1Reg. I - Los hermanos deben vivir sin nada propio y
en castidad y obediencia
Esta es la regla y vida de los hermanos: vivir en
obediencia, en castidad y sin nada propio , y seguir la
doctrina y las huellas de nuestro Señor Jesucristo, el
cual dice: Si quieres ser perfecto, vete y vende todas
las cosas (cf. Lc 18,22) que tienes y dáselas a los
pobres, y tendrás un tesoro en el cielo; y ven, sígueme
(Mt 19,21). Y también: Si alguno quiere venir en pos de
mí, niéguese a sí mismo y tome su cruz y sígame (Mt
16,24). Asimismo: Si alguno quiere venir a mí y no odia
padre y madre, mujer e hijos y hermanos y hermanas, y
hasta su propia vida, no puede ser discípulo mío (Lc
14,26). Y: Todo el que haya abandonado padre o madre,
hermanos o hermanas, mujer o hijos, casas o campos, por
mi causa, recibirá cien veces más y poseerá la vida
eterna (cf. Mt 19,29; Mc 10,29; Lc 18,29).
1Reg. II - Admisión y vestido de los hermanos
Si alguno, queriendo, por divina inspiración,
abrazar esta vida viene a nuestros hermanos, sea
recibido benignamente por ellos. Y, si está resuelto a
tomar nuestra vida, guárdense mucho los hermanos de
entrometerse en sus negocios temporales y preséntenlo
cuanto antes a su ministro.
Y el ministro acójalo benignamente y anímelo y
expóngale con esmero el tenor de nuestra vida. Cumplido
esto, el mencionado aspirante venda todas sus cosas y
procure distribuírselo todo a !os pobres, si quiere y
puede hacerlo según el espíritu sin Impedimento.
Guárdense los hermanos, y también su ministro, de
entrometerse de ninguna manera en sus negocios, y de
recibir dinero alguno ni por sí mismos ni por
intermediarios. Sin embargo, si lo precisan, por causa
de esta necesidad, pueden los hermanos recibir, al igual
que los otros pobres, las cosas necesarias al cuerpo,
excepto el dinero.
Y, a su regreso, el ministro concédale para un año
las prendas del tiempo de la probación, a saber: dos
túnicas sin capucha, el cordón los calzones y el
capotillo hasta el cordón. Y, cumplido el año y término
de la probación, sea recibido a la obediencia. En
adelante no le estará permitido pasar a otra Religión,
ni tampoco "vagar fuera de la obediencia" , conforme al
mandato del señor papa y según el Evangelio; porque
nadie que pone mano al arado y mira atrás es apto para
el reino de Dios (Lc 9,62).
Pero, si se presenta alguno que tiene voluntad
espiritual de dar sus bienes y está impedido para
hacerlo, abandónelos y le basta.
Nadie sea recibido contra la forma e institución de
la santa Iglesia. Pero los otros hermanos que han
prometido obediencia, tengan una túnica con capucha, y
otra sin capucha si fuere necesario, y el cordón y los
calzones. Y todos los hermanos vistan ropas viles, y
puedan, con la bendición de Dios, remendarlas de sayal y
de otros retales; porque dice el Señor en el Evangelio:
Los que visten con lujo y viven entre placeres (Lc 7,25)
y los que visten muellemente, en las casas de los reyes
están (Mt 11,8). Y, aunque les tachen de hipócritas, sin
embargo, no cesen de obrar bien, ni busquen en este
siglo vestidos caros, para que puedan tener vestido en
el reino de los cielos.
1Reg. III - El oficio divino y el ayuno
Dice el Señor: Esta ralea de demonios no puede salir
más que a fuerza de ayuno y oración (cf. Mc 8,28); 2 y
de nuevo: Cuando ayunéis, no os pongáis tristes como los
hipócritas (Mt 6,16).
Por esto, todos los hermanos, clérigos y laicos ,
cumplan con el oficio divino, las alabanzas y las
oraciones según deben. Los clérigos cumplan con el
oficio y digan por los vivos y por los difuntos lo que
es costumbre entre los clérigos. Y por los defectos y
negligencias de los hermanos digan cada día un miserere
(Sal 50) con un padrenuestro; y por los hermanos
difuntos digan el de profundis (Sal 129) con un
padrenuestro. Y pueden tener solamente los libros
necesarios para cumplir con su oficio. Y también a los
laicos que saben leer el salterio les está permitido
tenerlo. Pero a los demás, ignorantes de las letras, no
les está permitido tener ningún libro.
Los laicos digan el credo y veinticuatro
padrenuestros con el gloria por maitines; por laudes,
cinco; por prima, el credo y siete padrenuestros con el
gloria; por tercia, sexta y nona y en cada hora, siete;
por vísperas, doce; por completas, siete padrenuestros
con el requiem; y por los defectos y negligencias de los
hermanos, tres padrenuestros cada día.
Y todos los hermanos guarden, asimismo, el ayuno
desde la fiesta de Todos los Santos hasta la Navidad y
desde la Epifanía, cuando nuestro Señor Jesucristo
comenzó a ayunar, hasta la Pascua. Fuera de estos
tiempos, no estén obligados a guardar el ayuno, según
nuestra vida, sino el viernes. Y, según el Evangelio
(cf. Lc 0,8), puedan comer de cuantos manjares les
ofrezcan.
1Reg. IV - Relaciones entre los ministros y los
otros hermanos
¡En el nombre del Señor!
Todos los hermanos que son constituidos ministros y
siervos de los otros hermanos, distribuyan a éstos en
las provincias y en los lugares donde estén, visítenlos
frecuentemente y amonéstenlos y anímenlos
espiritualmente. Y todos los otros mis benditos hermanos
obedézcanles prontamente en lo que mira a la salvación
del alma y no está en contra de nuestra vida.
