Artículo de Fr. Giuseppe Magrino OfmConv.
Un francescano di classe: Franz Liszt. Rev.
San Francesco Patrono d'Italia, Assisi, dicembre
2001, 37-39.
Traducción de Fr. Tomás Gálvez
"El amor me ha salvado de mí mismo, el arte me ha
salvado del amor, la religión me ha salvado del arte,
porque todo pasa, excepto Dios". Esta afirmación tan
densa de fe nos viene de un gran pianista, el más grande
de la historia: Franz Liszt, nacido en 1811 en Raiding
(Hungría) y muerto en 1886 en Bayreuth. Liszt fue el
concertista más admirado, más discutido, mejor pagado de
Europa, con éxitos comparables a los que obtuvo en la
década anterior otro gran músico: el violinista Nicolás
Paganini.
Su vida está marcada por el éxito desde joven, con
conciertos por toda Europa, suscitando en todas partes
la mayor aprobación y estupor por su modo revolucionario
de tocar. A finales del 1847 abandonó su carrera
concertista y se estableció en Weimar, como director de
la Capilla de Corte; durante casi una década se dedicó a
la composición, a la dirección de orquesta y a la
enseñanza. En 1861 Liszt salió de Weimar para
establecerse en Roma, que se convirtió en su residencia
habitual hasta la muerte, y en 1865 recibió la tonsura y
las órdenes menores.
Como explicó el mismo Liszt a Hans von Bulow, otro
célebre pianista, en 1865, este gesto suyo no fue una
conversión propiamente dicha, sino la consecuencia
natural de su manera de vivir: "Sin la música
-dirá poco antes de morir- me habría entregado
totalmente a la Iglesia y habría sido simplemente un
fraile franciscano.. Las aspiraciones de mi juventud y
las de mi vejez se han encontrado". Se hizo
Terciario franciscano en 1857, estrechando sus lazos con
el Santo de Asís, de quien llevaba el nombre de Franz,
recibido de su padre Adam Liszt, terciario franciscano
también él.
El conocimiento de los frailes franciscanos por
parte de Liszt tuvo lugar a partir de 1823, después de
su primer gran éxito en la ciudad de Pest; su padre Adam
lo llevó al convento de los franciscanos para
encontrarse con un amigo suyo, Joseph Wagner, convertido
en Padre Johan Capistrano. Aquella primera visita a los
franciscanos quedó bien impresa en el ánimo del joven
Liszt, que volverá a ellos buscando descanso para su
alma, a veces exaltada, perdida, agitada; y para saludar
al Padre Johan, que mientras tanto lo habían hecho
guardián.
Las relaciones con el convento, sobre todo con el
Padre Johan, quedan bien resaltadas por el hecho de que
Liszt dedicó la misa a 4 voces y órgano, compuesta en
1848, a otro padre franciscano, el P. Joseph Albach.
Liszt regresó al convento de Pest en 1846, y de
nuevo en agosto de 1856; a su amiga y confidente la
princesa Carolyne Wittgenstein así le escribe: "Mis
viejas relaciones con este con este convento no han
disminuido con los años y los franciscanos me han
recibido como uno de ellos", aunque es consciente
que su ánimo era "mitad gitano (húngaro) y
mitad franciscano".
Su vocación religiosa se manifestó ya en la
adolescencia, mediante crisis místicas e impulsos hacia
la vida eclesiástica, de lo que fue disuadido por el
padre, el confesor y los amigos. Su atracción por la
vida religiosa se adormeció desde su encuentro con Gerge
Sand, con Marie d'Agoult y con otras tantas mujeres que
aparecieron en su vida, distrayéndolo de su sentir
profundo, que nunca le faltó. El 8 de septiembre de 1856
Liszt decidió y solicitó entrar en la Orden franciscana
de Pest como "confrater seraphicus", primer grado
de la jerarquía franciscana. Tal opción comportaba el
derecho a vestir el hábito franciscano y poder ser
sepultado con él.
Liszt coronará este deseo suyo el 11 de abril de
1858, cuando fue recibido solemnemente en la Orden
franciscana (seglar) en el convento de Pest.
La devoción por el Pobrecillo de Asís llevará a
Liszt a viajar a Umbria, para visitar la ciudad de San
Francisco el 5 de julio de 1868. La ciudad era ya meta
de eruditos, apasionados del arte, hombres de fe y no
creyentes. Entre los distintos personajes que visitaron
Asís se recuerdan ilustres escritores como Jean Jacques
Antoine Ampére y Antoine Claude "Valery", el alemán
Wolfgang von Goethe y el estadounidense James Henry.
Liszt empieza su visita en la Basílica de Santa María de
los Ángeles y la concluirá en la Basílica de San
Francisco, esto porque deseaba ardientemente ir
enseguida a rezar a la Porciúncula, "la adorable
capillita" de San Francisco.
