Juan Pablo II, durante la clausura de la I Jornada
de Oración por la Paz. Plaza inferior de San Francisco,
27 de octubre de 1986.
L'Osservatore Romano, 28 de octubre de 1986.
Traducción: Fr. Tomás Gálvez.
Queridos hermanos y hermanas,
Jefes y representantes de las Iglesias cristianas y
comunidades eclesiales, y de las religiones del mundo,
Queridos amigos,
1. Al concluir esta jornada mundial de oración por
la paz, en la que habéis intervenido de muchas partes
del mundo, aceptando amablemente mi invitación, quisiera
expresar mis sentimientos, como un hermano y un amigo,
pero también como creyente en Jesucristo y en la Iglesia
católica, el primer testigo de la fe en él.
Con relación a la última oración de las que hemos
escuchado, la cristiana, profeso de nuevo mi convicción,
compartida por todos los cristianos, de que es en
Jesucristo, como Salvador de todos, en quien hay que
buscar la paz verdadera, "paz a los de lejos, paz a los
de cerca" (Ef 2, 17). Su nacimiento fue saludado con el
canto de los ángeles: "Gloria a Dios en lo alto del
cielo y paz a los hombres que él ama" (Lc 2, 14).
Predicó el amor entre todos, incluso entre enemigos,
proclamó dichosos a los que trabajan por la paz (cf. Mt
5, 9) y, mediante la muerte y la resurrección ha traído
reconciliación entre el cielo y tierra (cf. Col 1, 20).
Para usar una expresión de san Pablo apóstol: "Él es
nuestra paz" (Ef 2, 14).
2. Es, pues, mi convicción de fe la que me ha hecho
dirigirme a vosotros, representantes de las Iglesias
cristianas y comunidades eclesiales y religiones del
mundo, con espíritu de profundo amor y respeto. Con los
otros cristianos compartimos muchas convicciones,
especialmente en lo que respecta a la paz. Con las
religiones del mundo compartimos un común respeto y
obediencia a la conciencia, que nos enseña a todos a
buscar la verdad, a amar y servir a todos los individuos
y a todos los pueblos, y a poner paz, por eso, entre los
individuos y entre las naciones.
Sí, todos nosotros somos sensibles y obedientes a la
voz de la conciencia de ser un elemento esencial en el
camino hacia un mundo mejor y pacífico. Puesto que todos
los hombres y mujeres de este mundo tienen una
naturaleza común, un origen común y un destino común,
¿Podría ser de otro modo?
Aunque haya muchas e importantes diferencias entre
nosotros, hay también un fondo común, en el que trabajar
juntos para la solución de este dramático desafio de
nuestra época: ¿paz verdadera, o guerra catastrófica?
3. Sí, está la dimensión de la oración, la cual, aún
en la diversidad real de las religiones, trata de
expresar una comunicación con un Poder que está por
encima de todas nuestras fuerzas humanas. La paz depende
fundamentalmente de este Poder que llamamos Dios, y que,
como creemos nosotros los cristianos, se ha revelado a
si mismo en Cristo. Este es el significado de esta
jornada de oración.
Por primera vez en la historia nos hemos reunido de
todas partes, iglesias cristianas y comunidades
eclesiales y religiones del mundo, en este lugar sagrado
dedicado a san Francisco, para testificar ante el mundo,
cada uno según su propia convicción, la trascendente
calidad de la paz. La forma y el contenido de nuestras
oraciones son muy diferentes, como hemos visto, y no es
posible reducirlas a una especie de común denominador.
4. Sí, pero, en en esa misma diferencia, tal vez
hemos descubierto de nuevo que, en lo que respecta al
problema de la paz y a su relación con el compromiso
religioso, hay algo que nos une.
El desafío de la paz, como se plantea hoy a cada
conciencia humana, lleva consigo el problema de una
razonable calidad de vida para todos, el problema de la
supervivencia para la humanidad, el problema de la vida
y la muerte. Frente a tal problema, dos cosas hay que
parece que tengan una importancia suprema, y tanto la
una como la otra nos son comunes a todos nosotros.
La primera, como acabo de decir, es el imperativo
interior de la conciencia moral, que nos obliga a
respetar, proteger y promover la vida humana, desde el
seno materno hasta el lecho de muerte, en favor de los
individuos y de los pueblos, pero especialmente de los
débiles, de los pobres, de los abandonados: el
imperativo de superar el egoísmo, la ambición y el
espíritu de venganza.
