Regla de la Tercera Orden Regular

Aprobada por Juan Pablo II - 8 dic. 1982

   
   


Breve Pontificio Franciscanum Vitae Propositum

Para perpetua recordación del hecho

El ideal de vida franciscano sigue impulsando sin cesar, en nuestro tiempo no menos que en los pasados, a muchos hombres y mujeres que anhelan la perfección evangélica y desean la implantación del Reino de Dios. Tomando como modelo a san Francisco de Asís, los miembros de la Tercera Orden Regular se esfuerzan por seguir a Jesucristo mismo, viviendo en fraternidad, comprometiéndose con voto público a la observancia de los consejos evangélicos de obediencia, pobreza y castidad y entregándose a las diversas formas de la actividad apostólica. Para realizar con mayor perfección ese ideal de vida, cultivan asiduamente la oración, ejercitan recíprocamente la caridad fraterna y practican la verdadera penitencia y la abnegación cristiana. Siendo así que cada uno de los aspectos y de los conceptos de este ideal de vida franciscano se encuentran abundantemente expresados en la Regla y Vida de los Hermanos y de las Hermanas de la Tercera Orden Regular de san Francisco y están totalmente conformes con la verdadera institución franciscana, tal como se hallan en ella descritos, Nos, en virtud de la plenitud de nuestra potestad apostólica, establecemos, determinamos y decretamos que esta Regla tenga validez y autoridad propia, como expresión genuina de la vida franciscana, para los Hermanos y las Hermanas, en todas partes, teniendo en cuenta cuanto decretaron sobre este asunto, en su tiempo, nuestros predeceso¬res León X y Pío XI, mediante las Constituciones Apostólicas In ter caetera y Rerum condicio. Sabemos muy bien con qué diligencia y cuidado se ha llevado a cabo la renovación y adaptación de esta Regla y Vida y de qué manera se ha llegado felizmente a la meta de un consenso, después de muchas discusiones e investigaciones, propuestas y redacciones. Por lo mismo, confiamos que ha llegado el momento de ver logrados los abundantes frutos de renovación que se esperan de ahora en adelante.
Así pues, mandamos que esta manifestación de nuestra voluntad tenga vigencia y posea eficacia tanto ahora como en el futuro, sin que ningún modo obste nada que sea contrario.

Dado en Roma, junto a San Pedro, bajo el anillo del Pescador, el día 8 de Diciembre de 1982, quinto año de nuestro Pontificado.


PALABRAS DE SAN FRANCISCO A SUS SEGUIDORES

Todos los que aman al Señor con todo el corazón, con toda el alma y la mente, con todas las fuerzas, aman a sus prójimos como a sí mismos, aborrecen a sus cuerpos con los vicios y pecados, reciben el cuerpo y la sangre de nuestro Señor Jesucristo y hacen frutos dignos de penitencia: ¡oh, cuán dichosos y benditos son aquellos y aquellas que tales cosas ponen en práctica y perseveran en ellas!, porque reposará sobre ellos el Espíritu del Señor y pondrá junto a ellos su habitación y morada; son hijos del Padre celestial, cuyas obras realizan, y son esposos, hermanos y madres de nuestro Señor Jesucristo.

Somos sus esposos cuando el alma fiel se une a nuestro Señor Jesucristo, por obra del Espíritu Santo. Somos sus hermanos cuando hacemos la voluntad del Padre que está en los cielos. Somos sus madres cuando lo llevamos en el corazón y en nuestro cuerpo mediante el amor divino y una conciencia pura y sincera; lo damos a luz a través de las obras santas, que deben brillar para ejemplo de los demás.

¡Oh, qué glorioso, santo y grande tener un padre en los cielos! ¡Qué santo, consolador, hermoso y admirable tener tal esposo! ¡Cuán santo y cuán amado, agradable, humilde, pacífico, dulce, amable y deseable sobre todas las cosas, tener tal hermano y tal hijo: nuestro Señor Jesucristo, que ofreció la vida por sus ovejas y oró al Padre diciendo: Padre santo, cuida en tu nombre a los que me has dado; tuyos eran y tú me los has dado. Las palabras que tú me diste se las he dado a ellos, y ellos las han aceptado y han reconocido verdaderamente que vengo de ti, y han creído que tú me has enviado. Por ellos ruego; no ruego por el mundo. Bendícelos y santifícalos, en ellos yo he sido glorificado. No ruego sólo por éstos, sino también por aquellos que, por medio de su palabra, creerán en mí, para que sean santificados en la unidad como nosotros. Y quiero, Padre, que donde yo esté estén también conmigo, para que contemplen mi gloria en tu reino. Amén.


