Al español fray Juan de Zumárraga los documentos de
la época lo presentan como "humanista, apóstol, hombre
de gobierno y hombre de Dios". Nacido en Durango
(Vizcaya) en 1475-1476, de familia noble y católica
practicante, su vocación le vino del trato con los
franciscanos de su tierra. Ingresó en la Provincia de la
Concepción, probablemente en el convento del Abrojo
(Valladolid), fundado por el reformador San Pedro
Regalado, Allí obtuvo una buena formación franciscana y
teológica, se ordenó sacerdote y ejerció como guardián,
antes de ser nombrado definidor y provincial.
En 1527, iendo aún guardián del Abrojo, tuvo ocasión
de celebrar todos los ritos de Semana Santa en presencia
del emperador Carlos V, de quien recibió algunos
encargos, el cual, sorprendido por su serenidad y
devoción, ordenó que le dieran una abundante limosna,
que fray Juan repartió enseguida a los pobres. "Por este
mérito y por muchos otros" el emperador lo lo envió
primero al país vasco como inquisidor para unos procesos
de brujería, y en diciembre de 1527 lo presentó para
primer obispo de la capital de México, con el título de
"protector de los indios". Vencida su resistencia, se
presentó en la nueva sede, aún no erigida canónicamente,
a finales del año siguiente, al mismo tiempo que llegaba
a México la primera Audiencia, marcada por el desorden,
la tiranía y abusos de todo género, robos y crímenes.
Como buen franciscano, mediante la oración, la
consulta del Evangelio y el estudio de la nueva
realidad, pensó que su primer deber pastoral debía ser
ofrecer a la nueva Iglesia mexicana una organización
robusta, tratando de acercar a dos razas y culturas
distintas, protegiendo y convirtiendo a unos y poniendo
freno a la otra, evitando la rivalidad entre órdenes
religiosas y formando un clero secular. Cuenta su primer
biógrafo que "Sobrepasando los límites del ámbito
estrictamente eclesiástico, con mirada penetrante, entró
en el campo social y económico". Fundó algunos pequeños
hospitales para los indígenas que morían por falta de
asistencia (Hospital del Amor de Dios), pensó en
organizar la agricultura y ganadería, casi inexistente,
para alimentar a los indígenas de los poblados, creó
centros de instrucción para hombres y mujeres, abrió
colegios y centros educativos (Colegio San Juan de
Letrán, Santa Cruz de Tlatelolco), encargó a Andrés de
los Olmos que emprendiera una investigación acerca de
las antigüedades mexicanas y asentó las bases para la
futura Universidad de México. Claramente influido por
los humanistas de Erasmo de Rotterdam, hizo traer de
Europa la primera imprenta de América y escribió publicó
varios libros que tuvieron gran importancia en el
proceso de evangelización ("La breve y más compendiosa
doctrina", Manual de adultos", etc.). Todo ello,
naturalmente, con la ayuda de muchos franciscanos
misioneros que vivían con él, algunos con grandes
capacidades morales, intelectuales y formación
universitaria.
La historia nos habla del tierno amor de fray Juan
de Zumárraga por los indios convertidos, "un amor como
el de un padre por sus hijos". Trabajaba, sufría por
ellos y no se cansaba de servirlos. A quienes le
recomendaban que no se acercara a los indios
desarrapados y malolientes "porque su excelencia no es
joven y está enfermo y puede hacerle daño tratar con
ellos", el obispo fray Juan, con una serenidad
típicamente franciscana, respondía: "Son ustedes quiénes
emanan mal olor y vuestro perfume me provoca rechazo y
náusea. Ustedes buscan tanto la vanidad y viven en la
molicie como si no fuesen cristianos. Para mí estos
indios huelen a cielo y me consuelan y me sanan. Me
enseñan a soportar las asperezas de la vida y la
penitencia que tengo que hacer, si quiero salvarme".
Lo que no pudo evitar Zumárraga fue el conflicto con
el poder civil, en virtud de su afán por proteger a los
indios de los abusos a los que eran sometidos. Mucho
tuvo que batallar el obispo, desde los comienzos, con el
presidente de la primera Audiencia Nuño Beltrán de
Guzmán y sus secuaces. Bajo el título de "protector de
los indios", se opuso a varias de sus disposiciones y
logró anular el tributo que estaban obligados los
indígenas a pagar al rey y a los encomenderos, a veces
exagerados e inhumanos. También consiguió, recurriendo
al emperador, que les rebajaran las excesivas horas de
trabajo impuestas por los amor europeos, aunque para
ello tuviera que agudizar el ingenio, mandando en 1529
una dura requisitoria escrita en un trozo de cera dentro
de un cántaro, mediante un vizcaíno amigo suyo. Entre
otras cosas, decía: "Los jueces del tribunal supremo,
con malsana avaricia, cometen toda suerte de abusos. Se
reparten entre ellos a miles de indios, encadenan
esclavos, venden la justicia, toman a nobles indígenas
como rehenes para pedir luego un rescate y todo para
acumular cada vez más riquezas. Cometen tales venganzas
que ponen en sublevación a todo el país".