La segunda cosa común es la convicción de que la paz
va mucho más allá de los esfuerzos humanos, sobre todo
en la situación actual del mundo, y que, por eso, su
fuente y realización hay que buscarlas en aquella
Realidad que está más allá de todos nosotros. Esa es la
razón por la que cada uno de nosotros reza por la paz.
Aunque pensemos -como pensamos realmente- que la
realización entre aquella realidad y el don de la paz es
diferente, según nuestras respectivas convicciones
religiosas, todos afirmamos, sin embargo, que tal
relación existe. Esto es lo que expresamos rezando por
ella. Repito aquí humildemente mi convicción: la paz
lleva el nombre de Jesucristo.
5. Mas, al mismo tiempo y en el mismo espíritu,
estoy dispuesto a reconocer que los católicos no hemos
sido siempre fieles a esta afirmación de fe. No hemos
sido siempre constructores de paz. Para nosotros mismos,
pues, pero también, quizás, en cierto sentido, para
todos, este encuentro de Asís es un acto de penitencia.
Hemos rezado, cada cual a su manera, hemos ayunado,
hemos caminado juntos. De ese modo hemos buscado abrir
nuestro corazón a la realidad divina, más allá de
nosotros, y a nuestros semejantes, hombres y mujeres.
Sí. Mientras hemos ayunado hemos tenido en cuenta
los sufrimientos que han acarreado y acarrean todavía a
la humanidad guerras insensatas. Por eso hemos buscado
estar espiritualmente cercanos a millones de personas
víctimas del hambre en todo el mundo.
Mientras caminábamos en silencio, hemos reflexionado
sobre el sendero que la humanidad está recorriendo: ya
sea en la hostilidad, si no nos aceptamos mutuamente en
el amor, ya sea haciendo un viaje común hacia nuestro
alto destino, si comprendemos que los demás son nuestros
hermanos y hermanas. El mismo hecho de que hayamos
venido a Asís desde varias partes del mundo es, en sí
mismo, un signo de este sendero común que la humanidad
está llamada a recorrer.
Tanto si aprendemos a caminar juntos en paz y
armonía, como si nos desentendemos de este asunto y nos
arruinamos a nosotros mismos y a los otros. Esperamos
que esta peregrinación a Asís nos haya enseñado a ser de
nuevo conscientes del origen común y del destino común
de la humanidad. Tratemos de ver en ello un anticipo de
lo que Dios querría que fuese el desarrollo histórico de
la humanidad: un viaje fraterno, en el que nos
acompañamos unos a otros, hacia la meta trascendente que
él establece para nosotros.
6. Oración, ayuno, peregrinación. Esta jornada de
Asís nos ha ayudado a ser más conscientes de nuestros
compromisos religiosos. Pero también al mundo, que nos
ha seguido a través de los medios de comunicación, lo ha
hecho , más conscientes de la responsabilidad de toda
religión en lo relativo a los problemas de la guerra y
de la paz. Tal vez nunca en la historia de la humanidad
como ahora se ha hecho a todos tan evidente la relación
intrínseca entre una actitud auténticamente religiosa y
el gran bien de la paz.
¡Qué tremendo peso tienen que llevar las espaldas
del hombre! Pero, al mismo tiempo, ¡qué maravillosa y
entusiástica llamada a seguir! La oración es ya acción,
en sí misma, pero eso no nos exime de las acciones al
servicio de la paz. nosotros estamos aquí actuando como
heraldos de la conciencia moral de la humanidad como
tal, humanidad que aspira a la paz, que necesita de la
paz.
7. No hay paz sin un amor apasionado por la paz. No
hay paz sin la voluntad indomable de alcanzar la paz. La
paz espera a sus profetas. Juntos hemos llenado nuestras
miradas con visiones de paz: ellas desencadenan energías
para un nuevo lenguaje de paz, para nuevos gestos de
paz, gestos que romperán las cadenas fatales de las
divisiones heredadas por la historia o engendradas por
las ideologías modernas.
