Escritos de san Francisco de Asís

Carta a los Custodios - Carta a toda la Orden

   
   

 

 

Carta a los custodios

A todos los custodios de los frailes Menores a los que lleguen estas letras, fray Francisco, siervo vuestro y pequeño en el Señor Dios, salud con los nuevos signos del cielo y de la tierra, que son grandes y excelentísimos ante el Señor, y poco tenidos en cuenta por muchos religiosos y por otras personas.

Os ruego, más que si de mí mismo se tratara, que supliquéis humildemente al clero, cuando sea oportuno y lo creáis conveniente, que veneren sobre todas las cosas el santísimo cuerpo y sangre del Señor nuestro Jesucristo y los nombres santos y las palabras escritas por él, que santifican el cuerpo.

Deben tener preciosos los cálices, corporales y ornamentos del altar y todo lo relativo al sacrificio. Y si si el santísimo cuerpo del Señor está colocado en algún lugar indigno, lo pongan y lo conserven en lugar precioso, según el mandato de la Iglesia, y lo coloquen y lo lleven con gran veneración y lo administren con discreción a los demás.  

También los nombres y las palabras escritas del Señor, dondequiera que se encuentren en lugares inadecuados, deben recogerlos y colocarlos en lugar digno. Y en cada predicación vuestra, exhortad al pueblo a la penitencia, y (recordadles) que nadie puede salvarse, a no ser que reciba el santísimo cuerpo y sangre del Señor. Y cuando el sacerdote lo sacrifica en el altar y lo traslada a otro lugar, todos, de rodillas, rindan alabanzas, gloria y honor al Señor Dios vivo y verdadero. Y anunciad y pregonad su alabanza a todas las gentes de modo que, en cada hora y al toque de campana, siempre sean dadas alabanzas y acciones de gracias a Dios todopoderoso por toda la tierra.

Y a todos mis hermanos custodios a quienes llegue este escrito y lo copien y lo tengan consigo y hagan copias para los frailes que tienen el oficio de la predicación y la custodia de los hermanos, y prediquen hasta el fin todas las cosas contenidas en este escrito, sepan que tienen la bendición del Señor Dios y la mía. Y esto sea para ellos verdadera y santa obediencia. Amén.


Carta a a toda la Orden

En el nombre de la suma Trinidad y santa unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

A todos los reverendos y muy amados hermanos, a fray A. (Elías), ministro general de la orden de los hermanos Menores, su señor, y a todos los ministros generales que serán después de él, y a todos los ministros y custodios y sacerdotes de la misma fraternidad, humildes en Cristo, y a todos los hermanos simples y obedientes, a los primeros y a los más recientes, fray Francisco, hombre vil y caduco, pequeñito siervo vuestro, salud en aquel que nos redimió y lavó en su preciosísima sangre, cuyo nombre, al oírlo, debéis adorar con temor y reverencia, postrados en el suelo, el Señor Jesucristo, Hijo del Altísimo, nombre bendito por los siglos. Amén.

Escuchad, hijos y hermanos míos, y prestad oído a mis palabras. Inclinad el oído de vuestro corazón y obedeced a la voz del Hijo de Dios. Guardad en todo vuestro corazón sus mandatos y cumplid perfectamente sus consejos. Proclamadlo, porque es bueno, y exaltadlo con vuestras obras, pues para eso os envió a todo el mundo, para que, de palabra y de obra, deis testimonio de su voz y deis a conocer a todos que no hay nadie todopoderoso, más que él. Perseverad en la disciplina y santa obediencia y cumplid con propósito bueno y firme lo que habéis prometido. El Señor Dios se nos ofrece como a hijos.

Os ruego, por tanto, a todos vosotros, hermanos, besándoos los pies y con la caridad que puedo, que mostréis toda la reverencia y el honor que podáis al santísimo cuerpo y al santísimo sangre de nuestro Señor Jesucristo, en el que todas las cosas del cielo y de la tierra han sido pacificadas y reconciliadas con Dios todopoderoso.

También ruego en el Señor a todos mis hermanos sacerdotes que son y serán o desean ser sacerdotes del Altísimo, que cuando quieran celebrar la misa, ofrezcan, puros y puramente, con reverencia, el verdadero sacrificio del santísimo cuerpo y sangre de nuestro Señor Jesucristo, con santa y limpia intención, no por cosa alguna terrena ni por temor o amor humano, como para complacer a los hombres. Mas bien se oriente a Dios toda voluntad, deseando complacer sólo al mismo sumo Señor, en la medida de la gracia, porque sólo en ella se obra como a él le agrada; pues, como él dice: Haced esto en memoria mía; y si uno obra de otro modo, se convierte en un Judas traidor y se hace reo del cuerpo y de la sangre del Señor.

Recordad, hermanos míos sacerdotes, lo que está escrito en la ley de Moisés, que quien la incumplía, incluso en lo material, moría sin misericordia, por sentencia del Señor. ¡Cuánto mayores y más graves suplicios merecerán los que hayan pisoteado al Hijo de Dios y contaminado la sangre de la alianza, en la que es santificado, y ultrajado al espíritu de la gracia! Desprecia, pues, el hombre, contamina y pisotea al Cordero de Dios cuando, como dice el apóstol, no distingue ni discierne el pan santo de Cristo de otros alimentos o acciones, o lo come en vano e indignamente, a pesar de dice el Señor por medio del profeta: Maldito el hombre que realiza fraudulentamente la obra de Dios. Y a los sacerdotes que no quieren tomarse esto en serio los condena, diciendo: Maldeciré vuestras bendiciones.

