Desvelamos en este artículo el verdadero
origen de la célebre frase del dictador ruso Lenin: "Nos
harían
falta diez San Franciscos..."
Título original: Il «mea
culpa» di Lenin. (Avvenire, 12 de julio de 2007)
Autor: Paolo Vicentin
Traducción del italiano:
Fratefrancesco.org
El "mea culpa" de Lenin
Una amarga reflexión en el lecho de muerte sobre la
necesidad de la violencia. Sin embargo terminó diciendo:
"Dentro de cien años aún vivirá la jerarquía católica,
bajo los escombros de las instituciones".
Era el 9 de abril de 1917 cuando 31 revolucionarios
rusos, con Lenin a la cabeza, salieron de su exilio en
Suiza. Se dirigían a Suecia atravesando Alemania en un
vagón sellado. El gobierno del Reich alemán de entonces
concedió esta travesía por su territorio, con la
esperanza de que la revolución rusa, ya empezada, diese
el golpe decisivo a uno de los enemigos que estaban
entonces en guerra con Alemania, como era Rusia. En
cuanto a Lenin, era sabido que era ateo a más no poder.
Pero enseguida se propagó una declaración del
revolucionario moribundo muy singular, que parecía
representar una descalificación de toda su obra.
En presencia de un ex-sacerdote húngaro, periodista y
colega suyo en París, y confidente suyo, seguro de su
muerte inminente -como habían asegurado los médicos-, él
habría dicho: "Me he equivocado. Sin duda ha sido
necesario liberarse a masas de personas de la represión,
pero nuestros métodos han tenido como consecuencia la
opresión y la terrorífica masacre de otros oprimidos".
Dirigiéndose al amigo húngaro, prosiguió: "Tu sabes
que mi enfermedad me llevará pronto a la muerte, y me
siento abandonado en un océano de sangre y de
interminables víctimas. Eso ha sido necesario para
salvar a nuestra Rusia, pero es demasiado tarde para
cambiar ahora: nos harían falta diez Franciscos de
Asís". Esto lo escribía en 1977, en una
publicación católica alemana, el obispo de Ratisbona de
entonces, Rudolf Graber, citando los artículos que
Viktor Bede habría escrito para L'Osservatore Romano,
publicados sin firma el 23 de agosto y 24 de septiembre
de 1924. De estos encuentros entre el ex-eclesiástico
húgaro, que se llamaba Viktor Bede, y el fundador del
comunismo habló también el periodista alemán Hansjakob
Stehle en un volumen titulado Die Ostpolitik des
Vatikans.
Recordando en el diario vaticano sus encuentros con
Lenin, este ex-sacerdote citaba otras declaraciones del
revolucionario: "La humanidad sigue el camino
soviético, y dentro de cien años no habrá otra forma de
gobierno". Añadiendo: "Creo, sin embargo, que la
jerarquía católica aún vivirá bajo los escombros de las
actuales instituciones... En el siglo que viene habrá
una sola forma de gobierno: la soviética, y una
religión: l católica". Y el moribundo Lenin habría
concluido diciendo: "¡Lastima que entonces nosotros
ya no estaremos!"
El artículo Pensieri di Lenin sul cattolicesimo
(Pensamientos de Lenin sobre el catolicismo) de Victor
Bede informa que el autor conoció a Lenin en París, por
la "profesión común de periodistas", definiendo
su relación de "múltiple y cordial". Pocos meses
antes de la muerte del dictador él fue a Moscú, "a
visitar a su viejo colega, y fue recibido en su
habitación privada del Kremlim, con la acostumbrada
cordialidad". Y anota también: "Podía ir a verle
sin grandes dificultades porque, excepto él, nadie sabía
que yo era un ex-sacerdote. Y de ese modo he podido
conseguir importantes documentos que me entregó el
dictador". "Como era costumbre -sigue
diciendo-, nuestros coloquios eran discusiones, más
que conversaciones, y eso me gustaba, porque mi
interlocutor conservaba toda la sencillez e inquietud
del pasado, lo que me permitía recordar más al amigo y
periodista que al ideólogo de una de las revoluciones
más espantosas de la historia. De estos encuentros
personales, de hombre a hombre, tenía la impresión de
que la persona que presentaban como cruel y tirano, era
a su vez, víctima de su concepción social y que lo
habían inducido a cometer tropelías en contra de su
voluntad, por razones de Estado..."
Sigue diciendo el ex-eclesiástico: "En realidad, y
pese a todo, se reveló ante mí un carácter tan manso
como el que antes había apreciado en París, de una, por
así decirlo, dulzura de hombre que tuvo que soportar
muchas cosas. Le ahogaba la idea que se había hecho de
su misión en su fuero de hombre privado, llevada a
aquella forma suya de misticismo político, que dejaba
mano libre al dictador para decidir, por su propia
voluntad, la liberación de la humanidad, extendiendo a
todo el mundo la soberanía soviética, de cuya necesidad
estaba profundamente convencido".