La paz espera a sus artífices. Alarguemos nuestras
manos hacia nuestros hermanos y hermanas, para animarlos
a construir la paz sobre los cuatro pilares de la
verdad, la justicia, el amor y la libertad (cf. Juan
XXIII, Pacem in Terris).
La paz es un taller abierto para todos, no sólo para
los especialistas, sabios y estrategas. La paz es una
responsabilidad universal: ella pasa a través de mil
pequeñas acciones de la vida cotidiana. Según el modo
diario de vivir con los demás, los hombres eligen a
favor de la paz o en contra de la paz. Nosotros
confiamos la causa de la paz sobre todo a los jóvenes.
Que los jóvenes puedan contribuir a liberar la historia
de los falsos caminos en que se desvía la humanidad.
La paz no sólo está en las manos de los individuos,
sino también de las naciones. A las naciones compete el
honor de fundamentar su actividad en favor de la paz
sobre la convicción de la sacralidad de la vida humana y
sobre el reconocimiento de la indeleble igualdad de
todos los pueblos entre sí. Nosotros invitamos
insistentemente a los responsables de las naciones y de
las organizaciones internacionales a ser incansables en
introducir estructuras de diálogo dondequiera que la paz
esté en peligro o esté ya comprometida. Nosotros
ofrecemos nuestro apoyo a sus esfuerzos, a menudo
agotadores, por mantener o restablecer la paz. Nosotros
renovamos nuestra invitación a la ONU para que pueda
corresponder plenamente a la amplitud y altura de su
misión universal de paz.
8. Como respuesta a la llamada que hice en Lyón, en
Francia, el día en que nosotros, católicos, celebramos
la fiesta de san Francisco, esperamos que las armas
hayan enmudecido y que hayan cesado los ataques. Esto
podría ser un primer y significativo resultado de la
eficacia espiritual de la oración. En realidad, esta
llamada ha sido acogida por muchos corazones y por
muchos labios de todas las partes del mundo,
especialmente donde la gente sufre por la guerra y sus
consecuencias.
Es esencial elegir la paz y los medios para
conseguirla. La paz, tan delicada de salud, requiere un
cuidado constante e intensivo. Por este sendero podremos
avanzar con pasos seguros y rápidos, porque no hay duda
de que los hombres nunca han tenido tantos medios para
edificar la paz como tienen hoy. La humanidad ha entrado
en una era de mayor solidaridad y aspiración a la
justicia social. Esta es la ocasión propicia. Es también
nuestro deber, que la oración nos ayuda a cumplir.
9. Lo que hemos hecho hoy en Asís, rezando y dando
testimonio en favor de nuestro compromiso por la paz,
tenemos que seguir haciéndolo cada día de nuestra vida.
Lo que hemos hecho hoy es, efectivamente, de importancia
vital para el mundo. Si el mundo tiene que continuar, y
los hombres y mujeres tienen que sobrevivir en él, el
mundo no puede prescindir de la oración.
Esta es la lección permanente de Asís: es la lección
de san Francisco, que encarnó un ideal atractivo para
nosotros; es la lección de santa Clara, su primera
seguidora. Es un ideal hecho de mansedumbre, humildad,
de sentido profundo de Dios y de compromiso en servir a
todos. San Francisco era un hombre de paz.
Recordemos que aquí abandonó la carrera militar que
siguió un cierto tiempo en su juventud, y descubrió el
valor de la pobreza, el valor de la vida sencilla y
austera, imitando a Jesucristo, a quien quería servir.
Santa Clara fue la mujer de la oración por excelencia.
su unión con Dios en la oración apoyaba a Francisco y a
sus seguidores, como nos apoya hoy.
Francisco y Clara son ejemplos de paz: con Dios,
consigo mismos, con todos los hombres y mujeres de este
mundo. Que este hombre santo y esta santa mujer puedan
inspirar a todos los hombres y mujeres de hoy a tener la
misma fuerza de carácter y amor por Dios y por los
hermanos, para proseguir por el sendero en el que
tenemos que caminar juntos.
10. Movidos por el ejemplo de san Francisco y de
santa Clara, verdaderos discípulos de Cristo, y
convencidos por la experiencia de este día que hemos
vivido juntos, nosotros nos comprometemos a volver a
examinar nuestras conciencias, a escuchar más fielmente
su voz, a purificar nuestros espíritus del prejuicio,
del odio, de la enemistad, de los celos y de la envidia.
