Vivir la fraternidad en modo auténtico

Felice Accroca, sacerdote, franciscanista e historiador

 

(www.sanfrancescopatronoditalia.it) Francisco enseñó a los suyos a vivir la fraternidad en modo auténtico: así pues, los frailes tenían que considerarse hermanos, preciosos como tales y no por la condición social de origen. Y que un valor tal no sólo haya sido vivido por Francisco y por sus primeros compañeros, sino, si bien con todas las debilidades de la naturaleza humana, haya sido considerado necesario por los frailes, sin distinción alguna, lo revelan algunas páginas de la obra de Tomás de Eccleston, dedicada al Establecimiento de los Frailes Menores en Inglaterra.

Los recuerdos del principio de aquella misión, que datan de 1224, son sumamente vivos, y a pesar de haber sido redactados a décadas de distancia, gozan aún hoy de una frescura inalterada. ¿No es, en el fondo, un cuadro extraordinario de fraternidad y de alegría la escena de aquellos frailes que durante el día vivían encerrados en una pequeña habitación bajo el edificio de una escuela, pero en la tarde, cuando los estudiantes regresaban a sus casas, “entraban en la escuela donde estaban, encendían el fuego y se sentaban alrededor”? “En el momento de la conversación y de la bebida, a veces colgaban una olla con posos de cerveza y bebían todos, uno tras otro, sacándola con una única taza y diciendo cada cual algunas palabras edificantes”. Es el mismo cronista quien define, oportunamente, aquella situación con los términos de “serena sencillez y santa pobreza”. Tomás recuerda también que “los frailes eran tan alegres y amables entre sí, que conseguían apenas reprimir la risa cuando se encontraban”, tanto que, “puesto que los jóvenes frailes de Oxford reían demasiado a menudo, se ordenó a uno de ellos que cada vez que se riera en el coro o en el refectorio”, las mismas veces se habría “castigado con la «disciplina»”: ocurrió así que aquel pobrecillo llegó a castigarse once veces en un solo día, sin conseguir sin embargo “contener la risa”. Páginas, como decía, de una extraordinaria viveza.

La escena que más impacta, por la espontaneidad de la narración así como por la fuerza de la imagen utilizada por el cronista, es la que ve como protagonista al primer joven del lugar que fue acogido entre ellos, es decir, fray Salomón, y los frailes de su comunidad. Ocurrió, pues, una vez, que fray Salomón padeció “tanto frío que parecía estuviese al borde de la muerte; y puesto que los frailes no tenían nada para calentarlo, la santa caridad les sugirió una buena idea. Se reunieron todos en torno a él, apretándose a su cuerpo para calentarlo con los suyos, como hacen los cerdos”. Fue precisamente esta una de las razones, no sin duda la menos importante, del extraordinario éxito franciscano. ¿Los primeros cristianos, en el fondo, no asombraban al mundo con su amor? ¿No se decía acaso de ellos, “mira cómo se aman”? ¿Se puede decir lo mismo de nuestras familias, de nuestros grupos, de nuestras comunidades religiosas y parroquiales? Si sí o si no, yace aquí la diferencia verdadera.

   

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