Reflexión sobre la segunda Jornada de Oración por la
Paz en Asís (24 DE enero de 2002).
Revista "30 Giorni", gennaio 2002
Traducción: Fr. Tomás Gálvez.
El jueves 24 de enero, cuando, bajo un cielo
henchido de lluvia, se puso en marcha el tren que tenía
que llevar a Asís a los representantes de un gran número
de Iglesias cristianas y comunidades eclesiales junto
con los representantes de muchas religiones mundiales
para dar testimonio y rezar por la paz, el tren me
pareció como un símbolo de nuestra peregrinación en la
historia. ¿Acaso no somos todos pasajeros de un mismo
tren? El hecho de que el tren haya elegido como destino
la paz y la justicia, la reconciliación de los pueblos y
de las religiones, ¿no es acaso una gran ambición y, a
la vez, una espléndida señal de esperanza?
En todas partes, pasando por las estaciones, acudió
una gran multitud para saludar a los peregrinos de la
paz. En las calles de Asís y bajo la gran tienda, lugar
del testimonio en común, nos rodeó de nuevo el
entusiasmo y el pleno gozo agradecido, especialmente de
un numeroso grupo de jóvenes. El saludo de la gente iba
dirigido principalmente al hombre anciano vestido de
blanco que iba en el tren. Hombres y mujeres que en la
vida diaria muchas veces se enfrentan unos con otros con
hostilidad, y parecen divididos por barreras
insuperables, saludaban al Papa que, con la fuerza de su
personalidad, la profundidad de su fe, la pasión que le
brota por la paz y la reconciliación, ha sacado fuera lo
imposible del carisma de su oficio: convocar juntos en
una peregrinación por la paz a representantes de la
cristiandad dividida y a representantes de diferentes
religiones. Pero el aplauso, dirigido sobre todo al
Papa, expresaba también un consenso espontáneo para
todos aquellos que buscan con él la paz y la justicia, y
era un signo del deseo profundo de paz que sienten los
individuos frente a las devastaciones que nos rodean,
provocadas por el odio y la violencia. Aunque a veces el
odio parece invencible y se multiplica sin tregua en la
espiral de la violencia, aquí, por un momento, se ha
notado la presencia de la fuerza de Dios, de la fuerza
de la paz. Me vienen a la mente las palabras del salmo:
"Con Dios escalaré la muralla" (Sal 18, 30). Dios no nos
pone a los unos contra los otros. Más bien él, que es
Uno, que es el Padre de todos, nos ha ayudado siquiera
por un momento, a atravesar las murallas que nos
separan, dándonos a entender que él es la paz y que no
podemos estar cerca de Dios si estamos lejos de la paz.
El Papa en su discurso ha citado otro baluarte de la
Biblia, la frase de la Carta a los Efesios: "Cristo es
nuestra paz. Él ha hecho de los dos un solo pueblo,
derribando el muro de la división que los separaba, es
decir la enemistad" (Ef 2, 14). En el Nuevo Testamento
paz y justicia son los nombres de Cristo (por "Cristo,
nuestra justicia", ver por ejemplo 1Cor 1, 30). Como
cristianos no hay que esconder esta convicción nuestra:
por parte del Papa y del Patriarca ecuménico la
confesión de Cristo nuestra paz ha sido clara y solemne.
Mas precisamente por ese motivo hay algo que nos une más
allá de las fronteras: la peregrinación por la paz y la
justicia. Las palabras que un cristiano tiene que decir
a aquél que se pone en camino hacia tales metas son las
mismas que utiliza el Señor en la respuesta al escriba
que había reconocido en el doble mandamiento que exhorta
a amar a Dios y al prójimo la síntesis del mensaje
antiguo-testamentario: "No estás lejos del reino de
Dios" (Mc 12, 34).
Para una comprensión correcta del acontecimiento de
Asís me parece importante considerar que no ha sido una
auto-representación de religiones intercambiables entre
sí. No se ha intentado afirmar una igualdad de las
religiones, que no existe. Asís ha sido, más bien, la
expresión de un camino, e una búsqueda, de la
peregrinación por la paz, que sólo es tal si va unida a
la justicia. Pues, allá donde falta la justicia, donde
se le niega a los individuos su derecho, la ausencia de
guerra puede ser sólo un velo detrás el que se esconden
injusticia y opresión.
Con su testimonio por la paz, con su compromiso por
la paz en la justicia, los representantes de las
religiones han emprendido, en la medida de sus
posibilidades, un camino que tiene que ser para todos un
camino de purificación. Eso vale también para nosotros
cristianos. Llegamos de verdad a Cristo sólo si hemos
llegado a su paz y a su justicia. Asís, la ciudad de san
Francisco, puede ser la mejor intérprete de este
pensamiento. Francisco, antes de su conversión, también
era cristiano, como lo eran sus paisanos. Y el
victorioso ejército de Perusa que lo arrojó a la cárcel
prisionero y derrotado estaba formado por cristianos.
Fue solamente entonces, derrotado, prisionero,
sufriente, cuando empezó a pensar en el cristianismo de
una forma nueva. Y sólo después de esa experiencia le
fue posible oir y comprender la voz del Crucificado que
le habló en la pequeña iglesia en ruinas de San Damián,
que se convirtió, por eso, en la imagen misma de la
Iglesia de su tiempo, profundamente estropeada y en
decadencia. Sólo entonces vio cómo la desnudez del
Crucifijo, su pobreza y su humillación extremas estaban
en contradicción con el lujo y la violencia que antes le
parecían normales. Y sólo entonces conoció de verdad a
Cristo, y entendió también que las cruzadas no eran el
camino justo para defender los derechos de los
cristianos en Tierra Santa, sino que, más bien, había
que tomar a la letra el mensaje de la imitación del
Crucificado.
De este hombre, de Francisco, que ha respondido
plenamente a la llamada de Cristo crucificado, emana
todavía hoy el esplendor de una paz que convenció al
sultán y puede derribar de verdad las murallas. Si
nosotros, como cristianos, emprendemos el camino hacia
la paz según el ejemplo de san Francisco, no tenemos que
tener miedo de perder nuestra identidad: es entonces,
precisamente, cuando la encontramos. Y si otros se unen
a nosotros en la búsqueda de la paz y de la justicia, ni
ellos ni nosotros tenemos que tener miedo de que la
verdad pueda ser pisoteada por bonitas frases hechas.
No; si nos dirigimos en serio hacia la paz, entonces
estamos en el camino correcto, porque estamos en el
camino del Dios de la paz (Rm 15, 32), cuyo rostro se ha
hecho visible a nosotros cristianos por la fe en Cristo.
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