¡EN EL NOMBRE DEL SEÑOR! COMIENZA LA REGLA Y VIDA DE LOS HERMANOS Y HERMANAS DE LA TERCERA ORDEN REGULAR DE SAN FRANCISCO

1. La forma de vida de los hermanos y hermanas de la Tercera Orden Regular de San Francisco es ésta: observar el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo, viviendo en obediencia, pobreza y castidad.

Los seguidores de Jesucristo, a ejemplo de san Francisco, están obligados a hacer más y mayores cosas, observando los preceptos y consejos de nuestro Señor Jesucristo, negándose a sí mismos, como cada uno prometió al Señor.

2. Los hermanos y hermanas de la Orden, unidos a cuantos en la santa Iglesia católica y apostólica quieren servir al Señor Dios, perseveren en la verdadera fe y en la penitencia.

Esta conversión evangélica la quieren vivir en espíritu de oración, pobreza y humildad.
Absténganse de todo mal y perseveren en el bien hasta el final, porque el mismo Hijo de Dios vendrá en la gloria y dirá a todos aquellos que lo conocieron, adoraron y sirvieron en penitencia: Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del reino preparado para vosotros desde la creación del mundo.

3. Los hermanos y hermanas prometen obediencia y reverencia al Papa y a la Iglesia católica.

Obedezcan, con el mismo espíritu, a los que han sido puestos al servicio de la fraternidad.

Dondequiera estuvieren, y en cualquier lugar que se encuentren, se traten espiritual y cariñosamente y se honren mutuamente.

Promuevan unidad y comunión con todos los miembros de la familia franciscana.


2 CÓMO INICIAR ESTA VIDA

4. Aquellos que, por inspiración del Señor, vienen a nosotros con la voluntad de abrazar esta vida, sean acogidos con benignidad.

Oportunamente serán presentados a los ministros que tienen la facultad de admitir en la fraternidad.

5. Los ministros deben asegurarse de qaue los candidatos profesan la fe católica y los sacramentos de la Iglesia.

Si son idóneos seán admitidos a la vida de la fraternidad.

Se les exponga diligentemente todo lo referente a esta vida evangélica, de modo especial se les propongan las siguientes palabras del Señor: Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo, luego ven y sígueme. Y también: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame.

6. Así, conducidos por el Señor, comiencen la vida de penitencia, sabiendo que todos debemos convertirnos sin cesar.

Como signo de conversión y consagración a la vida evangélica, usen vestidos humildes y vivan en fraternidad con sencillez.

7. Terminado el tiempo de la prueba, sean recibidos a la obediencia, prometiendo observar siempre esta vida y regla.

Y dejando de lado todas las preocupaciones y cuidados, se preparen lo mejor que sepan para servir, amar, honrar y adorar al Señor Dios con corazón limpio y mente pura.

8. Se hagan a sí mismos habitación y morada permanente para Aquel que es el Señor Dios omnipotente, Padre, Hijo y Espíritu Santo, de forma que puedan crecer en el amor universal con el corazón indiviso, convirtiéndose continuamente a Dios y al prójimo.


3 EL ESPÍRITU DE ORACIÓN

9. Dondequiera, en todo tiempo y lugar, los hermanos crean con verdad y humildemente. Tengan en el corazón, amen, honren, adoren, sirvan, alaben, bendigan y glorifiquen al altísimo y sumo Dios, Padre eterno y al Hijo y al Espíritu Santo. Y lo adoren con corazón puro, porque es necesario orar siempre sin desfallecer; pues el Padre busca tales adoradores. Con el mismo espíritu celebren el oficio divino en unión con la Iglesia universal.

Los hermanos y hermanas, a los que el Señor ha llamado a la vida contemplativa, con alegría renovada, den testimonio cada día de su consagración a Dios, celebrando el amor que el Padre tiene al mundo, ya que nos creó, redimió y con su sola misericordia nos salvará.

10. Los hermanos y hermanas alaben al Señor, rey del cielo y de la tierra, junto con todas sus criaturas, y le den gracias, pues por su santa voluntad, y por medio de su único Hijo con el Espíritu Santo, ha creado todas las cosas espirituales y corporales, y nos ha creado a su imagen y semejanza.

11. Conformándose totalmente al santo Evangelio, los hermanos y hermanas reflexionen y guarden en su mente las palabras de nuestro Señor Jesucristo, Verbo del Padre, y las palabras del Espíritu Santo, que son espíritu y vida.

12. Participen en el sacrificio de nuestro Señor Jesucristo y reciban con humildad y veneración su Cuerpo y Sangre, recordando lo que dice el Señor: El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna. Demuestren, en la medida de lo posible, plena reverencia y honor al santísimo Cuerpo y Sangre de nuestro Señor Jesucristo, a su santo nombre y a las palabras escritas de Aquel en el cual han sido pacificadas y reconciliadas todas las cosas, que existen en el cielo y la tierra, con el Dios omnipotente.

