La nueva orden fundada por Francisco en Rivotorto hay
que entenderla a la luz de otros movimientos
espirituales de su época. De hecho, en los primeros años
tuvieron serias dificultades y fueron rechazados en
muchas regiones porque, por muy fieles a la Iglesia
católica que fueran, en el aspecto externo no se
diferenciaban mucho de algunas sectas heréticas que
pululaban en la Europa de los siglos XII y XIII.
El papa Gregorio VII (1073-1085) había puesto en marcha
un proceso de renovación en la Iglesia que no tardó en
dar como fruto nuevas formas de vida monástica: san
Bruno y los Cartujos (1084), san Bernardo y los
Cistercienses (1112), san Norberto y los Canónigos
Regulares (1124), y el nacimiento de las órdenes
militares: Hospitalarios de San Juan de Jerusalén
(1050), Caballeros Templarios (1119), Caballeros
Teutónicos (1187).
Sin embargo, al comienzo del pontificado de Inocencio III
(1198), culminación de la reforma gregoriana, el modelo
monástico tradicional va dejando paso a nuevas formas de
entender la vida religiosa, más acordes con los tiempos:
los Trinitarios de san Juan de Mata, dedicados al
rescate de esclavos y cautivos, y los Carmelitas de
Bertoldo de Calabria, que ponen el acento en el voto de
pobreza.
La mayor novedad, sin embargo, fue la aparición en
occidente de una nueva sensibilidad espiritual que nace
del contacto con las nuevas culturas griega e islámica y
se desarrolla al compás del paulatino crecimiento de las
ciudades y de la burguesía. En ese ambiente, los ricos
burgueses empiezan a descubrir el Evangelio y desean
practicarlo imitando la vida de los apóstoles y de la
primitiva comunidad de Jerusalén, centrando el interés
en la pobreza, itinerancia, predicación y vida en común.
La nueva espiritualidad lleva consigo, sin embargo,
algunos peligros: contagio de viejas herejías que aún
permanecían latentes en oriente y ponían en peligro el
sólido edificio de la fe católica. El dualismo maniqueo
-Dios crea las cosas espirituales, el demonio el mundo
material- cristalizó en la secta de los cátaros, con una
visión pesimista de la creación que se tradujo en el
desprecio del cuerpo, de las cosas materiales, de los
alimentos y de la sexualidad, incluso en el matrimonio.
Por otro lato, un espíritu excesivamente crítico contra
la institución de la Iglesia, juzgada erróneamente a la
luz de esas ideas, llevó a los cátaros a rechazar
algunos sacramentos, el culto a los santos, el
purgatorio, etc., y a una oposición abierta al
magisterio y ministerio de la Iglesia, con la excusa de
la relajada vida de los eclesiásticos.
Cátaro significa "puro". Empezaron a llamarse así a
partir de 1163. Su rigorismo moral y ascético fue el
secreto de su éxito. San Francisco no podía ignorar este
fenómeno social, tan extendido en su tiempo y entre los
de su clase. Si los biógrafos hablan poco de ello se
debe, tal vez, a que cuando ellos escriben las herejías
habían dejado de ser una grave amenaza, gracias
precisamente a la eficaz labor de los frailes Menores y
a los Predicadores de santo Domingo de Guzmán, que
lograron encauzar en favor de la Iglesia católica
aquellas fuerzas religiosas centrífugas que amenazaban
con desintegrarla.
Entre los grupos pauperistas o apostólicos de aquel
tiempo conviene destacar a los valdenses, fundados en
1176 por un rico comerciante de tejidos de Lyón, Pedro
de Valdo, con el nombre de Pobres de Lyón. Hombres y
mujeres iban de dos en dos, vestidos de sayal,
practicando la pobreza y predicando la penitencia, como
los apóstoles. Rechazado por su obispo, porque predicaba
sin autorización y utilizaban una Biblia traducida en
lengua vulgar, llevó a Valdo a posturas cada vez más
heréticas y radicales, motivo por el que fueron
excomulgados por el papa Lucio III en el sínodo de
Verona, junto con los cátaros y otras sectas menores.
