Fuente: María
Victoria Triviño
Clara de Asís ante el
espejo. Historia y espiritualidad, II Parte,
Introducción, Ediciones Paulinas, Madrid 1991, pp.
383-388
Querríamos decir con palabra llana, amable y
persuasiva cuanto de nuestra Clara, hermana y madre,
hemos alcanzado a conocer. Durante años, con sus
escritos y las olorosas palabras del Señor, hemos
intentado seguir sus huellas y adentrarnos en su
espiritualidad. Una espiritualidad que no es un adorno
del siglo XIII, sino una rica herencia vivida y
transmitida a través de siglos, y que en nuestro tiempo,
ya a las puertas del siglo XXI, tiene una indiscutible
actualidad.
"La forma de vida de la Orden de las hermanas
pobres, instituida por el bienaventurado Francisco, es
ésta: guardar el santo evangelio de nuestro Señor
Jesucristo, viviendo en obediencia, sin nada propio, y
en castidad" (RCll).
Clara, como Francisco, no escribieron una Regla
inspirada en el evangelio, sino los puntos claves para
orientar una opción existencial por el evangelio mismo.
"Guardar el evangelio", ésta es la formulación
franciscana carismática. La formulación jurídica se
refiere a los tres votos, y es común a casi todas las
formas de consagración religiosa.
Una llamada de evangelio, ¿se puede reducir a esquema de
propia espiritualidad? La reducción, la síntesis del
evangelio ya está hecha en el sermón de la montaña, las
bienaventuranzas. No podríamos mejorar la plana al
Señor.
¿Tomar entonces un manual de vida cristiana? Tampoco
nos transmitiría, seguramente, aquello que tiene de
peculiar, atractivo y vigoroso la opción
evangélico-franciscana. Pero ¿se puede decir que haya
algo de propio, siendo así que la guarda del evangelio
compromete a todo cristiano? ¿Acaso no existen otras
órdenes y congregaciones que también son pobres, que
también son contemplativas, que también se comprometen
seriamente en la caridad? ¿Qué es lo propio, lo que
caracteriza la vocación franciscano-clarisa y su
espiritualidad?
Radicaliza algo muy audaz, algo que se vuelve
interpelación constante en la Orden, dando lugar a ramas
y reformas: la dimensión profética de la palabra de
Dios, que compromete la existencia toda. No es una
espiritualidad que anima una forma establecida y
perfectamente estructurada, sino la interpelación del
evangelio que incide sobre los diversos tiempos y
lugares, provocando un nuevo nacimiento, una forma de
testimonio profético, transparente a través de la
flexibilidad en lo relativo. Es decir, que interpreta
"aquí y ahora" el evangelio en la historia. Como un
espejo, refleja la presencia salvadora. Y lo más
peculiar es recibir esta llamada como grupo,
"fraternidad" que espeja el amor de la Trinidad, lo
único importante que vale la pena anhelar y tener.
Comunidad cristiana que debe irradiar la luz profética,
como la ciudad edificada en 10 alto de un monte.
Las claves de referencia para la fidelidad al propio
carisma y renovar su incidencia en nuestra historia son
Clara y Francisco. Cuanto más se conocen y penetran sus
escritos y su historia, más pronto se llega a la
conclusión del sabio: Sólo sé que nada sé. Sólo sé que
Clara está por descubrir en nuestra época. Porque ella
debe ser descubierta en cada época. Las figuras
proféticas, como los faros del mar, tienen su proyección
sucesiva sobre cada lugar de la costa. No son modelos
estáticos, sino capaces de inspirar una respuesta de
evangelio sobre situaciones variadas.
Este espíritu profético vivido por Clara se ha
transmitido a sus hijas y hermanas, y a la Orden, y a la
Iglesia. La proximidad del octavo centenario de su
nacimiento (1993) inicia una etapa propicia, y cada vez
se mira más a Clara para descubrir qué hizo, quién es y
qué alcance tiene su irradiación franciscano-femenina.
