Emilia, hija y heredera de los condes de Pardo Bazán,
nació en La Coruña (España) en 1851. Sus ansias de saber
y su autodisciplina la convirtieron en mujer culta y
experta en varias disciplinas humanistas. En 1868 se
casó y al año siguiente se trasladó a Madrid. Viajó por
Francia, Italia, Suiza, Austria e Inglaterra y en 1876
publicó su primer libro. Su obra "Viaje de novios"
(1881) es la primera novela naturalista que se escribió
en España. El encuentro con Victor Hugo en el balneario
de Vichy cambió el rumbo de su literatura, así como sus
encuentros en París con Zola, Daudet y los hermanos
Goncourt y la lectura de los novelistas rusos. Fue
consejera de Instrucción Pública, activista feminista y,
hasta su muerte (1921), profesora de Literaturas
románicas en la universidad de Madrid. Sus últimas obras
son de un mayor simbolismo y espiritualidad, pero su
vida de "San Francisco de Asís", todo un tratado sobre
la Edad Media y la Orden Franciscana, la escribió en
1882, es decir, en los comienzos de su etapa
naturalista.
Escribe Marcelino Menéndez y Pelayo en el prólogo:
"...el libro es un grande esfuerzo y una grande
obra, mucho más que si se presentase sin maestros y sin
precedentes. Tiene mil ventajas el que por primera vez
se desbroza un asunto: su labor, aunque sea más larga,
es menos ingrata, porque le alienta la curiosidad de lo
desconocido, que en el investigador de profesión llega a
ser un manantial de goces inefables. Para llegar a la
heredad, cuando la heredad parece esquilmada, y sacar de
ella todavía riquísimo fruto; repasar sobre las huellas
de los grandes maestros y dejar nuevos rastros de luz en
el mismo surco donde ellos pusieron el pie, es uno de
los triunfos más raros en el mundo literario. La mujer
que antes de traspasar los umbrales de la juventud, en
la edad en que todo sonríe al alma femenina y la halaga
y la embebe en lo exterior, no ha encontrado en su
naturaleza energía bastante para producir tal monumento,
mostrándose a la vez pensadora, narradora, artista de
encantador y riquísimo estilo, y finalmente no extraña a
ninguna de las artes y ciencias, asegurado tiene nombre
imperecedero en las letras castellanas, por muchas
novelas naturalistas que escriba, y eso que serán
buenas, siendo suyas. Pero en todo esto cabe pasión y
litigio. Yo sostengo que la autora vale todavía más que
sus obras exceptuando ésta. Ha hecho un libro: dichosos
los que puedan decir otro tanto. Santander, 13 de julio
de 1885".
El texto que aquí proponemos relata la vocación de
Francisco a la vida apostólica:
Emilia Pardo Bazán, San Francisco de Asís (siglo
XIII). 1º edición: Madrid 1882.
Ed. Porrúa, México D.F. 1982. 322 págs.
Cuando Francisco hubo dado cima a la reconstrucción
de las tres iglesias, entró en un periodo de
contemplativo descanso, bien como si impulso
involuntario le forzase a detenerse en la cifra tres,
numero de las gloriosas Órdenes que le veneran por
fundador. En la vida de Francisco, tan simbólica y
representativa, abundan las figuras: así lo expresa un
versículo de su Oficio, diciendo: Sub typo trium Ordinum,
tres, nutu Dei praevio, ecclesias erexit. Atraíale la
Porciúncula, de donde no acertaba a apartarse. Vistió
otra vez de lino y seda los desnudos altares; hizo arder
cirios ante las efigies, y quiso ver elevarse la hostia
en la capillita ayer profanada. Lo consiguió; y al
atender al oficio divino, hirieron sus oídos, cual si
por primera vez las escuchase, estas palabras del
Evangelio: "No queráis poseer oro, ni plata, ni dinero
en vuestra bolsa; no llevéis alforja, ni dos túnicas, ni
sandalia, ni báculo.".
Francisco se incorporó haciendo extremos de jubilo, como
prisionero a quien anuncian la suspirada libertad. He
aquí lo que busco, exclama: he aquí lo que anhelo con el
alma toda". -Y descalzándose, arrojando bastón, cinturón
y bolsa, tomó una túnica cenicienta, se ciñó al talle
áspera cuerda de cáñamo con nudos. Desde aquel momento
nació en su espíritu la Orden franciscana. Afirma la
crónica de los Tres Compañeros o Socios, que el día en
que Francisco recibió el evangélico mandato, se encerró
en silencio perpetuo el precursor desconocido que iba
por las calles de Asís gritando: paz y bien.
Brotaba así la 0rden admirable, que por sí sola es
bastante para embalsamar con aroma de poesía los siglos
medios. Brotaba como brota la creación del artista, como
surge el poema, la sinfonía, el lienzo; maduros por
largo tiempo en lo más íntimo de la humana conciencia,
presentidos y acariciados como el ideal, pero revelados
súbitamente al rayo claro y divino de la inspiración. No
precede a las obras mas hermosas del genio reflexivo y
deliberado propósito, sino tendencia de todas las
facultades hacia un objeto no definido aún, que presto
se destacará radiante sobre las nieblas del
presentimiento.
Años hacía que Francisco, interrogado por sus alegres
amigos entre el bullicio de una francachela, había
respondido afirmando que era su sueño tomar esposa, tan
bella y principal, que en el mundo no pudiese otra
alguna comparársele: y esta novia, esta doncella sin
par, a quien llamaba el amante en su amorosa languidez,
estuvo velada hasta que Francisco oyó la frase del
Evangelio. Aparecióse entonces embelesadora, aunque
macilenta y humilde, la mística desposada, la virgen
Pobreza. Así la trazó el gran novador de la pintura
italiana, Giotto, en su hermoso fresco de la bóveda de
la iglesia baja de Asís.
Es allí la Pobreza doncella de beldad celeste: ciñe su
frente guirnalda de rosas, mas sus galas nupciales son
harapos: a sus pies no se tiende tapiz de seda, sino
guijas, abrojos y zarzales. Un avieso can abre sus
fauces para ladrar contra la Esposa; dos niños
despiadados le arrojan piedras; pero ella mira con
inefable gozo a Francisco, que la ciñe al dedo anillo de
alianza. Cristo junta las manos de los enamorados y
preside las bodas: el Padre, entre nubes, asistido de
angélicas milicias, presencia el misterio de amor.
Larga fecundidad estaba prometida al himeneo de
Francisco. No bien hubo estrechado contra su corazón a
la dama de sus caballerescos pensamientos, comenzó
espiritual posteridad, que presto había de multiplicarse
por los ámbitos de la tierra. Bernardo de Quintaval,
Pedro Catáneo, Egidio o Gil, fueron los tres primeros
que atraídos al foco de amor, abrazaron con Francisco la
Cruz y su locura. (págs. 94-96)
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