El esplendor de la paz de Francisco

Cardenal Joseph Ratzinger - 2002

   
   

 

Reflexión sobre la segunda Jornada de Oración por la Paz en Asís (24 DE enero de 2002).
Revista "30 Giorni", gennaio 2002
Traducción: Fr. Tomás Gálvez.

El jueves 24 de enero, cuando, bajo un cielo henchido de lluvia, se puso en marcha el tren que tenía que llevar a Asís a los representantes de un gran número de Iglesias cristianas y comunidades eclesiales junto con los representantes de muchas religiones mundiales para dar testimonio y rezar por la paz, el tren me pareció como un símbolo de nuestra peregrinación en la historia. ¿Acaso no somos todos pasajeros de un mismo tren? El hecho de que el tren haya elegido como destino la paz y la justicia, la reconciliación de los pueblos y de las religiones, ¿no es acaso una gran ambición y, a la vez, una espléndida señal de esperanza?

En todas partes, pasando por las estaciones, acudió una gran multitud para saludar a los peregrinos de la paz. En las calles de Asís y bajo la gran tienda, lugar del testimonio en común, nos rodeó de nuevo el entusiasmo y el pleno gozo agradecido, especialmente de un numeroso grupo de jóvenes. El saludo de la gente iba dirigido principalmente al hombre anciano vestido de blanco que iba en el tren. Hombres y mujeres que en la vida diaria muchas veces se enfrentan unos con otros con hostilidad, y parecen divididos por barreras insuperables, saludaban al Papa que, con la fuerza de su personalidad, la profundidad de su fe, la pasión que le brota por la paz y la reconciliación, ha sacado fuera lo imposible del carisma de su oficio: convocar juntos en una peregrinación por la paz a representantes de la cristiandad dividida y a representantes de diferentes religiones. Pero el aplauso, dirigido sobre todo al Papa, expresaba también un consenso espontáneo para todos aquellos que buscan con él la paz y la justicia, y era un signo del deseo profundo de paz que sienten los individuos frente a las devastaciones que nos rodean, provocadas por el odio y la violencia. Aunque a veces el odio parece invencible y se multiplica sin tregua en la espiral de la violencia, aquí, por un momento, se ha notado la presencia de la fuerza de Dios, de la fuerza de la paz. Me vienen a la mente las palabras del salmo: "Con Dios escalaré la muralla" (Sal 18, 30). Dios no nos pone a los unos contra los otros. Más bien él, que es Uno, que es el Padre de todos, nos ha ayudado siquiera por un momento, a atravesar las murallas que nos separan, dándonos a entender que él es la paz y que no podemos estar cerca de Dios si estamos lejos de la paz.

El Papa en su discurso ha citado otro baluarte de la Biblia, la frase de la Carta a los Efesios: "Cristo es nuestra paz. Él ha hecho de los dos un solo pueblo, derribando el muro de la división que los separaba, es decir la enemistad" (Ef 2, 14). En el Nuevo Testamento paz y justicia son los nombres de Cristo (por "Cristo, nuestra justicia", ver por ejemplo 1Cor 1, 30). Como cristianos no hay que esconder esta convicción nuestra: por parte del Papa y del Patriarca ecuménico la confesión de Cristo nuestra paz ha sido clara y solemne. Mas precisamente por ese motivo hay algo que nos une más allá de las fronteras: la peregrinación por la paz y la justicia. Las palabras que un cristiano tiene que decir a aquél que se pone en camino hacia tales metas son las mismas que utiliza el Señor en la respuesta al escriba que había reconocido en el doble mandamiento que exhorta a amar a Dios y al prójimo la síntesis del mensaje antiguo-testamentario: "No estás lejos del reino de Dios" (Mc 12, 34).

Para una comprensión correcta del acontecimiento de Asís me parece importante considerar que no ha sido una auto-representación de religiones intercambiables entre sí. No se ha intentado afirmar una igualdad de las religiones, que no existe. Asís ha sido, más bien, la expresión de un camino, e una búsqueda, de la peregrinación por la paz, que sólo es tal si va unida a la justicia. Pues, allá donde falta la justicia, donde se le niega a los individuos su derecho, la ausencia de guerra puede ser sólo un velo detrás el que se esconden injusticia y opresión.

Con su testimonio por la paz, con su compromiso por la paz en la justicia, los representantes de las religiones han emprendido, en la medida de sus posibilidades, un camino que tiene que ser para todos un camino de purificación. Eso vale también para nosotros cristianos. Llegamos de verdad a Cristo sólo si hemos llegado a su paz y a su justicia. Asís, la ciudad de san Francisco, puede ser la mejor intérprete de este pensamiento. Francisco, antes de su conversión, también era cristiano, como lo eran sus paisanos. Y el victorioso ejército de Perusa que lo arrojó a la cárcel prisionero y derrotado estaba formado por cristianos. Fue solamente entonces, derrotado, prisionero, sufriente, cuando empezó a pensar en el cristianismo de una forma nueva. Y sólo después de esa experiencia le fue posible oir y comprender la voz del Crucificado que le habló en la pequeña iglesia en ruinas de San Damián, que se convirtió, por eso, en la imagen misma de la Iglesia de su tiempo, profundamente estropeada y en decadencia. Sólo entonces vio cómo la desnudez del Crucifijo, su pobreza y su humillación extremas estaban en contradicción con el lujo y la violencia que antes le parecían normales. Y sólo entonces conoció de verdad a Cristo, y entendió también que las cruzadas no eran el camino justo para defender los derechos de los cristianos en Tierra Santa, sino que, más bien, había que tomar a la letra el mensaje de la imitación del Crucificado.

De este hombre, de Francisco, que ha respondido plenamente a la llamada de Cristo crucificado, emana todavía hoy el esplendor de una paz que convenció al sultán y puede derribar de verdad las murallas. Si nosotros, como cristianos, emprendemos el camino hacia la paz según el ejemplo de san Francisco, no tenemos que tener miedo de perder nuestra identidad: es entonces, precisamente, cuando la encontramos. Y si otros se unen a nosotros en la búsqueda de la paz y de la justicia, ni ellos ni nosotros tenemos que tener miedo de que la verdad pueda ser pisoteada por bonitas frases hechas. No; si nos dirigimos en serio hacia la paz, entonces estamos en el camino correcto, porque estamos en el camino del Dios de la paz (Rm 15, 32), cuyo rostro se ha hecho visible a nosotros cristianos por la fe en Cristo.

 

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