En contra de lo que muchos piensan, el verdadero
saludo franciscano no es "Paz y Bien", que tiene su
origen en la anécdota de un peregrino que pasó por Asís
saludando a todos de ese modo, antes de que
naciera San Francisco. El saludo franciscano, como se
explica en este artículo, tiene su origen en el
Evangelio, más exactamente en el mandato de Cristo a sus
apóstoles y discípulos, de saludar con la paz a todos
los que encontrasen en su camino.
Fuente: Jacques Paul, Pace. Il
saluto di pace,
Dizionario Francescano, Edizioni
Messaggero, Padova 1983.
Para San Francisco y sus compañeros vivir el
Evangelio suponía una imitación lo más fiel posible a la
forma de vida de Cristo y de los apóstoles, con una
destacada predilección por la predicación ambulante.
Así, por ejemplo, las palabras que Cristo dirige a los
discípulos cuando los envía a misionar son los textos
que los franciscanos meditan más ardorosamente, y
de los que sacan aquellos consejos consejos que se
adaptan directamente a la vida de ellos.
Estos versículos evangélicos se incluyen en la trama
misma de las Reglas, en el capítulo que habla de la
manera de ir por el mundo. En la primera Regla forman
ellos solos casi la totalidad del capítulo. Los hermanos
debían ajustarse a estos consejos. Así, "en cualquier
casa donde entren digan primero: Paz a esta casa. Y
permaneciendo en aquella casa coman y beban lo que les
pongan delante" (cap. 14). En este texto se puede
identificar una cita de San Lucas, restringida, pero
exacta en sus palabras. En la segunda Regla la intención
es idéntica, pero la redacción es aún más esencial.
A esta paz, dirigida a las casas donde entran los
franciscanos, se añade un saludo idéntico para todos los
que se cruzan en su camino. Francisco escribe en el
Testamento: "El Señor me reveló que dijésemos este
saludo: El Señor os dé la paz". Esta práctica va más
allá de la prevista en las palabras de envío de Jesús a
los discípulos, pues proviene de Francisco y de su
inspiración. Podemos pensar que deriva del texto
evangélico, y que completa sus recomendaciones. Sabemos
igualmente que Francisco, desde los comienzos, empezaba
sus sermones deseando la paz: "En cada predicación,
antes de transmitir la palabra de Dios al pueblo, les
deseaba la paz diciendo: El Señor os dé la paz" (1Cel
23). En 1Cel. y en 3Comp, este saludo de paz al comienzo
de la predicación parece conectar con la meditación de
los textos evangélicos relativos al envío de los
discípulos para la misión, que Francisco ya había
descubierto antes. En pocas palabras: los saludos de paz
parecen tener el mismo origen y significado.
El significado de estos diferentes saludos de paz
sólo se explican en un pasaje de Tres Compañeros.
Francisco decía a sus compañeros. "Que la paz que
anunciáis de palabra, la tengáis, y en mayor medida, en
vuestros corazones Que ninguno se vea provocado por
vosotros a ira o escándalo, sino que por vuestra
mansedumbre todos sean inducidos a la paz, a la
benignidad y a la concordia. Pues para esto hemos sido
llamados: para curar a los heridos, para vendar a los
fracturados y para corregir a los equivocados." (3Comp
58).
La paz que los franciscanos tienen que tener en su
boca es la de su corazón. Es la paz interior, la que
ellos han conquistado. El escándalo y la ira que ellos
podrían provocar si faltaran estas buenas disposiciones,
refleja, evidentemente, el vocabulario de las
Admoniciones. Escándalo e ira son la realidad de los que
no saben conservar la paz... Esta paz que los
franciscanos llevan en su corazón es la del comentario
de la Admonición 15 a la bienaventuranza de los
pacíficos.
Francisco compromete a sus hermanos a anunciar la
paz y a dar testimonio de la dulzura, que se convierte
en el medio para atraer a todos los hombres a la paz
verdadera, a la bondad y a la concordia. Esta finalidad
conlleva la reconciliación entre los hombres, en los
mismos términos de la paz medieval. El modo que
Francisco impone a los hermanos es el que él mismo les
había enseñado, haciéndoles cantar el Cántico con una
estrofa sobre la paz, cantada en presencia del
podestà o regidor de Asís y del obispo. El saludo de
paz es el esbozo del mismo diseño. Puede ser el
principio del renacimiento espiritual que lleva
finalmente a la concordia. La vocación franciscana
presentada por Francisco de manera metafórica hace clara
alusión a la oveja perdida, es decir, al pecador que se
desvía y que necesita reconciliarse con Dios. Las llagas
y los miembros fracturados son más bien una evocación de
los conflictos humanos y de sus consecuencias: el odio,
la ira y todos los sentimientos desencajados de la
turbación. Francisco, conscientemente, va sembrando el
camino de fermentos de concordia, sabiendo además que
sus hermanos son un testimonio vivo de ello.
El saludo de la paz hecho a imitación del Evangelio,
como primera palabra que los franciscanos dirigen a los
demás, se esfuerza en hacer que el corazón se abra a la
paz, es decir, a esa fuerza espiritual interior que es
principio de renovación moral y civil. Esta primera
palabra pretende hacer entrar en los planes de
renovación entre los hombres, mediante la profundización
interior y el Evangelio, del que la Orden franciscana da
un testimonio colectivo.
Dos textos evangélicos, con sentido probablemente
idéntico, parecen permitirnos dos modos de acercarse a
la paz. Hay que notar que en Francisco ambos se funden
en una misma experiencia de la paz. La paz interior de
la bienaventuranza, y la que se proclama en plenitud y
se dirige a cualquiera, forman una sola y única
realidad.
La coherencia está en el hecho de que Francisco no
es un pacificador en el verdadero sentido de la palabra.
A él no le compete la obligación de negociar acuerdos,
de equilibrar concesiones ni de recibir juramentos. Este
papel es noble, pero no es el suyo. A él le corresponde
crear las condiciones espirituales que permitan a cada
cual tener el empujón necesario para optar por sí mismo
a favor de la paz y la concordia. El Evangelio que
alimenta esta meditación espiritual consiente también
hacer frente a los acontecimientos.
Francisco sabe bien que la paz puede pasar del
corazón de sus hermanos al de cada hombre. Él les da una
misión de paz cuando los envía de dos en dos a predicar
(1Cel 29). Él tiene un plan de paz para el mundo (1Cel
24), y esta empresa abre las puertas del reino de los
cielos. El saludo de paz de los hermanos descansa en la
experiencia de la bienaventuranza evangélica de los
pacíficos. El punto fundamental es, con toda seguridad,
esta paz que predomina por encima de todo.
JACQUES PAUL
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