Santiago Martín es un sacerdote madrileño nacido en
1954, licenciado en Biología, Teología Moral y
Periodismo que se hizo popular por su programa
"Testimonio" emitido por Televisión Española. Es autor
de algunos libros de espiritualidad, como "El Evangelio
secreto de María" y "El silencio de Dios. También es
fundador de la asociación católica Franciscanos de
María, presente en varios países, dedicada al
voluntariado gratuito con todo tipo de marginados. En
1998 Editorial Planeta de Barcelona le publicó la obra
"El suicidio de San Francisco", una reconstrucción
literaria de los últimos momentos de la vida del
Pobrecillo de Asís. Aquí transcribimos la parte final de
la introducción del libro (pp. 18-20).
Santiago
Martín, El suicidio de san Francisco,
Editorial Planeta - Testimonio, Barcelona 1998, 299
páginas.
Se equivocan, no obstante los que creen que detrás
de toda esta historia (la crisis por la progresiva
institucionalización de la Orden de los Menores) no
había nada más que una lucha por el poder o un episodio
negro de la vida de la Iglesia. El santo lo comprendió
por fin cuando, en el monte Alverna, culminó su
trayectoria espiritual y se identificó plenamente con
Cristo crucificado. Ese momento vino acompañado por la
impresión en el cuerpo de Francisco de las llagas que
Jesús sufrió en su carne mortal en el suplicio de la
cruz. La existencia de esas llagas es rigurosamente
histórica, lo mismo que es histórica la crisis de la
Orden y la sublimación de los sufrimientos espirituales
que Francisco llevó a cabo por amor a Cristo. Por eso se
puede decir de esa etapa que fue, a equivalencia de la
de Nuestro Señor en la cruz, la de la cumbre espiritual
del santo de Asís. Por eso se puede decir también que,
una vez más, Dios escribió derecho con renglones
torcidos y que de lo que era fruto del pecado o de los
defectos de los hombres supo sacar grandes bienes, que
en este caso fueron los de la plenitud mística de uno de
los más grandes santos que ha tenido la Iglesia.
Esta novela se sitúa en ese momento concreto.
Intenta mostrar el alma de Francisco por dentro,
ofreciendo un retrato que aspira a ser parecido al
original, por más que en ese campo sólo se pueda avanzar
mediante las conjeturas, pues lógicamente lo que él
vivió sólo lo saben Dios y él. Desde esa mirada
interior, contemplando las cosas con los ojos con que
Francisco posiblemente las contempló, se ve la historia
de otra manera. Ya no se está ante una figura de
escayola o ante un hermoso cuadro que contempla una
calavera. Nos encontramos ante un hombre corriente, com
cualquiera de nosotros, que, enfermo, ve llegar el final
de sus días y tiene entre las manos el fracaso de su
obra. Ese hombre resuleve su problema por la vía de la
unión con Dios. Supera la desesperación, la depresión,
haciendo uso de las armas de que disponía, armas que son
asequibles a todos: la oración, la confianza, la fe, el
amor. Y ahí reside precisamente lo mejor de su ejemplo,
lo que nos era hurtado mediante muchas de las biografías
precedentes: que se puede vencer el sufrimiento, la
angustia, las ganas de morir e incluso de quitarse la
vida, con ayuda de Dios y con confianza en Dios.
Sobre el suicidio de san Francisco permítanme los
lectores que deje en el aire la intriga. Sólo les
recomiendo que no dejen el libro en el primer capítulo,
pues ya las primeras letras del segundo dan la clave de
todo lo que se ha leído antes. No olviden que este libro
es una novela y que intenta, sirviéndose de las
posibilidades de este género literario, entrar en la
realidad de las cosas al margen de que esa realidad no
sea descrita exactamente en cada párrafo. No olviden
tampoco que el tratamiento que se da en el primer
capítulo del libro al destino de los suicidas es el de
la época medieval, bien distinto, gracias a Dios, al que
se aplica hoy en día.
Pero este episodio, el del suicidio, es el único en
que no se respeta estrictamente la historia. En lo
demás, a excepción de algún personaje secundario
introducido a propósito, se ha procurado ser muy fiel a
lo que ocurrió, a lo que Francisco hizo, dijo y enseñó.
Todo eso, naturalmente, según las capacidades del
escritor que, aunque ama profundamente al santo de Asís,
está también él, limitado por su propia experiencia
personal, por sus defectos y por sus luces.
No deseo otra cosa que el lector disfrute con este
libro, que aprenda de san Francisco a amar a Dios por
encima de todas las cosas, a amar también a la Iglesia y
a los pobres, y a no perder nunca la paz, la alegría y
la esperanza.
Madrid, 27 de febrero de
1998.
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