13. Arrepiéntanse sin tardanza los hermanos y hermanas de todas sus culpas, expiándolas interiormente con la contrición y exteriormente con la confesión; y hagan frutos dignos de penitencia.

También deben ayunar; y procuren ser siempre sencillos y humildes.

Ninguna otra cosa deseen, por tanto, sino a nuestro Salvador, que se ofreció a sí mismo, mediante su sangre, como sacrificio y víctima en el ara de la cruz por nuestros pecados, dejándonos ejemplo para que sigamos sus huellas.


4 LA VIDA EN CASTIDAD POR EL REINO DE LOS CIELOS

14. Consideren los hermanos y hermanas la dignidad tan grande en que los ha puesto el Señor Dios, que los ha creado y formado a imagen de su querido Hijo según el cuerpo y a su semejanza según el espíritu. Creados por Cristo, y en Cristo, han elegido esta forma de vida que se funda en las palabras y ejemplos de nuestro Redentor.

15. Habiendo profesado la castidad por el reino de los cielos, han de preocuparse de las cosas del Señor, y no deben tener otra preocupación que hacer Su voluntad y agradarle.

Hagan todo de manera que en sus obras resplandezca el amor a Dios y a los hombres.

16. Recuerden que, en virtud de este inmenso don de la gracia, están llamados a expresar en su forma de vida el admirable misterio de la Iglesia unida a su divino esposo, Cristo.

17. Tengan presente, ante todo, el ejemplo de la santísima Virgen María, Madre de Dios y de nuestro Señor Jesucristo. Hagan esto según el mandato del bienaventurado Francisco, que profesó una grandísima veneración a Santa María, Señora y Reina, virgen hecha Iglesia. Y recuerden que la Inmaculada Virgen María se llamó a sí misma esclava del Señor, y procuren seguir su ejemplo.


5 MODO DE SERVIR Y TRABAJAR

18. Como pobres, los hermanos y hermanas, a los cuales el Señor les ha concedido la gracia de servir y trabajar, sirvan y trabajen con fidelidad y devoción, de manera que, alejando el ocio, enemigo del alma, conserven el espíritu de la santa oración y de la devoción, al que todo lo temporal debe servir.

19. Del fruto de su trabajo consigan lo necesario para el cuerpo, para sí mismos, para sus hermanos y hermanas, haciéndolo con humildad, como conviene a los siervos de Dios y seguidores de la santa pobreza. Lo superfluo lo distribuyan a los pobres.

Y nunca deseen estar por encima de los demás, sino que, por el contrario, procuren ser servidores y estar sujetos a toda criatura humana por causa del Señor.

20. Los hermanos y hermanas sean bondadosos, pacíficos y modestos, hablando decorosamente a todos como conviene.

Dondequiera se encuentren o vayan no contiendan, eviten las disputas de palabra y no juzguen a los otros; antes bien se muestren gozosos en el Señor, alegres y debidamente agradables. Y digan al saludar: ¡El Señor te dé la paz!.


6 LA VIDA EN POBREZA

21. Esfuércense los hermanos y hermanas por seguir a nuestro Señor Jesucristo pobre y humilde, el cual, siendo incomparablemente rico, quiso, con su madre la santísima Virgen, elegir la pobreza y anonadarse.

Recuerden que nada de este mundo es necesario; como escribe el Apóstol, nos contentemos con tener con que comer y con que vestirnos. Y tengan mucho cuidado con el dinero.

Se deben sentir dichosos cuando estén con personas humildes y de baja condición social, o entre los pobres y débiles, enfermos y leprosos, y con los mendigos de la calle.

22. Los que son verdaderos pobres de espíritu, siguiendo el ejemplo del Señor, no se apropien de nada para sí ni disputen con ninguno por ello, sino que vivan en el mun do como peregrinos y forasteros.

Es la grandeza de la altísima pobreza que nos constituye herederos y reyes del reino de los cielos; nos hizo pobres de cosas pero sublimes en virtudes.

Sea esta nuestra porción, la que nos conduce a la tierra de los vivientes. Abrazados totalmente a la pobreza, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, no queramos tener otra cosa bajo el cielo.


7 LA VIDA FRATERNA

23. Por amor de Dios, los hermanos y hermanas se amen entre sí, como dice el Señor: Éste es mi mandamiento, que os améis unos a otros como yo os he amado.

Muestren con obras el amor que se profesan. Manifieste cada uno confiadamente su necesidad al otro, para que recíprocamente procuren y ofrezcan aquello que cada uno necesita.

