Carta de los Ministros Generales

en el 750 aniversario de la muerte de santa Clara

   
   

 

A todas las Señoras Pobres, hijas y hermanas de nuestra Madre Santa Clara,
primera y principal abadesa de vuestra Orden;
a todos los Hermanos Menores de todas las ramas y observancias en el mundo entero;
a todos nuestros hermanos y hermanas de la Tercera Orden Regular
y de la Orden Franciscana Seglar,
de parte de sus hermanos, los Ministros generales de la Orden Franciscana:
¡El Padre de la misericordia os conceda todo bien y todo don perfecto
con la alegría en el Espíritu Santo y la paz de nuestro Señor Jesucristo,
pobre, crucificado y gloriosamente resucitado!


"Escuchad, pobrecillas, por el Señor llamadas,

que de muchas partes y provincias habéis sido congregadas"

El próximo año de la salvación, el año 2003, es un año de gran significado y gracia para todos nosotros, que nos impulsa a compartir la alegría con la que, hace setecientos cincuenta años, una procesión de vírgenes del cielo salió al encuentro de la hermana Clara en el momento de su muerte. A la vez, nos recuerda el día en que el señor papa Inocencio IV aprobó la forma de vida de la hermana Clara para la Orden de las Hermanas Pobres, instituida por el bienaventurado Francisco. En esta forma de vida Clara se comprometió personalmente y os comprometió a vosotras, Señoras Pobres y queridas hermanas nuestras, a guardar el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo viviendo en obediencia, sin nada propio y en castidad . Conocemos el modo glorioso como ella cumplió esta promesa a lo largo de toda su vida y sabemos cuán profundamente se conmovió cuando, tras muchos años de lucha, el representante de Jesucristo aprobó su forma de vida. Dos días después, Clara, espejo de la estrella matutina , desapareció de nuestra vista. Maravillosamente preparada por la Virgen de las vírgenes, fue introducida en la bodega del Rey de la gloria.

No obstante hayan pasado 750 años, estos dos acontecimientos siguen teniendo eco entre nosotros. Proclamémoslos con alegría a la Iglesia, llenos de gratitud a Dios. Encontremos nuevos modos de hablar de la tierna bondad de la hermana Clara a los hombres de nuestros inquietos tiempos. Trabajemos juntos, hermanos y hermanas, en honrar y en llevar a la práctica su carisma en la Iglesia como don a todo el Pueblo de Dios. Y animémonos mutuamente en nuestra peregrinación de pobreza, de manera que podamos convertirnos también nosotros en espejos del Emmanuel, de Dios-con-nosotros, como lo fue ella para sus contemporáneos.


Algunas reflexiones…

La muerte de un santo revela muchas veces las principales características de su espiritualidad y de su vida. Así sucedió en el caso de Clara. En las narraciones de su muerte podemos leer en filigrana los grandes temas de su vida y de su ideal: consagración a las hermanas y a los hermanos, compromiso total en seguir las huellas de Cristo pobre.

En torno al lecho de muerte de Clara estaban sus hermanas y sus hermanos en el Señor, amistades que empezaron mucho tiempo atrás, en los primeros días de aquella lejana primavera en la que el proyecto era nuevo y ella y Francisco eran jóvenes y fuertes. En torno a su lecho estaban Reinaldo, el gentilhombre, y Junípero, «notable saetero del Señor», que la llenaba de alegría con las llameantes chispas de su ferviente corazón; el hermano Ángel, que, como hacía con frecuencia, consolaba a los demás; y León, lleno de dolor como los otros al ver que iban a perderla. ¡Prueba palpable de fiel amistad a lo largo de más de cuarenta años! ¡Cuánto debieron de ayudarse mutuamente durante aquellos difíciles tiempos! La presencia de los hermanos en torno al lecho de muerte de Clara nos recuerda todo cuanto ésta compartió con Francisco. Nos recuerda también que somos herederos de la coparticipación, el mutuo carisma y la vocación complementaria de ambos. Aquí, al final de su vida, observamos cómo la hermana Clara sigue fiel al vínculo que une a las Señoras Pobres y a los Hermanos Menores. ¡Qué alegría debió de causarle el ver que éstos la acompañaban hasta las mismas puertas del paraíso!

Clara agonizante tomó en sus manos dos preciosos documentos. Uno era el privilegio de la pobreza, concedido por Gregorio IX. Sor Felipa afirma que Clara, al final de su vida, después de haber llamado en torno a su lecho a todas las hermanas, les recomendó encarecidamente el privilegio de la pobreza ; la Leyenda dice que les recomendó la pobreza del Señor . El segundo documento que tomó en sus manos constituía el cumplimiento de su gran deseo de tener bulada la forma de vida de la Orden y de poder besar un día la bula ; en el lecho de muerte pudo tener en sus manos las letras buladas y pudo besarlas con sus labios.

Estos hechos nos ofrecen materia abundante para reflexionar sobre la interacción del carisma y de la institución en nuestra vida, pues ambos documentos procuraban expresar, con el lenguaje legal de la Iglesia, la intensa devoción de Francisco y de Clara a aquel Dios que

«fue pobre recostado en el pesebre,
pobre vivió en el mundo
y desnudo permaneció en el patíbulo»
.

Aquí podemos entrever el misticismo de la vulnerabilidad, que Santa Clara aprendió del mismo Hijo de Dios, quien

«se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo…
se rebajó
hasta someterse incluso a la muerte
(y una muerte de cruz)»
.

Esta pobreza de corazón brilla en nuestro mundo materialista como un signo de contradicción. Esta vulnerabilidad constituye realmente, en nuestro tiempo polémico y auto protector, la locura de la Cruz. Eran la pobreza y la vulnerabilidad de Cristo, y Clara las hizo suyas por amor a Jesús. Revestida con ellas, resplandece ante nosotros con una belleza extraordinaria y radiante.