Y pórtense entre sí como dice el Señor: Todo lo que
quisierais que os hicieran los hombres, hacédselo
también vosotros a ellos (Mt 7,12); y: No hagas a otro
lo que no quieres que se te haga a ti (Tob 4,15). Y
recuerden los ministros y siervos que dice el Señor: No
vine a ser servido, sino a servir (Mt 20,28), y que les
ha sido confiado el cuidado de las almas de los
hermanos, de las cuales tendrán que rendir cuentas en el
día del juicio (cf. Mt 12,36) ante el Señor Jesucristo
si alguno se pierde por su culpa y mal ejemplo.
1Reg. V - La corrección fraterna
Por lo tanto, custodiad vuestras almas y las de
vuestros hermanos, porque horrendo es caer en las manos
del Dios vivo (Heb 10,31).
Pero si alguno de los ministros manda a un hermano
algo contra nuestra vida o contra su alma, el tal
hermano no esté obligado a obedecerle, pues no hay
obediencia allí donde se comete delito o pecado. Sin
embargo, todos los hermanos que están bajo los ministros
y siervos consideren razonable y atentamente la conducta
de los ministros y siervos; y si vieren que alguno de
ellos se comporta carnal y no espiritualmente en
conformidad con nuestra vida, y que, después de una
tercera amonestación, no se enmienda, denúncienlo en el
Capítulo de Pentecostés al ministro y siervo de toda la
fraternidad, sin que oposición alguna se lo impida.
Y si entre los hermanos, estén donde estén, hay
alguno que quiere proceder según la carne y no según el
espíritu, los hermanos con quienes está amonéstenlo,
instrúyanlo y corríjanlo humilde y diligentemente. Y si
sucede que después de una tercera amonestación no quiere
enmendarse, remítanlo, lo más pronto que puedan, a su
ministro y siervo, o háganselo saber, y el ministro y
siervo obrará con él como mejor le parezca que conviene
según Dios.
Y guárdense todos los hermanos, tanto los ministros
y siervos como los otros, de turbarse o airarse por el
pecado o el mal del hermano, pues el diablo quiere echar
a perder a muchos por el delito de uno sólo; más bien,
ayuden espiritualmente, como mejor puedan, al que pecó,
ya que no necesitan de médico los sanos, sino los
enfermos (cf. Mt 9,12 y Mc 2,17).
Igualmente, a este propósito, ninguno de los
hermanos tenga potestad o dominio, y menos entre ellos.
Pues, como dice el Señor en el Evangelio, los príncipes
de los pueblos se enseñorean de ellos y los que son
mayores ejercen el poder en ellos; no será así entre los
hermanos (cf. Mt 20,25 - 26); y todo el que quiera
hacerse mayor entre ellos, sea su ministro y siervo, 2 y
el que es mayor entre ellos, hágase como el menor (cf.
Lc 22,26).
Y ningún hermano haga mal o hable mal a otro; sino,
más bien, por la caridad del espíritu, sírvanse y
obedézcanse unos a otros de buen grado (cf. Gál 5,3). Y
ésta es la verdadera y santa obediencia de nuestro Señor
Jesucristo.
Y todos los hermanos, cuantas veces se aparten de
los mandatos del Señor y vaguen fuera de la obediencia,
sepan que fuera de la obediencia, como dice el profeta
(Sal 111,21), son malditos mientras permanezcan a
sabiendas en tal pecado. Y mientras perseveren en los
mandatos del Señor, que prometieron por el santo
Evangelio y por su forma de vida, sepan que se mantienen
en la verdadera obediencia, y sean benditos del Señor.
1Reg. VI - Recurso de los hermanos a los ministros y
que ningún hermano se llame prior
Los hermanos, dondequiera que estén, si no pueden
guardar nuestra vida, recurran, lo antes posible, a su
ministro, poniéndolo en su conocimiento. Y el ministro
procure proveer tal como querría que se hiciese con él
si se encontrase en caso semejante.
Y nadie sea llamado prior, mas todos sin excepción
llámense hermanos menores. Y lávense los pies el uno al
otro (cf Jn 13,14).
1Reg. VII - Modo de servir y trabajar
Los hermanos, dondequiera que se encuentren
sirviendo o trabajando en casa de otros, no sean
mayordomos ni cancilleres ni estén al frente en las
casas en que sirven, ni acepten ningún oficio que
engendre escándalo o cause perjuicio a su alma (cf. Mc
8,36), sino sean menores y estén sujetos a todos los que
se hallan en la misma casa.
Y los hermanos que saben trabajar, trabajen y
ejerzan el oficio que conozcan, siempre que no sea
contra la salud del alma y pueda realizarse
decorosamente. Pues dice el profeta: Comerás los frutos
de tus trabajos, dichoso eres y te irá bien (Sal 127,2);
y el Apóstol: El que no quiere trabajar, no coma (cf.
2Tes 3,10); y también: Cada uno permanezca en el arte y
oficio en el que ha sido llamado (cf. lCor 7,24). Y por
el trabajo puedan recibir todas las cosas que son
necesarias, menos dinero.
Y, cuando sea menester, vayan por limosna como los
otros pobres. Y puedan tener las herramientas e
instrumentos convenientes para sus oficios.
Todos los hermanos procuren ejercitarse en obras
buenas, porque escrito está: Haz siempre algo bueno,
para que el diablo te encuentre ocupado y además: «La
ociosidad es enemiga del alma.» Por eso, los siervos de
Dios deben entregarse constantemente a la oración o a
alguna obra buena.
Guárdense los hermanos, dondequiera que estén, en
eremitorios o en otros lugares, de apropiarse para sí
ningún lugar, ni de vedárselo a nadie. Y todo aquel que
venga a ellos, amigo o adversario, ladrón o bandido, sea
acogido benignamente. Y, dondequiera que estén o en
cualquier lugar en que se encuentren unos con otros, los
hermanos deben tratarse espiritual y amorosamente y
honrarse mutuamente sin murmuración (lPe 4,9). Y
guárdense de mostrarse tristes exteriormente o
hipócritamente ceñudos; muéstrense, más bien, gozosos en
el Señor (cf. Flp 4,4) y alegres y debidamente
agradables.