Llegado a la Basílica de San Francisco, Liszt se
queda extasiado, admirando los frescos de Cimabue y las
cuatro velas sobre el altar mayor de la basílica
inferior. Lo acompañaron en su visita el inseparable
abad Solfanelli, el Padre Ruggeri y el profesor
Cristofani, historiador de la ciudad, que le explicó
"las cosas memorables y las maravillas de este monumento
de la catolicidad". De la meditación y el recogimiento
surgió en la mente del músico la inspiración para
componer el motete "Mihi autem adharere",
ofertorio de la Misa de San Francisco, que le dió el
Padre Alejandro Borroni, maestro de capilla de la
Basílica durante 40 años, desde 1856 hasta 1896, del que
se recuerda su composición más célebre, la antífona Tota
Pulchra que cada año se canta en las iglesias
franciscanas el día de la Inmaculada.
La mañana del 6 de julio el abad Solanelli celebró la
eucaristía en la tumba de San Francisco y por la tarde
salieron con destino a Fabriano.
En la paz de la ermita de Monte Mario Liszt se
dedicó a componer. La lectura de las Florecillas de San
Francisco, del Cántico de las Criaturas, del libro de F.
Ozanam sobre los Poetas franciscanos en Italia y de la
Vida de San Francisco de Giuseppe Miscimarra, le
inspiraron la composición de dos piezas para piano: El
Cántico de las Criaturas de San Francisco y la Leyenda
de San Francisco que predica a los pájaros.
Liszt permaneció en Asís menos de dos días, pero, no
obstante la brevedad de su visita, podemos subrayar dos
aspectos importantes de su sentirse franciscano.
Ante todo el sentirse en contacto íntimo con la
humanidad y con la naturaleza en general. Él escribe:
"Yo no vivo para mí mismo, sino que me hago parte de
todo lo que me rodea". Decía además que "la
música es una de las manifestaciones humanas, por lo que
es inseparable de la vida de la humanidad, y hay que
considerarla en estrecha relación y en intercambio
recíproco con ella".
Liszt no cantó sólo al ánimo humano, sino a la misma
naturaleza, interpretando musicalmente la naturaleza de
los paisajes, de los cuadros, de los poemas literarios,
de los estados psicológicos, por lo que habría que mirar
la universalidad de su música, más que el simple aspecto
virtuoso.
Después de una vida marcada por el éxito, por las
ganancias millonarias, Liszt murió franciscanamente
(dejando su túnica, algunas camisas y siete pañuelos),
no por haber disipado su fortuna, sino por haberla dado
a amigos, músicos y desconocidos... Dos breves episodios
ilustran su exquisita caridad. Un día, durante uno de
sus tantos conciertos, no teniendo dinero consigo, se
arrancó un botón de oro del chaleco, para dárselo a un
pedigüeño; otra vez, en cambio, vendió su reloj, con tal
de tener algo que dar a una viuda que le pedía la
caridad.
Los dos puntos fuertes de toda la ética lisztiana
son la Verdad y la Caridad, según la cita de la carta de
San Pablo a los Efesios (4, 15).
El abad Lamennais dijo de él, cuando Liszt era
joven: "Es una de las almas más bellas y nobles que
he encontrado en la tierra". Camille Mauclair, en su
ensayo de 1938: "El heroísmo de Liszt", escribió:
"Liszt quiso servir y no ser servido. Hoy sabemos que
fue un héroe y un santo. Fue el hombre todo caridad y
amor, que ignoró el odio y se olvidó de su yo, sofocó su
grandeza y murió piadoso y pobre. Sus obras maravillosas
pertenecen a la música, pero el ejemplo de Liszt
pertenece a toda la humanidad".
Fr. Giuseppe Magrino
Ofmconv.
Traducción de Fr. Tomás
Gálvez
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San Francisco y la música
"Ebrio de amor compasivo por Cristo, San
Francisco exteriorizaba así sus sentimientos: la dulce
melodía espiritual que bullía en su interior, la
expresaba frecuentemente en francés, y el soplo del
susurro divino que furtivamente percibía en su oído
estallaba en júbilo, manifestado en la misma lengua. A
veces tomaba un palo del suelo, lo apoyaba en el brazo
izquierdo y, con otro palo en la mano derecha, lo
rasgueaba, a modo de arco, como si de un violín u otro
instrumento se tratara; y cantaba en francés a Jesucristo
con gestos acompasados. Todo ese regocijo terminaba,
finalmente, en lágrimas, y el júbilo se deshacía en
compasión por la pasión de Cristo. Con eso exhalaba
continuos suspiros y, redoblando sus gemidos, se
olvidaba de lo que traía entre manos y se quedaba
absorto, mirando al cielo". (Espejo de Perfección,
93)
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