El Padre Pateras

Isidoro Macías, franciscano de Cruz Blanca

   
   

 

Artículo de Juan Manuel de Prada,
ABC, 1 de noviembre de 2004

En la presentación del libro «Luna negra», de María Vallejo-Nágera (Belacqua), tengo la suerte de conocer al hombre que lo inspiró, Isidoro Macías, más conocido como Padre Pateras, un fraile franciscano que regenta en Algeciras una casa de acogida en la que hospeda a las inmigrantes que arriban a las playas embarazadas o con un niño recién nacido en brazos. El hermano Isidoro es un hombre menudo, de ojillos vivaces y sonrisa bonancible; conversando con él, uno se siente enseguida contagiado de su sabiduría honda, que no nace de los libros, sino del contacto diario con el sufrimiento. Su sencillo hábito le otorga un aspecto desvalido; pero hay una cruz pendiendo sobre su pecho, una cruz desnuda -«los brazos en abrazo hacia la tierra, / el astil disparándose a los cielos / que no haya un solo adorno que distraiga este gesto, / este equilibrio humano de los dos mandamientos», como escribió León Felipe- que le inspira su fortaleza interior. El Padre Pateras nos explica el misterio de su carisma: «Hay gente que me dice: «Yo no creo en Dios, sólo en usted». ¡Pobres hijos míos! ¿Cómo no se dan cuenta de que todo lo que hago es por el amor que siento por Cristo?».

El Padre Pateras entendió un día que el rostro de Dios se copia en el de sus criaturas sufrientes. Nacido en un pueblecito minero de Huelva, fue destinado a Ceuta para realizar la mili; allí conoció al fundador de su orden, el hermano Isidoro Lezcano, quien, siguiendo el ejemplo del Poverello, quiso servir a Dios del modo más exigente, atendiendo a los enfermos y a los pobres en sus necesidades y compartiendo sus penurias. El Padre Pateras entendió que su destino se hallaba junto a los ancianos, los alcohólicos, las prostitutas, los inmigrantes y todos esos «pequeñuelos» a quienes Cristo nos encomendó: «Porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber; forastero fui y me acogisteis...».

Cuando concluye la mili, el Padre Pateras funda en Tánger, con el hermano Isidoro Lezcano, la primera casa de acogida de los Hermanos Franciscanos de la Cruz Blanca. Luego se traslada a Cáceres, donde cuida de niños con deficiencias mentales -«son trozos de Cristo vivo», afirma- en un colegio. En 1982, tras dar algunos tumbos por Venezuela y Costa de Marfil, el Padre Pateras se instala por fin en Algeciras, donde atiende a los ancianos, a los desahuciados, a las madres africanas -sus «morenas», como él prefiere llamarlas-, que llegan con sus bebés a punto de nacer en lanchas neumáticas. Otros tres frailes lo acompañan en esta tarea inabarcable, ayudados por gentes de corazón ancho que prestan generosamente su servicio; y aunque apenas recibe ayuda de las instituciones públicas, la Providencia le facilita medios para perseverar en su misión. El Padre Pateras sabe que esas africanas embarazadas que llaman a su puerta carecen de papeles y que, por tanto, cualquier día podrán ser expulsadas del territorio español; pero él se rige, antes que por cualquier ley humana, por la ley del amor.

En una época en que la Iglesia es hostigada y escarnecida, convendría que los medios se preocuparan de divulgar la grandeza de estos pescadores de hombres que, como el Padre Pateras, se calcinan en una misión redentora. Y la jerarquía eclesiástica debiera esforzarse por hacer más visible a la sociedad el heroísmo callado de sus mejores hijos, espejos de Cristo, que alivian el dolor del mundo; quizá así la hostilidad ambiental comenzaría a ceder. A las tres o cuatro lectoras que todavía me soportan, por si quisieran aportar un donativo al Padre Pateras, les doy el número de cuenta de los Hermanos Franciscanos de la Cruz Blanca, en el Banco Santander Central Hispano: 0049-6770-86-2816039467. Dios, que se copia en el rostro de sus criaturas sufrientes, se lo agradecerá.