1Reg. VIII - Los hermanos no reciban dinero
El Señor manda en el Evangelio: Mirad, guardaos de
toda malicia y avaricia; y también: Precaveos de la
solicitud de este siglo y de las preocupaciones de esta
vida (cf. Lc 12,15; 21,34).
Por eso, ninguno de los hermanos, dondequiera que
esté y dondequiera que vaya, tome ni reciba ni haga
recibir en modo alguno moneda o dinero ni por razón de
vestidos ni de libros, ni en concepto de salario por
cualquier trabajo; en suma, por ninguna razón, como no
sea en caso de manifiesta necesidad de los hermanos
enfermos; porque no debemos tener en más ni considerar
más provechosos los dineros y la pecunia que las
piedras. Y el diablo quiere cegar a quienes los codician
y estiman más que las piedras.
Guardémonos, por lo tanto, los que lo hemos dejado todo
(cf. Mt 19,27), de perder, por tan poquita cosa, el
reino de los cielos.
Y si en algún lugar encontráramos dineros, no les
demos más importancia que al polvo que pisamos, porque
vanidad de vanidades y todo vanidad (Eclo 1,2).
Y si acaso -¡ojalá no suceda!- ocurriera que algún
hermano recoge o tiene pecunia o dinero, exceptuada tan
sólo la mencionada necesidad de los enfermos, tengámoslo
todos los hermanos por hermano falso y apóstata, ladrón
y bandido, y como a quien tiene bolsa (cf. Jn 12,6), a
no ser que se arrepienta de veras.
Y los hermanos de ningún modo reciban ni hagan recibir,
ni pidan ni hagan pedir, pecunia como limosna, ni dinero
para algunas casas o lugares; ni acompañen a quien busca
pecunia o dinero para tales lugares; pero los hermanos
se pueden realizar, en favor de esos lugares, otros
servicios que no sean contrarios a nuestra vida.
Con todo, los hermanos, en caso de evidente
necesidad de los leprosos, pueden pedir limosna para
ellos. Pero guárdense mucho de la pecunia.
Asimismo, guárdense todos los hermanos de andar
corriendo mundo por ningún negocio turbio.
1Reg. IX - La mendicación
Empéñense todos los hermanos en seguir la humildad y
pobreza de nuestro Señor Jesucristo y recuerden que nada
hemos de tener de este mundo, sino que, como dice el
Apóstol, estamos contentos teniendo qué comer y con qué
vestirnos (lTim 6,8).
Y deben gozarse cuando conviven con gente de baja
condición y despreciada, con los pobres y débiles, y con
los enfermos y leprosos, y con los mendigos de los
caminos.
Y, cuando sea menester, vayan por limosna. Y no se
avergüencen, y más bien recuerden que nuestro Señor
Jesucristo, el Hijo de Dios vivo omnipotente puso su faz
como piedra durísima (Is 50,7) y no se avergonzó; y fue
pobre y huésped, vivió de limosna tanto El como la
Virgen bienaventurada y sus discípulos. Y cuando los
hombres los abochornan y no quieren darles limosna, den
por ello gracias a Dios, pues por los bochornos
padecidos recibirán un gran honor ante el tribunal de
nuestro Señor Jesucristo. Y sepan que el bochorno no se
imputa a los que lo padecen, sino a los que lo causan. Y
la limosna es la herencia y justicia que se debe a los
pobres adquirida para nosotros por nuestro Señor
Jesucristo.
Y los hermanos que trabajan en su adquisición
recibirán gran recompensa, y se la hacen ganar y
adquirir a los que se la dan porque todo lo que dejen
los hombres en el mundo se perderá, pero tendrán el
premio del Señor por la caridad y las limosnas que
hicieron.
Y manifieste confiadamente el uno al otro su propia
necesidad, para que le encuentre lo necesario y se lo
proporcione. Y cada uno ame y nutra a su hermano, como
la madre ama y nutre a su hijo (cf. lTes 2,7), en las
cosas para las que Dios le diere gracia. Y el que no
come, no juzgue al que come. Y, en caso de necesidad,
séales lícito a todos los hermanos, dondequiera que
estén, servirse de todos los manjares que pueden comer
los hombres, como dice el Señor de David, el cual comió
los panes de la ofrenda, que no estaba permitido comer
sino a los sacerdotes (cf. Mt 12,4; Mc 2,26). Y
recuerden lo que dice el Señor: Pero estad precavidos,
no sea que vuestros corazones se emboten con la crápula
y embriaguez y en las preocupaciones de esta vida, y os
sobrevenga aquel repentino día; pues como un lazo caerá
encima de todos los que habitan sobre la faz del orbe de
la tierra (cf. Lc 21,34 - 35).
Y, de modo semejante, en tiempo de manifiesta
necesidad, obren todos los hermanos, en cuanto a las
cosas que les son necesarias, según la gracia que les
otorgue el Señor, porque la necesidad no tiene ley.
1Reg. X - Los hermanos enfermos
Si alguno de los hermanos, esté donde esté, cae
enfermo, los otros hermanos no lo abandonen, sino
desígnese un hermano o más, si fuere necesario, para que
le sirvan como querrían ellos ser servidos (cf. Mt
7,12); pero, en caso de extrema necesidad, pueden
dejarlo al cuidado de alguna persona que esté obligada a
atenderle en su enfermedad.
Y ruego al hermano enfermo que por todo dé gracias
al Creador, y que desee estar tal como el Señor le
quiere, sano o enfermo, porque a todos los que Dios ha
predestinado para la vida eterna (cf. Hch 13,48) los
educa con los estímulos de los azotes y de las
enfermedades y con el espíritu de compunción, como dice
el Señor: A los que yo amo, los corrijo y castigo (Ap
3,19).
