Fuente: Ludomir Jan Bernatek, "Zeno della povera
gente",
Ed. EMI, Bolonia, 1986
Traducción: Fr. Tomás Gálvez
Miles de quilómetros, diferencias
profundas de lengua y de religión, cultura e historia diferentes separan a
Tokio, la "metrópolis japonesa", de la pequeña campiña de Surowe en
Polonia. Las une, en cambio, la persona de fray Zenón Zebrowski, cuyo
nombre era muy conocido en el país de los cerezos en flor. Se había ganado
un gran respeto. Precisamente él, un polaco, con su trabajo y su amor por
los pobres, construyó un puente de comprensión y de estima entre los dos
pueblos.
Era un hombre extraño, técnico,
inteligente, sabía hacer bien sólo pocas cosas. No terminó ninguna
escuela, y sin embargo despertaba la admiración de los científicos y de la
gente culta. En el convento era solamente un fraile, un pequeño fraile
franciscano, pero lo conocían los papas, cardenales y obispos. A pesar de
vivir en Japón como un simple extranjero, había hablado con las más altas
autoridades del país.
Durante la guerra, cuando encerraban a
los extranjeros en campos de concentración, él caminaba libre por las
calles de Nagasaki, con hábito religioso, mientras que incluso el clero local
llevaba ropa civil. El escaso conocimiento de la lengua japonesa no era un
obstáculo para él, pues se hacía entender lo mismo en las oficinas que en
las fábricas. Cuando los mismos japoneses, humillados por la guerra,
cayeron en el desánimo, él socorría a los huérfanos del país, levantaba
casas para los sin techo y organizaba las ayudas materiales para los
pobres. Le entregaban grandes sumas de dinero para beneficencia, pero él
seguía siendo siempre pobre. Para los necesitados emprendía largos viajes,
a veces con una salud precaria. A la sola señal de cualquier desgracia, se
levantaba incluso de la cama del hospital, con tal de prestar ayuda. Le habían predicho muchas veces que
moriría pronto, en cambio, vivió hasta los 84 años.
En la escuela franciscana aprendió el
trabajo, el sufrimiento y el amor al prójimo, bajo la guía del P.
Maximiliano María Kolbe, con quien colaboró durante once años en Grodno,
Niepokalánow y Japón. Fray Zenón trataba de imitar fiel e íntegramente a
su maestro, sacrificándose a la Madre de Dios Inmaculada y colaborando en
la impresión del "Apostolado Mariano". Impulsivo e independiente por
naturaleza, sabía someterse a las órdenes y consejos del santo. Fray Zenón
se distinguía en el círculo de los discípulos del P. Kolbe por su realismo
y su capacidad de encontrar un remedio o una solución a las situaciones
más difíciles.
Como era muy comunicativo con la gente,
era especialmente apto para mendigar. Como apóstol de la palabra impresa
divulgaba la revista y libros católicos. Su gran misericordia y el trabajo
realizado en favor de los pobres después de la guerra presentaban los
signos carismáticos derivados de la divulgación del Evangelio y de la
enseñanza mariana del P. Kolbe. Su trabajo llegaba a donde no llegaba ni
él periódico ni la palabra del predicador: clientes de los garitos,
ladrones, vagabundos, borrachos y, en general, entre los que vivían
marginados de la sociedad. En esto se parecía a san Francisco de Asís.
La imagen que tienen los japoneses de
fray Zenón por sus acciones en favor de los pobres es semejante a la que
tienen los indios de la Madre Teresa de Calcuta. Para fray Zenón, ayudar a
los pobres era una orden recibida de Cristo. Su completa dedicación al
prójimo, apoyada por el amor de Dios, le daba un significado especial a su
trabajo y a sus sufrimientos.
Pasó los últimos años de su vida enfermo.
Era un tormento para él no poder moverse, él, que estaba siempre en
movimiento. Los japoneses lo llenaron de reconocimientos y honores,
levantándole monumentos cuando aún vivía. Él trabajaba, solía decir, por
la Inmaculada.
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