Escritos de san Francisco de Asís

Carta a los gobernantes - Carta a los clérigos

   
   

 

Carta a todos los gobernantes

A todos los "podestà" y cónsules, jueces y regidores, en cualquier parte de la tierra, y a cuantos llegue esta carta, el hermano Francisco, vuestro siervo en el Señor Dios, pequeñuelo y despreciable, deseándoos a todos salud y paz.

Considerad y ved que el día de la muerte se acerca (cf. Gén 47,29). Os ruego, pues, con la reverencia que puedo que no echéis en olvido al Señor ni os apartéis de sus mandamientos a causa de los cuidados y preocupaciones de este siglo, porque todos aquellos que lo echan en olvido y se apartan de sus mandamientos, son malditos, y serán echados por El al olvido (cf. Ez 33,13). Y, cuando llegue el día de la muerte, todo lo que creían tener les será arrebatado (cf. Lc 8,18). Y cuanto más sabios y poderosos hayan sido en este siglo, tanto mayores tormentos padecerán en el infierno.

Por ello, os aconsejo encarecidamente, señores míos, que, posponiendo toda preocupación y cuidado, hagáis penitencia verdadera y recibáis con grande humildad, en santa recordación suya, el santísimo cuerpo y la santísima sangre de nuestro Señor Jesucristo. Y tributad al Señor tanto honor en el pueblo a vosotros encomendado, que todas las tardes, por medio de pregonero u otra señal, se anuncie que el pueblo entero rinda alabanzas y acciones de gracias al Señor Dios omnipotente. Y sabed que, si no hacéis esto, tendréis que rendir cuenta el día del juicio (cf. Mt 12,36), ante vuestro Señor Dios Jesucristo.
Los que retengan consigo y guarden este escrito, sepan que son benditos del Señor Dios.


Carta a todos los clérigos

Reparemos todos los clérigos en el gran pecado e ignorancia en que incurren algunos sobre el santísimo cuerpo y sangre de nuestro Señor Jesucristo y sobre los sacratísimos nombres y sus palabras escritas que consagran el cuerpo.

Sabemos que no puede existir el cuerpo, si previamente no ha sido consagrado por la palabra. Nada, en efecto, tenemos ni vemos corporalmente en este mundo del Altísimo mismo, sino el cuerpo y la sangre, los nombres y las palabras por los que hemos sido hechos y redimidos de la muerte a la vida (1Jn 3,14)
Pues bien, todos los que ejercen tan santísimos ministerios, especialmente los que los administran sin discernimiento, pongan su atención en cuán viles son los cálices, los corporales y los manteles en los que se sacrifica el cuerpo y la sangre de nuestro Señor. Y hay muchos que lo abandonan en lugares indecorosos, lo llevan sin respeto, lo reciben indignamente y lo administran sin discernimiento. A veces hasta se pisan sus nombres y palabras escritas, porque el hombre animal no percibe las cosas que son de Dios (lCor 2,14)

¿No nos mueven a piedad todas estas cosas cuando el piadoso Señor mismo se pone en nuestras manos y lo tocamos y lo recibimos todos los días en nuestra boca? ¿Es que ignoramos que hemos de ir a parar a sus manos?

Así, pues, enmendémonos cuanto antes y resueltamente de todas estas cosas y de otras semejantes, y donde se encuentre colocado y abandonado indebidamente el santísimo cuerpo de nuestro Señor Jesucristo, retírese de allí y póngase y custódiese en sitio precioso. De igual modo, los nombres y palabras escritas del Señor, donde se encuentren en lugares no limpios, recójanse y colóquese en sitio decoroso

Y sabemos que todas estas cosas debemos guardarlas por encima de todo, según los mandamientos del Señor y las prescripciones de la santa madre Iglesia. Y el que no haga esto, sepa que tendrá que dar cuenta en el día del juicio (cf. Mt 12,36), ante nuestro Señor Jesucristo.

Sepan que son benditos del Señor Dios los que hicieren copias de este escrito, para que sea mejor guardado.


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