Y si alguno se turba o se irrita contra Dios o
contra los hermanos, o si quizá pide con ansia
medicinas, preocupado en demasía por la salud de la
carne, que no tardará en morir y es enemiga del alma,
esto le viene del maligno, y él es carnal, y no parece
ser de los hermanos, porque ama mas el cuerpo que el
alma.
1Reg. XI - Los hermanos no insulten ni difamen, sino
ámense mutuamente
Y guárdense todos los hermanos de calumniar y de
contender de palabra (cf. 2Tim 2,14); más bien,
empéñense en callar, siempre que Dios les dé la gracia.
Ni litiguen entre sí ni con otros, sino procuren
responder humildemente, diciendo: Soy un siervo inútil
(cf. Lc 17,10). Y no se aíren, porque todo el que se
deja llevar de la ira contra su hermano será condenado
en juicio; el que dijere a su hermano: Raca, será
condenado por la asamblea; el que le dijere: Fatuo, será
condenado a la gehena de fuego (Mt 5,22).
Y ámense mutuamente, como dice el Señor: Este es mi
mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he
amado (Jn 15,12). Y muestren con obras (cf. Sant 2,18)
el amor que se tienen mutuamente, como dice el apóstol:
No amemos de palabra y de boca, sino de obra y de verdad
( 1Jn 7 - 8 3,18). Y a nadie insulten (cf. Tit 3,2); no
murmuren ni difamen a otros, porque está escrito: Los
murmuradores y difamadores son odiosos para Dios (cf.
Rom 1,29). Y sean mesurados, mostrando una total
mansedumbre para con todos los hombres (cf. Tit 10 - 11
3,2); no juzguen, no condenen. Y, como dice el Señor, no
reparen en los pecados más pequeños de los otros (cf. Mt
7,3; Lc 6,41), sino, más bien, recapaciten en los
propios en la amargura de su alma (Is 38,15). Y
esfuércense en entrar por la puerta angosta (Lc 13,24),
porque dice el Señor: Angosta es la puerta, y estrecha
la senda que lleva a la vida y son pocos los que la
encuentran (Mt 7,14) .
1Reg. XII - Las malas miradas y el trato con mujeres
Todos los hermanos, dondequiera que estén o vayan
guárdense de las malas miradas y del trato con mujeres.
Y ninguno se entretenga en consejos con ellas, o con
ellas vaya solo de camino, o coma a la mesa del mismo
plato. Los sacerdotes hablen honestamente con ellas
cuando les dan la penitencia u otro consejo espiritual.
Y ninguna mujer en absoluto sea recibida a la obediencia
por algún hermano, sino que, una vez aconsejada
espiritualmente, haga penitencia donde quiera.
Y estemos todos muy alerta y mantengamos puros todos
nuestros miembros, porque dice el Señor: Quien mira a la
mujer para apetecerla, ya ha cometido adulterio con ella
en su corazón (Mt 5,28). Y el Apóstol: ¿Es que ignoráis
que vuestros miembros son templo del Espíritu Santo?
(cf. lCor 6,19) así, pues, al que violare el templo de
Dios, Dios lo destruirá (I Cor 3,17).
1Reg. XIII - Evitar la fornicación
Si, por instigación del diablo, fornicare algún
hermano sea despojado del hábito, que ha perdido por su
torpe pecado, y déjelo del todo y sea expulsado
absolutamente de nuestra Religión. Y haga después
penitencia de sus pecados.
1Reg. XIV - Cómo han de ir los hermanos por el mundo
Cuando los hermanos van por el mundo, nada lleven
para el camino: ni bolsa, ni alforja, ni pan, ni
pecunia, ni bastón (cf. Lc 9,3; 10,4; Mt 10,10). Y en
toda casa en que entren digan primero. Paz a esta casa.
Y, permaneciendo en la misma casa, coman y beban lo que
haya en ella (cf. Lc 10,5.7). No resistan al mal, sino a
quien les pegue en una mejilla, vuélvanle también la
otra (cf. Mt 5,39). Y a quien les quita la capa, no le
impidan que se lleve también la túnica. Den a todo el
que les pida; y a quien les quita sus cosas, no se las
reclamen (cf. Lc 6,29 - 30).
1Reg. XV - Los hermanos no cabalguen
Impongo a todos mis hermanos, tanto clérigos como
laicos, que, cuando van por el mundo o residen en
lugares, de ningún modo tengan bestia alguna ni consigo,
ni en casa de otro, ni de ningún otro modo. Ni les sea
permitido cabalgar, a no ser que se vean obligados por
la enfermedad o por una gran necesidad.
1Reg. XVI - Los que van entre sarracenos y otros
infieles
Dice el Señor: He aquí que os envío como ovejas en
medio de lobos. Sed, pues, prudentes como serpientes y
sencillos como palomas (Mt 10,16).
Así pues, cualquier hermano que, por divina
inspiración, quiera ir entre sarracenos u otros
infieles, vaya con la licencia de su ministro y siervo.
Y el ministro déles licencia y no se la niegue, si los
ve idóneos para ser enviados; pues tendrá que dar cuenta
al Señor (cf. Lc 16,2) si en esto o en otras cosas
procede sin discernimiento.
Y los hermanos que van, pueden comportarse entre
ellos espiritualmente de dos modos. Uno, que no
promuevan disputas y controversias, sino que se sometan
a toda criatura por Dios (1 Pe 2,13) y confiesen que son
cristianos .
Otro, que, cuando les parezca que agrada al Señor,
anuncien la palabra de Dios para que crean en Dios
omnipotente, Padre, e Hijo, y Espíritu Santo, creador de
todas las cosas, y en el Hijo, redentor y salvador, y
para que se bauticen y hagan cristianos, porque, a menos
que uno renazca del agua y el Espíritu Santo, no puede
entrar en el reino de Dios (cf. Jn 3,5).