Trataremos de ser operadores de paz en el pensamiento y
en la acción, con la mente y el corazón dirigidos a la
unidad de la familia humana. E invitamos a todos
nuestros hermanos y hermanas que nos escuchan a hacer lo
mismo.
Lo hacemos con el conocimiento de nuestros límites
humanos y conscientes del hecho de que, abandonados a
nosotros mismos, fracasaremos. Reafirmamos, pues, y
reconocemos que nuestra vida y nuestra paz futura
dependerán siempre de un don que Dios nos hace.
En este espíritu, invitamos a los líderes mundiales a
tomar nota de nuestro humilde ruego a Dios por la paz.
Pero también les pedimos a ellos que reconozcan sus
responsabilidades y se dediquen con un compromiso
renovado al deber de la paz, a poner en marcha las
estrategias de la paz con valor y largueza de miras.
11. Permitidme que me dirija ahora a cada uno de
vosotros, representantes de las Iglesias cristianas y de
las comunidades eclesiales y de las religiones del
mundo, que habéis venido a Asís para este día de
oración, ayuno y peregrinación. Os doy las gracias de
nuevo por haber aceptado mi invitación a venir aquí, a
este acto de testimonio ante el mundo. También hago
extensivo mi agradecimiento a todos los que han hecho
posible nuestra presencia aquí, en especial a nuestros
hermanos y hermanas de Asís.
Y doy gracias, sobre todo, a Dios y Padre de
Jesucristo por este día de gracia para el mundo, por
cada uno de vosotros y por mí mismo. Lo hago invocando a
la virgen María, reina de la paz. Lo hago con las
palabras de la oración que se atribuye normalmente a san
Francisco, porque refleja bien su espíritu: "Señor, haz
de mí un instrumento de tu paz: / donde hay odio, que yo
lleve el amor, / donde hay ofensa, que yo lleve el
perdón, / donde hay discordia, que yo lleve la verdad, /
donde hay desesperación, que yo lleve la esperanza, /
donde hay tristeza, que yo lleve la alegría, / donde hay
tinieblas, que yo lleve la luz. / Maestro, haz que yo no
busque tanto: / ser consolado, sino consolar, / ser
comprendido, sino comprender, / ser amado, sino amar: /
porque dando se recibe, / perdonando se es perdonado, /
muriendo se resucita a la vida eterna".
Saludos en otras lenguas:
A TOUTES les hautes personnalités présentes et à
tous ceux qui se sont associés à cette initiative de
prière, j’adresse un salut fraternel et un message
d’espérance: la paix est possible, si tous les hommes
veulent progresser dans la vérité, fondement de la paix.
Pour la première fois sans doute dans l’histoire humaine,
Eglises chrétiennes et religions de toutes les parties
du monde se sont réunies en un même lieu pour montrer
que la paix est un impératif de la conscience des
croyants engagés dans la recherche de la vérité sur Dieu,
sur notre destinée, sur l’histoire le l’humanité.
J’invite tous les hommes de bonne volonté à s’engager
avec une générosité renouvelée pour la promotion de la
paix.
Deseo presentar mi más cordial saludo, junto con mi
vivo agradecimiento, a todas las personas que desde aquí
o desde cualquier parte del mundo han querido asociarse
a esta Jornada Mundial de Oración por la Paz.
Hago votos y aliento a todos a un renovado compromiso a
ser constructores de paz entre las naciones, entre los
pueblos, en las sociedades, en las familias, en los
corazones y en la conciencia de cada uno.
Agradeço a todas as pessoas que, de uma ou de outra
forma, se associaram conosco a – esta iniciativa de
oração. Cada um se sinta pessoalmente empenhado em ser
testemunha da – paz e pacificador dos homens, e
compromissado com a realização de uma sociedade mais
fraterna.
Aufrichting danke ich allen, die sich nah und fern,
einzeln oder in Gemeinschaft, unserem heutigen Gebet für
den Frieden in der Welt angeschlossen haben. Ich
ermutige euch, darin auch in Zukunft nicht nachzulassen
und im Geiste Jesus Christi in der eigenen Familie, im
Beruf und im Leben der Gesellschaft selber immer mehr zu
Friedensstiftern zu werden. Der Friede Christi sei mit
euch allen!
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