Sólo sé hacer una cosa: amar"


Entrevista de Víctor M. Amela al Padre Pateras
La Vanguardia de Barcelona, martes 21 de diciembre de 2004, p. 84.

Tengo 59 años, nací en San Telmo (Huelva) y vivo en Algeciras. Soy fraile franciscano de la hermandad de la Cruz Blanca. Muchos niños me llaman "papa". MI política es la del amor. Dios me da fuerza para ayudar a los necesitados. Me gusta lo que San Juan de la Cruz le dijo a Santa Teresa: "Seamos tú y yo buenos y habrá dos pillos menos".

Estamos rodeados de santos.. y no los vemos. Este de aquí se llama Isidoro Macías, aunque en Algeciras le conocen cmo padre Pateras, por cuidar de mujeres africanas que llegan en patera. Es un hombre menudo y firme, de ojillos tan chispeantes como su acento andaluz, que me dice que "la fe mueve montañas, ¡y los medios de comunicación mueven corazones!"; y por eso concede entrevistas y colaboró con María Vallejo-Nágera en el libro Luna negra (Belacqua), que explica la odisea de una de esas mujeres que él acoge. Le pregunto cómo puedo ayudar, y es fácil: lo hago si doy este número de cuenta del BSCH (Banco de Santander-Central-Hispano): 0049-6770-86-2816039467, pues quiere ampliar su casa de acogida: "¡Es mi único sueño!". Quiere seguir eso de "en la mesa de san Francisco, donde comen cuatro, comen cinco"...

- ¿Por qué le llaman padre Pateras?

- Me lo dicen a veces, bromeando, mis panochitas...

- ¿Panochitas?

- Ja ja..., así llamo cariñosamente a mis africanas. Mujeres que llegan a Algeciras cruzando el estrecho con pateras...

- ¿Por qué están ellas con usted?

- Tengo un centro de acogida de ancianos, con otros tres frailes. Y hay policías de buen corazón que me traen a esas mujeres recién llegadas, embarazadas o con bebés...

- ¿Dónde estarían esas mujeres, si no?

- A los que llegan en pateras los confinan a todos juntos. Esos buenos policías no ven bien que mujeres y niños estén también ahí.

- ¿En qué estado llegan?

Agotadas. Imagine la desesperación y la miseria de la que vienen, y el viaje que han hecho para llegar aquí... ¡Para ellas, llegar aquí es llegar al paraíso! Otros han muerto ahogadas en las tormentas del Estrecho...

- ¿Qué hace usted por ellas?

Todo lo que puedo, con los medios que la gente me regala... Comida, aceite, ropa, pañales.. Un día vino uno de Sanidad y me montó un escándalo: "¡Usted no puede tener aquí a tantos beb´s en tan poco espacio y con tantas humedades...!", me reñía...

-¿Y qué le dijo usted?

- Que prefería tenerlas en mi casita con goteras que verlas por ahí tiradas en sitios peores, con sus barrigas a punto de dar a luz, o con bebés de días! El de Sanidad calló...

- ¿Y dan a luz en su casa?

Las llevo al hospital. Pero hace poco, a las dos de la madrugada, uno de los hermanos me despertó diciéndome: "¡Padre, corra, corra, que la mujer que hemos recogido esta mañana en la playa con el embarazo tan avanzado ha roto aguas!" Cuando llegué, ya asomaba la cabecita de la criatura...

- ¿Y qué hizo usted?

Entre otra madre y yo cogimos la cabecita y tiramos y... ¡pum!, afuera. ¡Qué bebita tan preciosa, qué ojos tan negros, qué montón de caracolillos por la cabecita...!

- ¡Qué aventuras, padre...