Oíd, hermanos míos: si la bienaventurada Virgen es tan honrada, como se merece, porque lo llevó en su útero santísimo; si el bienaventurado Bautista se estremeció y no se atrevió a tocar la cabeza santa de Dios; si se venera el sepulcro donde yació algún tiempo, ¡cuán santo, justo y digno debe ser quien toca con sus manos, recibe en el corazón y en la boca y da a comer a otros no al (Cristo) mortal, sino al eternamente vencedor y glorioso, a quien los ángeles desean contemplar!.

Mirad vuestra dignidad, hermanos sacerdotes, y sed santos, porque él es santo. Y como el Señor Dios os ha honrado por encima de todos con este ministerio, amadlo así vosotros, reverenciadlo y honradlo más que a nadie. ¡Qué gran miseria y miserable mezquindad, cuando lo tenéis tan presente y vosotros os preocupáis de cualquier cosa del mundo! Todo hombre tema, todo el mundo se estremezca y exulte el cielo, cuando sobre el altar, en las manos del sacerdote, está Cristo, el hijo de Dios vivo. ¡Oh altura admirable y estupenda dignación! ¡Oh humildad sublime! ¡Oh humilde sublimidad, que el Señor Dios del universo e Hijo de Dios se humille de ese modo, hasta esconderse en un pequeño trozo de pan, por nuestra salvación!

Mirad, hermanos, la humildad de Dios y derramad ante él vuestros corazones; humillaos también vosotros, para que él os ensalce. Nada vuestro, pues, retengáis para vosotros, para que os acoja totalmente quien se ofrece totalmente a vosotros.

Por eso amonesto y exhorto en el Señor que en los lugares donde viven los hermanos se celebre una sola misa diaria, según la forma de la santa Iglesia. Y si los sacerdotes del lugar son varios, por amor de caridad uno se contente con escuchar la celebración de otro sacerdote, porque el Señor Jesucristo llena a los que son dignos de él, ausentes o presentes. Él, aunque parezca estar en muchos lugares, permanece, no obstante, indiviso, sin merma alguna, y, siendo uno, obra en todas partes, como a él le agrada, con Dios Padre y con el Espíritu Santo Paráclito, por los siglos de los siglos. Amén.

Y, puesto que quien es de Dios escucha las palabras de Dios, todos nosotros los que estamos llamados de manera especial a los oficios divinos, no sólo debemos escuchar y hacer lo que Dios dice, sino también conservar los vasos y otros objetos litúrgicos que contienen sus santas palabras, para que entre en nosotros la alteza de nuestro Creador y nuestra sumisión a él. Por eso exhorto a todos mis hermanos, y los animo en Cristo, para que veneren, cuanto puedan, las palabras divinas escritas, dondequiera que las encuentren. Y, si no están bien guardadas o están indignamente colocadas en cualquier lugar, en lo que a ellos respecta, las recojan y las coloquen bien, honrando al Señor en las palabras que él pronunció. Pues muchas cosas se santifican mediante las palabras de Dios y en virtud de las palabras de Cristo se realiza el sacramento del altar.

Confieso además al Señor Dios, Padre e Hijo y Espíritu Santo, a la bienaventurada perpetua virgen María y a todos los santos, a fray Elías, ministro de nuestra Orden, como venerable señor mío, y a los sacerdotes de nuestra Orden y a todos los demás hermanos míos benditos todos mis pecados. En muchas cosas he ofendido por mi grave culpa, especialmente porque no observé la regla que prometí al Señor, ni el oficio como prescribe la regla, o por negligencia o por motivo e mi enfermedad o porque soy ignorante e idiota. Por todo ello digo como puedo al ministro general fray Elías, mi señor, que haga observar a todos la regla inviolablemente, y que los clérigos digan el oficio con devoción ante Dios, no mirando a la melodía de la voz, sino a la sintonía de la mente, de modo que la voz concuerde con la mente y la mente concuerde con Dios, para poder agradar a Dios por la pureza del corazón, mejor que halagar los oídos del pueblo con la suavidad de la voz. Yo prometo, pues, guardar firmemente estas cosas, según me lo conceda la gracia de Dios, y las transmitiré a los hermanos que están conmigo, para que las observen, en lo que respecta al oficio y a las otras normas establecidas.

Y a los hermanos que no quieran observar estas cosas no los considero católicos, ni hermanos míos; ni quiero verlos ni hablarles, mientras no hagan penitencia. Lo mismo digo de todos los demás, que vagan, abandonando la disciplina de la regla; porque nuestro Señor Jesucristo dio su vida, por no faltar a la obediencia del Padre.

Yo, fray Francisco, hombre inútil e indigna criatura del Señor Dios, en nombre del Señor Jesucristo, digo a fray Elías, ministro de toda nuestra Orden, y a todos los ministros generales que vendrán después de él, y a todos los custodios y guardianes de los hermanos que son y serán, que tengan consigo este escrito, lo pongan en práctica y lo conserven con interés. Y les ruego que guarden con solicitud y hagan observar diligentemente las cosas escritas en él, según el beneplácito de Dios todopoderoso, ahora y siempre, mientras dure este mundo. Benditos del Señor vosotros, los que hagáis estas cosas, y el Señor esté con vosotros eternamente. Amén.


Oración

Dios omnipotente, eterno, justo y misericordioso, concédenos a nosotros, miserables, por causa tuya, hacer lo que sabemos que tú quieres y querer lo que a ti te agrada, para que, purificados interiormente, interiormente iluminados y encendidos en el fuego del Espíritu Santo, podamos seguir las huellas de tu amado Hijo, nuestro Señor Jesucristo, y con la única ayuda de tu gracia llegar a ti, Altísimo, que vives y reinas en Trinidad perfecta y Unidad simple, y eres glorificado Dios todopoderoso por los siglos de los siglos. Amén.


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