El cardenal Hugolino estuvo en San Damián el Jueves
santo de 1218, en ocasión de su primera visita a la
Porciúncula (toda la primavera de ese año la pasó en
Úmbria-Toscana, como legado pontificio). El futuro papa
Gregorio IX dejó un recuerdo de su encuentro con Clara y
las "damas pobres" en una carta, escrita, seguramente,
en los últimos meses del año siguiente, cuando la curia
romana se encontraba en Rieti y se pensaba que el papa
Honorio III se trasladaría de nuevo a Perusa pasando por
Asís. Fruto del primer encuentro del cardenal con
Francisco y Clara fue, sin duda, su compromiso de
hacerse también cargo de la Orden de las damianitas como
Protector. A continuación transcribimos el emotivo texto
de la carta (Fuente: "Escritos y Biografías de Santa
Clara", Biblioteca de Autores Cristianos - BAC).
A la queridísima hermana en Cristo y madre de su
salvación, a la señora Clara, servidora de Cristo.
Hugolino, obispo de Ostia, indigno pecador, se
recomienda a sí mismo con todo cuanto es y puede ser.
Desde que la gran cantidad de asuntos me obligó
-queridísimas en Cristo- a alejarme de vuestro
monasterio, y me privó de los consuelos que me
proporcionaban vuestras santas palabras y devotas
charlas, se apoderó de mí tal amargura de corazón, tal
abundancia de lágrimas y un dolor tan insoportable, que,
si no encuentro a los pies de Jesús el consuelo de la
acostumbrada piedad, temo que caería para siempre en
aquella angustia e la que mi espíritu desfallecería y mi
alma se disolvería totalmente. Y con razón, pues me
falta aquella gloriosa alegría que sentí al hablar con
vosotras del cuerpo de Cristo mientras celebraba la
Pascua contigo y con las demás siervas de Cristo. Y así
como fue inmensa la tristeza después que el Señor le fue
arrebatado a los discípulos y clavado en la cruz, así
quedé yo , desolado por vuestra ausencia. Y aunque ya
antes me sabía y reconocía pecador, ahora lo he visto
con más claridad, al comprobar la excelencia de tus
méritos y la rigidez de vuestro Instituto, ya que me veo
abrumado por el peso de tantos pecados y he ofendido tan
gravemente al Dominador de toda la tierra, que no soy
digno de ser agregado al trato con sus elegidos ni
separado de las ocupaciones terrenas si tus lágrimas y
oraciones no me consiguen el perdón de mis pecados. Te
encomiendo, pues, mi alma y mi espíritu, como Jesús
encomendó el suyo al Padre en la cruz, para que el día
del juicio respondas por mí si has sido solícita y
atenta a mi salvación; pues tengo por cierto que
conseguirás del Juez supremo todo lo que pidas con la
insistencia de tanta devoción y tanta abundancia de
lágrimas.
El señor Papa no va ahora a Asís, pero aprovecharé
la primera ocasión para verte a ti y a tus hermanas en
Cristo. Amén.
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