
glorifiquen al altísimo y sumo Dios, Padre eterno y al
Hijo y al Espíritu Santo. Y lo adoren con corazón puro,
porque es necesario orar siempre sin desfallecer; pues
el Padre busca tales adoradores. Con el mismo espíritu
celebren el oficio divino en unión con la Iglesia
universal.
Los hermanos y hermanas, a los que el Señor ha llamado a
la vida contemplativa, con alegría renovada, den
testimonio cada día de su consagración a Dios,
celebrando el amor que el Padre tiene al mundo, ya que
nos creó, redimió y con su sola misericordia nos
salvará.
10. Los hermanos y hermanas alaben al Señor, rey del
cielo y de la tierra, junto con todas sus criaturas, y
le den gracias, pues por su santa voluntad, y por medio
de su único Hijo con el Espíritu Santo, ha creado todas
las cosas espirituales y corporales, y nos ha creado a
su imagen y semejanza.
11. Conformándose totalmente al santo Evangelio, los
hermanos y hermanas reflexionen y guarden en su mente
las palabras de nuestro Señor Jesucristo, Verbo del
Padre, y las palabras del Espíritu Santo, que son
espíritu y vida.
12. Participen en el sacrificio de nuestro Señor
Jesucristo y reciban con humildad y veneración su Cuerpo
y Sangre, recordando lo que dice el Señor: El que come
mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna. Demuestren,
en la medida de lo posible, plena reverencia y honor al
santísimo Cuerpo y Sangre de nuestro Señor Jesucristo, a
su santo nombre y a las palabras escritas de Aquel en el
cual han sido pacificadas y reconciliadas todas las
cosas, que existen en el cielo y la tierra, con el Dios
omnipotente.
13. Arrepiéntanse sin tardanza los hermanos y hermanas
de todas sus culpas, expiándolas interiormente con la
contrición y exteriormente con la confesión; y hagan
frutos dignos de penitencia.
También deben ayunar; y procuren ser siempre sencillos y
humildes.
Ninguna otra cosa deseen, por tanto, sino a nuestro
Salvador, que se ofreció a sí mismo, mediante su sangre,
como sacrificio y víctima en el ara de la cruz por
nuestros pecados, dejándonos ejemplo para que sigamos
sus huellas.
4 LA VIDA EN CASTIDAD POR EL REINO DE LOS CIELOS
14. Consideren los hermanos y hermanas la dignidad tan
grande en que los ha puesto el Señor Dios, que los ha
creado y formado a imagen de su querido Hijo según el
cuerpo y a su semejanza según el espíritu. Creados por
Cristo, y en Cristo, han elegido esta forma de vida que
se funda en las palabras y ejemplos de nuestro Redentor.
15. Habiendo profesado la castidad por el reino de los
cielos, han de preocuparse de las cosas del Señor, y no
deben tener otra preocupación que hacer Su voluntad y
agradarle.
Hagan todo de manera que en sus obras resplandezca el
amor a Dios y a los hombres.
16. Recuerden que, en virtud de este inmenso don de la
gracia, están llamados a expresar en su forma de vida el
admirable misterio de la Iglesia unida a su divino
esposo, Cristo.
17. Tengan presente, ante todo, el ejemplo de la
santísima Virgen María, Madre de Dios y de nuestro Señor
Jesucristo. Hagan esto según el mandato del
bienaventurado Francisco, que profesó una grandísima
veneración a Santa María, Señora y Reina, virgen hecha
Iglesia. Y recuerden que la Inmaculada Virgen María se
llamó a sí misma esclava del Señor, y procuren seguir su
ejemplo.
5 MODO DE SERVIR Y TRABAJAR
18. Como pobres, los hermanos y hermanas, a los cuales
el Señor les ha concedido la gracia de servir y
trabajar, sirvan y trabajen con fidelidad y devoción, de
manera que, alejando el ocio, enemigo del alma,
conserven el espíritu de la santa oración y de la
devoción, al que todo lo temporal debe servir.
19. Del fruto de su trabajo consigan lo necesario para
el cuerpo, para sí mismos, para sus hermanos y hermanas,
haciéndolo con humildad, como conviene a los siervos de
Dios y seguidores de la santa pobreza. Lo superfluo lo
distribuyan a los pobres.
Y nunca deseen estar por encima de los demás, sino que,
por el contrario, procuren ser servidores y estar
sujetos a toda criatura humana por causa del Señor.
20. Los hermanos y hermanas sean bondadosos, pacíficos y
modestos, hablando decorosamente a todos como conviene.
Dondequiera se encuentren o vayan no contiendan, eviten
las disputas de palabra y no juzguen a los otros; antes
bien se muestren gozosos en el Señor, alegres y
debidamente agradables. Y digan al saludar: ¡El Señor te
dé la paz!.
6 LA VIDA EN POBREZA
21. Esfuércense los hermanos y hermanas por seguir a
nuestro Señor Jesucristo pobre y humilde, el cual,
siendo incomparablemente rico, quiso, con su madre la
santísima Virgen, elegir la pobreza y anonadarse.
Recuerden que nada de este mundo es necesario; como
escribe el Apóstol, nos contentemos con tener con que
comer y con que vestirnos. Y tengan mucho cuidado con el
dinero.
Se deben sentir dichosos cuando estén con personas
humildes y de baja condición social, o entre los pobres
y débiles, enfermos y leprosos, y con los mendigos de la
calle.
22. Los que son verdaderos pobres de espíritu, siguiendo
el ejemplo del Señor, no se apropien de nada para sí ni
disputen con ninguno por ello, sino que vivan en el mun
do como peregrinos y forasteros.
