Palabras de Juan Pablo II al final de la
presentación de los Testimonios por la Paz de las
distintas Iglesias y Religiones del mundo, en la II
Jornada de Oración por la Paz. Asís, 24 de enero de
2002.
L'Osservatore Romano, 1 de febrero de 2002.
Traducción: Fr. Tomás Gálvez.
Una peregrinación de paz
Amadísimos hermanos y hermanas:
1. Hemos venido a Asís en peregrinación de paz.
Estamos aquí, como representantes de las diversas
religiones, para interrogarnos ante Dios sobre nuestro
compromiso en favor de la paz, para pedirle ese don y
para testimoniar nuestro anhelo común de un mundo más
justo y solidario.
Queremos dar nuestra contribución para alejar los
nubarrones del terrorismo, del odio y de los conflictos
armados, nubarrones que en estos últimos meses se han
cernido particularmente sobre el horizonte de la
humanidad. Por eso queremos escucharnos los unos a los
otros: sentimos que esto ya es un signo de paz, ya es
una respuesta a los inquietantes interrogantes que nos
preocupan, ya sirve para disipar las tinieblas de la
sospecha y de la incomprensión.
Las tinieblas no se disipan con las armas; las tinieblas
se alejan encendiendo faros de luz. Hace algunos días
recordé al Cuerpo diplomático acreditado ante la Santa
Sede que el odio sólo se vence con el amor.
Construir puentes para caminar juntos
2. Nos encontramos en Asís, donde todo habla de un
singular profeta de la paz, llamado Francisco. No sólo
lo aman los cristianos, sino también muchos otros
creyentes y gente que, aun estando alejada de la
religión, se reconoce en sus ideales de justicia,
reconciliación y paz.
Aquí el Poverello de Asís nos invita, ante todo, a
elevar un cántico de acción de gracias a Dios por todos
sus dones. Alabamos a Dios por la belleza del cosmos y
de la tierra, "jardín" maravilloso que confió al hombre
para que lo cultivara y conservara (cf. Gn 2, 15).
Conviene que los hombres recuerden que se encuentran en
un "huerto" del inmenso universo, creado por Dios para
ellos. Es importante que se den cuenta de que ni ellos
ni los asuntos por los que tanto se preocupan son todo.
Sólo Dios es todo, y al final cada uno deberá
presentarse ante él para rendir cuentas.
Alabamos a Dios, Creador y Señor del universo, por el
don de la vida, y especialmente de la vida humana, que
surgió en el planeta por un misterioso designio de su
bondad. La vida en todas sus formas ha sido confiada de
manera especial a la responsabilidad de los hombres.
Con admiración renovada cada día constatamos la variedad
con que se manifiesta la vida humana, desde la
complementariedad femenina y masculina, hasta una
multiplicidad de dones característicos, propios de las
diversas culturas y tradiciones, que forman un
multiforme y poliédrico cosmos lingüístico, cultural y
artístico. Es una multiplicidad llamada a integrarse en
la confrontación y en el diálogo para enriquecimiento y
alegría de todos.
Dios mismo ha puesto en el corazón humano un estímulo
instintivo a vivir en paz y armonía. Es un anhelo más
íntimo y tenaz que cualquier instinto de violencia, un
anhelo que hemos venido a reafirmar aquí juntos, en
Asís. Lo hacemos con la certeza de interpretar el
sentimiento más profundo de todo ser humano.
En la historia han existido y siguen existiendo hombres
y mujeres que, precisamente en cuanto creyentes, se han
distinguido como testigos de paz. Con su ejemplo, nos
han enseñado que es posible construir entre las personas
y entre los pueblos puentes para encontrarse y caminar
juntos por los senderos de la paz. En ellos queremos
inspirarnos con vistas a nuestro compromiso al servicio
de la humanidad. Nos alientan a esperar que, también en
el nuevo milenio recién iniciado, no falten hombres y
mujeres de paz, capaces de irradiar en el mundo la luz
del amor y de la esperanza.
