Fr. Tomás Gálvez
En la segunda mitad de julio de 1216, cuando faltaba
poco para el 2 de agosto, primer aniversario de la
consagración de Santa María de la Porciúncula, Francisco
se presentó con fray Maseo ante el papa, y le pidió "una
indulgencia para el aniversario de la consagración, sin
necesidad de limosnas". El papa se sorprendió, pues la
ayuda económica era imprescindible en estos casos. Con
todo le ofreció un año, más de lo habitual, pero al
Santo le pareció poco uno, dos, tres o siete años, y
replicó: "Plazca a vuestra santidad concederme almas, no
años". Y, ante la extrañeza del pontífice, le explicó:
"Quiero, si place a vuestra santidad, por los beneficios
que Dios ha hecho y aún hace en aquel lugar, que quien
venga a dicha iglesia confesado y arrepentido quede
absuelto de culpa y pena, en el cielo y en la tierra,
desde el día de su bautismo hasta el día y hora de su
entrada en ella ".
La perplejidad del papa estaba más que justificada:
el Concilio Lateranense IV, pocos meses antes había
limitado a un año la indulgencia para la dedicación de
una iglesia, y a sólo cuarenta días para el aniversario,
con el fin de favorecer la única indulgencia plenaria
que existía entonces, la de Ultramar, establecida por el
Concilio de Clermont (1095) con motivo de la Primera
Cruzada. En un principio estaba reservada a los
peregrinos de Tierra Santa y a los cruzados, pero el
Concilio acababa de hacerla extensiva a quienes
colaboraran materialmente con la Cruzada. Por tanto, una
indulgencia plenaria sin riesgo físico ni coste
económico, con la sola condición de acudir a la
Porciúncula sinceramente arrepentidos, era algo
inconcebible; de ahí que el papa respondiera: "Mucho
pides, Francisco. La Iglesia no suele conceder tales
indulgencias". A lo que él replicó: "Messer, lo que pido
no viene de mí, es el Señor quien me envía". Entonces el
pontífice exclamó, por tres veces: "¡Me agrada que la
tengas!".
Pero los cardenales, temiendo el golpe que tal
indulgencia podía suponer para la Quinta Cruzada que se
estaba organizando, hicieron notar enseguida al
pontífice que tal concesión echaba por tierra la de
Ultramar, mas él argumentó: "Se la hemos concedido y no
podemos echarnos atrás, pero la limitaremos a un solo
día natural", y así se lo comunicó a Francisco, quien,
por respuesta, hizo una reverencia y se dispuso a
marcharse, pero el Papa lo detuvo, diciéndole: "¡Simple!
¿A dónde vas sin documento alguno?" "Me basta vuestra
palabra -replicó él, alérgico como era a los
privilegios-. Si es de Dios, ya se encargará de
manifestarla. No quiero documentos. Que la Virgen sea el
papel, Cristo el notario y los ángeles, testigos".
Logrado su objetivo, Francisco regresó, contento, a
Asís. Al llegar a Collestrada se detuvo a descansar y a
orar junto al leprosería. Poco después llamó a Maseo y
le dijo: "De parte de Dios te digo que la indulgencia
concedida por el papa ha sido confirmada en el cielo".
Los biógrafos más antiguos no mencionan expresamente
esta importante concesión pontificia, pero cuentan que
un hermano muy espiritual, a quien Francisco quería
mucho (probablemente fray Silvestre), antes de su
conversión soñó que en torno a la iglesita de la
Porciúncula había una multitud de personas ciegas, de
rodillas, con el rostro y las manos levantadas al cielo
y pidiendo a Dios, con lágrimas, luz y misericordia. Y,
de repente, un gran resplandor del cielo los envolvió y
les devolvió la vista.
La referencia explícita más antigua y autorizada
sería una carta de San Buenaventura, ministro general
entre 1257 y 1273, hoy desaparecida, inventariada en
1375 en la biblioteca papal de Aviñón bajo el título:
"De indulgentia Beate Marie Portuensi (léase
Portiunculae) Assisii". Pero los testimonios más
importantes fueron los recogidos por fray Ángel de
Perusa, ministro de la provincia umbra de San Francisco
(1276-7), que sirvieron de base para el Diploma del
obispo Teobaldo de Asís (1310), que es el relato más
completo y autorizado.
Entre los testigos estaba Pedro de Zalfano, presente
el 2 de agosto de 1216 en la Porciúncula, donde "oyó
predicar a San Francisco en presencia de siete obispos,
y llevaba un papel en la mano, y dijo: Os quiero llevar
a todos al paraíso, y os anuncio una indulgencia que
tengo de boca del sumo pontífice. Y todos los que vengan
hoy, y los que vendrán cada año, este mismo día, con
corazón bueno y contrito, tendrán la indulgencia de
todos sus pecados. Yo la quería para ocho días, pero
sólo pude conseguir uno". Aunque Pedro de Zalfano hace
coincidir la proclamación con "la consagración", según
una nota del Sacro Convento de Asís, de la primera mitad
del siglo XIII, y el testimonio de Giacomo Coppoli, que
se lo oyó decir a fray León, lo que se celebraba ese día
era el primer aniversario de la consagración.
La concesión, por voluntad de Francisco, nunca
estuvo avalada por ninguna bula, de ahí que, años más
tarde, algunos dudaran de la misma, y fue por ese motivo
por el que frailes y asisanos se vieron obligados a
recoger testimonios jurados de los pocos testigos
directos y indirectos que aún vivían. Sin embargo,
ningún papa se manifestó nunca contrario, más bien la
confirmaron y, poco a poco, la fueron haciendo extensiva
a otras muchas iglesias. Además, la ignorancia sobre el
tema unos siglos después llevó a creer que la
Indulgencia se podía obtener en la Porciúncula todos los
días del año, y también esto fue aceptado por diversos
pontífices, no sólo para Santa María, sino también para
la Basílica de San Francisco. En cierto modo se han
cumplido las palabras del Santo, cuando dijo: "Si es
obra de Dios, ya se encargará él de manifestarla".
Guión litúrgico para la
Celebración de la Indulgencia
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