Defensor de la Comunidad frente a los Espirituales
(1308-1313)
Alejandro Bonini de Alessandria, denominado el Joven,
o Alejandro el Menor, para distinguirlo de Alejandro de
Hales, nació en Alessandria de la Paglia, en Piamonte,
hacia el 1270. A finales del siglo XIII es fraile menor
o minorita en la provincia de Génova. Por una bula del
papa Benedicto XI, de noviembre de 1303, sabemos que
estudió en París, donde comentó el Libro de las
Sentencias, y defendió brillantemente sus tesis
doctrinales. Habiéndose pronunciado a favor del rey
Felipe el Hermoso, Bonifacio VIII privó a la Universidad
de París, el 15 de agosto de 1303, del privilegio de
otorgar licencias. Por tal motivo, Alejandro tuvo que
trasladarse a Roma para recibir el Doctorado, con el
derecho de enseñar en París y en cualquier otra
Universidad.
Tras estrenar su cargo en el Palacio Lateranense,
regresó a París, donde lo encontramos el 25 de marzo de
1308, entre los Maestros consultados por el rey Felipe
acerca del proceso contra los Templarios. Poco después
fue elegido Ministro de la Provincia de Nápoles, y como
tal lo volvemos a encontrar en la corte papal de Aviñón,
defendiendo a la Comunidad de los Menores de los ataques
de Ubertino de Casale y de los Espirituales. Desde
entonces, la gran disputa absorbe todo su tiempo,
antes de dedicarse a la filosofía y teología.
La cuestión de la pobreza y los escritos de Pedro
Juan Olieu (Olivi) habían dividido a la familia franciscana. Los
Espirituales confundían a menudo perfección y ascetismo
exterior, y no dejaban de atacar a los miembros de la
Orden que habían adaptado la Regla a las necesidades de
una vida de estudio y apostolado. A la condena de los
escritos de Olieu siguieron una serie de medidas
coercitivas contra sus seguidores, los Espirituales, los
cuales, considerados por unos como monjes rebeldes, y
por otros como mártires y santos, terminaron por apelar
al papa.
Arnaldo de Vilanova, médico del rey Carlos II de
Nápoles y amigo devoto de los Espirituales, rogó al
monarca que interviniera en su favor, y éste, cuyos
hijos estaban muy apegados a Olieu, escribió una carta
al ministro general Gonzalo de Valboa, amenazando con
recurrir al papa si no dejaba de acusar a los
Espirituales. Pero el general recurrió a Bonifacio VIII,
rogándole que le mandara a él a los descontentos. Los
cabecillas de los Espirituales, como el general depuesto
por el papa, Raimundo Geoffroy de Marsella, Ubertino de
Casale y otros acudieron enseguida a Provenza, a
preparar su requisitoria contra la Comunidad. El papa
convocó entonces a los portavoces de la comunidad
y de los rigoristas en el priorato de Grosseau, donde
residía entonces. Allí estaba Alejandro de Alessandria,
con el general Gonzalo de Valboa, con Vidal de Four,
Raimundo de Frosac y Buenagracia de Bérgamo, en contra
de Raimundo Geoffrey, Ubertino de Casale, el provincial
de Aragón Ramón de Giniac y otros cabecillas de los
Espirituales. El pontífice nombró una comisión de
investigación y los ataques y la defensa de ambas partes
constituyeron la Magna disceptatio (gran disputa), que
acabaría con la condena de los Espirituales por parte de
Juan XXII.
Muchos documentos dan a entender que Alejandro de
Alessandria tuvo un papel importante entre los defensores
de la Comunidad. En 1310 estaba en la corte pontificia
de Aviñón. Raimundo de Fronsac, que organizó el
repertorio de las Actas de la controversia, cita un
breve comunicado del ministro general, en la que éste
declara que los libros de Pedro Juan Olieu habían sido
condenados no sin una madura reflexión. Sigue un pequeño
tratado: "De usu paupere" (del uso pobre) compuesto en
Avinón por cinco maestros de Teología, entre ellos fray
Alejandro de Alejandría, como portavoz de la Comunidad y
redactor del tratado y de una Respuesta a las
acusaciones de los Espirituales.
Estos escritos y los sucesivos se redactaron durante
el Concilio de Vienne en 1312, en el que la Comunidad,
con la voz de sus representantes y con la pluma de
Alejandro de Alejandría, se defendía de la
intransigencia de los rigoristas, que llegaron a
solicitar la división total de los dos grupos de la
Orden. Clemente V no quiso aceptar, pensando que una
reforma de los abusos y una mayor caridad por parte de
los radicales podrían bastar para allanar las
diferencias. El 6 de mayo de 1312, durante la última
sesión del Concilio, el papa publicó el decreto
dogmático Fidei Catholicae fundamentum,
donde condenaba algunos errores de Pedro Juan Olieu, y
la constitución Exivi de Paradiso, por la que
ordenaba a todos los frailes la estricta observancia de
la Regla, y a los Espirituales el regreso a la
obediencia a los superiores de la Orden.