Convertidos en secta clandestina, formaban dos
categorías: los creyentes o simpatizantes, que les daban
alojamiento, y los perfectos, que rechazaban el trabajo
manual, profesaban los tres consejos evangélicos.
estaban sometidos a Valdo, "principal y pontífice de
todos", iban de dos en dos y se dedicaban a la
predicación ambulante. La Biblia escrita en vulgar tenía
valor de norma absoluta para ellos, anticipando en tres
siglos uno de los principios fundamentales de la reforma
de Martín Lutero.
No todos los valdenses estaban de acuerdo con el rumbo
tomado por el fundador. Tras un debate con los católicos
en Pamiers en 1207. Durán de Huesca y un grupo de
seguidores se separaron y fundaron el grupo de los
Pobres Católicos, que fue reconocido por Inocencio III
el 18 de diciembre de 1208, unos meses antes de que
aprobase la regla y forma de vida de Francisco y los
suyos. La bula de aprobación de los Pobres Católicos
contiene una profesión de fe católica y una retractación
de todos los errores de los valdenses, así como una
declaración de principios de la nueva forma de vida:
"Hemos renunciado al siglo; lo que teníamos lo hemos
dado, según el consejo del Señor, y hemos decidido ser
pobres, de modo que no estemos preocupados por el mañana
y no recibamos de nadie oro ni plata ni nada semejante
para el alimento y el vestido. Nos hemos propuesto
observar como preceptos los consejos evangélicos (de
pobreza, obediencia y castidad)". Siguen unos capítulos
sobre el rezo del oficio divino, la predicación, el modo
de vestir etc. Cuatro años más tarde, el papa aprobará
también el propósito de vida de los Penitentes,
asociación seglar dirigida por los Pobres Católicos,
semejante a los Hermanos de la Penitencia o Tercera
Orden Seglar fundada más tarde por san Francisco.
En el norte de Italia los valdenses se alejaron cada vez
más de la Iglesia católica, negando, por influencia
cátara, el purgatorio, el valor de la oración por los
difuntos, el culto a los santos, las indulgencias, el
servicio militar y la pena de muerte. Sólo admitían la
Eucaristía y la Penitencia. En 1210 rompieron con los de
Lyón porque deseaban tener su propia elección y
ordenación de pastores y conservar el trabajo
remunerado. Sin embargo, la corriente más moderada de
los Pobres Lombardos, con Bernardo Primo al frente,
buscó el acercamiento a la Iglesia católica Inocencio
III, que no se resignaba a perder estos grupos de
creyentes que, a pesar de los riesgos, aportaban a la
Iglesia una gran vitalidad, les aprobó su propósito de
vida el 14 de junio de 1210, y una segunda redacción en
1212. Entre otras cosas les permitía, como antes a
Francisco, poder predicar los domingos en las iglesias
sin permiso de los obispos, siempre que no entraran en
cuestiones de fe.
En 1209 estaba en Roma el cronista Buscardo de Ursperg
(+1230), testigo de excepción de estas novedades, y es
él precisamente quien pone en relación y compara el
movimiento de los Pobres Lombardos con el de Francisco,
con estas palabras: "Por entonces vimos cómo algunos de
estos, los llamados Pobres de Lyón, se presentaron a la
sede apostólica con uno de sus maestros -creo que se
llamaba Bernardo-, con la pretensión de que la santa
sede aprobase su secta y los enriqueciese con
privilegios. A juzgar por lo que ellos mismos decían,
imitaban la vida de los apóstoles, sin querer tener
nada, ni siquiera morada fija, peregrinando por pueblos
y aldeas. Pero el señor papa les arguyó que tenían
prácticas supersticiosas; por ejemplo, que recortaban el
calzado por encima del pie y que fingían andar
descalzos; que, aunque vestían con mantos propios de
religiosos, peinaban, en cambio, como los seglares; y
que era particularmente reprensible en ellos el hecho de
que los hombres y mujeres iban juntos cuando se
trasladaban de un lugar a otro; y que muchas veces se
hospedaban juntos en una misma casa y que, según daban
que pensar, incluso dormían juntos; además de afirmar
que todo esto era una práctica que procedía de los
apóstoles". Y al llegar a este punto el cronista hace
esta interesante anotación, que las fuentes franciscanas
ignoran: "El señor papa, lejos de aprobar a éstos,
aprobó a otros en su lugar, o sea, a los que se llamaban
Pobres Menores (ver significado de este nombre).
Regresar
|