El Espíritu de Asís,
Card. Roger Etchegaray.
Traducción: Fr. Tomás Gálvez.
"El espíritu de Asís": la expresión es de Juan Pablo
II. Desde el 27 de octubre de 1986, este "espíritu" se
ha difundido un poco por todas partes, conserva la
fuerza viva del momento en que surgió. No haré como el
viejo jardinero. Pero, habiendo sido testigo admirado de
cómo germinaba en el pensamiento del Papa, y artesano
privilegiado de su florecimiento, me atrevo a afirmar
que aquel día sentí palpitar el corazón del mundo. Fue
suficiente un breve encuentro en una colina, unas
palabras, unos gestos, para que la humanidad desgarrada
descubriese gozosa la unidad de sus orígenes.
Al final de una mañana gris, cuando apareció el arco
iris en el cielo de Asís, los jefes religiosos reunidos
por la audacia profética de uno de ellos, Juan Pablo II,
vieron en él una llamada apremiante a la vida fraterna:
nadie podía dudar de que la oración había provocado
aquel signo manifiesto del pacto entre Dios y los
descendientes de Noé. En la catedral de San Rufino,
cuando los responsables de las Iglesias cristianas se
intercambiaron la paz, vi las lágrimas en ciertos
rostros, y no de los menos importantes.
Delante de la basílica de San Francisco, donde cada
uno, aterido de frío, parecía al final que se apretaba
estrechamente al otro (Juan Pablo II estaba cerca del
Dalai Lama), cuando los jóvenes hebreos se precipitaron
a la tribuna para ofrecer ramos de olivo, en primer
lugar a los musulmanes, me sorprendí a mí mismo
secándome las lágrimas de la cara.
Si evoco con emoción aquella jornada de Asís, es
porque yo había dirigido obstinadamente su laboriosa
preparación, entre Scilla y Cariddi, con ayuda del
Consejo Pontificio para la Unidad de los cristianos y
del Consejo Pontificio para el Diálogo interreligioso.
No teníamos detrás de nosotros ninguna referencia
histórica, ni ningún punto de referencia delante de
nosotros. Como dicen los exegetas, el encuentro fue una
especie de "hapax", y seguirá siendo, sin duda, único en
su originalidad y ejemplaridad.
La angustia de la paz entre los hombres y entre los
pueblos nos empujaba "a estar juntos para rezar, pero no
para rezar juntos", según la expresión del Papa, cuya
iniciativa, no obstante su preocupación por evitar
cualquier asomo de sincretismo, no fue comprendida
entonces por algunos que temían ver diluirse su
especificidad cristiana.
Asís ha hecho dar a la Iglesia un extraordinario
salto adelante hacia las religiones no cristianas, que
hasta entonces nos parecía que vivían en otro planeta, a
pesar de la enseñanza del Papa Pablo VI (en su primera
encíclica "Ecclesiam suam") y del Concilio Vaticano II
(la declaración "Nostra aetate"). El encuentro, cuando
no, más bien, el desencuentro de las religiones, es sin
duda uno de los desafíos más grandes de nuestra época,
aún más grande que el del ateísmo. Jamás regreso de
ciertos países principalmente musulmanes, budistas o
hinduistas, sin preguntarme con intensidad: ¿qué ha
querido hacer Dios con Cristo Jesús, cuando veo el
cristianismo tan disminuido o, más aún, disminuyendo
cada vez más en un continente en plena explosión
demográfica como Asia? Semejante interrogación es
saludable, pues afecta al tema fundamental de la
salvación, que es la punta de diamante que santifica o
fortalece nuestras razones de ser cristianos.
Asís ha sido el símbolo, la realización de lo que
debe ser la tarea de la Iglesia por vocación propia, en
un mundo en flagrante estado de pluralismo religioso:
profesar la unidad del misterio de la salvación en
Jesucristo. Cuando Juan Pablo II trató de referir a los
Cardenales y miembros de la Curia lo que había sucedido
en Asís, pronunció un discurso que me parece el más
luminoso para la teología de las religiones (22 de
diciembre de 1986). Deteniéndonos en el misterio de
unidad de la familia humana fundado al mismo tiempo en
la creación y en la redención en Cristo Jesús, él dijo:
"Las diferencias son un elemento menos importante
respecto a la unidad, la cual, al contrario, es radical,
fundamental y determinante". Asís ha permitido de ese
modo a hombres y mujeres dar testimonio de una
experiencia auténtica de Dios en el corazón de sus
religiones. "Cada oración auténtica -añadía el Papa-
está inspirada por el Espíritu Santo, misteriosamente
presente en el corazón de cada hombre".
Asís fue hace diez años. Hoy, los creyentes de todas
las religiones, de las comunidades, se revisten del
"Espíritu Santo", a ejemplo de Eliseo que recibe la capa
de Elías. El "Espíritu de Asís" planea sobre las
agitadas aguas de las religiones y crea maravillas de
diálogo fraterno. ¿Qué nos traerá el año 2000? El Papa
Juan Pablo II, en su Carta "Tertio Millenio adveniente"
traza las bases necesarias para el Gran Jubileo, y no se
olvida de las religiones no cristianas, especialmente de
los hebreos y musulmanes, descendientes de Abraham, como
los cristianos. Él espera que haya "encuentros comunes
en los lugares significativos para las grandes
religiones monoteístas" (TMA n. 53). ¿Para hacer qué?
Sencillamente para que todos los creyentes puedan
participar "en el gozo de todos los discípulos de
Cristo" (TMA n. 55).
Un jubileo se hace... ¡para el júbilo! Y la Iglesia
se alegra de la salvación que no cesa de acoger, e
invita a toda la humanidad a participar en ella. Es
locura -de la locura de Dios- lo que "el espíritu de
Asís" puede inventar, imitando a los Ángeles que
cantaban la noche de Navidad: "Gloria a Dios en las
alturas, y paz en la tierra a los hombres que él ama".
"Espíritu de Asís", desciende sobre todos nosotros.
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