El papa minusvaloró el orgullo que se ocultaba bajo
el celo de los Espirituales, los cuales se rebelaron
bien pronto a la autoridad de los superiores, de modo
que, en adelante, su historia se confundirá con la de
los Fraticelli herejes.
Ministro general conciliador (1313-1314)
Tras el fallecimiento del Ministro general Gonzalo
de Valboa, el 8 de mayo de 1313 se reunía el Capítulo
general de toda la Orden en Barcelona. El cardenal Vidal
de Four había escrito desde Avíñón una carta con la que
exhortaba a los Capitulares a la observancia de la bula
Exivi, al tiempo que indicaba algunos abusos que
había que eliminar. El 31 mayo era el mismo papa quien
escribía al Capítulo, invitándolo a elegir un general
digno y a la altura de la tarea que le esperaba. Todas
las miradas se concentraron en quien tanto había hecho,
con celo y caridad, en defensa de la Orden ante la corte
pontificia. El 3 de junio, Alejandro Bonini de
Alessandria salía elegido Ministro por aclamación.
Inmediatamente después de su elección, Alejandro
empezó a trabajar en favor de la paz y la disciplina. El
9 de junio, mediante carta circular desde Barcelona,
prescribía la observancia de cuanto el cardenal Vidal
había exigido y aconsejado. Él era del parecer de que la
Orden recuperaría la paz si se observaba mejor la Regla,
para no dar motivos de crítica a los fanáticos de la
misma.
Más tarde, en Aviñón, pidió a Clemente VI que le
diera como protector de la Orden al cardenal Armando de
Pélegrue, y éste consiguió del pontífice unas cartas
para los obispos italianos, con la finalidad de devolver
a la unidad de la Orden a los religiosos que se habían
separado de ella, so pretexto de mayor perfección.
También se preocupó el nuevo Ministro de instaurar
la paz entre los frailes menores de Provenza, que junto
con los de Toscana eran los más agitados. En
el Capítulo provincial de Nimes se intentó la
reconciliación, concediendo a los Espirituales los
conventos de Narbonne, Béziers y Carcassonne, con
superiores acordes con sus exigencias, para poder
practicar la regla en toda su pureza. Tal decisión nos
habla del carácter conciliador de Alejandro, un carácter
que se refleja también en toda su filosofía: mientras sea
posible, él evita las discusiones y los enfrentamientos
escolásticos. En las cuestiones discutidas expone
objetivamente las razones en pro y en contra y, cuando
da su parecer, lo hace siempre con humildad y prudencia,
y con gran caridad hacia el adversario. Esto es algo
rato en su tiempo, en pleno vértice de las disputas
entre las escuelas agustiniana y tomista. Animado por el
espíritu conciliador y apoyado en su propia autoridad
como general y como maestro sabio y respetado, Alejandro
de Alessandria habría podido devolver la paz a los
frailes Menores y a los filósofos y teólogos, de no
haber sido por su repentina muerte.
Regresó a Italia por Ventimiglia, donde encontró a
una comunidad profundamente dividida, y no se dio
descanso
hasta restablecer la paz y la obediencia. El 13 de
noviembre escribe desde Florencia al rey Jaime III de
Aragón, para que consiga que su hermano Federico, rey de
Sicilia, no favorezca a los fugitivos rebeldes, que se
daban a una vida errante diciendo que era más conforme
al espíritu de san Francisco. El rey aragonés, que
estuvo presente en la elección de Alejandro en
Barcelona, escribió enseguida a su hermano, en los
términos que el general le había sugerido. Sin embargo,
Federico de Sicilia no hizo caso de los consejos y
siguió favoreciendo a los Espirituales, en detrimento de
la Orden, de modo que Alejandro, el 1 de agosto de 1314,
se vio obligado a escribir de nuevo, desde Nápoles, al
rey Jaime, para advertirle del hecho y exponerle, con
energía, los daños que causaban a la Orden y a la
Iglesia los frailes rebeldes.
Agotado por sus incesantes viajes, debilitado por la
resistencia de los Espirituales, a quienes no pudo
reducir ni con bondad ni con amenazas, Alejandro Bonino
de Alessandria moría en Roma el 5 de octubre de 1314,
después de sólo 16 meses en el cargo, dejando incompleta
su obra como general y como filósofo. En su tumba
colocaron esta inscripción: "Aquí yace el R. P.
Alejandro, doctor en sagrada teología y ministro general
de la orden, que murió en el año 1314, al día siguiente
del B. Francisco, en el mes de octubre".
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