Es la grandeza de la altísima pobreza que nos constituye
herederos y reyes del reino de los cielos; nos hizo
pobres de cosas pero sublimes en virtudes.
Sea esta nuestra porción, la que nos conduce a la tierra
de los vivientes. Abrazados totalmente a la pobreza, en
el nombre de nuestro Señor Jesucristo, no queramos tener
otra cosa bajo el cielo.
7 LA VIDA FRATERNA
23. Por amor de Dios, los hermanos y hermanas se amen
entre sí, como dice el Señor: Éste es mi mandamiento,
que os améis unos a otros como yo os he amado.
Muestren con obras el amor que se profesan. Manifieste
cada uno confiadamente su necesidad al otro, para que
recíprocamente procuren y ofrezcan aquello que cada uno
necesita.
Son bienaventurados aquellos que aman tanto al otro
cuando está enfermo y no puede corresponderles, como
cuando se halla sano y puede satisfacerles.
Den gracias al Creador por todo lo que les suceda,
deseando estar como el Señor los quiere, sanos o
enfermos.
24. Si aconteciere que surgiera entre ellos algún motivo
de disgusto, a causa de palabras o actitudes, se pidan
perdón humildemente uno a otro, antes de ofrecer su
oración al Señor.
Si alguno descuidare gravemente la forma de vida que ha
profesado, sea amonestado por el ministro o por los que
hayan tenido conocimiento de su culpa. Pero no le
avergüencen ni lo difamen, sino que usen con él de gran
misericordia. Eviten airarse o alterarse a causa del
pecado de los demás, pues la ira y la alteración impiden
la caridad en sí y en los otros.
8 LA OBEDIENCIA CARITATIVA
25. Los hermanos y hermanas, a ejemplo del Señor Jesús,
que puso su voluntad en la voluntad del Padre, tengan
presente que, por causa de Dios han renunciado a su
propia voluntad.
En los capítulos busquen en primer lugar el reino de
Dios y su justicia, exhortándose mutuamente para
observar mejor la Regla que prometieron y seguir con
mayor fidelidad las huellas de nuestro Señor Jesucristo.
No ejerzan poder o dominio sobre nadie, especialmente
entre ellos.
Por espíritu de caridad, voluntariamente se sirvan y
obedezcan unos a otros.
Ésta es la verdadera y santa obediencia de nuestro Señor
Jesucristo.
26. Todos los hermanos estén obligados a tener siempre a
uno de ellos como ministro y siervo de la fraternidad y
le obedecerán firmemente en todo lo que prometieron
observar al Señor y no se oponga a su conciencia y a
esta Regla.
27. Los ministros y siervos de los otros visiten y
corrijan humilde y caritativamente a los hermanos y los
animen.
Dondequiera que haya hermanos que sepan y conozcan que
no pueden observar espiritualmente la Regla, deben y
puedan recurrir a sus ministros.
Y los ministros, por su parte, acójanlos caritativa y
benignamente, y tengan con ellos una familiaridad tan
grande, que los hermanos puedan hablar y tratar con
ellos como lo hacen los señores con sus siervos; pues
así debe ser, que los ministros sean siervos de los
hermanos.
28. Ninguno se apropie de algún ministerio; sino que, al
cumplirse el tiempo establecido, cada uno dejará con
gusto su oficio.
9 LA VIDA APOSTÓLICA
29. Los hermanos y hermanas amen al Señor con todo el
corazón, con toda el alma y la mente, con todas las
fuerzas, y amen al prójimo como a sí mismos.
Ensalcen al Señor con sus obras, pues para eso los envió
al mundo, para dar testimonio de su voz con la palabra y
las obras, y hagan saber a todos que no hay otro
omnipotente fuera de él.
30. La paz que anuncian de palabra, la lleven con mayor
abundancia en el corazón.
Nadie por su causa sea instigado a la ira o al
escándalo, sino que, por su mansedumbre, sean atraídos a
la paz, bondad y la concordia.
Pues para esto han sido llamados los hermanos y
hermanas, para curar a los heridos, reanimar a los
abatidos y hacer volver a los que estaban perdidos.
Dondequiera que estén, recuerden que se entregaron a sí
mismos y ofrecieron sus personas al Señor Jesucristo.
Por su amor deben exponerse a los enemigos, tanto
visibles como invisibles, porque dice el Señor:
Bienaventurados los perseguidos por causa de la
justicia, porque de ellos es el Reino de los cielos.
31. En la caridad, que es Dios, todos los hermanos y
hermanas - ya oren, ya sirvan o trabajen -, busquen la
humillación en todo; no vanagloriarse, no complacerse en
sí mismos ni envanecerse internamente de palabras u
obras buenas; especialmente, de ningún bien que Dios
hace o dice y obra alguna vez en ellos y por ellos.
Reconozcan, en cualquier circunstancia, que todos los
bienes son del Señor Dios altísimo, dueño de todo; y le
den gracias porque de Él proceden todos los bienes.
EXHORTACIÓN Y BENDICIÓN
32. Los hermanos y hermanas, - por encima de cualquier
otra cosa - deben anhelar el espíritu del Señor y el
santo comportamiento que él inspira.
Súbditos siempre de la santa Iglesia, firmes en la fe
católica, observen la pobreza, la humildad y el santo
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo que con firmeza
prometieron.
Y todo aquel que guarde estas cosas, sea colmado en el
cielo de la bendición del altísimo Padre y en la tierra
de la bendición de su amado Hijo, con el santísimo
Espíritu Paráclito y con todas las virtudes de los
cielos y con todos los santos.
Y yo, hermano Francisco, vuestro pequeñuelo y siervo, os
confirmo en cuanto puedo, interior y exteriormente, esta
santísima bendición.
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