Son bienaventurados aquellos que aman tanto al otro cuando está enfermo y no puede corresponderles, como cuando se halla sano y puede satisfacerles.

Den gracias al Creador por todo lo que les suceda, deseando estar como el Señor los quiere, sanos o enfermos.

24. Si aconteciere que surgiera entre ellos algún motivo de disgusto, a causa de palabras o actitudes, se pidan perdón humildemente uno a otro, antes de ofrecer su oración al Señor.

Si alguno descuidare gravemente la forma de vida que ha profesado, sea amonestado por el ministro o por los que hayan tenido conocimiento de su culpa. Pero no le avergüencen ni lo difamen, sino que usen con él de gran misericordia. Eviten airarse o alterarse a causa del pecado de los demás, pues la ira y la alteración impiden la caridad en sí y en los otros.


8 LA OBEDIENCIA CARITATIVA

25. Los hermanos y hermanas, a ejemplo del Señor Jesús, que puso su voluntad en la voluntad del Padre, tengan presente que, por causa de Dios han renunciado a su propia voluntad.

En los capítulos busquen en primer lugar el reino de Dios y su justicia, exhortándose mutuamente para observar mejor la Regla que prometieron y seguir con mayor fidelidad las huellas de nuestro Señor Jesucristo.

No ejerzan poder o dominio sobre nadie, especialmente entre ellos.

Por espíritu de caridad, voluntariamente se sirvan y obedezcan unos a otros.

Ésta es la verdadera y santa obediencia de nuestro Señor Jesucristo.

26. Todos los hermanos estén obligados a tener siempre a uno de ellos como ministro y siervo de la fraternidad y le obedecerán firmemente en todo lo que prometieron observar al Señor y no se oponga a su conciencia y a esta Regla.

27. Los ministros y siervos de los otros visiten y corrijan humilde y caritativamente a los hermanos y los animen.

Dondequiera que haya hermanos que sepan y conozcan que no pueden observar espiritualmente la Regla, deben y puedan recurrir a sus ministros.

Y los ministros, por su parte, acójanlos caritativa y benignamente, y tengan con ellos una familiaridad tan grande, que los hermanos puedan hablar y tratar con ellos como lo hacen los señores con sus siervos; pues así debe ser, que los ministros sean siervos de los hermanos.

28. Ninguno se apropie de algún ministerio; sino que, al cumplirse el tiempo establecido, cada uno dejará con gusto su oficio.


9 LA VIDA APOSTÓLICA

29. Los hermanos y hermanas amen al Señor con todo el corazón, con toda el alma y la mente, con todas las fuerzas, y amen al prójimo como a sí mismos.

Ensalcen al Señor con sus obras, pues para eso los envió al mundo, para dar testimonio de su voz con la palabra y las obras, y hagan saber a todos que no hay otro omnipotente fuera de él.

30. La paz que anuncian de palabra, la lleven con mayor abundancia en el corazón.
Nadie por su causa sea instigado a la ira o al escándalo, sino que, por su mansedumbre, sean atraídos a la paz, bondad y la concordia.

Pues para esto han sido llamados los hermanos y hermanas, para curar a los heridos, reanimar a los abatidos y hacer volver a los que estaban perdidos.

Dondequiera que estén, recuerden que se entregaron a sí mismos y ofrecieron sus personas al Señor Jesucristo.

Por su amor deben exponerse a los enemigos, tanto visibles como invisibles, porque dice el Señor: Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los cielos.

31. En la caridad, que es Dios, todos los hermanos y hermanas - ya oren, ya sirvan o trabajen -, busquen la humillación en todo; no vanagloriarse, no complacerse en sí mismos ni envanecerse internamente de palabras u obras buenas; especialmente, de ningún bien que Dios hace o dice y obra alguna vez en ellos y por ellos.

Reconozcan, en cualquier circunstancia, que todos los bienes son del Señor Dios altísimo, dueño de todo; y le den gracias porque de Él proceden todos los bienes.


EXHORTACIÓN Y BENDICIÓN

32. Los hermanos y hermanas, - por encima de cualquier otra cosa - deben anhelar el espíritu del Señor y el santo comportamiento que él inspira.

Súbditos siempre de la santa Iglesia, firmes en la fe católica, observen la pobreza, la humildad y el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo que con firmeza prometieron.
Y todo aquel que guarde estas cosas, sea colmado en el cielo de la bendición del altísimo Padre y en la tierra de la bendición de su amado Hijo, con el santísimo Espíritu Paráclito y con todas las virtudes de los cielos y con todos los santos.

Y yo, hermano Francisco, vuestro pequeñuelo y siervo, os confirmo en cuanto puedo, interior y exteriormente, esta santísima bendición.

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