Esto y otras cosas que agraden al Señor pueden
decirles tanto a ellos como a otros, porque dice el
Señor en el Evangelio: A todo aquel que me confesare
delante de los hombres, también yo le confesaré delante
de mi Padre, que está en los cielos (Mt 9 10,32). Y: Si
uno se avergüenza de mí y de mis palabras, el Hijo del
hombre se avergonzará de él cuando venga con su gloria,
con la del Padre y la de los ángeles (cf. Lc 9,26).
Y todos los hermanos, dondequiera que estén,
recuerden que se dieron y abandonaron sus cuerpos al
Señor Jesucristo. Y por su amor deben exponerse a los
enemigos tanto visibles como invisibles; porque dice el
Señor: Quien pierda su alma por mí causa, la salvará
(cf. Lc 9,24) para la vida eterna (Mt 25,46). 2 Dichosos
los que padecen persecución por la justicia porque de
ellos es el reino de los cielos (Mt 5,10). Si a mí me
han perseguido, también a vosotros os perseguirán (Jn
15,20). Y: Si os persiguen en una ciudad, huid a otra
(cf. Mt 10,23). Dichosos sois cuando os odien los
hombres, y os maldigan, y os persigan, y os excomulguen
y reprueben, y rechacen vuestro nombre como malo, y
cuando os achaquen todo mal calumniándoos por mi causa.
Alegraos en aquel día y regocijaos (Mt 5,11; Lc 6,22 -
23), porque vuestra recompensa es mucha en los cielos. Y
yo os digo a vosotros mis amigos: no les cojáis miedo (cf:
Lc 12,4), y no tengáis miedo a los que matan el cuerpo
(Mt 10,28)y ,después de esto no tienen más 9 - 20 que
hacer (Lc 12,4). Mirad, no os turbéis (Mt 24,6). Pues en
vuestra paciencia poseeréis vuestras almas (Lc 21,19), y
el que perseverare hasta el fin, éste se salvará (Mt
10,22; 24,13).
1Reg. XVII - Los predicadores
Ningún hermano predique contra la forma e
institución de la santa Iglesia y a no ser que se lo
haya concedido su ministro. Y guárdese el ministro de
concedérselo sin discernimiento a nadie.
Pero todos los hermanos prediquen con las obras.
Y ningún ministro o predicador se apropie el ser
ministro de los hermanos o el oficio de la predicación;
de forma que en cuanto se lo impongan, abandone su
oficio sin réplica alguna.
Por lo que, en la caridad que es Dios (cf. Jn 4,16),
ruego a todos mis hermanos, predicadores, orantes,
trabajadores, tanto clérigos como laicos, que procuren
humillarse en todo no gloriarse ni gozarse en sí mismos,
ni exaltarse interiormente de las palabras y obras
buenas, más aún, de ningún bien que Dios hace o dice y
obra alguna vez en ellos y por ellos, según lo que dice
el Señor: Pero no os alegréis de que los espíritus os
estén sometidos (Lc 10,20).
Y tengamos la firme convicción de que a nosotros no
nos pertenecen sino los vicios y pecados. Y más debemos
gozarnos cuando nos veamos asediados de diversas
tentaciones (cf. Sant 1,2) y al tener que sufrir en este
mundo toda clase de angustias o tribulaciones de alma o
de cuerpo por la vida eterna.
Guardémonos, pues, todos los hermanos de toda
soberbia y vanagloria; y defendámonos de la sabiduría de
este mundo y de la prudencia de la carne (Rom 8,6), ya
que el espíritu de la carne quiere y se esfuerza mucho
por tener palabras, pero poco por tener obras, y busca
no la religión y santidad en el espíritu interior, sino
que quiere y desea tener una religión y santidad que
aparezca exteriormente a los hombres. Y éstos son
aquellos de quienes dice el Señor: En verdad os digo,
recibieron su recompensa (Mt 6,2). El espíritu del
Señor, en cambio, quiere que la carne sea mortificada y
despreciada, tenida por vil y abyecta. Y se afana por la
humildad y la paciencia, y la pura, y simple, y
verdadera paz del espíritu. Y siempre desea, más que
nada, el temor divino y la divina sabiduría, y el divino
amor del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
Y restituyamos todos los bienes al Señor Dios
altísimo y sumo, y reconozcamos que todos son suyos, y
démosle gracias por todos ellos, ya que todo bien de El
procede. Y el mismo altísimo y sumo, solo Dios
verdadero, posea, a El se le tributen y El reciba todos
los honores y reverencias, todas las alabanzas y
bendiciones, todas las acciones de gracias y la gloria,
suyo es todo bien; sólo El es bueno (cf. Lc 8,19).
Y, si vemos u oímos decir o hacer mal o blasfemar contra
Dios, nosotros bendigamos, hagamos bien y alabemos a
Dios (cf. Rom 11,21), que es bendito por los siglos (Rom
1,25).
1Reg. XVIII - Reuniones de los ministros
Cada ministro podrá reunirse con sus hermanos una
vez por año, en la fiesta de San Miguel Arcángel, y
donde mejor les parezca, para tratar de las cosas que se
refieren a Dios. Y todos los ministros, los de ultramar
y los ultramontanos una vez cada tres años, y los demás
una vez al año, vendrán al Capítulo de Pentecostés junto
a la iglesia de Santa María de la Porciúncula, a no ser
que el ministro y siervo de toda la fraternidad haya
determinado otra cosa.
1Reg. XIX - Los hermanos vivan católicamente
Todos los hermanos sean católicos, vivan y hablen
católicamente. Pero, si alguno se aparta de la fe y vida
católica en dichos o en obras y no se enmienda, sea
expulsado absolutamente de nuestra fraternidad. Y a
todos los clérigos y a todos los religiosos tengámoslos
por señores en las cosas que miran a la salud del alma y
que no se desvían de nuestra Religión, y veneremos en el
Señor su orden y oficio y su ministerio.