Dos requisitos necesarios: la justicia y el perdón
3. ¡La paz! La humanidad necesita siempre la paz, pero
mucho más ahora, después de los trágicos acontecimientos
que han menoscabado su confianza y en presencia de los
persistentes focos de desgarradores conflictos que
tienen en vilo al mundo. En el Mensaje para el pasado 1
de enero puse de relieve los dos "pilares" sobre los que
se apoya la paz: el compromiso en favor de la justicia y
la disponibilidad al perdón.
Justicia, en primer lugar, porque sólo puede haber
verdadera paz si se respetan la dignidad de las personas
y de los pueblos, los derechos y los deberes de cada
uno, y si se da una distribución equitativa de
beneficios y obligaciones entre personas y
colectividades. No se puede olvidar que situaciones de
opresión y marginación están a menudo en la raíz de las
manifestaciones de violencia y terrorismo. Y también
perdón, porque la justicia humana está expuesta a la
fragilidad y a los límites de los egoísmos individuales
y de grupo. Sólo el perdón sana las heridas del corazón
y restablece íntegramente las relaciones humanas
alteradas.
Escuchemos las palabras, escuchemos el viento. El viento
nos recuerda al Espíritu: "El Espíritu sopla donde
quiere".
Hacen falta humildad y valentía para emprender este
itinerario. El marco de este encuentro, es decir, el
diálogo con Dios, nos brinda la oportunidad de reafirmar
que en Dios encontramos la unión eminente de la justicia
y la misericordia. Él es sumamente fiel a sí mismo y al
hombre, incluso cuando el ser humano se aleja de él. Por
eso las religiones están al servicio de la paz. A ellas,
y sobre todos a sus líderes, les corresponde la tarea de
difundir entre los hombres de nuestro tiempo una
renovada conciencia de la urgencia de construir la paz.
Toda religión debe rechazar la violencia
4. Lo reconocieron los participantes en la Asamblea
interreligiosa que se celebró en el Vaticano en octubre
de 1999, al afirmar que las tradiciones religiosas
poseen los recursos necesarios para superar las
divisiones y fomentar la amistad recíproca y el respeto
entre los pueblos. En aquella ocasión se reconoció
también que conflictos trágicos derivan a menudo de la
asociación injusta de la religión con intereses
nacionalistas, políticos, económicos o de otro tipo.
Reunidos aquí una vez más, afirmamos que quien utiliza
la religión para fomentar la violencia contradice su
inspiración más auténtica y profunda.
Por tanto, es necesario que las personas y las
comunidades religiosas manifiesten el más neto y radical
rechazo de la violencia, de toda violencia, desde la que
pretende disfrazarse de religiosidad, recurriendo
incluso al nombre sacrosanto de Dios para ofender al
hombre. La ofensa al hombre es, en definitiva, ofensa a
Dios. No existe ninguna finalidad religiosa que pueda
justificar la práctica de la violencia del hombre contra
el hombre.
En Cristo el amor venció al odio
5. Me dirijo ahora en particular a vosotros, hermanos y
hermanas cristianos. Nuestro Maestro y Señor Jesucristo
nos llama a ser apóstoles de paz. Hizo suya la regla de
oro conocida por la sabiduría antigua: "Todo cuanto
queráis que os hagan los hombres, hacédselo también
vosotros a ellos" (Mt 7, 12; cf. Lc 6, 31), y el
mandamiento de Dios a Moisés: "Ama a tu prójimo como a
ti mismo" (cf. Lv 19, 18; Mt 22, 39 y paralelos),
llevándolos a plenitud en el mandamiento nuevo: "Amaos
los unos a los otros como yo os he amado" (Jn 13, 34).
Con la muerte en el Gólgota imprimió en su carne los
estigmas del amor de Dios por la humanidad. Testigo del
designio de amor del Padre celestial, se convirtió en
"nuestra paz: el que de los dos pueblos hizo uno,
derribando el muro que los separaba, la enemistad" (Ef 2,
14).