En los estudios de los últimos años va apareciendo
Clara como en díptico con Francisco, confrontando
aspectos de su espiritualidad. Hay algunos estudios,
cada vez más profundos, sobre temas particulares.
Nuestra intención no es aquí volver sobre el estudio
detallado, sino un acercamiento global. No es analizar,
sino unificar para captar con mirada intuitiva a la
mujer evangélica, Clara de Asís, a través de su
historia, de los testimonios y de sus propios escritos.
Somos conscientes de la dificultad, o la audacia,
que significa escribir de espiritualidad sin reducirse a
los esquemas clásicos, o apoyarse en ellos. Algunos
maestros hablaron de vías, escalas, pasos, moradas,
montañas y grados... Pero Francisco de Asís decía que
"ni san Benito, ni san Agustín, ni san Bernardo".
Francisco es considerado en general como el hombre de la
piedad práctica. "Jamás quiso él -dice Sabatier-
ocuparse en cuestiones doctrinales. La fe no pertenece
para él al dominio intelec¬tual, sino al moral: la fe es
consagración del corazón". Kajetan Esser comenta esta
frase: "Esta tesis, tan capciosamente formulada, como
otras afirmaciones de Sabatier, ha tenido entre los
investigadores franciscanos una validez inalterable" (K.
ESSER, Temas espirituales, Oñate 1980,227, nota). El no
quiso más que el evangelio sin glosa. y el evangelio no
es una doctrina, sino una fe.
Al escribir las cosas del espíritu de nuestra
hermana Clara, ¡la cristiana!, no podemos sistematizar
sin destruir la belleza, la simplicidad intuitiva de sus
palabras. A lo más, señalar las raíces bíblicas, la
profundidad teológica, por donde se llega siempre al
mismo núcleo unificador de la persona toda. Si hacemos
partes se rompe. Si trazamos una línea nos faltarán
datos para articular el progreso. Necesariamente nos
encontramos con la misma sensación de quien se adentra
en el evangelio espiritual, donde la misma cosa se dice
de diversa manera una y otra vez. Es como dar vueltas
siempre alrededor de un centro. El progreso no está en
el discurso, sino en la profundidad de la intuición. O
se entiende todo o no se entiende nada.
Orar es mirar amorosamente el espejo de la
eternidad. Vivir es reflejar lo que se ve. El itinerario
espiritual es contemplación transformante del mismo
espejo. Espejo es el Hijo de Dios en la Palabra, el
cuerpo del Señor en la eucaristía, el icono, la Iglesia.
Espejo es Francisco y las hermanas. Toda la fraternidad
es espejo-icono en cuerpo y alma, para los de cerca y
los de lejos. ¿Cómo hacer partes de un todo
simplicísimo?
"El Hijo de Dios se nos ha hecho camino y nuestro
bienaventurado padre Francisco nos lo ha mostrado". Su
espiritualidad es una fe que mueve la vida desde un
centro único, ardientemente amado, elegido: Jesucristo,
imagen del Padre y revelado por el Espíritu. Creer,
mirar con amor, ver, transformarse en él... Ese es el
divino todo de esta espiritualidad que mueve toda la
riqueza femenina, la evolución de la mujer "hermana,
esposa y madre". Y que determina un estilo contemplativo
y una forma de vida que incide valiente y llena de luz
sobre el pecado del mundo. Sencillamente, sin juzgar a
los que visten de colores (2 R 17), anuncia la
bienaventuranza de la pobreza, de la pureza, de la
mansedumbre, del evangelio.
Distribuimos el trabajo en dos grandes temas: el
espejo y el itinerario místico. Quisiéramos que,
ayudados por las frecuentes pinceladas con que
vinculamos los terItas, el lector los capte en su
unidad. En realidad, no hay sino un proceso amoroso de
fe que unifica el ser, adherido a la evolución
religioso-femenina de una mujer, Clara de Asís. Ella es
la cristiana que hace una trayectoria mística profética.