Reg. XX - La penitencia y la recepción del cuerpo y
sangre de nuestro Señor Jesucristo
Y mis hermanos benditos, tanto clérigos como laicos,
confiesen sus pecados a sacerdotes de nuestra Religión.
Y, si no pueden, confiésenlos a otros sacerdotes
discretos y católicos, con la firme convicción y la
advertencia de que quedarán absueltos de verdad de sus
pecados, cualesquiera sean los sacerdotes católicos de
quienes hayan recibido la penitencia y absolución, si
procuran cumplir humilde y fielmente la penitencia que
les haya sido impuesta.
Pero, si entonces no pudieren tener a mano un
sacerdote, confiésenlos a un hermano suyo, como dice el
apóstol Santiago: Confesaos los pecados unos a otros (Sant
5,16). Sin que dejen por eso de acudir al sacerdote,
porque sólo a los sacerdotes se les ha concedido el
poder de atar y desatar. Y, contritos y confesados de
este modo, reciban con gran humildad y veneración el
cuerpo y sangre de nuestro Señor Jesucristo, recordando
lo que el Señor dice: Quien come mi carne y bebe mi
sangre, tiene vida eterna (Jn 6,54); y: Haced esto en
memoria mía (Lc 22,19).
1Reg XXI - Exhortación que pueden hacer todos los
hermanos
Y esta o parecida exhortación y alabanza pueden
proclamar todos mis hermanos, siempre que les plazca,
ante cualesquiera hombres, con la bendición de Dios:
Temed y honrad, alabad y bendecid, dad gracias (lTes
5,18) y adorad al Señor Dios omnipotente en Trinidad y
Unidad, Padre, e Hijo, y Espíritu Santo, creador de
todas las cosas. Haced penitencia (cf. Mt 3,2), haced
frutos dignos de penitencia (cf. Lc 3,8), que presto
moriremos.
Dad, y se os - dará. Perdonad, y se os perdonará
(cf. Lc 6,37 - 38). Y, si no perdonáis a los hombres sus
pecados (Mt 6,14), el Señor no os perdonará los vuestros
(Mc 11,25); confesad todos vuestros pecados (cf. Sant
5,16). Dichosos los que mueren en penitencia, porque
estarán en el reino de los cielos. ¡Ay de aquellos que
no mueren en penitencia, porque serán hijos del diablo
(1Jn 3,10), cuyas obras hacen (cf. Jn 8,41), e irán al
fuego eterno! (Mt 18,8; 25,41). Guardaos y absteneos de
todo mal y perseverad hasta el fin en el bien.
1Reg. XXII - Amonestación de los hermanos
Prestemos atención todos los hermanos a lo que dice
el Señor: Amad a vuestros enemigos y haced el bien a
los que os odian (cf. Mt 5,44), pues nuestro Señor
Jesucristo, cuyas huellas debemos seguir (cf. lPe 2,21),
llamó amigo al que lo entregaba (cf. Mt 26,50) y se
ofreció espontáneamente a los que lo crucificaron. Son,
pues, amigos nuestros todos los que injustamente nos
causan tribulaciones y angustias, sonrojos e injurias,
dolores y tormentos, martirio y muerte; y los debemos
amar mucho, ya que por lo que nos hacen obtenemos la
vida eterna.
Y odiemos nuestro cuerpo con sus vicios y pecados,
porque, viviendo nosotros carnalmente, quiere el diablo
arrebatarnos el amor de nuestro Señor Jesucristo y la
vida eterna, y perderse con todos en el infierno; pues
nosotros, por nuestra culpa, somos hediondos, míseros y
opuestos al bien, y, en cambio, prestos e inclinados al
mal; porque, como dice el Señor en el Evangelio, del
corazón proceden y salen los malos pensamientos, los
adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los
hurtos, la avaricia, la maldad, el fraude, la impureza,
la envidia, los falsos testimonios, las blasfemias, la
insensatez (cf. Mc 7,21; Mt 15,10). Todas estas maldades
salen de dentro, del corazón del hombre (cf. Mc 7,73), y
estas son las que manchan al hombre (Mt 15,20).
Ahora bien, después que hemos abandonado el mundo,
ninguna otra cosa hemos de hacer sino seguir la voluntad
del Señor y agradarle. Guardémonos mucho de ser el
terreno junto al camino, o el pedregoso, o el espinoso,
según lo que dice el Señor en el Evangelio:
La semilla es la palabra de Dios. Y la que cayó
junto al camino, y fue pisoteada, son los que oyen la
palabra y no la entienden; y en seguida viene el diablo
y roba lo que ha sido sembrado en sus corazones y quita
de sus corazones la palabra, no sea que creyendo se
salven. Y la que cayó en el terreno pedregoso son los
que, al escuchar la palabra, la acogen en seguida con
alegría. Pero, cuando surge la tribulación y la
persecución a causa de la palabra, inmediatamente se
escandalizan, y éstos no tienen en sí mismos raíces,
sino que son temporeros, pues creen por algún tiempo,
pero en el momento de la prueba se retiran. Y la que
cayó entre espinas son aquellos que escuchan la palabra
de Dios; pero la solicitud y las fatigas de este siglo,
y las seducciones de la riqueza, y las concupiscencias
de las demás cosas que les penetran, ahogan la palabra y
ellos se tornan infructuosos. Y la sembrada en buen
terreno son aquellos que, escuchando la palabra con
corazón bueno y óptimo, la entienden y la retienen, y
producen fruto en la paciencia (Mt 13,19 - 23; Mc 4,15 -
19; Lc 18 8,11 - 15). Y por eso, nosotros, hermanos,
como dice el Señor, dejemos que los muertos sepulten a
sus muertos (Mt 8,22).