- Dije: "A ver si ahora, en vez de padre Pateras, vais a ponerme padre Partero, ja, ja..." ¡Qué juerga montaron aquellas mujeres allí qué bailes, qué cantos, qué alegría...! Cuando paren en el hospital, la lían igual siempre.

- ¿Cómo están esa madre y su bebé?

- ¡Divinamente, hijo! Bauticé a la niña Estrella de la Mañana, porque desde la patera, en el momento más peligroso de la travesía nocturna, la madre vió brillar una estrella...

- ¿Qué le cuentan ellas de sus vidas?

- Sé que muchas han tenido que prostituirse para pagar a las mafias de la inmigración. Un día yo preguntaba a una, y me contestó: "Papa: tú eres europeo, yo africana". Dejé de preguntar, y me dije: "¡Tú, Isidoro, a ayudar, y no a preguntar!". ¡Es una falta de caridad preguntarles sobre lo que quieren olvidar!

- ¿Cuántas mujeres acogidas por usted han parido al llegar aquí?

- Unas doscientas.

- ¿Y qué será de ellas en España?

- Cuando tengan papeles, se irán. Algunas tendrían suerte, otras tendrán que prostituirse para criar a sus hijos lo que más adoran...

- ¿Serán explotadas por mafias?

- En muchos casos sí, y mediante la coacción del pavor que les infunden ciertos ritos vudú realizados por brujas en África.

- ¿No intenta usted convertirlas?

- Yo no predico. Sólo hablo, y actúo con el ejemplo. ¡Alguna sí se ha convertido...!

- ¿Cómo se metió usted en esto?

- Todos tenemos un don de Dios, hijo...

- Y ¿cuál es el suyo, padre?

- Yo sólo sé hacer una cosa: ¡amar!

- ¿Quién le enseñó?

- Yo tengo el ejemplo de mis padres, que se querían mucho. Éramos seis hermanos. Mi padre era minero, y éramos muy pobres: muchas veces mis padres se quedaban sin comer para darnos a nosotros...

- Entiendo. Se emociona...

- Yo quería hacer algo, quería ayudar. Y a los doce años empecé a trbajar. A los 16 años estaba en la mili en Ceuta, y allí conocí a un homre extraordinario, Isidoro Lezcano, que cuidaba enfermos incurables, drogadictos, borrachos, prostitutas... me uní a él.

- Sus ganas de ayudar...

- ¡Es para lo que sirvo! Necesito actuar. ¡Haciéndolo, soy inmensamente feliz! Tomé los hábitos y él y yo cofundamos los Hermanos Franciscanos de la Cruz Blanca.

- ¿Y no se deprime ante tanta miseria?

- "¡Estad alegres!", dice el Evangelio. Y yo procuro estarlo siempre. ¡Dar una sonrisa es algo muy, muy, muy valioso!

- ¿A qué clase de personas ha ayudado?

- Jamás olvidaré a los niños deficientes que cuidé en un colegio de Cáceres. Quien tenga un niño así sabe lo que digo: son ángeles vivientes, como tener un trozo de Cristo vivo en casa. ¡Qué feliz fui aquellos años!

- Se siente compensado...

- "No creo en Dios", me decía Morillo, un borracho que murió en mis brazos hace mucho, en 1967... Yo sé que Morillo, allá arriba, consigue hoy que Dios nos ayude... Hoy, en la casa de Algeciras, cuando un anciano me dice: "DAme un beso...", ¡qué gran dicha!

- ¿Qué día fue el que llegó a su casa el primer inmigrante del Estrecho? ¿Lo recuerda?

- Sí, fue hace... diez años. Era un hombre con una maleta. ¡No paraba de llorar! ¿qué le pasaba? al fin le entendí: había llegado con su hijo, pero la policía se lo había quitado. Fui a una radio, lo expliqué y logramos que padre e hijo se reunieran. Marcharon a Murcia, adonde pudo traerse luego a su mujer. ¿Y allí viven hoy, muy felices! ace poco me han visitado, y el hombre le dijo al hijo, señalándome: "Este es también tu padre!".

 

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