Ella es la forma minorum, "el alto candelabro de
santidad que fulgura vivísimamente en la casa del Señor,
a cuya esplendorosa luz se han apresurado y se apresuran
a venir muchas almas a encender sus lámparas en su
llama" (BCCl 9).
Por su gran importancia y porque no se ha trabajado
todavía, tomaremos desde lejos el tema. del espejo. Es
esencial para entender a Clara.
Estamos viviendo un momento de la teología en que,
cada vez con más frecuencia, se levantan voces
autorizadas invitando a volver a los padres de la
Iglesia. Y es que urge hallar el lenguaje más dinámico
posible para comunicar la esencia del cristianismo de
manera inteligible al hombre de hoy. Así escribe uno de
los teólogos y testigos: "Es cierto que en el mundo
grecolatino encontramos una línea esencialista clara;
una metafísica a partir de la naturaleza, fixista y
jerarquizante. Pero encontramos también otra corriente
más dinámica, recogida ciertamente por los pa¬dres
griegos y latinos. Esta corriente no ha sido puesta de
relieve en relación con su importancia, ni tampoco ha
sido proseguida suficientemente, a pesar de su dimensión
religiosa rica y profunda. En efecto, esta línea,
impulsada directamente por el evangelio y sembrada ya en
el helenismo filosófico y religioso, es la línea
metafísico-religiosa de la presencia de Dios en el
símbolo; de la presencia de la totalidad en el
fragmento; de la trascendencia implicada en lo empírico.
Es una línea arraigada, seguramente, en el paso joaneo
del 'ver' al 'creer'; paso, ciertamente, de lo sensible
a lo invisible y trascendente.
Esta línea profundiza en el hecho de que un ser -un
ser vivo en mayor grado y, sobre todo, un ser consciente
está pidiendo un marco de realidad trascendente como
condición de posibilidad de su existencia. Se trata,
pues, de la corriente metafísico-religiosa que sabe leer
'la revelación en la imagen', como dijo con frase genial
Hilario de Poitiers. Todo está ordenado según perfección
y poder: hay una sola potestad, de la cual proviene
todo; un solo Hijo, por medio del cual se ha hecho todo;
y un solo don de la esperanza perfecta. Y no se
encontrará que falte nada a tan gran perfección, dentro
de la cual hay, en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu
Santo, la infinidad de lo eterno, la revelación en la
imagen, y la fruición en el don" (ROVIRA BELLOSO, La
humanidad..., 51-52).
Adentrándose en la espiritualidad de santa Clara de
Asís, se acaba en la fuente limpísima de los padres.
Porque ella bebió la teología mística de esa fuente.
¿Acaso podríamos aprender a contemplar su espejo de
eternidad prescindiendo de los padres? ¿Qué sentido
tienen sus palabras para nosotros si ignoramos la
revelación en la imagen?
Los escritos de Clara tienen mucho que decir en esta
hora. Tienen la luz del espejo que reflejan. Ya lo
advirtió ella misma en el lecho de muerte, cuando las
hermanas se esforzaban por retener en la memoria las
palabras que pronunciaba hablando altísimamente de la
Trinidad: "Recordaréis lo que ahora os digo en la medida
en que os lo conceda aquel que me lo hace decir" (PCl
III, 21). Aunque las palabras estén ahí, su sentido
permanece callado hasta que llega la "iluminación".
Luego, ¿quién agotará su perfume y sabor?
Las palabras de Clara no se agotan. -No las agotará
nadie, porque se incluyen en la teología de la imagen y
en la eclesiología de comunión y en la mística
cristiana. Ella sugiere, guía, lanza hacia la
experiencia de Dios. ¡Sólo quien ve y toca puede dar
testimonio!
Su icono-espejo es el crucifijo de San Damián, su
oración y su vida, un proceso de enamoramiento bajo la
acción transformante del Señor que es Espíritu.
Clara y Francisco de Asís no se pueden separar: El
mismo Señor les llamó a edificar la Iglesia.
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