Fuente: Jacques Le Goff
San Francisco de Asís, Ediciones Akal, Tres
Cantos (Madrid), pp. 65-66
...Francisco, tan ortodoxo como se ha indicado y más
tradicional de lo que se ha querido ver después, ¿no fue
entonces un verdadero innovador? Sí, y en aspectos
esenciales.
Tomando y dando por modelo al mismo Cristo y no a
sus apóstoles, embarcó a la cristiandad en una imitación
del Dios hombre que devolvió al humanismo las ambiciones
más altas, un horizonte infinito.
Sustrayéndose a sí mismo a la tentación de la
soledad para ir al centro de la sociedad viva, en las
ciudades y no en los desiertos, los bosques o los
campos, rompió definitivamente con el monacato del
aislamiento del mundo.
Proponiendo como programa un ideal positivo, abierto
al amor a todas las criaturas y a toda la creación,
anclado en la joie y nunca más en la sombría accedia,
en la tristeza, rechazando ser el monje ideal dedicado a
llorar de la tradición monástica previa, transformó la
sensibilidad medieval y cristiana y reencontró el júbilo
primigenio, rápidamente ahogado por un cristianismo
masoquista.
Franqueando el acceso de la cultura caballeresca de
los trovadores y la cultura laica popular del folclore
campesino, con sus animales y su universo natural a la
espiritualidad cristiana, el milagro franciscano hizo
saltar la tapa que la cultura clerical había hecho
colocar sobre la vieja cultura tradicional de la
humanidad.
De este modo, el retorno a las fuentes fue el signo
y el testimonio de la renovación y el progreso.
Un retorno a las fuentes, porque no debemos olvidar
que, en última instancia, el franciscanismo es
reaccionario. De cara al moderno siglo XIII, fue la
reacción, no de un inadaptado como Gioacchino (de Fiore)
o Dante, sino de un hombre que quería salvaguardar unos
valores esenciales frente a la evolución. Para el mismo
Francisco, estas tendencias reaccionarias podían
aparecer como vanas y también peligrosas. En el siglo de
las universidades, el rechazo de las ciencias y los
libros y, en el siglo de la acuñación de los primeros
ducados, los primeros florines o los primeros escudos de
oro, el odio visceral por el dinero. Francisco, en la
Regla de 1221 y menosprecio de todo sentimiento
económico, se quejaba: "No debemos conceder más utilidad
al dinero y a las monedas que a las piedras. ¿No era
éste un peligroso disparate? Sí, si Francisco hubiese
querido englobar en su Regla a toda la humanidad. Pero,
precisamente, Francisco tampoco quería transformar a sus
compañeros en una orden, no quería más que reunir
un pequeño grupo, una élite que mantuviera un
contrapeso, una inquietud y un fermento en el avance del
bienestar. Este contrapunto franciscano aún es una
necesidad del mundo moderno, tanto para los creyentes
como para los no creyentes. Y como Francisco, por la
palabra y por el ejemplo, predicó con un ardor, una
pureza y una poesía inigualables, el franciscanismo es
considerado todavía hoy, y en palabras de Tomás de
Celano, una sancta novitas, una santa novedad, y
el Poverello no es sólo uno de los protagonistas de la
historia, sino uno de los guías de la humanidad.
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