El gran icono de la hermana Clara, pintado en 1283 a petición de sus hermanas, la representa como la gran amante de Dios. En este cuadro aparece ante nosotros vestida con un hábito pobre por amor al santo y amado Niño y a su santísima Madre. Su rostro es el rostro de alguien que ha visto al Rey de la gloria . Así como Francisco fue alter Christus, otro Cristo, Clara fue el cumplimiento de la promesa de Francisco de que «sobre quienes practiquen estas cosas y perseveren en ellas se posará el Espíritu del Señor y hará en ellos habitación y morada; y son hijos del Padre celestial, cuyas obras realizan; y son esposos, hermanos y madres de nuestro Señor Jesucristo».

En dicho icono rodean la imagen de Clara ocho escenas de su vida. Cuatro relatan su vocación religiosa y las otras cuatro su forma de vida franciscana. Una reproduce a su hermana Inés y otra el milagro del medio pan (el otro medio ya había sido dado a los hermanos ), que sor Cecilia corta en tantos pedazos como hermanas, para que todas puedan saciarse : fue una comida verdaderamente eucarística, en la que los pobres de Yahvé fueron alimentados y saciados en la mesa del Señor. Las dos últimas escenas describen la muerte y el funeral de nuestra Madre. En la primera vemos a la Virgen María, acompañada de su séquito, que viene para revestir a su hija con un espléndido vestido, como corresponde a la Esposa que se prepara para la boda nupcial con el Cordero. La otra escena representa la Eucaristía exequial, celebrada por el papa Inocencio IV, que, como sabéis, deseaba canonizar a Clara sin ninguna dilación; por suerte para nosotros, el cardenal Reinaldo lo frenó y así tenemos el precioso texto del Proceso de canonización, con su riqueza de reflexiones y de hechos expuestos por personas que habían vivido con ella. En este icono podemos admirar a la Pobrecilla, el rostro femenino del franciscanismo, lleno de respeto, inteligencia y ternura . En él vemos la descripción medieval de los dones de Dios, que están ahora en nuestras manos y que, aunque somos conscientes de nuestra limitación, debemos administrar, desarrollar y entregar a la próxima generación de Hermanas Pobres.


Una llamada a las Señoras Pobres, nuestras hermanas

¿Cómo podemos celebrar dignamente estos acontecimientos, insignificantes para el mundo y casi desconocidos para los medios de comunicación, pero importantes para el Reino de Dios?

Deseando ofrecer indicaciones para los próximos meses, sugerimos que el 750 aniversario empiece el Domingo de Ramos del 2003 -aniversario de aquel otro Domingo de Ramos en el que la hermana Clara huyó de la casa paterna y prometió obediencia a Francisco en Santa María de los Ángeles- y que se clausure con una gran celebración el día 11 de agosto de 2004, fiesta de nuestra gloriosa Madre Clara. Como hermanos vuestros, os prometemos nuestra ayuda en todo cuanto podamos. Uno de los mayores dones que hemos recibido los hermanos en los últimos años ha sido el de un creciente conocimiento y estima de la hermana Clara; deseamos vivamente que este don sea cultivado y enriquecido continuamente entre nosotros.


Dos sugerencias ...

Por último, ¿podemos hacer dos sugerencias? Las Florecillas relatan cómo la hermana Clara deseaba ardientemente tener una comida con el bienaventurado Francisco y cómo éste, reacio al principio, aceptó ante la insistencia de sus hermanos . ¿Podemos ver nosotros, hermanos y hermanas de hoy, la posibilidad de repetir aquella maravillosa comida en las zonas donde vivimos? Así como los primeros hermanos estimularon a ello a Francisco, así también os rogamos que sopeséis esta idea. Pensamos en una comida festiva, en una comida que sea un banquete para el cuerpo y para el alma, una verdadera fiesta de Dios. Reunámonos impulsados por el Espíritu del Señor y que el Espíritu haga resplandecer su gloria en torno a nuestras casas, de manera que quienes nos vean se asombre al contemplar en medio de ellos el fuego de Dios.

La segunda sugerencia es que cada uno de nosotros se esfuerce por encontrar el modo adecuado para impulsar, en su propio ambiente, a toda la Familia Franciscana a honrar a Clara. Las fragantes palabras de la Regla y de las cartas de nuestra Madre son fuente de sabiduría para todos nosotros; sin embargo, y aunque necesitemos de su dimensión de nuestro carisma, no son tan conocidas como debieran. Aprovechemos la ocasión que nos brinda este aniversario para que ningún franciscano pueda decir: «Yo conozco poco a Santa Clara».


Conclusión y bendición

¿Qué podemos añadir? Somos plenamente conscientes de que nuestro Padre Francisco prometió tener por vosotras la misma amable atención y especial solicitud que tenía por sus hermanos. Sentimos esto como un deber sagrado que él nos ha encomendado. Con esta convicción, y confiando en la inmensa bondad de Dios, os impartimos nuestra bendición con las mismas palabras de Santa Clara:

«Os bendecimos en cuanto podemos y más de lo que podemos. Sed siempre amantes de Dios y de vuestras almas y de todas vuestras hermanas, para que observéis siempre y solícitamente lo que al Señor prometisteis. El Señor esté siempre con vosotras y ojalá vosotras estéis siempre con Él. Amén».


Roma, 4 octubre 2002.

Fr. Giacomo Bini - Ministro General OFM
Fr. Joachim Giermek - Ministro General OFMConv.
Fr. John Corriveau - Ministro General OFMCap.
Fr. Ilija Živković - Ministro General TOR


(Carta inaugural del 750 aniversario)

 

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