Fuente: Javier HERRERO,
Universidad de Virginia. La crisis juvenil de Lorca:
El pulpo contra le estrella. Actas Asociación
Internacional de Hispanistas -AIH- X (1989), págs.
1827-1828 (Extracto).
En un poema inédito de enero de 1919 titulado
«Caperucita» Lorca recrea el famoso cuento infantil,
pero la niña en lugar de perderse en el bosque emprende
un fantástico viaje por los cielos. Un bondadoso santo
la guía, San Francisco de Asís. Lo sorprendente del
viaje es la extraordinaria visión que aparece ante los
inocentes ojos de la niña: muchos de los santos, lejos
de vivir una existencia gloriosa, se encuentran
arrinconados en el desván del cielo: San Francisco se lo
enseña:
«Mira, ya llegamos al desván del cielo»
El Santo y la niña penetran callados
en la claridad
De un salón inmenso
Todo abarrotado de santos dormidos
Momias herrumbrosas de ojos soñolientos.
A un monje le nacen musgos,
Las yedras oprimen a un santo que Teza
Y las lagartijas corren sobre el báculo
De uno
que bendice con mano sin dedos.
Si la gloria cristiana carece de vitalidad, tampoco
los dioses paganos (que aparecen, aprisionados, en ese
mismo cielo) subsisten en una existencia mucho más
vigorosa: pero su pasividad parece deberse más a
impotencia y opresión que a la apatía que atenaza a esos
santos adormilados.
San Francisco y Caperucita han continuado su
peregrinación celestial y penetran ahora en un espacio
que, a juzgar por los signos externos, parece al menos
poseer algunos elementos en que resuenan viejas
nostalgias de gloria:
Llegan a
una puerta de nácar.
Sobre el
muro de nubes hay un friso de rosas
Adornadas del rocío que tiene la mañana.
«Abrid
deprisa», grita San Francisco. La puerta se abre.
Y entran
radiantes. Un ángel con espada
Pregunta
bruscamente. ¿No tienes contraseña?
Y
Francisco solemne responde: «Ve mis llagas».
«¡Pasa
capitán santo! Mas el Señor no quiere
Que
entren en este sitio todos. No en esta sala,
Pues
aquí están atados los dioses que existieron
Antiguamente. ¡Cientos de cientos!» «¡Cuántas estatuas!
Dime
Francisco bueno, ¿Están vivas?» «Algunas tienen
culto en
la tierra y aún conservan la llama
del
espíritu. Mira como mueven las Venus
los ojos.»
Los dioses paganos, pues, carecen también de vida
(o, al menos muchos de ellos), pero su reducción al
estado de «estatuas» se debe a que han sido «atados» por
los ángeles cristianos. Estos, sin embargo, no han
podido aniquilarlos totalmente. No sólo Venus «conserva
la llama del espíritu» (porque aún tiene «culto en la
tierra») sino que, como los versos con los que continua
el poema indican, no han conseguido los mensajeros del
Señor apagar la llama de Eros.
Caperucita se ha compadecido de un bonito niño que
grita y salta, pero que tiene los ojos vendados. San
Francisco contesta a sus preguntas:
«Hijita
es el Amor e intacta
Tiene la
brasa viva con que nació. Quisieron
Cargarlo
de cadenas por ver si se apagaba
Pero
todas las noches suben
Miles de
lucecitas que la avivan y agrandan
(Archivo Familia García
Lorca).
Aunque la pintura presentada en este poema no es
conclusiva, parece claro que Lorca interpreta el paraíso
en su versión tradicional cristiana como reducido a un
desván de polvorientas antiguallas que apenas sí pueden
contener la renaciente vitalidad de los dioses clásicos,
de los que aquellos que aún dan señales de vida son los
grandes modelos del amor pagano: Venus y Eros. Este
conflicto entre dos cielos (dos religiones, la pagana y
la cristiana) parece haber obsesionado a Lorca entre los
años 1917 y 1921; conflicto que, aunque de forma menos
explícita, pero más profunda, permanecerá sin resolverse
hasta su muerte.
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