Y guardémonos mucho de la malicia y astucia de
Satanás, que quiere que el hombre no tenga su mente y su
corazón vueltos a Dios. Y, acechando en torno, desea
apoderarse del corazón del hombre, so pretexto de alguna
merced o favor, y ahogar la palabra y los preceptos del
Señor borrándolos de la memoria, y quiere cegar, por
medio de negocios y cuidados seculares, el corazón del
hombre, y habitar en él, como dice el Señor: Cuando el
espíritu inmundo sale del hombre, camina por lugares
áridos y secos buscando el reposo; y al no hallarlo
dice: Retornaré a mi casa, de donde salí. Y al venir la
halla desocupada, barrida y arreglada. Y va y toma a
otros siete espíritus peores que él, y entrando habitan
allí; y son las postrimerías de aquel hombre peores que
los principios (Mt 12,43 - 44; Lc 11,24.26).
Por eso, pues, todos los hermanos estemos muy
vigilantes, no sea que, so pretexto de alguna merced, o
quehacer, o favor, perdamos o apartemos del Señor
nuestra mente y corazón. Antes bien, en la santa caridad
que es Dios (cf. 1Jn 4,16), ruego a todos los hermanos,
tanto a los ministros como a los otros, que, removido
todo impedimento y pospuesta toda preocupación y
solicitud, como mejor puedan, sirvan, amen, honren y
adoren al Señor Dios, y háganlo con limpio corazón y
mente pura, que es lo que El busca por encima de todo; y
hagamos siempre en ellos habitación y morada (cf. Jn
14,23) a Aquel que es el Señor Dios omnipotente, Padre,
e Hijo, y Espíritu Santo, que dice: Vigilad, pues,
orando en todo tiempo, para que seáis considerados
dignos de rehuir todos los males que han de venir y de
estar en pie ante el Hijo del hombre (Lc 21,36). Y,
cuando os pongáis en pie para orar (Mc 11,25), decid:
Padre nuestro, que estás en los cielos (Mc 11,25 Mt
6,9).
Y adorémosle con puro corazón, porque es preciso
orar siempre y no desfallecer (Lc 18,1); pues tales son
los adoradores que el Padre busca. Dios es espíritu, y
los que lo adoran es preciso que lo adoren en espíritu y
en verdad (cf. Jn 4,23 - 24). Y recurramos a El como al
pastor y obispo de nuestras almas (1 Pe 2,25), que dice:
Yo soy el buen pastor, que apaciento a mis ovejas y por
mis ovejas doy mi vida. Todos vosotros sois hermanos; y
entre vosotros no llaméis a nadie padre sobre la tierra,
pues uno es vuestro Padre, el que está en los cielos.
Tampoco os llaméis maestros, pues uno es vuestro
maestro, el que está en los cielos (cf. Mt 23,8 - 10).
Si permanecéis en mí y permanecen mis palabras en
vosotros, pedid cuanto queráis, y se os dará (Jn 15,17).
Donde hay dos o tres congregados en mi nombre, allí
estoy yo en medio de ellos (Mt 18,20). Ved que yo estoy
con vosotros hasta la consumación del siglo (Mt 28,20).
Las palabras que os he hablado, espíritu y vida son (Jn
6,63). Yo soy el camino, la verdad y la vida (Tn 14,6).
Atengámonos, pues, a las palabras, vida y doctrina y
al santo Evangelio de quien se dignó rogar por nosotros
a su Padre y manifestarnos su nombre, diciendo: Padre,
esclarece tu nombre (Jn 12,28) y esclarece a tu Hijo,
para que tu Hijo te esclarezca. Padre, he manifestado tu
nombre a los hombres que me diste; porque les he dado
las palabras que tú me diste, y ellos las han aceptado y
han conocido que salí de ti y han creído que tú me
enviaste. Yo ruego por ellos; no por el mundo, sino por
los que me diste, porque son tuyos y todas mis cosa son
tuyas. Padre santo, guarda en tu nombre a los que me
diste, para que ellos sean uno, como también lo somos
nosotros.
Hablo estas cosas en el mundo para que tengan gozo
en sí mismos. Yo les he dado tu mensaje; y el mundo los
ha odiado, porque no son del mundo, como tampoco yo soy
del mundo. No ruego que los saques del mundo, sino que
los guardes del mal. Ensálzalos en la verdad. Tu mensaje
es la verdad. Como tú me enviaste al mundo, también yo
los he enviado al mundo. Y por ellos me consagro a m
mismo, para que sean ellos consagrados en la verdad. No
ruego sólo por estos, sino por aquellos que han de creer
en mí por tu palabra, que sean consumados en la unidad,
y conozca el mundo que tú me enviaste y los amaste, como
me amaste a mí. Y les haré conocer tu nombres para que
el amor con que me amaste este en ellos y yo en ellos.
Padre, quiero que los que tú me entregaste estén ellos
también contigo donde yo estoy para que contemplen tu
gloria (Jn 17,1 6.8 - 11.13 - 15,17 - 20.23 - 24.26) en
tu reino. Amén
1Reg. XXIII - Oración y acción de gracias
Omnipotente, santísimo, altísimo y sumo Dios, Padre
santo y justo, Señor rey de cielo y tierra (cf. Mt
11,25), te damos gracias por ti mismo, pues por tu santa
voluntad, y por medio de tu único Hijo con el Espíritu
Santo, creaste todas las cosas espirituales y
corporales, y a nosotros, hechos a tu imagen y
semejanza, nos colocaste en el paraíso (cf. Gén 1,26; 2
2,15). Y nosotros caímos por nuestra culpa.
Y te damos gracias porque, al igual que nos creaste
por tu hijo, así, por el santo amor con que nos amaste
(cf. Jn 17,26), quisiste que El, verdadero Dios y
verdadero hombre naciera de la gloriosa siempre Virgen
beatísima Santa María, y quisiste que nosotros,
cautivos, fuéramos redimidos por su cruz, y sangre, y
muerte.