La noticia del regreso a México de Hernán Cortés,
del que los oidores eran enemigos acérrimos, alejó a
Guzmán de la capital, pero los demás continuaron con sus
abusos, oponiendo a las denuncias de Zumárraga falsas
acusaciones, maldades y calumnias, que él supo soportar
con fe y entereza de ánimo, inspirándose en el gran
Maestro crucificado y resucitado. La tensión llegó a tal
extremo, que el obispo franciscano acabó, inútilmente,
por poner en entredicho la diócesis y excomulgar a los
oidores.
Las cosas no cambiaron hasta el 1531, con la llegada
de la nueva Audiencia, presidida por Sebastián Ramírez
de Fuenleal y marcada, al contrario que la anterior, por
la virtud y rectitud. Fue precisamente ese año cuando en
la tilma del indio Juan Diego quedó impresa la imagen de
la Virgen de Guadalupe, en cuyas pupilas
fotográficamente ampliadas algunos creen ver reflejado,
entre otros personajes, al mismísimo obispo Juan de
Zumárraga, testigo del prodigio.
En 1532 entraron en vigor las medidas favorables a
los indios y las relativas a su conversión. Zumárraga,
sin embargo, aún tuvo que sufrir una dura represión del
Gobierno de España por sus fuertes controversias con la
primera Audiencia, hasta el punto que tuvo que regresar
a España, para responder a las acusaciones del ex-oidor
Delgadillo.
Erigida canónicamente la diócesis mejicana en 1530.
Zumárraga fue consagrado obispo en Valladolid en 1533,
después de lo cual publicó una exhortación solicitando
misioneros para Méjico y pidió al Consejo, sin éxito
alguno, el envío de religiosos, pero con menos
privilegios. Lo que sí consiguió fue llevar al nuevo
continente tres barcos cargados de familias de artesanos
y maestras para las niñas indias. Al regreso llevaba
consigo, además, la confirmación de la cédula de 1530
que prohibía terminantemente la esclavitud de los indios
y medidas para la moderación de sus tributos. El cargo
de protector de los indios, más honorífico que real, en
1534 pasó del obispo a la segunda Audiencia.
Pacificados los ánimos, Zumárraga se consagró por
entero a su labor pastoral, paralela a la gubernamental
presidida por el virrey Antonio de Mendoza (1535-1560).
El papa Pablo III reconoció la validez de los bautismos
colectivos realizadas por los frailes, pero ordenaba
que, en adelante, se observasen todos los ritos
litúrgicos. El pontífice reguló también la cuestión de
los matrimonios indios, suprimiendo la poligamia a favor
de la primera mujer. Problema que no pudo resolver el
primer obispo de la capital mejicana fue la falta de
clero secular, que le obligaba a apoyarse en las órdenes
religiosas, muy eficaces apostólicamente, pero
excesivamente autónomas, en virtud de los enormes
privilegios recibidos del papa Adriano VI con su bula
"Omnímoda" del 1521, confirmada por Pablo III en 1535.
Por ella se le traspasaba a los religiosos, casi
íntegra, la autoridad apostólica para evangelizar.
El obispo regresaba a Méjico con un nuevo cargo, el
de inquisidor plenipotenciario, aunque no llegó a
organizar el tribunal ni a hacer uso de tal
jurisdicción. Única excepción - y es la página más
controvertida en la brillante biografía de Zumárraga -
fue el proceso a don Carlos Ometochzin, hijo del señor
de Texcoco Nazahualpilli, acusado de apóstata e
instigador de la idolatría y de los sacrificios humanos,
que culminó con su ejecución en la hoguera el 30 de
noviembre de 1539, en la plaza mayor de la ciudad.
Reprendido por el emperador y por el inquisidor general,
que le advirtió que no era ese el modo de proceder con
los recién convertidos a la fe, Zumárraga y su
colaborador fray Andrés de Olmos llegaron a pensar que
había llegado el momento de abandonar la Nueva España y
embarcarse rumbo a China, donde pensaban encontrar a un
pueblo mejor dispuesto a la evangelización.
En 1544 llegaba el visitador e inquisidor Francisco
Tello de Sandoval, para poner en práctica las Nuevas
Leyes de 1542, que suprimían las encomiendas
hereditarias y las de corporaciones, funcionarios etc.
Pero el malestar creado entre los españoles obligó a dar
un paso atrás en ese sentido. Pero en 1546 Sandoval
convocó una junta de prelados, jefes de órdenes y
varones piadosos, entre los que se encontraban Zumárraga
y el entonces obispo de Chiapas fr. Bartolomé de las
Casas, que impuso su parecer de reconocer a los reyes y
señores indígenas el pleno derecho a su soberanía,
aunque fueran paganos, la injusticia de toda guerra
contra los indios, la evangelización como única
justificación de la actuación de los reyes españoles en
América, sin derecho de conquista, etc. Las conclusiones
sirvieron de poco, pues equivalían a condenar la
conquista, anular la colonización y reconocer el ideal
de reinos indígenas independientes dirigidos por
misioneros. Lo único eficaz fue el encargo hecho a
Zumárraga de redactar un catecismo para los indios.
La diócesis de México fue elevada a sede
metropolitana el 8 de julio de 1546 y su primer
arzobispo fue Zumárraga, que murió el 3 de junio de
1548.
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