Prosigue la relación: "Un día me dijo también: ¿Qué
pretendes tú, cuando me reprochas que nosotros los
soviéticos tenemos que usar la violencia y los métodos
más radicales para mantener alejados de nuestra nación
todos los elementos nocivos a nuestro programa...? Con
esto no se puede discutir razonablemente, como no se
puede hacer con una víbora que te muerde: se la mata.
Muchos, por desgracia, no lo saben; o, viciosos como
son, no están capacitados para comprender la necesidad
de dar lo que les sobra en beneficio de la gran masa que
no tiene nada. Este es el motivo por el que se lleva a
cabo la inflexible expropiación y el exterminio de todo
lo que se opone a ello".
Luego, en otro coloquio, Lenin afirmó: "Mira, la
humanidad, como siguiendo su destino, ha tomado el
camino de la Unión Soviética. Es sólo cuestión de
tiempo. Dentro de un siglo no habrá entre los pueblos
civilizados otra forma de gobierno. Creo, sin embargo,
que la jerarquía católica seguirá subsistiendo bajo los
escombros de las actuales instituciones, porque en ella
se realiza sistemáticamente la educación de los que
tienen la tarea de guiar a los demás. Ninguno nace
obispo o papa, como hasta ahora se nacía príncipe, rey
o emperador; porque, para llegar a ser jefe o guía en
la Iglesia católica, se necesita antes haber dado
pruebas de su capacidad. En esta sabia disposición está
la gran fuerza moral del catolicismo, que resiste desde
hace dos mil años todas las tempestades, y seguirá
siendo invencible también en el futuro. La fuerza de
esta Iglesia es total, es una fuerza moral, y no
descaminada. La humanidad tiene necesidad tanto de una
fuerza como de la otra".
En el segundo artículo publicado en L'Osservatore Romano
el 24 de septiembre de 1924, el autor trata el problema
ruso desde el punto de vista del dictador. Bede reprocha
a Lenin su falta de convicción moral alguna, es más, de
destruir dicho fundamento, porque desarraiga los
sentimientos religiosos del corazón de los hombres.
Lenin respondió: "Queréis, por tanto, que yo deje
venir a vuestros hermanos, para que inciten al pueblo en
contra de los soviéticos". Respondió Bede: "Que
la vida de nuestros hermanos es la aplicación del más
puro comunismo lo confirman tantos siglos de
experiencia. Es decir, si se cree en la posibilidad de
una educación del pueblo hacia el desinterés y el
altruismo, no se puede presentar mejor ejemplo que el de
los miembros de nuestras órdenes religiosas".
Continúa el relato: "Lenin me miró fijamente con sus
ojos penetrantes. Me di cuenta de que sus pensamientos
eran un completo error, y le oí murmurar estas palabras:
'No, no puede ser'".
Apunta el amigo: "Después de haber esperado un poco,
insistí en su deber de garantizar la libertad de
religión. Lenin me miró con sus grandes ojos, sin abrir
la boca. Luego, con acento duro, sarcástico, me
preguntó: "¿Es tu papa quien te ha mandado a verme?" Era
el tono de voz del dictador, no ya el del amigo. Le
aseguré que no había recibido ningún encargo de nadie, y
que había venido a Moscú sin haber hablado del viaje a
ninguno, ni siquiera a los amigos de más confianza.
Lenin se calmó de nuevo y dijo: "Te admiro... Siento que
viviré poco tiempo. Lo que tú piensas es demasiado
hermoso para que yo lo pueda expresar, es demasiado
grande para que pueda realizarlo. Habrá otros, así
espero, que en vez de medidas violentas y crímenes,
adoptarán métodos de los que tú propones para hacer
feliz a la humanidad".
Este segundo artículo del ex-sacerdote concluye así: "Era,
pues, demasiado tarde; el terrible dictador sentía que
ya no tenía fuerzas para aceptar las grandes ideas que
aún admiraba. Sentía que ya no tenía fuerzas para
destruir la banda que lo tenía atenazado, después de
haberlo elevado al trono de los zares". En
definitiva, el padre de la revolución bolchevique decía
estar a disgusto por los horrores provocados, pero los
justificaba: Lenin moría poco tiempo después. Se publicó
un testamento suyo, "pero, era de verdad el
testamento de Lenin? -se preguntaba Victor Bede-
Yo lo dudo mucho..."
Coloquios singulares. Citados también por el histórico
Andrze J. Kamiski en el volumen I de Campi di
concentramento dal 1896 a oggi (Bollati Boringhieri,
1977) y por el vaticanista Sergio Trasatti en el libro
La croce e la stella (Mondadori 1993). No hay
ninguna duda de su autenticidad, afirmaba el obispo de
Ratistona, Rudolf Graber, en 1977, subrayando que hay
que añadir algo a la imagen de Lenin, con estas
palabras: "Yo no estoy capacitado para afirmar que
los coloquios representan una condena de su obra; no
obstante, nos pueden ayudar también a nosotros a
reflexionar".
Título original: Il «mea
culpa» di Lenin. (Avvenire, 12 de julio de 2007)
Autor: Paolo Vicentin
Traducción del italiano:
Fratefrancesco.org
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