Y te damos gracias porque este mismo Hijo tuyo ha de
venir en la gloria de su majestad a arrojar al fuego
eterno a los malditos, que no hicieron penitencia y no
te conocieron a ti, y a decir a todos los que te
conocieron y adoraron y te sirvieron en penitencia:
Venid, benditos de mi Padre; recibid el reino que os
está preparado desde el origen del mundo (cf. Mt 25, 34.
Y porque todos nosotros, míseros y pecadores, no
somos dignos de nombrarte, imploramos suplicantes que
nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo amado, en quien has
hallado complacencia (cf. Mt 17,5), que te basta siempre
para todo y por quien tantas cosas nos has hecho, te dé
gracias de todo junto con el Espíritu Santo Paráclito
como a ti y a El mismo le agrada. ;Aleluya!
Y a la gloriosa madre y beatísima siempre Virgen
María, a los bienaventurados Miguel, Gabriel y Rafael y
a todos los coros de los bienaventurados serafines,
querubines, tronos dominaciones, principados,
potestades, virtudes, ángeles arcángeles; a los
bienaventurados Juan Bautista, Juan Evangelista, Pedro,
Pablo y a los bienaventurados patriarcas, profetas,
inocentes, apóstoles, evangelistas, discípulos,
mártires, confesores, vírgenes; a los bienaventurados
Elías y Enoc y a todos los santos que fueron, y serán, y
son, les suplicamos humildemente, por tu amor, que, como
te agrada, por estas cosas te den gracias a ti, sumo
Dios verdadero, eterno y vivo, con tu queridísimo Hijo
nuestro Señor Jesucristo y el Espíritu Santo Paráclito,
por los siglos de los siglos, Amén. ¡Aleluya!
Y a cuantos quieren servir al Señor Dios en el seno
de la santa Iglesia católica y apostólica y a todos los
órdenes siguientes: sacerdotes, diáconos, subdiáconos,
acólitos, exorcistas, lectores, ostiarios y a todos los
clérigos; a todos los religiosos y religiosas, a todos
los conversos y pequeños, a los pobres e indigentes,
reyes y príncipes, artesanos y agricultores, siervos y
señores, a todas las vírgenes y viudas y casadas,
laicos, varones y mujeres, a todos los niños,
adolescentes, jóvenes y ancianos, sanos y enfermos, a
todos los pequeños y grandes, y a todos los pueblos,
gentes, tribus y lenguas (cf. Ap 7,9), a todas las
naciones y a todos los hombres de cualquier lugar de la
tierra que son y serán, humildemente les rogamos y
suplicamos todos nosotros, hermanos menores, siervos
inútiles (Lc 17,10), que todos perseveremos en la
verdadera fe y penitencia, porque de otro modo nadie se
puede salvar.
Amemos todos con todo el corazón, con toda el alma,
con toda la mente, con toda la fuerza (cf. Mc 12,30) y
poder, con todo el entendimiento, con todas las
energías, con todo el empeño, con todo el afecto, con
todas las entrañas, con todos los deseos y quereres, al
Señor Dios (Mc 1~,30 33; Lc 10,27), que nos dio y nos da
a todos nosotros todo el cuerpo, toda el alma y toda la
vida, que nos creó, nos redimió y por sola su
misericordia nos salvará (cf. Tob 13, 5); que nos ha
hecho y hace todo bien a nosotros, miserables y míseros,
pútridos y hediondos, ingratos y malos.
Ninguna otra cosa, pues, deseemos, ninguna otra
queramos, ninguna otra nos agrade y deleite, sino
nuestro Creador, y Redentor, y Salvador, solo verdadero
Dios, que es bien pleno, todo bien, bien total,
verdadero y sumo bien; que es el solo bueno, piadoso,
manso, suave y dulce; que es el solo santo, justo,
veraz, santo y recto; que es el solo benigno, inocente,
puro; de quien, y por quien, y en quien está todo el
perdón, toda la gracia, toda la gloria de todos los
penitentes y justos, de todos los bienaventurados que
gozan juntos en los cielos.
Nada, pues, impida, nada separe, nada adultere;
nosotros todos, dondequiera, en todo lugar, a toda hora
y en todo tiempo, todos los días y continuamente,
creamos verdadera y humildemente y tengamos en el
corazón y amemos, honremos, adoremos, sirvamos, alabemos
y bendigamos, glorifiquemos y sobresaltemos,
engrandezcamos y demos gracias al altísimo y sumo Dios
eterno, trinidad y unidad, Padre, e Hijo, y Espíritu
Santo, creador de todas las cosas y salvador de todos
los que en El creen y esperan y lo aman; que sin
principio y sin fin, es inmutable, invisible,
inenarrable, inefable, incomprensible, inescrutable (cf.
Rom 11,33), bendito, loable, glorioso, sobresaltado (cf.
Dan 3,52), sublime, excelso, suave, amable, deleitable y
sobre todas las cosas todo deseable por los siglos.
Amén.
1Reg. XXIV - Conclusión
¡En el nombre del Señor!
Ruego a todos los hermanos que aprendan el tenor y
sentido de las cosas que están escritas en esta vida
para la salvación de nuestra alma, y que las traigan
frecuentemente a la memoria.
Y suplico a Dios que El mismo, que es omnipotente,
trino y uno, bendiga a todos los que enseñan, aprenden,
tienen, recuerdan y practican estas cosas, cuantas veces
repiten y hacen las cosas que aquí están escritas para
la salud de nuestra alma; e imploro a todos, besándoles
los pies, que las amen mucho, las custodien y las pongan
a buen recaudo.
Y de parte de Dios omnipotente y del señor papa y
por obediencia, yo, el hermano Francisco, mando
firmemente e impongo que en estas cosas que han sido
escritas en esta vida, nadie suprima ni sobrescriba
nada, ni tengan los hermanos otra regla.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo,
como era en el principio, y ahora, y siempre por los
siglos de los siglos. Amén.
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