Con Francisco, el santo que respiró el aire de estas
colinas y recorrió estas aldeas, fijamos nuestra mirada
en el misterio de la cruz, árbol de salvación regado por
la sangre redentora de Cristo. El misterio de la cruz
marcó la existencia del Poverello, de santa Clara y de
muchos otros santos y mártires cristianos. Su secreto
fue precisamente este signo victorioso del amor sobre el
odio, del perdón sobre la venganza, del bien sobre el
mal. Estamos invitados a seguir sus huellas, para que la
paz de Cristo se convierta en anhelo incesante de la
vida del mundo.
El compromiso prioritario de la oración
6. Si la paz es don de Dios y tiene su manantial en él,
sólo es posible buscarla y construirla con una relación
íntima y profunda con él. Por tanto, edificar la paz en
el orden, la justicia y la libertad requiere el
compromiso prioritario de la oración, que es apertura,
escucha, diálogo y, en definitiva, unión con Dios,
fuente originaria de la verdadera paz.
Orar no significa evadirse de la historia y de los
problemas que plantea. Al contrario, significa optar por
afrontar la realidad no solos, sino con la fuerza que
viene de lo alto, la fuerza de la verdad y del amor,
cuyo último manantial está en Dios. El hombre religioso,
ante las insidias del mal, sabe que puede contar con
Dios, voluntad absoluta de bien; sabe que puede
invocarlo para obtener la valentía que le permita
afrontar las dificultades, incluso las más duras, con
responsabilidad personal, sin caer en fatalismos o en
reacciones impulsivas.
Que Dios abra los corazones a la verdad
7. Hermanos y hermanas que habéis acudido aquí de
diversas partes del mundo, dentro de poco nos
dirigiremos a los lugares previstos a fin de implorar de
Dios el don de la paz para toda la humanidad. Pidámosle
que nos conceda reconocer el camino de la paz y de las
correctas relaciones con Dios y entre nosotros.
Pidámosle que abra los corazones a la verdad sobre él y
sobre el hombre. El objetivo es único y la intención es
la misma, pero oraremos según formas diversas,
respetando las demás tradiciones religiosas. En el
fondo, también esto entraña un mensaje: queremos mostrar
al mundo que el impulso sincero de la oración no lleva a
la contraposición y menos aún al desprecio del otro,
sino más bien a un diálogo constructivo, en el que cada
uno, sin condescender de ningún modo con el relativismo
ni con el sincretismo, toma mayor conciencia del deber
del testimonio y del anuncio.
Ha llegado el momento de superar decididamente las
tentaciones de hostilidad que han existido incluso en la
historia religiosa de la humanidad. En realidad, cuando
se inspiran en la religión, expresan un rostro
profundamente inmaduro de la misma. En efecto, el
auténtico sentimiento religioso lleva a percibir de
algún modo el misterio de Dios, fuente de la bondad, y
esto constituye una fuente de respeto y armonía entre
los pueblos: más aún, en él se encuentra el principal
antídoto contra la violencia y los conflictos (cf.
Mensaje para la Jornada mundial de la paz de 2002,
n. 14).
Y hoy Asís, como el 27 de octubre de 1986, se convierte
nuevamente en el "corazón" de una multitud innumerable
que invoca la paz. A nosotros se unen muchas personas,
que desde ayer y hasta esta tarde, oran por la paz en
los lugares de culto, en las casas, en las comunidades
y en el mundo entero. Son ancianos, niños, adultos y
jóvenes: un pueblo que no se cansa de creer en la fuerza
de la oración para obtener la paz.
Que la paz reine especialmente en el corazón de las
nuevas generaciones. Jóvenes del tercer milenio, jóvenes
cristianos, jóvenes de todas las religiones, os pido que
seáis, como Francisco de Asís, "centinelas" dóciles y
valientes de la paz verdadera, fundada en la justicia y
en el perdón, en la verdad y en la misericordia.
Avanzad hacia el futuro enarbolando la antorcha de la
paz. ¡El mundo necesita su luz!
Ha hablado el hombre. Han hablado diversos hombres aquí
presentes. Ha hablado también el viento, un viento
fuerte. Dice la Escritura: "El Espíritu sopla donde
quiere". Que este Espíritu Santo hable hoy al corazón de
todos los que nos encontramos aquí. Lo simboliza el
viento que acompaña a las palabras humanas que hemos
escuchado todos. Gracias.
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