El mal de la murmuración según San Francisco

por Felice Acrocca

Ante la cuaresma de 2010

 

La primera Regla franciscana usa tonos severísimos contra los murmuradores. Que los hermanos – dice – “a nadie insulten; que no murmuren ni detraigan a otros, porque escrito está: «los murmuradores y los detractores son odiosos a Dios»”.
No cabe duda de que Francisco no tenía simpatía por dicho pecado, ni se mostraba demasiado condescendiente con quienes se dejaban llevar por él e incluso consideraba justo – afirma Tomás de Celano – que “se despojase de su túnica quien hubiese despojado a un hermano de la gloria del buen nombre, y que no alzase los ojos a Dios, sin haber restituido antes lo que había hurtado”. El mismo biógrafo asegura que repetía a menudo palabras con un tono parecido: “Así dice el detractor: «No he alcanzado la perfección de la vida, no tengo el prestigio de la ciencia, ni dones particulares: por esto no hallo lugar ni en Dios ni con los hombres. Sé qué hacer: echaré fango sobre los elegidos y me ganaré el favor de los grandes. Sé que mi superior es un hombre y a veces usa mi mismo método; desarraigar los cedros para que en la selva sobresalga únicamente el espino. ¡Miserable!, ¡nútrete, pues, de carne humana y roe las vísceras de tus hermanos, ya que no puedes vivir de otra manera!». Aquellos que se preocupan por parecer buenos y no por llegar a serlo, denuncian los vicios del prójimo pero no declaran los propios. Saben sólo halagar a aquellos, de cuya autoridad desean protección, y se vuelven mudos cuando piensan que los halagos no llegarán al interesado. Venden a precio de elogios funestos la palidez de sus rostros débiles, para parecer espirituales, y juzgarlo todo sin ser juzgados por nadie. Gozan de la fama de santos, sin haber obrado; del nombre de ángeles, sin tener la virtud”. Bien sabemos que los Santos son hombres auténticos, y por tanto sinceros, que odian la falsedad. No por casualidad Francisco alude, en forma no demasiado atenuada, a la célebre admonición de Jesús contra los hipócritas: a sus seguidores el Maestro pide que no los imiten de ninguna manera, ni haciendo alarde de acciones caritativas, ni orando para hacerse notar, ni ensañándose contra sí mismos para mostrar al mundo las señales de las privaciones. Porque – dice Jesús – aquellos que se comportan de esta forma han ya recibido su recompensa. El día de la Ceniza escucharemos una vez más este Evangelio, y al poner en nuestra frente el austero símbolo de la penitencia, el sacerdote, o el diácono, nos amonestará: “Convertíos y creed en el Evangelio”.
Está claro que para tener fe en dicha admonición no bastará con evitar la carne los viernes, sobre todo si no renunciamos a nada más, que cueste incluso más que la carne. Sería más útil, entonces, tomar en serio las severas palabras de Francisco y guardarse de la hipocresía y de la murmuración: porque quizá podamos engañar a los hombres, pero no a Dios, y porque “cuanto vale el hombre ante Dios, tanto vale y nada más”.

“Aquellos que se preocupan por parecer buenos y no por llegar a serlo, denuncian los vicios del prójimo pero no declaran los propios”. (de www.sanfrancescopatronoditalia.it)

   
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